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Jacqueline: La erótica Jacqueline (Parte 2)
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Ahora que algunos ya tienen una idea de cómo es la erótica Jacqueline pueden imaginar que es lo que se puede esperar de ella y, sí no leíste la primera parte de esta pequeña serie de relatos, te invito a que vayas y busques la primera parte para tener un mejor contexto de esta experiencia. La verdad que esta chica de veinte años era muy atrevida y le gustaba ponerte al filo de las emociones o si te invadía la desconfianza, podías sentirte caminar por la cuerda floja.

También quiero aclarar que a pesar de que lo que les he narrado hasta el momento pudiese sonar vulgar, la verdad que Jacqueline tenía un ángel infantil y delicado para hacer tales maniobras. No sé qué tenía esta chica, pero todas esas cosas que hacía, todas esas travesuras iban con un léxico dulce, con movimientos muy femeninos muy sensuales y delicados, que cuya vulgaridad no se lograba ver por el afán de disfrutar de su belleza.

Como les dije, Jaqueline siempre vestía bien y se miraba igual de hermosa y sensual si llevaba vestido o pantalones. Era igual de exquisita si vestía ropa ajustada o suelta, era imposible cubrir tal monumento pues su cuerpo y su angelical rostro siempre iban a sobresalir inclusive si se vestía de payaso. Ella lo sabía, ella estaba más que consciente que atraía en cualquier lugar las miradas y por ello, creía que podía poner a cualquier hombre a sus pies. En la oficina de recepción donde ella trabajaba siempre se podían ver los ramos de flores que sus admiradores le enviaban, también sabía de las múltiples invitaciones a cenas que aceptaba y que luego cancelaba.

Yo era testigo de ello, pues escuchaba cuando la llamaban y se disculpaba de que no podía atender la cita. No sé si esa era la impresión estudiada que Jacqueline deseaba proyectarme, pero en mi caso y siempre me lo preguntaba por esos días, era ella la que me invitaba a salir y, al contrario, en este caso por mis compromisos laborales, era yo quien algunas veces le cancelaba. Recuerdo que un día a última hora le cancelé con la excusa verdadera que tenía reunión de emergencia de última hora. Esa tarde se apareció justo después de haber terminado la reunión y desde la sala de conferencia se podía ver la sala de recepción y mis colegas la vieron entrar y no pudieron detener esa expresión entre sus labios: ¡Mamá mía… que hermosa chica! -Me hicieron la broma, pues pensaron que era algún cliente de la compañía o alguna vendedora de algún otro lugar. – Tony, mira la chica que te busca. – Más se sorprendieron cuando por el intercomunicador me la anunciaban: -Sr. Zena, le busca Jacqueline.

Jacqueline ese día llevaba puesto un vestido suelto de un color azul cielo, sus zapatos de tacón que elevaban su presencia, siempre con su cadena de oro con un corazón de rubí, y sus piedras de diamante pegadas a sus lóbulos. Ese vestido era de ese tipo de tela que, si no es totalmente trasluciente, se podía notar con ciertos niveles de luz la silueta sensual de su hermoso cuerpo. Le dije a la recepcionista que la hiciera pasar, pues sabía que los que estaban ahí se iba a dar, como dicen mis hermanos mexicanos… ¡Un taco de ojo! -Ella entró caminando deliciosamente con ese vaivén de sus caderas con esa seguridad que la caracterizaba y saludó de una forma general a todos y luego se dirigió a mí diciendo: ¡Espero no haberte interrumpido cariño! -Y me estampó un cariñoso beso cerca de mi boca. La presenté como lo que era, aunque ella se mostraba conmigo más afectiva que una simple amiga. Me llevaba algunos bocadillos, los cuales compartimos y Jacqueline se quedó con nosotros como si fuera parte del grupo. Nos llenó de sus feromonas aquel ambiente y de alguna manera nos quitó esa presión del trabajo.

Desde entonces se volvió mucho más íntima conmigo y se aparecía muchas veces sin hacérmelo saber por la oficina. Obviamente entre los hombres que trabajaban ahí se emocionaban al verla, pero también despertaba la envidia entre las mujeres. Recuerdo esas llamadas que de repente me anunciaba la recepcionista y que con mucha confianza tomaba, pues sabía que ella no dominaba el lenguaje romántico de Cervantes y que, si intentaba escuchar, no lo entendería. Llamadas que Jacqueline hacía más eróticas cada vez, ya sea con acento español, argentino o colombiano:

-¡Hola, cariño! Espero no haber llamado en mal momento… pensaba en ti y me picaban las manos por marcar tu número. ¿Tienes tiempo para una de tus admiradoras?

-¡Hola Jacqueline! Es siempre un placer escuchar tu voz. Tú… ¡mi admiradora! Mujer… la que atrae las miradas por doquier eres tú.

-¡Quizá…! Pero la mirada que me interesa parece ser que yo no le intereso de la misma manera. Oye cariño, alguna vez te has despertado o has ido a la cama pensando en mí.

-¡Por supuesto! Precisamente me acordaba de ti en este momento.

-Sabes Antonio… anoche que mi marido me hacía el amor, imaginaba que eras tú quien me lo hacía. ¿Podemos vernos hoy?

-¿Quieres que cenemos juntos?

-Me gustaría que fuera más que una cena, pero me conformo con un café hoy por la tarde.

-¿Debes reportarte con tu esposo?

-¡No cariño! Un hombre nunca me pondrá cadenas, pero mi hija le pone alto a todo… y hoy es su primer debut en el ballet y no puedo fallarle. ¿Quieres acompañarme?

-¡Me gustaría, pero no quiero incomodar a nadie!

