Recordar a Jaqueline es recordar a la chica más extrovertida con la que me haya encontrado en la vida. Desde que la conocí supe que era una chica única, especial… un tanto difícil al principio de entenderla, pero una vez superadas las ansiedades de esas expectativas que a uno le proyecta, las cosas pueden ser muy divertidas, aunque yo también añadiría: intrigante.
Cuando la conocí ella tenía 20 años y yo rondaba los 32. Trabajaba como recepcionista en una compañía que se encontraba cerca de mi oficina y cuyo dueño para una navidad me la presentó y desde entonces fue Jacqueline como una montaña rusa de emociones. No hablaba un inglés perfecto, pero desde que supo que yo hablaba español su acercamiento fue total. Se me presentó como española, aunque tiempo después supe que era mexicana. Hacía ese acento de castilla, pero luego después lo cambiaba a uno argentino o a uno colombiano… realmente era graciosa, pero además de graciosa era una chica muy bella.
No era muy alta, quizá una altura promedio y con un cuerpo muy proporcionado a su altura. Chica de bello rostro con un cabello castaño que le llegaba a media espalda, ojos café y diminuta nariz, de boca pequeña y labios gruesos y muy coquetos… realmente era una delicia verla sonreír. Como dije, su rostro era muy atractivo y sí a eso le agregamos unos buenos melones y un trasero redondo de buena proporción, la convertía en una chica que hacía voltear las miradas. Y, además Jaqueline tenía más que su natural belleza, también sabía vestirse y medía muy bien las épocas al igual que sus propias intensiones. Al principio pensé que era de esas chicas que llaman “calienta huevos”, pero sí verdaderamente le caías bien y había química, te podía hacer gozar mucho más de lo que la imaginación daba. Realmente yo no me lo esperaba, pues Jacqueline era ese coquetear constante y, no solo lo hacía conmigo, lo hacía con cualquiera que a ella se le pegara la gana.
De sus labios escuché que era casada y que tenía una hija, pero a pesar de que conviví con ella muchos momentos familiares en esos tres años antes de moverme al otro lado del país, nunca me presentó a su esposo y sí conocí a su hija, madre y hermanas, como también a algunos tíos y primos. Supe que le gustaba bromear y tenía un espíritu travieso, muy juvenil, quizá hasta podría decir infantil. Desde que la conocí comenzamos a salir a comer juntos, y esta es la única chica que me recuerdo que me haya invitado, me haya ido a recoger a mi oficina y me haya pagado, literalmente pagado la cuenta del restaurante y luego después la de algún motel. Con Jacqueline se podía esperar de todo, siempre estaba uno a la expectativa de lo que podría ocurrir con ella después. En este medio he escrito más de 100 relatos con diferentes chicas con las que he vivido momentos íntimos, con Jacqueline puedo escribir mil anécdotas eróticas, pues creo que ese debe ser su adjetivo: La erótica Jacqueline.
Recuerdo que la primera vez que me invitó a un asado, fue en honor al cumpleaños de su hija apenas dos semanas de haberla conocido. Ese fue el primer día que me sentí incómodo y no sabía cómo reaccionar o proceder. Me presentaba a su madre en una conversación un tanto difícil de conllevar y sonaba a algo así:
-Madre, le presento a mi novio Tony… Antonio Zena.
-¿Tu novio Jacky?
-Bueno madre… usted sabe. Es un decir, pero es algo más que mi novio si es lo que usted quiere saber.
-¡Mujer! Eso no lo necesito saber. ¡No me hagas ruborizarme!
Realmente no sabía cómo reaccionar y solo le di la mano y nos dimos el saludo de rigor. Solo me pregunté: -Si esto hacía con su madre y con un desconocido como yo ¿qué se podía esperar cuando obtuviera más confianza? – No tuve que esperar mucho, pues la semana después me recogió para llevarme a un restaurante mexicano, del cual me había hablado y donde me llevé tremenda sorpresa. Todo comenzó con su llamada telefónica antes de que ella pasara a recogerme y su plática fue algo así:
-Tony, llamándote para recordarte que paso por ti en dos horas. ¿Cómo te gustaría que fuera vestida?
