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Insomnio, confinamiento y sexo
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El confinamiento me ha pillado sola en casa, soy muy respetuosa con las leyes pero, hay una necesidad en mi… Estoy que me subo por las paredes y lo peor es por las noches, cuando me acuesto normalmente me duermo pero, al cabo de una o dos horas, me despierto y entonces empiezo a dar vueltas en la cama. Cuando llevo un rato así, pienso: “Necesito relajarme”, y saco el vibrador de mi mesita y paso un rato dándome placer.

Me gusta mucho más el sexo en compañía pero el confinamiento es el confinamiento. Paseo mi juguete por mi clítoris una y otra vez, ese maldito vibrador es adictivo.

Cada noche que me lo saco del cajón no bajo de los tres orgasmos, pero al final, en lugar de acabar relajada acabo más excitada y con media hora menos para dormir. De vez en cuando, saco todos los juguetes, en la libertad de mi soledad, empiezo jugando con mi clítoris; después paso a humedecer un plug anal de cristal con mi boca y lo introduzco en mi culo. Cuando este se acomoda y sin dejar de pasear mis dedos por mi sexo, saco el consolador y empiezo a follarme. Los orgasmos vienen casi de seguido, más bien, es como si fuera uno solo que no cesa .Me retuerzo en mi cama, gimo, grito; me convierto en la bestia que llevo dentro y tras un rato retorciéndome como una loba sin lobo; saco de mi cuerpo los juguetes, los lavo y me preparo una taza caliente de leche.

La semana pasada tuve una de esas noches de sacar todos mis juguetes. Como hacía calor había dejado la ventana abierta. Normalmente no me dedico a excitar a mis vecinos, pero cuando me quise dar cuenta, a mitad de sesión, había un chico en una ventana enfrente de la mía. Nunca antes había reparado en él.

Podía ver su cabeza rapada, su rostro, mirándome, su torso, desnudo y musculoso, su brazo derecho, moviéndose rítmicamente y su polla, estrangulada por su mano.

Esto aumentó mi excitación. Me giré para mirarle mejor y poder regalarle un buen plano de mi cuerpo penetrado por mis juguetes. Pude ver como sonreía mientras seguía masturbándose. Tras varios orgasmos y gemidos dedicados al vecino, decidí terminar con la sesión. Esta vez me había gustado más que otras.

Al día siguiente, no podía dejar de pensar en aquel desconocido. Tal vez había sido un poco loco por mi parte saltarme todos los pasos y dejarle disfrutar de mi intimidad; pero, en realidad estaba deseando que llegara la noche para repetir.

Cuando llegó la noche, me duché y me puse mi lencería favorita. Abrí las cortinas y me tumbé en la cama. Empecé a jugar con mis dedos, paseando por todo mi cuerpo, despacio, sintiendo como mi vello se erizaba en cada centímetro de piel. De vez en cuando, miraba por la ventana, pero no le veía. No obstante, ya me había encendido así que decidí seguir; solo sería una noche más en solitario. Pero me costaba concentrarme, una y otra vez me preguntaba por qué no estaba ahí para jugar conmigo. Finalmente, puse un relato erótico en el móvil y disfruté en solitario, esta vez sin miradas.

Al día siguiente me tocaba salir a hacer compra. Al volver, revisé el buzón. Había una nota:

“Hola, Lola,

He disfrutado mucho esta noche.

Si quieres que juguemos más

este es mi Instagram

Besos,

Pablo.”

Yo pensando que ya no quería verme y lo que quería era follarme.

Subí la compra, dejé las bolsas en el suelo de la cocina y lo busqué en Instagram.

El chico lucía muy bien en todas las fotos: guapo, hombros fuertes, ojos verdes… Yo llevaba 40 días sin ver carne; me valía casi cualquier cosa y Pablo era mucho más que cualquier cosa.

A mitad de inspección empecé a sentirme caliente y sin dudarlo, me fui a la cama y me recreé acariciándome con una mano mientras con la otra iba deslizando las fotos de Pablo en mi móvil. Terminé y me quedé unos minutos en la cama exhausta.

