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Isolda y yo (Parte II): Punto de vista de Isolda
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Soy Isolda. Tengo 30 años. Soy una mujer muy alta (mido casi 1,90), gordita con mis curvas bien proporcionadas, muy blanca de piel, tengo el cabello largo, lacio y con flequillo recto y los ojos grandes y azules tirando a verdes, más bien turquesas. Tengo un estilo muy discreto y alternativo, más bien tirando a rudo. No soy lo que se diría «masculina», pero tampoco soy muy «femenina», quizás un punto medio. Suelo optar por la comodidad en el vestir, siempre voy con mis pantalones tejanos ajustados, mis sudaderas, jerseyes o camisetas negras o de otro color oscuro. Eso sí, a pesar de la comodidad, también en al menos alguna prenda, suelo optar sutilmente por la sensualidad, sobre todo en mi calzado. Acostumbro a ir con botas de caña alta o baja de cuero, plataforma y tacón. Estilizan mucho mis piernas.

Además, me encanta todo el tema rockero, metalero, punk, skinhead y toda la música de este tipo. Realmente yo tengo un estilo así, aunque por temas laborales, obviamente lo tengo que disimular lo máximo posible. Cuando era más joven a veces salía con mis collares y pulseras de pinchos, con mis polos, con alguna que otra falda escocesa más bien larga hasta las rodillas, enseñando mis tatuajes, con algún que otro pírcing que entonces llevaba… Sin ningún problema.

Soy una persona introvertida y que a primeras impresiones puedo parecer fría y dura. He tenido un pasado muy duro y marcado por muchos abusos de por medio, tanto de haber sufrido maltrato por parte de mi familia biológica (de la que me separaron dándome en adopción a una muy buena familia a la que hoy le debo todo lo que soy), además de acoso escolar durante gran parte de mi infancia y adolescencia, algo que me ha hecho endurecer mi apariencia física e incluso mi carácter. Pero en el fondo y conociéndome bien, soy una persona muy sensible y sentimental, que cuando le tocas la fibra llora con facilidad y con mucha necesidad de ser amada, de amar y de proteger.

Soy médico desde hace unos tres años, cuando terminé la carrera con unos muy buenos resultados y empecé a ejercer. Siempre he tenido claro que quería dedicarme a esa profesión. Lo que más quiero en esta vida es ayudar a las personas, acompañarlas y protegerlas ante todo. Fueron pocas veces me sentí acompañada y protegida en mi vida. Y no deseo que las demás personas pasen por lo mismo que yo pasé.

Yo siempre creí que quizás era heterosexual. Tuve dos relaciones serias y largas con hombres. Han sido buenas relaciones, en las que me he enamorado, he disfrutado y ha sido recíproco y apasionado. Y que por cosas de la vida, terminaron. Rupturas algo dolorosas, aunque, en fin, de todo se sale en esta vida. A pesar de todo, siempre he sentido que por buenas que hubieran sido mis relaciones con hombres, algo fallaba, como que no acababa de encajar. Siempre he tenido esa necesidad de proteger, también en una relación sentimental, de ser la figura más protectora y dominante de la relación. Y no es por caer en estereotipos de género, pero no nos engañemos, con un hombre siempre me ha parecido muy difícil asumir este rol. Y es una faceta mía que siempre he querido desarrollar en una relación. Es como si muy en el fondo instintivamente siempre hubiera sido ese mi rol natural en una relación sentimental, no sé si me explico. Además, siempre he sabido que en gran parte de las parejas entre mujeres hay una que hace un rol más fuerte, dominante y protector y otra que hace un rol más delicado, sumiso y de sentirse protegida y es algo que siempre me ha llamado la atención y me ha generado cierta curiosidad a pesar de nunca haberme sentido atraída hacia ninguna mujer. No pretendo caer en roles sexistas, aunque independientemente de eso no nos engañemos, muchas parejas lésbicas son así. Es a partir de esos pensamientos, sensaciones y preferencias mías que, a pesar de estar relativamente convencida de ser heterosexual, empecé a tener algunas dudas. Dudas que se aclararon cuando apareció ella en mi vida hace algo más de un año cuando por cuestiones burocráticas me trasladaron a otro centro de salud.

