7. Buenas razones.
— ¿Y entonces después de todo, ahora vienes a restregármelo en la cara? —La enfrento aparentando tener confianza pero por ahora carezco de ella, pues estoy muy nervioso y obviamente arrepentido por lo sucedido. Mariana incluso da un paso hacia atrás, ya que con seguridad he colocado mi pose de pitufo gruñón, cruzado de brazos y ceño fruncido, espantándola. No es mi intención pero es lo que mi conciencia me dicta.
—No mi cielo, en serio que no vine a eso. ¡Para nada! —Le hablo con cariño y extrema delicadeza, –pretendiendo reconducir la situación– pues me da la impresión que de no hacerlo así, se me puede ir de las manos he intento tranquilizarlo. Camilo descruza sus brazos y termina de beber el poco aguardiente que estaba en el fondo de su copa.
—Digamos que no te vine a ver con la mentalidad de juzgarte ni a requerir de ti, más explicaciones. Lo asumo porque yo me lo busqué, cuando se lo propuse a ella a tus espaldas. Lo de Iryna, sinceramente si me sorprendió, pero ella al confesármelo, se mostró conmigo muy arrepentida, aunque para ser sincera, yo pienso que llevaba un tiempo obsesionada contigo. Eso fue el día que se enteró que había decidido venir a buscarte y le pudo el remordimiento. —Camilo despliega su brazo y extiende frente a mí el vacío recipiente.
— ¿Y quién se lo dijo a ella? –Le pregunto a Mariana.
— ¿Qué? ¿Lo del viaje? —Me responde de inmediato sin mirarme.
Se sirve primero y luego cae en cuenta de que mi mano aún la tengo estirada y me mira con ese par de cielos azules bien abiertos, para luego achinarlos, arrugar su nariz y poner esa carita de niña consentida que tanto me derrite, adornándola con su perfecta sonrisa, alza los hombros para luego bajarlos y por fin deja caer con suma precisión, el chorro de aguardiente en mi copa.
—Fue Natasha. Pero no quiero saber nada más, salvo que tú… ¿Me lo hubieras confesado? —Camilo ladea su cabeza y de nuevo se da la vuelta, para mirar hacia la piscina, –bajo el marco de la puerta de madera– por algo que le ha llamado la atención.
— ¡Hey, Johann!… Ah, ah. —Le pego un grito, moviendo mi dedo índice de izquierda a derecha en el aire, para hacerle saber que lo he visto y así evitar que siga con su espectáculo.
Siento como Mariana se me acerca por detrás, pegándose a mi costado y curiosa asoma su cabeza. Para disminuir el impacto del sol al salir del oscurecido interior de la cabaña y usa su mano derecha como visera, observando al horizonte. Intenta averiguar de qué se ha perdido pero la acción ya la he interrumpido, y los dos alemanes van tomados de la mano hacia el interior de la casa, con las toallas atadas a la cintura. Entonces me toma del antebrazo y me pregunta…
— ¿Qué pasó? —Yo levanto los hombros y me dispongo a aclararle la película.
—Pues que… «Bueno es cilantro pero no tanto». Estos dos que se estaban empezando a calentar demasiado y me di cuenta de que Johann, se la estaba chupando a Nikolaus.
— ¿Es en serio? — Dice Mariana sorprendida. Lleva una mano a su boca entreabierta y endereza la espalda. Entonces levanto los hombros, tuerzo la boca y le expongo mi punto de vista.
—Pues sí. Y una cosa es permitir que se doren como pollos en asadero, las nalgas y las pelotas, pero otra muy distinta es aceptar que sus demostraciones de afecto sean tan subidas de tono.
— ¿Te imaginas donde los hubiese llegado a pillar Kayra? Esa mujer es capaz de agarrarles por las vergas y hasta de cortarles los testículos con su cortaúñas. —Finalizo mi comentario y me dirijo hacia el interior de la cabaña, dejando a Mariana allí, pensativa.
—Disculpa. ¿Qué me decías? —De nuevo pregunto pues no le presté demasiada atención. No me responde y entonces observo como Mariana sigue en la puerta, riéndose a carcajadas. ¡De seguro que se debe estar imaginando la escena!
—… ¿Melissa? —Al pronunciar su nombre, ella me mira y de a poco deja de reír. Levanta su brazo derecho, extendiéndolo hacia mí, solicitándome un momento para respirar y poder hablar.
— ¡Olvídalo, olvídalo! Ehmm… Estoy aquí para confesar mis culpas y poner la otra mejilla. Si quieres contarme algo de eso o pedirme perdón, hazlo después de conocer… de saber lo que hice. —Le digo con algo de recelo.
Camilo asiente positivo y en silencio se dirige hasta su habitación. Desde aquí, de pie aun en la entrada puedo escuchar que abre y cierra cajones buscando algo. Y luego de unos momentos regresa hasta ponerse en frente mío, con un objeto negro en su mano.
—Hará bastante calor Melissa, y como ves aún no he comprado el bendito ventilador. Podemos seguir hablando afuera en el porche para estar más cómodos. ¿Te parece? Ten, esto es tuyo. —Y le entrego el práctico abanico plegable de ébano, estampado con vistosos caracteres japoneses dorados que un día le ofreció un vendedor ambulante en el muelle, observando como atracaban los cruceros, junto a nuestro pequeño Mateo.
— ¡Lo guardaste! Gracias mi cielo. —Le digo al recibir mi abanico y extenderlo para darme un poco de refrescante brisa.
