Mi nombre es Liliana. Tengo 36 años y he estado casada con Julián diez años. Nos conocimos en la universidad y desde entonces hemos estado juntos. Julián es un profesional exitoso y viaja frecuentemente debido a su trabajo. Yo mientras tanto, trabajo en recursos humanos y tengo mi propia empresa de cazatalentos. Debido a nuestras obligaciones, mi esposo y yo no hemos podido empezar una familia. Con esa excepción, tenemos todo lo que se pueda querer, una bonita casa y un par de autos. Desde que nos casamos, yo siempre le había sido fiel a Julián hasta que…
Hace algunos meses, Julián estaba por regresar de un viaje de negocios e iba a llegar a tiempo para la fiesta de fin de año organizada por la empresa. Debido a que nunca está en casa no salimos mucho y por eso no suelo vestirme elegantemente muy a menudo. Más que nada uso sudaderas y viejas camisetas porque ¿a quién trato de engañar? Soy una mujer felizmente casada. Aunque es cierto que debajo de esas sudaderas, tengo un cuerpo muy bien trabajado en el gimnasio, al que asisto a diario, mido un metro setenta y tres de estatura, mis tetas son grandes y tengo la cintura estrecha y estupendas caderas. Me gusta conservarme en forma y en general, hago bastante ejercicio.
Recibí una llamada de Julián al mediodía, el mismo día de la fiesta. Me dijo que su vuelo se había retrasado y que no estaba seguro cuánto tiempo iban a demorar en reprogramar su vuelo. Me sentí muy decepcionada, considerando que acababa de comprar un nuevo vestido y por fin tenía una razón para utilizarlo.
Julián volvió a llamar a las 6pm y me dijo que su vuelo no saldría al menos hasta las 10 pm. Le dije que ya estaba vestida. La frustración podía escucharse en mi voz. Mi esposo me dijo que fuera de todas maneras a la fiesta ya que todo estaba pagado. Decidí que no había razón para no ir y desperdiciar todo el dinero. La fiesta iba a celebrarse a lo grande en un hotel y Julián había pagado también por una habitación para que nos quedáramos a pasar la noche. Imaginé que podría pasarla bien con Carla y Pedro, que son amigos nuestros muy cercanos e iban a estar allí.
Me quedé un momento mirándome frente al espejo. No estaba usando ropa interior debajo del vestido, y este era bastante ceñido y mostraba mi duro trabajo en el gimnasio. La tela frotaba mis pezones y los ponía muy sensitivos, lo que hizo que me excitara y me sintiera sexy. Hacía mucho que no me sentía de esa manera.
Manejé hacia el hotel, dejé mi maleta con las cosas para pasar la noche en el cuarto, me arreglé un poco y retoqué mi maquillaje. Mis pezones estaban duros como piedra y se veían más de lo que había pensado. Cogí mi celular y llamé a Carla. Me dijo que Pedro y ella no habían podido encontrar una niñera y que no iban a poder ir a la fiesta. Otra vez regresó a mí la decepción pero estaba decidida a no dejar que nada arruinara esa noche. Así que decidí ir de todas maneras, aunque no conociera a nadie en la fiesta.
Caminé hasta el salón de baile y noté como varios hombres miraban en mi dirección. Entré y me di cuenta de que realmente conocía a muy pocas personas. Fui al bar y pedí algo de beber. Entonces se acercó hasta mí un hombre al que tardé unos instantes en reconocer. Se trataba de Andrés, el jefe de mi esposo y principal responsable de que Julián tuviera que irse de viaje cada cinco segundos. Antes de la fiesta, sólo lo había visto un par de veces en alguna de las cenas o reuniones organizadas por la empresa. Julián y él no se llevaban particularmente bien y en más de una ocasión mi esposo me había comentado acerca de sus discusiones en el trabajo.
Andrés me invitó a bailar luego de decirme que era el jefe de mi esposo. Al principio lo rechacé, pero él no se lo tomó a mal y en cambio, se sentó junto a mí y me preguntó si podía invitarme un trago. Sonreí y acepté tomar un trago con él. Empezamos a hablar de trivialidades y cosas sin importancia mientras bebíamos.
Comenzamos a relajarnos después de que él ordenara la segunda ronda y empecé a fijarme bien en Andrés. Era innegable que se trataba de un hombre de muy guapo y atractivo. Debía tener aproximadamente 30 años, era alto y tenía el cuerpo muy atlético y bien proporcionado. Llevaba la barba espesa y bien cuidada y pude advertir que su pecho estaba cubierto de poco vello rizado. El detalle me excitó, porque ese tipo de hombres siempre me ha gustado.