Tengo una paciente llamada Cleo, de la que soy su médico de cabecera desde hace algo más de un año. Tiene 25 años. Es una chica bajita (mide 1,60 más o menos), delgada con muy buen cuerpo, sobre todo unos buenos pechos, blanquita de piel, con el cabello castaño corto hasta encima de los hombros, con una profunda mirada de ojos cafés llevando gafas, labios carnosos… No sabía qué me pasaba con ella, ya desde la primera vez que la vi… Bastante más bajita, menuda y delicada que yo, su mirada, su sonrisa, su voz suave, tierna, inocente… Afloraba en mí ese instinto protector. Sin conocer aún bien a esa chica, solo con mirarla a los ojos, algo me decía que estaba psicológicamente delicada y que tenía una necesidad de afecto y de protección (aunque como buena profesional, tampoco podía entrar en esos aspectos por mi propia cuenta). Y además, sus labios carnosos a la par que las perfiladas facciones de su rostro, sus finas y delicadas manos con dedos de pianista, su hermoso cuerpo, sus pechos, su delicado porte… Su manera de vestir tan discreta y elegante, casi siempre con vestidos y faldas… Suele vestir de manera discreta y con ropa más bien ancha, aunque también con ciertos vestidos y algunas faldas ajustadas que acentúan aún más su delicada y sensual figura… Mmmmm… Son aspectos que para nada pasaron desapercibidos en mí. Ya durante nuestras escasas primeras visitas antes de su ingreso hospitalario empecé a percatarme de la atracción y el afecto que estaba empezando a sentir hacia ella. En mis pensamientos más íntimos me imaginaba abrazándola muy fuerte, besándole la frente, las mejillas, sus carnosos y apetecibles labios, abrazándola desde detrás poniendo mis brazos entre su fina cintura… Cómo sería besar esos labios carnosos que quitan el aire y el sentido a cualquiera, acariciar y besar sus mejillas, su suave y fina piel, su cabello, sus delicadas manos, su cuerpo… En pocas palabras, además de protegerla, deseaba POSEERLA, hacerla MÍA, hacerla MI MUJER. Era pensar en ella y en estar a su lado y empezar a sentir ese dulce calor recorriendo mi cuerpo. Era todo algo extraño en un principio porque nunca antes me sentí atraída hacia ninguna mujer, aunque a la vez no me sorprendía tener ese tipo de imaginación y pensamientos hacia ella. Como que era ya algo que salía natural en mí, instintivamente. Incluso me sentía más cómoda que nunca imaginándome esas cosas, siendo yo quien asume ese rol dominante/protector, nada que ver con cuando me imaginaba con un hombre, ni punto de comparación, eso era mucho mejor. Sentía que ese era mi rol natural y que en el fondo siempre había sido así. Empecé a replantearme mi sexualidad como nunca antes. Al principio pensaba que quizás estaba confundiendo las cosas, pero con el paso de los días y de mis visitas con ella era cada vez más intenso lo que sentía y su estancia en el hospital ya fue la oportunidad definitiva para conocer bien a Cleo y aclarar mis dudas y fue cuando me percaté de que aquello que sentía era real y de lo enamorada que empezaba a estar de ella a raíz de habernos conocido mejor. A partir de ese momento, pero, me asaltaban otras dudas: no tenía claro si me gustaban tanto las mujeres como los hombres, si lo mío eran realmente las mujeres y ahora me estaba dando cuenta de mi verdadera sexualidad… La verdad es que no sabía ya ni cómo definirme, aunque el hecho de no dejar de pensar en Cleo y de enamorarme de ella me hacía sentir más lesbiana que otra cosa. Llegué al punto de imaginarme en una relación seria y formal con ella, siendo yo la parte fuerte, dominante y protectora y ella la parte más delicada y sumisa.

Era algo nuevo para mí, ya que, reitero, nunca había sentido algo así hacia ninguna mujer. Y aún menos con una paciente. Sabía que lo que sentía ya iba más allá de una mera curiosidad o de simplemente sentir aprecio y querer entablar una simple amistad. Con ella, todo era diferente.