-Jacqueline, como tu gustes…
-No me quieres en nada en particular… pantalones, vestido formal, una faldita…
-Jacqueline… como te sientas confortable.
-Bueno, en ese caso me iré con una minifalda y un bustier.
-No te lo aconsejo… está haciendo frío.
-¡No importa! Es más… me iré sin bragas y ver si caliento algo para que luego me caliente.
-Como tú quieras Jacqueline.
-Ok… como yo quiera. Te veo al rato y ahora me voy a depilar las cejas y otra cosita más.
De esa manera eran las conversaciones con Jacqueline. Nunca le bajo de tono o nivel, aunque a veces pensé que le bajaría conforme a las circunstancias, pero realmente me equivocaba… esta chica era la esencia del erotismo. Llegó en su pequeño automóvil semi deportivo, el cual era un Toyota Célica de color rojo del año reciente y con caja de cambios. Recuerdo su broma, y ese día cambió su acento castellano al chilango del Distrito Federal de México: -Si le agarro su palanca, no crea que fue de intención… solo llevo tres semanas con este coche. -Me hizo reír, pero la verdad que estaba más concentrado de cómo lucía la bella Jacqueline.
Obviamente le podía ver la frescura de sus hermosas piernas, pues en realidad llevaba una minifalda. No usaba mucho maquillaje, ella es hermosa por naturaleza. Podía ver su abdomen desnudo y plano con unas piedras brillantes alrededor de su ombligo… primera vez que las veía. Su bustier rojo era tan intenso como el color de su carro deportivo y podía ver su cadena de oro, siempre con un corazón rojo y, unos aretes de diamantes que hacían brillar todo su rostro. Desde ese día siempre supe que manejaba con pies descalzos y tenía bonitos pies, siempre detallados con la estética de una buena pedicura.
Cuando salimos de su vehículo, miré la belleza de mujer que era Jacqueline. Si no era española, en ese momento recordé la música de mi madre y aquel grupo quizá olvidado para muchos: Los Churumbeles y su canción que sonaba a algo así: “La española cuando besa, es que besa de verdad… el beso, el beso, el beso de España… le puede dar un beso en la mano, o darle un beso de hermano, pero un beso de amor, no se lo dan a cualquiera. -No sé porque se me venía esa canción de mi infancia y siempre la voy a relacionar con la bella Jacqueline mexicana, pero de madre española.
Nos hicieron pasar a una mesa reservada por Jacqueline, la cual estaba en una especie de cubículo que daba cierta privacidad. Nos atendieron muy bien y disfrutábamos de los aperitivos y bebidas, pero esta chica parece que tenía los tiempos muy bien controlados y, en una de esas me dice que debe recoger su celular que se le ha caído. Veo que se agacha en dirección al piso debajo de la mesa y llega el mesero y se escucha su voz diciendo en un timbre bien erótico: ¡Que rica la tienes mi amor?… ¿te gusta que te la bese así?
No estaba acostumbrado a este tipo de bromas o parodia, pero miré a Jacqueline que se asomó debajo de la mesa, como limpiándose algo de su boca y me recuerdo exactamente sus palabras para el mesero: ¡Disculpe! Estamos recién casados y usted sabe cómo es esto en esos primeros días. -La verdad que no recuerdo que color obtuve en esa experiencia. Recuerdo que minutos después, ya para terminar la cena y tomarnos la última copa de champagne, no sé cómo apareció este bulto de color azul intenso por sobre la mesa y el mesero lo iba a recoger en ese instinto u obligación de limpieza. Jacqueline salió de repente diciendo: ¡No… no se los lleve! Son los calzoncitos que mi marido me ha quitado y son muy de él… o algo así.
Un poco entonado no le di mucha importancia a lo que viví esa noche. Jacqueline me fue a dejar a la oficina donde tenía mi propio lugar donde dormir. No le insinué que me la quería coger, aunque realmente mi verga se excitaba por ella, pero no quería mostrar ansiedad… siempre pensé que, si en ese momento se lo pedía, o lo intentaba, ella se iba a esquivar. Desde un principio pensé que era una calienta huevos y sí que los calienta, pero en mi caso, era de tener paciencia y desesperar a la que intentaba desesperarme.
Continúa