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Irene y sus primos
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Hola, mi nombre es Irene, soy parte de una familia radicada en el oeste de la provincia de Buenos Aires. Soy única hija ya que mis padres tuvieron dificultades para concebir, llegué cuando no tenían ya muchas esperanzas. Crecí en las afueras de un pueblo de campo, chato y aburrido. En el verano se ponía más interesante porque mis tres primos porteños venían a pasar largo tiempo y compartíamos cabalgatas, juegos, zambullidas en la laguna y a la noche juegos de mesa, rondas de chistes y todas las boludeces de pre adolescentes que nos encantaban.

Me llevaba bien con ellos. Eran más vivos y rápidos que los pibes del lugar, sabían más del mundo y no eran tan brutos conmigo, Sobre todo me llevaba de maravillas con Julián, mi primo preferido. Con él llegamos a tontear, nos tomamos de la mano y la mayor locura fue, antes de irse un verano, darnos un beso. Cuando terminé la primaria, mis viejos me mandaron a un internado en Trenque Lauquen, un colegio de monjas para hacer la secundaria. Un garrón. Encima durante varios veranos, las familias de mis primos se fueron a Uruguay y Brasil, aprovechando el dólar barato de los 90 y recién volvimos a vernos al cabo de unos años, cuando yo cumplí 18 y había terminado la secundaria.

Para esa época yo me había desarrollado y estaba hecha una señorita “interesante”, como decían en la zona. Con 1.60 de altura, rubia, flaquita, cara de nena sabandija, tenía unas lindas tetitas y un culito firme y parado (fruto de las insoportables hermanas que nos tenían a pura gimnasia y ejercicios), estaba muy “crecidita” para mi edad y eso desató una obsesiva preocupación de mis padres por controlar lo que hacía. Entre las monjas y mis viejos, no tenía ni chance de hacer nada con mis hormonas y mis deseos juveniles. En realidad ni tenía idea que hacer. Visto desde ahora, era una ignorante absoluta en las lides del placer (como todas mis amigas). Vivía en un mundo lleno de reglas, moralina, ignorancia y sobre todo, con la obligación de cuidarse del “qué dirán”.

El encuentro con mis primos fue apoteótico. Nos abrazamos, nos saludamos a los gritos y a pura alegría. Ellos también estaban “creciditos”, hechos unos guachos preciosos. Apenas bajaron todo se fueron a cambiar y nos fuimos de recorrida a la laguna y a estar solos para contarnos todo lo de estos años que no nos vimos.

– “¿Y, primita?, preguntó Julián después de horas de chusmear entre nosotros, “¿te conseguiste un noviecito ya?

Me puse re colorada y negué con la cabeza, pero me dio bronca parecer una pelotuda, más cuando dos de ellos me contaron sus aventuras en Brasil, donde las mujeres eran (en esos años) mucho más liberales. Hablaban de sexo abiertamente y yo creo que la pasé todo el tiempo colorada hasta las orejas. Me sentía una boluda (en realidad lo era bastante). Solo Julián se quedó callado sin decir nada. Volvimos a casa para cenar y, esa noche, Julián dijo que se iba a caminar hasta la vieja estación abandonada.

– “Esperá que voy con vos”, dije. Y nos fuimos (después que Julián me mandó a robar una botella de vino). Él era un poco más alto que yo, musculoso y atlético. Era jugador de rugby (de los flacos y lindos, no los gordos forzudos). Me llevaba tres años de edad y era mi amor platónico. Pensaba que jamás se iba a fijar en mi, pueblerina, tonta y chiquilina. Pero estar con él me encantaba.

– “¿Fue verdad lo que dijiste que no tenías novio?”, me preguntó cuando llegamos a la estación y nos sentamos en el viejo banco.

– “Si, de verdad. ¿para qué te voy a mentir?”, le contesté.

– “¿Son boludos los pibes de acá?”

– “Por qué decís eso”, protesté.

– “Porque dejan suelta a una potra como vos”, me dijo.

Yo lo miré (seguramente con una cara de pelotuda enorme) sin terminar de creer lo que me decía

– “¿Me querés joder?”, le dije.

– “No primita. Estás re buena. Siempre me gustaste, pero ahora, sos un minón”.

Yo no salía de mi asombro (y mi alegría). Creo que la sorpresa y la emoción me hicieron lenta, pero cuando sentí su brazo pasando sobre mi cabeza para abrazarme y con la otra mano tomó mi cara para besarme, creí que me moría de emoción. El beso no fue el mismo, inocente y rápido que nos dimos aquel verano. Sus labios se apretaron a los míos y su lengua buscó espacio para entrar en mi boca y recorrerla mientras sus manos me acariciaban mis pechos y mi cintura. Yo era de miel derretida. No quería que se acabara ese beso.