Al terminar el segundo trago, Andrés volvió a invitarme a bailar. Lo miré sonriendo y le pregunté dónde estaba su esposa. Me respondió que había viajado a visitar a sus padres y que estaba solo. La verdad es que yo quería escapar de mi aburrimiento, así que después de pensarlo unos segundos acepté su invitación. La primera pieza fue una canción muy movida y me di cuenta de que Andrés bailaba muy bien.
Después de un rato paramos para descansar y nos fuimos de nuevo a tomar algo. La bebida estaba algo fuerte pero no le presté demasiada importancia. Seguimos bailando y bebiendo un buen rato. Conforme pasó la noche me iba mostrando más desinhibida al bailar. Hacía tiempo que no me sentía tan sexy y llegué al grado de no contenerme al pegar mi cuerpo junto al suyo. El roce de su cuerpo provocó un estremecimiento en mi coñito. Estaba muy excitada y él también debía estarlo ya que pude sentir su endurecida verga pegada a mi vientre. Tenía que parar, empecé a imaginarme como sería estar con el jefe de Julián.
Me marché al baño. Mis pezones estaban durísimos y podía sentir mi coño completamente mojado. Me limpié y regresé con Andrés para tomar algo que me refrescara. Bailamos un poco más y nuevamente estuvimos rozándonos y tocándonos todo el rato. Me pegué más a él y sentí como su verga empezaba a crecer. A esas alturas, mi coño ya estaba chorreando y entonces sus manos se deslizaron discretamente hacia mis nalgas. La gente debió pensar que era una de sus conquistas por la manera como estábamos uno encima del otro.
Empezó a susurrarme palabras al oído, primero triviales pero luego muy eróticas y atrevidas. Me dijo que era la mujer más sexy de la fiesta y no pude resistir más la tentación. Deslicé mi mano a su entrepierna y le di un par de meneos en la polla por encima de la ropa. Comprobé con sorpresa que la tenía enorme. Entonces él me apretó las nalgas con fuerza y me levantó agarrándome del culo con ambas manos para hacerme notar su enorme verga. Por sobre la ropa Andrés restregó su verga en mi entrepierna y luego me ayudó a girar para hacer lo mismo en mí en mi culo. Me besó y le correspondí. ¿Cómo podía no hacerlo, si me estaba haciendo sentir tan deseada y yo quería que me tuviera?
Entonces me di cuenta de que había ido demasiado lejos y decidí regresar a mi habitación. No quería engañar a mi esposo. Andrés me siguió preguntándome que había hecho mal. Le dije que no quería engañar a mi marido. Me dijo que lo sentía y que sólo quería estar conmigo un rato, no quería ser el único tipo solo en la fiesta. Le dije que podía acompañarme a mi habitación, pero nada más.
Estábamos ya en el cuarto y el me abrazó y me dijo que lo sentía. Cogí el celular y le dije a Andrés que viera la televisión y se quedara callado. Llamé a Julián justo cuando acababa de bajar del avión y estaba por recoger su equipaje. Me estaba contando acerca de su viaje cuando sentí que Andrés empezaba a besarme el cuello y a masajearme los pechos por encima del vestido. Me sentí completamente indefensa frente a este hombre. Dejé escapar un débil gemido. El teléfono quedó en silencio y entonces Julián me preguntó si estaba bien. Le contesté que estaba cansada, mientras sentía los dedos de Andrés deslizarse bajo mi vestido. Empezó a toquetearme el coño. Se sentía demasiado bien, y yo hace tiempo que no tenía una verga clavada en mi concha.
Colgué el celular y empecé a besar a Andrés. Ni siquiera me despedí de mi esposo y en ese momento realmente no me importó. Le quité el saco y estaba desabotonando su camisa mientras iba besando su cuerpo de arriba hacia abajo con cada botón que dejaba atrás. Deseaba a este hombre más a que a nada. Desabroché sus pantalones y bajé la cremallera. Debía tener en mi boca aquella verga que había estado tentándome toda la noche. Agarré su tranca de casi 25 centímetros entre mis labios. Andrés la tenía al menos diez centímetros más larga que mi esposo. De hecho era la verga más grande que yo había visto. Empecé a mamársela con verdadera ansia mientras él se dedicaba a magrearme el coño. Succioné la cabezota rosada de su polla mientras que al mismo tiempo le pajeaba el tronco con ambas manos, hasta que él no aguantó más. Me arrancó el vestido y me arrojó de espaldas a la cama. Comenzó a comerme el coño como si la vida se le fuera en ello. Yo estaba al borde del éxtasis, mientras su lengua se hundía una y otra vez en mi vagina, recorriéndola entera.