Una vez decidí moverme, me fui a por el móvil de nuevo y le di a “Seguir”. Como por arte de magia, en menos de un minuto, empezó a seguirme él también y empezamos a chatear.

El chico parecía majo. Me contó lo mucho que se excitó al oírme; como disfrutó al verme y cuanto había fantaseado con tocarme. Yo estaba echando humo otra vez. No quería meter a un desconocido en mi casa en plena pandemia pero…, tampoco quería seguir subiéndome por las paredes.

Las puertas del cielo y las de mi casa se abrieron cuando me dijo que llevaba 40 días encerrado sin ver a nadie. Yo pensé que, en ese caso, dos personas sanas que se juntan, no es un ejemplo, pero tampoco podíamos hacer daño a nadie. Así que decidí bajar la guardia.

Me propuso venir a mi casa esa noche a ver una peli juntos. Con una sonrisa llena de deseo y con mis dedos en llamas respondí:

-Solo si te curras la cena.

Cocinar no es lo mío y no quería regalarme. Prefería venderme por un plato de comida caliente.

Tras interesarse por mis gustos culinarios, decidimos que vendría a las 8 de la tarde con la cena.

Mi cabeza y mi coño echaban humo, me recreé en una sesión de belleza; lo preparé todo y enseguida llegó la hora.

Abrí la puerta llevando una camiseta de chico que no llegaba a tapar del todo mi culo. Le invité a pasar y caminé por el pasillo delante de él para lucirme. Había decidido dejarme la melena suelta, me había maquillado un poco y me había perfumado otro poco. Sabía que no tenía que seducirle, que ya le tenía en mi red de araña listo para devorar; pero me apetecía arreglarme y jugar a provocar.

El juego de la provocación duró poco. Tan pronto soltó las bolsas que traía con la cena me acerqué a él, le sequé el sudor de su frente. El pobre estaba nervioso, ya se había dado cuenta que realmente mi cena era él.

Mientras le secaba el sudor, miré hacia abajo y encontré que en su pantalón había algo apuntando. Mi plan era cenar primero pero, no pude evitar mirarle a sus ojos verdes y con mi sonrisa de niña buena paseé mi dedo desde su hombro hasta su pecho, hasta su abdomen y después, hacia ese bulto gigante que me había hecho humedecer de nuevo. El chico seguía tan nervioso como empalmado.

Reaccionó posando sus manos en mi cadera, me di media vuelta dándole una visión completa de mi trasero; levanté sutilmente mi camiseta y retrocedí hasta sentir aquel bulto presionando mi culo. En ese momento, Pablo se desató; echó una de sus manos sobre la parte baja de mi vientre y la otra sobre mis pechos. Giré el cuello y encontré su boca.

Empezamos a besarnos, nuestras lenguas jugaban mientras sus brazos me apretaban contra él. Sentía su polla a pesar del pantalón. Me zafé y dirigí mis manos a la hebilla de su pantalón, estaba deseando ver mi verdadera cena. La liberé de la presión de la ropa y sonreí al ver que el chico estaba muy bien dotado. Agarré su polla con mi mano y tiré de él, como quien tira de la correa de un perro, hasta mi dormitorio.

Una vez allí, lo empujé sobre la cama y lamí su miembro de abajo a arriba; tras 40 días sin probar la carne, el pecado sabía a delicia. Gimió y yo subí, besando su torso, paseando mi lengua por sus pezones; jugué con su cuello, gemí en sus oídos. Pablo se preparó para metérmela puesto que yo estaba abierta de piernas sobre él. Yo sujeté su cabeza con mis dos manos y seguí gateando hasta acabar con mi coño sobre su cara.

El chico se volvió loco, empezó a mover la lengua mientras una de sus manos acariciaba mis pechos. Me estaba encantando. Agarré su cabeza y la apreté contra mí. Yo estaba muy sensible, llevaba días cachonda, así que fue cuestión de pocos minutos que mi clítoris empezase a palpitar. Un escalofrío recorrió mi cuerpo desde el cóccix en todas direcciones; mi cadera empezó a temblar mientras mis gemidos llenaban la habitación: mi primer orgasmo no solitario en 40 días.

