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Inmóviles los dos
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Tiempo de lectura: 4 minutos

Esta es otra noche como tantas en la que nuestros cuerpos desnudos se encuentran enredados sobre las sábanas, después de un día de desearnos, de roces y toques, de besos furtivos, palabras provocadoras y lujuria in crescendo que finalmente es liberada.

Entonces al probar tus labios desciendo por tu cuello, tus hombros, tus pechos. Tú subes los brazos por encima de tu cabeza en esa forma que sueles hacerlo cuando quieres que te complazca, una especie de señal entre nosotros que pretendo atender sin vacilar.

Continúo hacia el sur con mis labios sobre tu torso, con mi lengua que prueba tu vientre y aún más abajo donde se separan tus piernas para darme espacio para dedicarme a catar tu sexo. Mis manos rezagadas aún acarician tus pechos, caricias que se convierten en suaves pellizcos de tus pezones. El perfume de tu deseo me llena de éxtasis y atiendo la necesidad urgente de hundirme en ti, para probar por completo vulva, para contenerla en mi boca y no dejar rincón sin visitar con mi lengua. Te inclinas, retuerces de a poco y emites unos profundos suspiros cuando doy con el punto justo, entonces allí me detengo y le doy más atención, más intensidad, subiendo el ritmo hasta que mi saliva se entremezcla con tu delicioso néctar y se desliza por tu perineo. Es entonces cuando la excitación dispara tu deseo, cuando percibes hacia donde se dirige tal humedad y lo necesitas, es así como me apartas para pedirme más.

Te pones en posición, tus codos apoyados, tu mejilla sobre la cama, tus piernas levemente separadas con tus nalgas elevadas y la mirada que me das sobre tu hombro, con el cabello desordenado sobre tu rostro y una expresión de deseo que me dice todo lo que necesito saber, donde dejas claro tus deseos. Pero aun así quiero escucharte pedirlo, quiero que las palabras salgan de tus labios, lo sabes bien así que no dudas en dejarte llevar por la intensa excitación y me lo dice claramente.

—Métemela por el culo.

Mi erección se reafirma al escucharte, me encanta escuchar tu voz jadeante por la calentura rogar que cruce límites que sólo cruzamos cuando el éxtasis es intenso. Y te obedezco sin vacilar.

Mi miembro halla su posición, puedes sentir un contacto que presiona sólo apenas para mantenerse allí. No empujo aún, espero a que estés lista y dejo en tu control la intensidad de la acción.

Sientes ese pequeño miedo que siempre te ataca en este instante, pero la necesidad y la lujuria de sentirme dentro tuyo es más poderosa. Cierras los ojos, aspiras profundo, luego, con una lenta y prolongada exhalación te relajas para dejarme entrar. Me invitas cómo si me llevaras de la mano al interior de la habitación más íntima de tu hogar, el lugar de sentir una embestida que se abre paso a la fuerza, mi falo erecto es absorbido hacia ti. Se desliza siendo abrazado en una sensación sin igual, presionado y estimulado en cada célula de la piel, avanzando milímetro a milímetro con calma, sin apuro pero con constancia y firmeza.

Tú te retuerces con delicadeza al disfrutar cómo entro por completo en ti, cómo tu cuerpo se adapta dejando atrás cualquier atisbo de dolor para convertirlo en puro placer. En cada instante te percibes llena por completo, pero sólo descubres que aún hay más y el éxtasis se multiplica instante a instante.

El aire de tu prolongado suspiro se acaba en un apenas audible gemido al mismo momento que mi pelvis toca tu cuerpo, allí cuando logro estar por completo en tu interior, llenando con mi sexo tu lugar más privado. Durante un par de segundos estás sin aire, te enfocas al cien por ciento en la penetración, cómo si el tiempo avanzara en cámara lenta cuando la última partícula de oxígeno abandona tus pulmones.

—Hmmmm… —es todo lo que puedo decir para expresar el placer que siento al alcanzar el fondo de ti.

Tomas aire con fuerza, regresas el tiempo a su curso natural y en medio de un gemido, o un jadeo, un sonido de placer que escapa de ti me dices…

—No te muevas.

Me inclino levemente sobre ti para acariciar el lateral de tu torso, me apoyo con la otra mano sobre el colchón y como me lo pediste me quedo inmóvil. Tú te pones cómoda para llevar una de tus manos a tu vulva y comenzar suavemente a estimularte con tus dedos.

A primera vista inmóviles los dos, pero es así cómo nos gusta, sentir al máximo cada pequeña variación, cada contracción, cada minúsculo espasmo que nos estimula mientras me encuentro por completo dentro de ti. Sólo tus dedos y mi mano acariciándote parecen moverse, pero nosotros podemos sentir todo, cada detalle de una experiencia sumamente satisfactoria y excitante.

Tu respiración se acentúa progresivamente, puedo percibir las réplicas de tu tacto cuando rozas el punto exacto de tu clítoris haciendo que tu culo se contraiga alrededor de mi miembro, lo presiona, lo atrapa, lo constriñe, provoca que palpite para agrandarse, endurecerse, temblar…

Gemidos se escapan del interior de ambos, cuando las reacciones instintivas de nuestros cuerpos se sintonizan en un ciclo virtuoso de éxtasis, cuando nuestras zonas erógenas actúan en armonía y la excitación se construye más y más alto. Puedo notar el aumento de la calentura cuando aumentas el ritmo en que te tocas y en consecuencia haces vibrar la cama generando una secuencia de diminutos movimientos que irradian a través de nosotros para convertirse en auténtico placer.

Puedes sentir dentro cómo el éxtasis es inminente, con mi semen presionando cada vez con más poder mientras me pide salir, mis caderas empujando aunque no haya más sitio donde ir, tu coño como una presa a punto de colapsar.

Lo sientes… está a punto de llegar… no puedes contenerlo más… deseas que ambos explotemos ahora mismo… entonces justo en el momento que vas a dejarlo, dominada por la excitación, apenas pudiendo pronunciar las palabras me lo ruegas…

—¡YA! … ¡Córrete!

Tus palabras resuenan en mi cómo un detonador que hace que explote al instante. Te cojo de la cadera, te presiono contra mí para que mi polla dispare una y otra vez en tu interior, acompañada de fuertes espasmos que son cómo leña que aviva el fuego de tu orgasmo.

Gimes y gritas hasta que la voz se te apaga, hasta que liberas la última porción de aire al aferrarte con potencia a las sábanas y arrancarlas del colchón. Muerdo entonces tu hombro al liberar lo último que tengo para ti, dejando así salir toda mi leche en tu interior.

Y así nos quedamos inmóviles los dos hasta que el placer se disipa, hasta que pierdo la dureza y me expulsas de ti, pero aún me quedo recostado sobre ti mientras tu culo se vacía de mi semen sobre las sábanas y nosotros… nosotros sólo tratamos de recuperar el aliento.

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