La hermosura y la delicadeza de Cleo empezaron a asaltar hasta mi vida onírica. Cuando empecé a soñar con ella tenía un sueño muy recurrente en el que yo era una bella diosa guerrera de la mitología germánica-nórdica (un tema que siempre me ha interesado y me ha encantado), concretamente, que era una versión femenina de Thor. Entonces, ella se encontraba en un grave apuro en Brezal de Gnita siendo atacada por dragones, desesperada, temblando y paralizada del miedo y yo la acababa salvando y caminando victoriosa llevándola en brazos rumbo a Bilskirnir, nuestra residencia, mientras ella se recompone del susto, entre lágrimas me dice «eres mi heroína» y nos besamos. Yo su heroína, ella mi doncella. Yo su Thor, ella mi Sif. «Isolda», nombre germánico que significa «guerrera fuerte y dominante»… con el paso de los años el significado de mi nombre cobraba más sentido en mi persona. Y lo cobrarían aún más a raíz de este experiencia mía en mi faceta afectivosexual. Y no tuve ese sueño una sola vez, este sueño, sino varias. Estaba claro que este sueño me intentaba decir algo sobre ella que aún desconocía pero ya intuía.

Fue entonces en otoño de hace ya un par de años que eso que intuía sobre Cleo no podía ser más cierto y que hay veces que la realidad supera los sueños y la ficción. Fue a partir de entonces cuando mis sentimientos hacia Cleo se confirmaron aún más y se acrecentaron, hasta llegar a un punto que pasó a ser alguien más que una paciente para mí. Lo que empecé a sentir por ella fue algo que ya iba más allá de una sensación. Empezaba a ser algo muy cercano al amor que siento hoy hacia ella.

Cleo tuvo un fuerte accidente doméstico que le dejó lesiones profundas tanto internas como externas además de una infección respiratoria, la tuvo que ir a recoger la ambulancia y estuvo ingresada durante casi tres meses. Fue en ese momento cuando la conocí de verdad. Yo estuve a su lado en todo momento dentro de mis posibilidades. Muy pendiente de su mejoría física (lo que me pertoca como profesional, al fin y al cabo) y también psicológica. Pudimos pasar momentos a solas, en los que ella me hablaba bastante de su vida y de su estado anímico y de salud mental. Nunca antes había conocido a una persona tan hermosa como ella, tanto por fuera como por dentro.

Cleo es una chica Asperger. Muy luchadora, honrada, sincera, noble, dulce, sensible y con una alma pura y cándida. Muy trabajadora y con una carrera recién terminada. Una gran lástima que las circunstancias de aquel momento no la trataron nada bien. No estaba atravesando un buen momento de su vida. Llevaba casi unos tres años arrastrando un trastorno obsesivo y un bloqueo emocional importantes. A raíz de una mala situación laboral (en un trabajo que perdió) su estado empeoró hasta padecer de una profunda depresión y soledad. Me contó que es bisexual con mucha preferencia hacia las mujeres, que se «enamoró» obsesivamente de una mujer que vio en las redes sociales y que acabó todo muy mal. En fin. Mientras me contó todo eso, lloró desconsoladamente y acabé abrazándola con fuerza durante un buen rato. Me tuve que contener mucho para no llorar yo también, aunque fue imposible no derramar ninguna lágrima.

Yo en el fondo sufría con ella. Había veces en las que ella estaba mal (ya fuera física o emocionalmente) que contenía con todas mis fuerzas mis ganas de llorar mientras la atendía (ya fuera haciéndole curas, administrándole medicamentos vía intramuscular…) y también mientras la consolaba en sus días más bajos. No podía, era superior a mí verla sufrir. Había veces que llegaba a casa llorando. Llegó un punto en el que su sufrimiento era también mío. Cleo despertaba mucho mi instinto protector, y ya no solo como paciente y profesionalmente sino también como persona y afectivamente.

