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Tiempo de lectura: 8 minutos

Recuerdo su tacto. Suave, firme, recorriendo mi cuerpo. Desde los pies hasta la cabeza. Sus manos no dejaban de moverse sobre mi piel, primero una pierna, luego la otra. Lo sentía subir desde mi pie a mi muslo, casi tocando mi ingle. Y yo con el deseo de que fuera más para arriba. Pero me hacía sufrir. Cuando mis amigas me recomendaron ir con él me dijeron que tenía unas manos maravillosas, que todas habían salido felices y relajadas con él. Fui un poco apenada pero curiosa, me habían dado masajes en otras ocasiones, pero siempre habían sido mujeres.

Al llegar encontré un lugar pulcro, con detalles de madera, plantas, y un olor a cítricos en el ambiente. Él me recibió, no era un hombre guapo, pero si muy seguro. Su sonrisa me inspiro confianza. Le expliqué que quería un masaje que me relajara porque me dolía la espalda desde hacía unos días. Él me explicó el masaje que me recomendaba. Me dijo que yo estaría desnuda, apenas cubierta con una tanga desechable.

Mi corazón latió más rápido al escuchar esto. al menos invítame un café -pensé- ¿cómo que me vas a ver desnuda?, ni que estuvieras tan bueno.

Él continuo con su explicación y a pesar de la pena que empezaba a sentir, acepté. Total, mis amigas ya habían pasado por esto y me lo recomendaban. No será tan malo -pensé- total, basta con que nunca en la vida lo vuelva a ver.

Me pidió que me quitara la ropa, me pusiera la tanga blanca que dejaba sobre la camilla y me acostara boca abajo en la camilla. El lugar era agradable, todas las paredes pintadas de blanco y verde, todo a mi alrededor indicaba orden y limpieza. El ambiente olía delicioso, las sábanas eran blancas, delgadas y olían a limpio. Él se salió mientras yo me desnudaba y me acostaba en la camilla.

Cuando estaba completamente desnuda y a punto de ponerme la tanga, un pensamiento invadió mi mente ¿Y si me quedaba desnuda? ¿Cómo me sentiría al estar expuesta ante un desconocido? Estos pensamientos lograron por si solos acelerar mi corazón, sentí como la cara se me ponía roja y mi respiración se cortaba de repente. De manera impulsiva bote la tanga y me acosté completamente desnuda en la camilla, apenas cubierta por una delgada sabana.

Él entró a la habitación, puso una toalla enorme sobre mí cuerpo y se dispuso a iniciar su masaje. Descubrió mis hombros y mi espalda. Cuando bajó la sabana debió de darse cuenta que no tenía la tanga puesta. Creo que a propósito bajo de más la sabana y la dejó a la mitad de mis nalgas. Ese solo pensamiento me volvió a acelerar el corazón. Él me estaba viendo las nalgas desnudas de manera descarada, y yo sin poder ver su cara.

Tardó varios segundos en seguir. Por fin lo escuché frotar su manos y empezó a untarme el aceite desde los hombros hasta la cintura, justo adonde se levantan mis nalgas, él llegaba con su manos. En eso momento yo pensaba- ¿Qué será lo que él haga a continuación? ¿Se atreverá a más? Casi deseaba que se atreviera a hacer más, a llegar más allá. Todos mis sentidos estaban alerta. Tenía su cuerpo tan cerca que percibía el olor de su ropa. Todo en él inspiraba pulcritud.

Sus manos calientes recorrían mi espalda con lentitud, en un vaivén suave, rítmico, se sentían tersas y firmes al mismo tiempo. Una música con sonidos de la naturaleza sonaba de fondo. Yo sentía sus dedos llegar al inicio de mis nalgas y casi deseaba poder decirle que se siguiera. No sé si lo dije, pero de repente el llevó su manos hasta mis nalgas, descaradamente llegó a la cima y bajo por mis caderas a la camilla. Lo repitió en varias ocasiones, con cada toque mi corazón respingaba y mi piel se hacía de gallina. Me relajé y decidí gozar -total, basta con que no regrese en otra ocasión- me decía a mí misma.

Él cambio de posición y se fue hacia mis pies. Me desilusione un poco, pero pronto me olvide de ese sentimiento, el comenzó a apretar mis pies de una forma suave, pero a la vez profunda. Cambiaba constantemente la presión de sus manos.