-¿Incomodar? Antonio, yo nunca te voy a dar excusas y por favor, no me trates como una chiquilla que no sabe lo que hace… Hay preguntas que solo se necesitan dar una simple respuesta: Si o no. Antonio… ¿Te gusto?

-Si.

-¿Quieres cogerme?

-¡Si!

-¡Te das cuenta…! Es una respuesta sincera y simple. Antonio… ¿te puedo proponer algo?

-Dime.

-Olvidémonos del café y de la invitación que te hice. Podría llegar a tu oficina y me podrías dar un beso.

-¿Un beso?

-Si… no el mismo beso regular de un saludo. Quiero saber cómo el señor Antonio Zena besa a una mujer.

-¡Pues ven! Yo te doy un beso.

Como les dije, con esta chica de todo se podía esperar. Me la anunciaron y la vi aparecer con unos pantalones amarillos de tono pastel y una blusa blanca con bordados en un escote que mostraban una buena porción de sus dos hermosos melones. Entró a mi oficina, la cual tenía de esas persianas para bloquear la vista adentro y las cuales ya había cerrado, y no sé si era una acción por ella medida, pero al ella entrar y después de un saludo me pidió lo siguiente:

-Sabes… este es un pantalón nuevo y siento que ese broche como que está defectuoso… siento que a cada momento se me suelta. ¿Puedes ver si está apropiadamente abrochado?

La verdad que estaba suelto a un término medio donde descubrí el color de sus bragas amarillas también de tono pastel. Tuve que subir su blusa blanca y cerrar el cierre que se había bajado y abroché de nuevo el pantalón. Era una delicia ver ese trasero y creo que lo había hecho a propósito para elevar mi excitación. Luego pasó a lo del beso.

-¿Me vas a dar ese beso? pero no de amigos: quiero sentirlo a como tú besas a una mujer.

-Yo quiero dártelo y en eso quedamos… por eso estás aquí. – y nos besamos.

-Sabes Antonio… me supo a un beso de practica… como de actores… ¿puedes darme un beso como cuando deseas cogerte a una mujer?

Nos enredamos en un beso pasional donde pude sentir ese coqueteo de la lengua de Jacqueline insinuando mucho más. Realmente nadie antes me había pedido besar de esta manera, pues regularmente a mi edad de 32 o 33 años, nos olvidamos del sentido de los besos y solo queremos ir directamente al sexo.

Ella con sus labios acariciaba mis labios, sensualmente su lengua transmitía esa magia de los 20 años que un día viví. Jacqueline tenía esa edad y esos sensores eróticos todavía estaban en plenitud del descubrimiento y me dejé llevar por ella. Después de tres meses vivíamos este momento delicadamente erótico, le tomé de su cintura, sentía esos pechos contra los míos y estoy seguro de que en ese momento sintió la potencia de mi erección. Ella me lo dijo de esta manera:

-Antonio… ¡Te me has excitado! ¿Te puedo pedir algo?

-Dime.

-Nunca me lo vayas a hacer apresurado. Quiero que para ti y para mi sea algo especial.

-¡Nunca te someteré a algo que tú no quieras!

-¡Lo sé! Cualquier hombre lo hubiese intentado después del primer almuerzo.

Creo que disfrutaba eso de los besos, pues por media hora nos estuvimos besando y nos perdimos en el tiempo. Creo que mi recepcionista intuía lo que pasaba y en horas que siempre estaba muy ocupado, mi teléfono nunca sonó. La única que me hacía reaccionar de aquel momento romántico y erótico fue la misma Jacqueline, quien me decía de una manera muy sensual y con su léxico en este momento de tres X, que había sentido mi bulto y que debería relajarme para no disparar sospechas:

-Antonio cálmate, cálmate… aquí no puede suceder…. Estamos en tu oficina y están todos tus empleados a la expectativa. ¡Tienes un bulto tremendo cariño!

-Esa es la ventaja de las mujeres… aunque estén excitadas, pueden pasar desapercibidas.

-Pero igual… sufrimos la excitación en momentos como este.

-¿Estás excitada?

-Tú… ¿Qué crees? ¡No soy de metal cariño! ¿Quieres descubrirlo? Te doy un minuto para que lo hagas.

-¿A qué te refieres?

-¡No sea ingenuo señor Zena! Usted sabe a lo que me refiero.

Intuí que podía tocar su vulva, pues ella podía sentir mi pene erecto. Con cierta desconfianza deslicé mi mano por su pantalón amarillo de tono pastel, creo que llevaba una tanga y su sexo lo sentí húmedo y caliente al recorrer el interior y exterior de sus labios. Gimió con gran ímpetu cuando recorrí mis dedos alrededor de sus labios y tocar su clítoris. Pensaba masturbarla, pero ella reaccionó diciendo:

-¡Fue un rico y excitante beso! Debo irme, antes que me haga aullar como una loba en pleno desierto. ¿Nos vemos mañana?

-¡Como tú quieras!

Jacqueline medía sus tiempos y no sé si por capricho o por ego, pero ella era la que tenía que decidir el tiempo preciso. Por mi parte, me sometía a su juego, pues por ese tiempo a mis 32 años descubría mi soltería de viudo que nunca me imaginé encontrar. Siempre había tenido suerte con las mujeres… era yo quien siempre había tenido el control y me puse en la mente que la bella Jacqueline no me sacaría de ese rol. Nos dimos otro beso apasionado de despedida y ella me miró con esa sonrisa coqueta y esa tarde me quedé excitado e ilusionado oliendo el exquisito olor de su sexo en los jugos vaginales que brillaban entre mis dedos.

Continúa.

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