El me hizo levantar, me abrazó y siguió besándome y luego me llevó de la cintura, abrió la puerta y entramos en la vieja boletería, me puso de espaldas a él y empezó a besarme el cuello y a acariciarme los pechos. Una mano se metió por mi escote. Cuando la sentí abrazando mi teta y acariciando mi pezón el mundo entero era una sinfonía de sensaciones de placer. Empezó a desabotonarme el vestido (¡¡porqué no me puse el que se saca entero por arriba, puta madre!!) Mientras me acariciaba piernas, nalgas, y toda parte que alcanzaba. Creo que allí tomé dimensión exacta de las ganas que tenía de sentir un hombre y lo alborotadas que estaban mis hormonas.

Me vibraba todo el cuerpo al contacto de sus manos y en ningún momento pensé en pararlo. Me quitó el vestido dejándolo caer, me hizo correr de lugar, lo levantó y lo puso prolijamente sobre la mesa. Volvió a abrazarme, me sacó el corpiño y empezó a besarme los pechos y a chuparme los pezones (yo mientras puteaba por no haberme puesto mi bombachita más linda). Empezó a sacarse la camisa mientras nos besábamos, se sacó rápido los mocasines y el pantalón, puso su ropa en el piso y me acostó sobre ella. Me acarició y besó en la boca, en el cuello, en mis tetas y solo lo dejé hacer y disfrutaba todo. Me saco suavemente la bombacha y el se sacó el boxer.

Yo tenía ganas y vergüenza o temor de mirar y ni sabía que hacer o como moverme. El me abrazó. Me besó y me acarició, sus dedos empezaron a jugar en mi entrepierna mientras yo cerraba los ojos y me entregaba a lo que sea que pase, a lo que sea mientras esto tan lindo no se cortara. Lo sentí bajarse y al rato su lengua me jugaba en mi conchita, mis piernas se abrieron solas para permitirle llegar más cómodo. Era la primera vez que algo que no fueran mis dedos tocaban ahí y no era algo cualquiera, era Julián el que me besaba y lamía. A esa altura podía hacer lo que quisiera conmigo.

Me acariciaba las piernas, subía sus manos para pellizcar mis pezones o me abría la conchita para lamer mi botoncito . Creo que le apreté de más sus rulos de excitada que estaba porque paró un rato, me dio un beso y me dijo “suavecito” para bajar a seguir con sus caricias y sus lamidas. De pronto, sentí un dedo jugando apenas dentro de mí para después ir profundizando su recorrido y al rato estar acompañado por otro más y entre los dos me acariciaban por dentro. Me moría de placer sintiéndolos en mi interior, fui calentándome cada vez más y moviendo sin control mi pelvis acompañando sus caricias, hasta que una corriente eléctrica me atravesó, me hizo tensar toda y gemí y creo que lloré mientras llegaba al paraíso.

Se acostó a mi lado y esperó un rato mientras me besaba suavemente, volvió a abrazarme y llevó una de mis manos a su miembro. Mis dedos, por voluntad propia se cerraron sobre ese palpitante trozo mientras pensaba “¡¡Mi Dios, esto no puede caber dentro mío!!”, pero sin atreverme a decir ni una palabra. Me quitó la mano y me dijo que se iba a poner un forro (yo guarde silencio por no saber ni que decir) y al rato se puso sobre mí mientras que delicadamente me abría las piernas. De pronto, sentí algo duro presionando suavemente contra mi agujerito mientras el se movía acariciándolo con su pija. Yo cerré los ojos y de pronto, con un pequeño dolor (bueno, no tan pequeño) y una cierta incomodidad, sentí que algo había entrado en mí.

De a poco el calor y las ganas le ganaron a todo y mi vagina fue aflojándose para recibirlo todo dentro mio. Julián tuvo la ternura de esperarme paciente hasta que me aflojé y así perdí mi virginidad y sentí por primera vez la delicia de ser penetrada. Se quedó quieto un rato. Yo ni abrí la boca, solo quería que se quede ahí dentro para siempre. Cuando empezó a moverse despacito, un calor y un goce enorme me recorrieron el cuerpo, lo abracé, me pegué a él, cerré los ojos y solo disfruté el encanto del sexo. Fui perdiendo contacto con la realidad, envuelta en una nube de sensaciones y pulsiones y una nueva corriente me hizo abrazarlo y gritar, gemir y jadear al mismo tiempo.

Después, todo mi cuerpo se aflojó. Julián me dio un beso profundo de lengua y yo respondí con ganas (y las fuerzas que me quedaban). Salió dentro de mi y debo haber puesto cara de decepción, porque me hizo un “shh” para callarme, me puso de costado dándole la espalda, se acomodó detrás mío y volvió a penetrarme en cucharita. Mi cara sonrió hasta con las pestañas. En esa posición estuvo saliendo y entrando de mí mientras yo gozaba y disfrutaba esa maravilla.