Dejó mis pies, y pasó a una de mis piernas, embarró el aceite calentado en sus manos por toda mi pierna, nuevamente hasta la base de mi nalga, sus dedos casi tocaban mi ingle. Sentía su mirada entre mis piernas. Él había abierto mis piernas después de colocar la sabana completa sobre la pierna contraria, sentía descubierto todo mi cuerpo. Mientras el subía desde mi talón a mi nalga, relajando mis músculos, mi respiración se hacía más profunda, el calor invadía mi cuerpo, sentía sus manos apretar y soltar mi pierna, acariciarla hasta casi tocar mi vulva.

En un movimiento casi involuntario abrí más mis piernas, botando con esto la sabana y la toalla que apenas me cubrían. El corrió a levantarlas para colocarlas de nuevo. Con voz ronca y entre cortada, apenas audible, le dije que lo dejará, que estaba mejor así. Él regresó a mi muslo, y ahora sus manos embarraban aceite también en mi nalga, y entre mis nalgas. Había entendido mi mensaje. Sus dedos entraban entre mis nalgas, bajaban hacia mi pubis, acariciando todo a su paso.

Dejó esa pierna y repitió lo mismo en la otra. Mi piel hervía, sentía un calor intenso. Sus manos se paseaban abiertamente por mi espalda, por mis piernas, abrían mis nalgas. Empecé a sentir como acariciaba mis labios vaginales, era un toque apenas perceptible, pero suficiente para hacer que levantará mis caderas, dándole acceso pleno a mi pubis. Estaba fuera de mí, jamás me había imaginado poder hacer eso.

Me pidió que me volteara, y en seguida me coloque boca arriba, mis senos se sentían hinchados, mis pezones erectos, estaba muy excitada. Una vez boca arriba, yo misma abrí mis piernas, quería que siguiera tocándome. Pero él tenía otra idea, bajo de nuevo a mis pies. Trabajo los dos por un momento y luego paso de nuevo a mis piernas. Suavemente subía por mi pierna, mi muslo y tocaba abiertamente mis labios vaginales con sus dedos. Mis líquidos escurrían ya por entre mis nalgas. -Dios, ¿cómo es que me excita tanto- pensaba.

Repitió la misma operación con mi otra pierna. Subió sus manos por mi pubis pero no se quedó ahí, se siguió a mi abdomen, hasta llegar a mi senos. Por fin pude sentir sus manos en mi senos, empezó acariciando alrededor, como pesándolos. Los rodeaba con sus manos, y con la palma de la mano rozaba apenas mis pezones. Se dedicó a uno de mis senos. Suavemente lo apretó, incrementando la presión. Sus manos resbalaban por el aceite y terminaban presionando mi pezón, repitió esto en varias ocasiones. Yo ya había dejado de estar en mi cuerpo. Mi cuerpo se movía con voluntad propia.

Masajeaba mis pechos, pasando de uno a otro, apretaba mis pezones. Mi mano estaba agarrando la camilla cuando sentí la dureza de su pene arriba de ella. El mantenía su ropa puesta, pero sentía su miembro caliente a través de la delgada tela de su pantalón, él se retiró al sentir el movimiento de mi mano, sin embargo, lo sujete del pantalón y lo jale hacia mí.

Sin dejar de sentir sus dedos apretando mis pezones, mi mano atrapó su pene, lo apretaba, lo soltaba, todo por encima de la ropa. Él bajó las manos hacia mi pubis. Lo solté, expectante, él tomó el aceite y con lentitud puso un chorrito de aceite sobre mi pubis. Sentía el frio del aceite contrastar con lo caliente de mi piel. Sentía como se deslizaba hacia abajo, corriendo por entre mis labios y escurriendo por entre mis nalgas.

Con dedos suaves, esparció el aceite por mi pubis, fue cuando agradecí por la depilación permanente. Deslizó su dedos por mis ingles, suavemente subía y bajaba de ambos lados, cada vez acercándolos más a mis labios, hasta que tomó uno de mis labios mayores entre su dedos. Sentí como lo jalaba, como deslizaba sus dedos de arriba hacia abajo y viceversa. Constantemente cambiaba de labio, mientras su mano libre se paseaba por mis senos, mi abdomen, me abrazaba por la cadera, en fin, parecía un pulpo. Mi cuerpo estaba lleno de sensaciones, no quería pensar en nada, solo en sentir.