No tardé en correrme. Cuando por fin pude reaccionar, lo obligué a tumbarse de espaldas, cogí su verga y la guie hacia mi coño mojado. Fui clavándome con lentitud, sintiendo esos centímetros extra llegar hasta el fondo de mi agujero. Andrés también la tenía muy gorda y podía sentir que su polla me abría el coño como nunca. Cogió mis caderas y empezó a clavar una y otra vez su tranca en mi apretada concha. Me estaba volviendo loca, Al poco tiempo, estaba cabalgándole como si no hubiera un mañana a un trote vivo, gritando y gimiendo de placer. Andrés me dijo que tenía el coño muy estrecho y apretado y yo le dije que su verga era enorme y que iba a partirme a la mitad. Estaba a punto de conseguir un orgasmo cuando sentí en su cuerpo la tensión previa al clímax. Continué cabalgándolo hasta sentir un orgasmo explosivo al tiempo que ambos gritábamos de placer.
Pero Andrés estaba lejos de haber terminado. Me montó y volvió a penetrarme, primero despacio y marcando el ritmo, pero luego cada vez más rápido y fuerte, cada vez más duro. Llegó un momento en que me embestía como una máquina, una y otra vez, sin detenerse un segundo. Yo respondía todas y cada una de las penetraciones arqueando mi espalda y pegándome más a él. Respondía cada gruñido que el hacía con un fuerte chillido de placer. La fricción dentro de mi vagina era algo nuevo e intenso. Sabía que un nuevo e inevitable orgasmo me esperaba sólo a unas cuantas embestidas. En la última oleada me levanté y envolví mis piernas alrededor de mi nuevo amante. Andrés intentó hacerse atrás para seguir embistiendo pero no había escapatoria. Mis pantorrillas cavaron tan duro en sus nalgas que Andrés gritó de dolor. Ajena a todo eso, yo respondí con mi propio grito cuando el orgasmo me alcanzó. Explosión tras explosión golpeó mi cuerpo, mis manos agarraron las sábanas y de repente el río que estaba contenido contra la presa estalló en el aire.
Mi nuevo amante siguió embistiendo unos minutos más en esa posición, emitiendo gruñidos de placer. Yo no lo escuchaba. Estaba tendida en la cama, mis ojos mirando al techo, mi mente en algún lugar cercano al cielo. Cuando me recobré, Andrés me hizo colocarme a cuatro patas, con mis codos y mis rodillas apoyados en la cama y mi culazo en pompa. Esa visión pareció enardecer a Andrés, que me penetró con fuerza y empezó a follarme con una potencia y velocidad desmedidas. Mientras, yo estaba disfrutando cada segundo de aquello. El ángulo diferente de la penetración me llegaba de una forma nueva y excitante. Puse mis manos en el respaldar de la cama y empujé mi trasero con fuerza contra la soberbia tranca del jefe de Julián. La cama del hotel se movía y crujía a cada embestida que retorcía el armazón inclinándolo hacia adelante para ser detenido sólo por la pared del dormitorio. El constante golpe solo añadía una mixtura discordante de ruidos al dormitorio.
– ¡Que rica verga! ¡Aaahh sssiiii! ¡Dámela hasta el fondo, Andrés!
Fue todo cuanto se me ocurría gritar. Mi esposo nunca me había hecho experimentar con tal intensidad. De hecho, su jefe podría darle lecciones o más bien un semestre entero de lecciones. “Oh dios.” Grité y volví a clavar mi trasero en su polla más fuerte.
– ¡Que verga, cabrón, qué rica verga tienes!
Andrés finalmente estaba cansándose. El sonido que provocaba los músculos de su pelvis al chocar con mis nalgas fue bajando en cantidad e intensidad. Yo lo compensé clavándome aún con más fuerza contra él. Embestida tras embestida, el respaldar de la cama chocaba contra la pared y yo gritaba desatada cada vez que las bolas de Andrés golpeaban contra los gajos de mi sexo. Cuando finalmente se corrió, lo hizo con tal intensidad que gatilló otro orgasmo que me atravesó todo el cuerpo y estuvo a punto de hacerme perder el conocimiento.
Andrés se quedó en mi habitación y me folló toda la noche. A la mañana siguiente regresé a mi vida normal. Andrés me ha llamado algunas veces, cuando Julián está de viaje por trabajo. Hasta ahora he tratado de comportarme como una buena esposa, pero cada vez es más difícil. Después de cada llamada de Andrés me masturbo recordando la noche que pasamos juntos. Mi esposo se enojaría muchísimo si tan sólo supiera que hablé con su jefe. No quiero ni pensar en qué pasaría si se entera que me acosté con Andrés.