Miré hacia abajo, hacia sus ojos verdes, le sonreí y él me devolvió la sonrisa. Me había leído el pensamiento, ahora me toca a mí comerte. Volví a gatear, esta vez marcha atrás mordisqueando su cuello, lamiendo sus pezones, besando su torso hasta llegar a aquel miembro erecto. Dejé una de sus piernas entre las mías, mientras jugaba con mi lengua por su glande, restregaba mi rajita húmeda por su pierna como perra en celo. Mi excitación estaba a tope y aquella polla era como un regalo del cielo, llegaba desde mi barbilla hasta mi frente.

Cuando me la metí en la boca, traté de meterla entera, de llegar con mis labios hasta la base Hice varios intentos, sentía como atravesaba mi boca de principio a fin y más allá; él gemía de gusto, yo también. Jugué y jugué con aquella pija enorme en mi boca, le miraba a los ojos, su rostro expresaba una sonrisa picarona mezclada con placer, mucho placer…

Gateé un poco hacia adelante y coloqué su polla entre mis tetas, subía y bajaba, sus gemidos fueron en aumento. Estaba claro que a Pablo le encantaban mis pechos así que, decidí ser complaciente y de pronto, Pablo se impuso con una mano y consiguió dar la vuelta dejándome tumbada boca arriba en la cama, él sobre mi y manteniendo su polla entre mis pechos.

Agarró uno con cada mano, presionando ambos hacia el centro, me miraba con la cara que un animal devora a su presa, bailaba sobre mí moviendo su pelvis hacia delante y hacia atrás, con fuerza. Las venas de su cara se hinchan, las de su polla ya lo estaban desde hacía rato. Tan pronto empezó a gemir, hizo un movimiento rápido y metió su polla en mi boca; una vez ahí empezó a regar mi lengua con su leche. Mi cuerpo se estremecía con cada uno de sus gemidos, sentir el palpitar de su polla en mi boca, cómo su cuerpo se tensaba entero sobre mí, su espalda se arqueaba y gemía con más fuerza.

Cuando sacó su polla de mi boca, le volví a sonreír, limpié una gotita de aquella rica leche de mi labio con mi dedo y lo metí en mi boca. Él con su sonrisa de niño perverso, fue a su pantalón, sacó un preservativo y se lo puso. Después, se situó entre mis piernas, las levantó hasta poner mis pequeños pies en su pecho y me penetró, yo creía que ya habíamos terminado, pero a Pablo le quedaba marcha para rato.

Me fue follando lentamente, entrando y saliendo de mí, disfrutando cada penetración. Yo sentía mi coño muy húmedo y su polla muy grande. Mis manos fueron a mis pezones, sentía un placer absoluto. Sin entender por qué, de repente me giró, me dejó boca abajo con las piernas estiradas y metiendo su polla entre mis piernas llegó a mi coño, uno de sus dedos se perdió en mi ano, mientras su otra mano tiraba de mi coleta rubia.

-Me encanta tu culo.

Dijo mientras seguía penetrándome con su polla y su dedo a la vez. Sus embestidas eran cada vez más salvajes, más fuertes, aquella polla parecía ser incombustible. Sentí cómo la punta de su pija alcanzaba mi punto G; gemí, cerré mis puños agarrando las sábanas con todas mis fuerzas. Volví a estremecerme, volvió el escalofrío, mi cuerpo entero temblaba.

-Sí, córrete, córrete conmigo.

Esa frase de Pablo era lo único que me faltaba para alcanzar el éxtasis. Mis gemidos dejaron de ser discretos para convertirse en auténticos aullidos. Sus embestidas se unieron a sus gritos. Agarraba mi cintura con sus manos, clavando sus dedos. Me embestía hincando su miembro hasta lo más profundo de mí, así hasta que un último gemido ahogado y simultáneo acabó con su cuerpo cayendo sobre el mío, con su polla aún erecta dentro de mí.

Ahora podía sentir los latidos de su pecho sobre mi espalda, mis piernas fueron destensando y sentí esa paz que se siente tras un buen polvo después de 40 días.

Tras aquello, nos quedamos en la cama, olvidamos la cena y ambos dormimos como marmotas.

Desde ese día, viene a mi casa una vez por semana para convertirse en mi cena.

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