Paseaba sus dedos embarrados de aceite desde mi ano hasta mi clítoris. Cada que pasaba por mi vagina daba un pequeño círculo alrededor de la entrada y seguía de frente. Puso un poco más de aceite sobre mi clítoris y lo comenzó a jugar con sus dedos, como si se tratara de un pequeño pene, subía y bajaba por él. Esto lo hacía mientras mis caderas se retorcían y subían sin control alguno. Mis ojos permanecían cerrados, disfrutando cada toque. Mi cuerpo retorciéndose ante tal destreza en sus dedos.

Sin dejar de acariciar mi cuerpo penetro mi vagina con un dedo. Fue algo suave, casi sublime. Despacio, con firmeza, la yema de su dedo hacia pequeños círculos en las paredes de mi vagina, Lentamente recorrió cada cm. posible en mi vagina antes de introducir otro dedo y repetir ahora con los dos dedos la misma operación. Nunca había sentido eso. Era un masaje a mi vagina.

Uno de sus dedos se dobló dentro de mí y sentí como tocaba una zona muy sensible dentro de mí, una corriente eléctrica recorrió mi cuerpo y mi cadera se levantó hacia el cielo. Mi cuerpo parecía poseído, y no dejaba de suspirar y gemir. Tenía ganas de detenerlo, eran demasiadas sensaciones. Sin embargo, la hipnosis a la que estaba sometida era mayor.

Sus dedos por un lado presionando mis pezones y por otro presionando mi punto G. No había forma de detenerme a pensar nada, eran oleadas de calor que subían desde mi vagina hasta mi cabeza. Mis piernas se apretaban contra su mano, mis manos se aferraban a las sábanas. Mi respiración era inexistente. No pude soportar más el ataque y culminé con un orgasmo que levantó mis caderas de la camilla. Apoyada prácticamente en ella con talones y cabeza, dejando en el aire el resto de mi cuerpo. Cuando pude recuperar el aliento el seguía con sus dedos en mi interior, quietos, completamente inmóviles. No sé cuánto tiempo había pasado, pero mis flujos corrían aun por entre mis nalgas hacia la sabana.

Abrí mis ojos y me encontré con los suyos, tenía una sonrisa en el rostro. Sus ojos eran amables, cálidos. Movió sus dedos dentro de mi vagina y con la mirada me preguntó si estaba lista, o si quería más, no sé, pero yo dije que sí y el incrementó el movimiento. Unos instantes después cambió su posición, sacando los dedos de mi vagina, jaló mi cuerpo hacia los pies de la camilla y subiendo mis rodillas al aire dejó expuesto mi sexo.

Acercó su cara y lentamente olfateo la zona, empezó a besar mis muslos en la parte interna, mi pubis, mis inglés, hasta que por fin plantó un beso sobre mi clítoris. Saco su lengua y pude sentir lo frio de su saliva contrastando con el calor de mi zona púbica. Su lengua se paseaba por el interior de mis labios, se metía en mi vagina y subía hacia mi clítoris, ahí lo rodeaba, sus labios lo chupaban. Era una vorágine, mi cadera no podía quedarse quieta.

Mi cuerpo temblaba, mis manos sujetaban su cabeza, hundiendo su cara en mi sexo, si eso era posible. Sentía su aliento llegar a mi vagina, algo fluía por entre mis nalgas y el de vez en vez lo recogía con su lengua pasando por mi ano. Que delicia, ahora que cuento esto vuelvo a estar tan mojada como ese día.

Volvió a meter sus dedos en mi vagina y repitió sus movimientos sobre mi punto G, mientras su lengua rodeaba mi clítoris, su mano libre apretaba mis pechos mientras mis piernas apretaban su cabeza. Sentí mi cuerpo tensarse, mi pelvis se movía sin cesar y mis líquidos se desbordaban mientras mi respiración se cortaba. Sentía como flotaba por la habitación, todo daba vueltas y todo era borroso. Cerré mis ojos para llegar al más poderoso orgasmos sentido por mi hasta ese momento.

Perdí el sentido por unos instantes. Cuando volví en mí, el seguía con la boca pegada a mi vulva, la besaba como si se tratará de mi boca. Cuando se incorporó estaba completamente desnudo y tenía un condón puesto. Se acercó a mí y lentamente me penetró. Su mirada no se apartaba de mis ojos. Mi respiración se cortó nuevamente al sentirlo dentro de mí.