– “Quedate quietita”, me dijo, al rato.

Sentí que salía dentro mío y un poco después sentí su miembro apoyado en mi culito. La sonrisa se me borró pero no quise ni moverme ni hablar. Sentí que me acariciaba con su miembro mi cola, me ponía saliva y volvía a acariciarla hasta que empecé a sentirlo lindo. Me daba besitos en la espalda, me hablaba despacito diciéndome que me afloje que iba a gozar mucho mientras seguía pasando la punta de su pija por mi cola y me abría las nalgas. Sentí como me ponía saliva y me jugaba con un dedo (que apenas entraba) hasta que se fue haciendo más suave la entrada. Volvió a poner su miembro y a presionar suavemente. De a poco sentía que se aflojaba, pero no terminaba de entrar. Yo no quería hacer nada que lo incomode.

– “Quiero tenerte toda Irene. ¿No querés ser toda mía?”.

Dios que quería, lo recontra deseaba. Pero eso tan duro en mi colita me daba cosa, pero no pensaba moverme ni hablar. Siguió jugando, acariciando, pasándole saliva, empujando despacito con la punta de su miembro, pero mi cerrado culito no cedía. Aunque su paciencia, sus caricias, y mi propia calentura fueron haciendo que sienta más placentera la situación. Y de pronto ¡¡¡Ayyy!! Algo entró en mi cola y me dio un dolor punzante. El grito me salió sin poder evitarlo.

– “Respirá hondo mi cielo”, me dijo Julián. “Entró la cabecita que es lo más difícil. Dejá que se acostumbre”.

De a poco, dejé de sentir la cola ardiendo, el dolor se fue apaciguando hasta casi desaparecer mientras sentía sus breves y suaves movimientos. Y de a poco mi colita se empezó a calentar y yo misma, sin sentirlo, empecé a moverme. Sentía dolorcitos y molestias, para que negarlo, pero las ganas de volver a vivir lo que había sentido al tenerlo dentro eran más fuertes. Me abrazaba, me acariciaba los pezones, me decía al oído “Abrite para mí, sé mi putita, dale esa colita hermosa a tu primo”. Yo me calentaba cada vez más e iba sintiendo como esa barra de carne dura se iba metiendo en mi cola. Quería tenerlo todo dentro, pero era muy grande, sentía que me iba a partir en dos hasta que, en un momento, sentí su estómago contra mí y sus piernas contra mi cola y supe que ya tenía toda su pija dentro. Mi primo esperó a que me acostumbre, mientras me besaba y me decía:

– “Ya me tenés todo en tu colita, preciosa. Ya te abrí el culito para que lo disfrutemos. ¿Sentís?”

¡¡¡Mierda que sentía!!! Todo ese pedazo en mi interior. Lo sentía, sentía a Julián pegado a mi abrazándome y acariciándome y yo toda entregada a él. En el mejor de los mundos me sentía pese al dolor, pese a la incomodidad, pero de a poco fue pasando y empezó a sentirse lindo. Esa pija grandota y dura empezó a moverse en mi colita y otra vez el mundo se fue borrando. Todas las sensaciones que tuve cuando estuvo en mi vagina estaban multiplicadas al sentirlo en mi cola. Yo misma me movía para hacerlo salir y entrar de mi cuerpo.

Me tuvo así un buen rato, gozando mi cola y yo gozándolo a él y cada vez me calentaba más y quería que me coja más fuerte. Creo que se dio cuenta (o se calentó él también) porque empezó a penetrarme con fuerza, se montó sobre mí, me aplastó contra el suelo y me cogió el culo sin cuidado ni delicadeza. Yo volaba de placer, mordí el cuello de su camisa (que era lo que tenía delante de mi boca) y grité o aullé o gemí o no sé que hice mientras por tercera vez me partía un rayo. Cuando reviví, Julián estaba apoyado en sus codos jadeando.

– “Te llené el culito de leche, belleza”, dijo amoroso e inmediatamente tuvo que calmar mi terror, aclarándome que no quedaba embarazada por eso. Ya dije, era ignorante de todo. Me levantó, me dio su boxer para que limpiara la lechita que me caía de la cola y me ayudó a vestirme.

– “Ahora, tomate un buen trago de vino”

– “¿Por qué?” Pregunté sorprendida.

– “Porque tenemos que justificar la tardanza y pienso decirles que esperé un poco que se te pase la curda como para desviar el reto a algo aceptable, ¿entendés?”.

Dije que sí y tomé tres largos tragos de vino. Yo, que no tomo ni gota de alcohol, cuando salimos para volver descubrí que el camino se movía para todos lados. Así, bastante borrachita, llegamos a casa y nos retaron (sobre todo a Julián) por mi curda. Pero tenía razón, eso alejó toda sospecha.

Continuará.

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