En sus días que estaba más animada (sobre todo los últimos de su ingreso) yo también era feliz. Verla sonreír para mí es lo más importante. Su sonrisa ilumina mi mirada y mi corazón. Durante esos días me hablaba mucho de sus planes de futuro. Que quería trabajar de lo que había estudiado, sí. Pero donde ella se sentía cómoda. También hablábamos mucho de nuestros puntos de vista sobre la vida, los sentimientos y el mundo, de política, de como está nuestra sociedad planeando una posible revuelta contra este mundo moderno tan deshumanizado, hipersexualizado, privado de sentimientos auténticos e influido por un neoliberalismo salvaje e ideologías que lo único que buscan es enfrentar y dividir la sociedad y la clase obrera en sí (salimos «rojipardas» las dos, sí), de nuestras vidas pasadas más remotas (especialmente le conté todo lo que sufrí en mi infancia y adolescencia, a lo que ella terminó abrazándome llorando conmovida y yo acabé derramando todas las lágrimas que contuve con todas mis fuerzas mientras se lo contaba), de los viajes de cada una en Francia (tanto ella como yo), Italia (yo), Alemania (yo, ya que es mi país natal, realmente soy alemana, mi indeseable familia biológica es de allí y nos trasladamos a vivir en España siendo yo muy pequeña), Inglaterra (yo), Polonia (ella) o Grecia (tanto ella como yo), de mi gran deseo de poder viajar a Escandinavia y a Escocia, traduciéndole al alemán palabras y frases que me pedía (ya que obviamente es mi lengua natal)… Entre muchas más otras cosas nuestras.

Yo fui notando cierta atracción y sentimientos hacia mí por parte de ella, incluso antes de que me hablara de su orientación sexual y de su clara preferencia hacia las mujeres. Esperaba que no fuera una percepción falsa porque cuando estás muy enamorado de una persona y no sabes a ciencia cierta si ésta te corresponde te sueles ilusionar mucho y confundir las cosas. Aunque después de que ella me contara lo que le pasó con la mujer de la que estuvo enamorada y me enseñara unas fotos suyas en cierta red social quedé asombrada, se trataba de una mujer físicamente muy parecida a mí salvo en los ojos y el color del cabello, pero en el resto (altura, cuerpo, melena, sonrisa, porte…) muy parecida. Fue a partir de entonces cuando pensé «pues quizás sí». Sus discretas miradas de deseo hacia mí con las mejillas sonrojadas, sobre todo centradas en reseguir cada milímetro de mi cabello negro, de mi cuerpo especialmente de mis piernas con las botas altas de cuero, plataforma y tacón puestas… Parecía que me devoraba con la mirada, con esa mirada de pedirme a gritos «hazme tuya», aunque no lo verbalizara… Algunas veces la sorprendía mirándome de esa manera y cuando nuestras miradas se acababan encontrando, acabábamos las dos sonrojadas… También su amplia sonrisa cuando me saluda mirándome fijamente a los ojos, su dulce tono de voz al dirigirse a mí… Cuando me decía (y aún me sigue recordando a día de hoy) que nunca había tenido una médico tan atenta y bondadosa como yo, que le transmito mucha paz y protección y que no le alcanza una vida para agradecerme todo lo que he hecho por ella… Más de una vez me llegó a decir «eres mi heroína» (ya sea abrazándome o dándome seguidamente un beso en la mejilla), justo lo mismo que en mis sueños premonitorios con ella… Eran esos pequeños detalles los que me hacían mantener mi esperanza para con ella.

Cuando le di el alta, nos pasamos los correos electrónicos y los números de teléfono personales. La verdad es que habíamos entablado una bella amistad, que no faltaría mucho para convertirse en algo más.

A raíz de las secuelas del accidente, Cleo tenía que seguir visitándose conmigo cada tres semanas durante unos seis meses para continuar haciéndole las revisiones y curas pertinentes y administrarle una dosis de un medicamento vía intramuscular. Durante las últimas tres semanas hemos seguido en contacto, tanto vía profesional como personal. Ella empezó a ir a visitarse con un psicólogo y su estado emocional poco a poco iba mejorando. En nuestras conversaciones, ella me decía que su ingreso no hubiera sido lo mismo sin mí y que una gran parte de su mejoría psicológica, además de la física, también se debe al apoyo recibido por parte de mí y a que yo haya entrado en su vida.

Y no nos vimos hasta pasadas tres semanas, concretamente una fría tarde de enero ya acaecido el ocaso. La intensidad de todo lo que vivimos durante aquella tarde-noche de hermosa luna llena lo contaré desde mi punto de vista en el siguiente capítulo.

Continuará.

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