Permaneció sin moverse por unos segundos. Yo sentía como mi vagina se cerraba y se abría apretando al intruso, dándole la bienvenida. Nuestras miradas se cruzaban sin desviarse. Como adivinando lo que pensábamos. El inicio con un ligero movimiento. Entraba y salía lentamente, casi desesperante. Yo subí mi cadera pidiendo más, y él me detuvo, solo un “shhh” salió de sus labios.

Sus manos se posaron en mi cadera y tiernamente la bajó hacia la camilla. Su movimiento era tranquilo, relajado. Sus manos no dejaban de recorrer mi cuerpo, las sentía en mis senos, en mis piernas, mi abdomen, nuevamente en mis senos, apretando mis pezones. Subió mis piernas, colocó mis pies en su pecho y esto hizo que sintiera su pene topar contra el fondo de mi vagina. El paseaba su pene por toda mi vagina. Me estaba retorciendo de placer una vez más. Mis ojos cerrados lograban que el placer fuera aún más intenso.

Metió el dedo gordo de mi pie en su boca y comenzó a chuparlo, lo succionaba, lo mordía, cambio constantemente de dedos, todos mis dedos recibieron ese tratamiento mientras mis gemidos inundaban el lugar y opacaban la música de fondo. Cada que yo quería acelerar el movimiento él me detenía. En algún momento cuando más desesperada estaba, sus dedos fueron a mi clítoris y lo acariciaron, este simple movimiento desencadenó un nuevo orgasmo. Todo se borró, me sentía flotar, no podía respirar, la sensación parecía interminable, mis músculos se tensaron, mis caderas buscaron subir, pero él lo impidió. MI cuerpo convulsionaba, sentí un mareo y pensé que me desmayaría.

De mi vagina brotaba un río de flujos que escurrían por entre mis nalgas. Él se salió de mí, y gentilmente me coloco de lado en la camilla. Yo me encogí pegando mis rodillas el pecho y me quedé dormida.

Cuando desperté él estaba acariciando mi pelo. Me veía con ternura, y estaba completamente vestido. Tan pulcro como al principio. Me dijo –espero que haya disfrutado su masaje.

¡O sea, me acababa de pegar la mejor cogida de mi vida!, y me sale con que ¿si disfruté mi masaje? -Claro que lo disfruté, ya quiero agendar otra cita-. Claro eso solo lo pensé. Me ruboricé y le dije -me encantó, gracias.

Me ayudó a levantarme y se salió para que me vistiera. Mis piernas temblaban. Tarde mucho en vestirme, tanto que entró nuevamente para ver si estaba bien. Le dije que sí, solo que me sentía muy cansada. Se ofreció a ayudarme y lo dejé ponerme los pantalones. Aprovecho para acercar su cara a mi pubis y oler profundamente. No lo podía creer me estaba excitando de nuevo. Me ruboricé y terminé de subir mis pantalones.

Nunca había pasado algo así en mi vida y me sentía confundida. Quería salir corriendo de ahí. Sin embargo, mi cuerpo pensaba hacer otra cosa. Cuando terminó de abrochar mi blusa, se acercó a mí y plantó un beso en mi cuello. Yo lo abrace y busque su boca, era lo menos que se merecía. Nuestras lenguas jugaban entre si y en mi vientre sentí como su pene se ponía duro de nuevo. Me despegue de él sorprendida.

Amiga, en serio, no puedo aún creer que me haya hecho lo que me hizo, y que yo me haya dejado. No sé si fueron sus manos, su olor, su tacto, su calor, o todo junto. Ningún hombre me había tocado ni me había hecho sentir lo que él me hizo sentir en apenas 2 horas.

Tengo algo más que confesarte. Eso ocurrió hace dos semanas. Salí de ahí pensando que jamás regresaría. Sin embargo, me sorprendí a mí misma haciendo cita con él para tres días después, y de ahí lo he visto 2 veces más en su spa y 3 veces en mi casa. Ya no me cobra y me toma de una manera diferente cada vez. Sin embargo, esa primera vez, será inolvidable.

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2 COMENTARIOS

  1. Hola, excelente relato, muy excitante. Tienes una forma narrar muy fluido y detallado que incita a imaginar desde erotismo, describes cada detalle, que relata que si lo viviste, que disfrutaste con todos los sentidos de tu cuerpo. No fue necesario el contacto físico de las partes intimas para vivir el placer, pero viviste un placer cósmico. Mientras las manos del masajeador recorría el universo de tu cuerpo, tu mente viajaba en las galaxias de placer infinito. Felicidades y gracias por compartir un momento de tu vida.

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