— ¡Me parece perfecta tu idea! Déjame colocar aquí la mesita de madera y traer la nevera portátil para enfriar nuestras bebidas… ¿Aun tienes hielo? —Le pregunto. Y entonces reparo en que es extraño para mí, para él quizás también, esta muestra de familiaridad.
—Hummm, creo que no pero en la cocina de la casa debe haber. ¡Ya regreso! —Le digo a Mariana y del piso en nuestra cocina… ¿Nuestra? Ufff, en fin. Termino de recoger la pequeña nevera por los costados, cargándola conmigo en dirección a la casa, y dejo a Mariana acomodar junto a mi silla mecedora, la mesita redonda.
—Joven Camilo… ¿Qué se le ofrece por aquí? —Indaga curiosa mi negra hermosa cuando me ve ingresar a la cocina por la puerta posterior. La veo apurada sirviendo el desayuno para nuestros huéspedes.
—Solo un poco de hielo, Kayra. Necesitamos enfriar las botellas y… yo hacer un poco de tiempo para romper la tensión del momento, esa es la verdad. ¿Aún no llega Maureen? —Le pregunto a Kayra, mientras del congelador tomo dos bolsas de hielo picado.
—Me alegra que se lo estén tomando con tranquilidad. Siempre hay que hablar cuando existen problemas en la pareja, pero lo mejor mi niño, es empezar reconociendo los de uno mismo. Vaya para allá y se desahogan, pero no se me vayan a exceder con los tragos. ¿Okey? «Mucho alcohol entumece la entendedera y afloja aparte de otras cosas, la lengua» ¡Jajaja!… ¿Maureen? Esa bendita muchacha me salió igualitica a su padre. ¡Demorada para todo! —Me responde como siempre, risueña y despreocupada.
Le hago caso y cuando estoy por atravesar la puerta, la escucho preguntarme…
—Mi niño… ¿Sí estaba Dushi la limonada? ¡Oopss!
Sin contestarle, atravieso por el costado izquierdo el borde de la piscina y me doy cuenta de que Mariana en el porche, ha sujetado de los ganchos la hamaca colgante de tela, donde William suele echarse la siesta después de almorzar y sobre la mesa está colocada la botella de aguardiente, nuestras copas 10°, las cajetillas de cigarrillos separadas por el cenicero de plata en el medio y su mechero Clipper. No la veo fuera y al empezar a ascender el primero de los tres escalones de madera, por la ventana abierta de la sala, observo solo su cabeza. ¿Qué hace?
***
Mientras regresa camilo, acomodo la mesita y me doy mañas para colgar bajo el alero de la entrada, la colorida hamaca de William. Necesito crear un ambiente sosegado para poder relatarle mi historia sin que se le alteren los nervios, aunque preveo que con lo que va a escuchar, le van a explotar las neuronas. Así que, si Camilo se acomoda aquí, balanceándose, espero que se relaje lo suficiente y no me vaya a mandar de buenas a primeras a la mierda. ¡Dios mío, dame valor! Y a mi esposo templanza.
¿Música suave ayudará? Sí, pero… ¿Cuál? ¡Tal vez la que hace semanas atrás me pasó Naty a mi teléfono!… Solo espero no volverme un ocho para conectarme al pequeño equipo de sonido.
— ¿Necesitas ayuda en algo? —Le pregunto al verla agachada manipulando el mini componente de sonido, mientras voy echando dentro de la nevera, las otras cervezas, un litro de Coca Cola y la botella de Ron.
—Ehhh, pues la verdad que sí. No he podido emparejar mi móvil con este aparato. Me colaboras… ¡¿Please?! —Le respondo sin voltear a verlo pero luego al acercarse me roza con el pecho mi espalda y de su cuello, aparte de su cálida respiración, logro embriagarme del olor de su colonia preferida. Esencias de lima, piña y un toque final a miel, jazmín y rosas. ¡Mi obsequio de cumpleaños!
Al recibir de sus manos el teléfono, me doy cuenta de que le ha cambiado la funda. Ya no es el rosa fuerte de antes, en su reemplazo ha puesto una blanca pero por el respaldo tiene impresa el dibujo de una sexy Harley Quinn. Oprimo la tecla del bluetooth en el equipo, selecciono el «pairing» y espero a que detecte el móvil de Mariana.
—Listo, ya está. No era tan difícil, ¿cierto? —Y le paso de nuevo su teléfono.
—Gracias, eres un am… –no continúo la frase pues no deseo incomodarlo o que piense que a pesar de todo lo ocurrido, estoy aquí y le hablo como si a mí me hubiese dado igual. – ¡Soy muy lerda para estas cosas! —Termino por decirle y busco la carpeta de música y en ella, los últimos hits que Naty me grabó.
— ¡Okey, miremos a ver qué gusto musical tiene esta chiquilla! —Y me giro pero ya no está a mi lado.
Lo busco con la mirada en la sala pero lo ubico por la ventana de la sala, afuera y de pie sirviendo los tragos, con un cigarrillo sin encender todavía sujeto entre sus labios. Y me deleito al verle así, con esa pinta que escogió tan deportiva pero elegante y su actitud tan madura al recibirme. ¡Mi hombre! ¿Cómo pude hacerte tanto daño, mi amor? ¡Qué estúpida fui!
Cuando salgo al porche me llevo la primera sorpresa. Mi plan empieza a torcerse, pues camilo ha decidido acomodarse en la silla mecedora y entre sus piernas veo el libro de caratula blanca, sin abrir eso sí. Doy al play, subo al volumen y justo me llega la segunda, pues la primera canción que se escucha es «What About Us» de Pink. Camilo me mira de inmediato, extrañado levantando la ceja izquierda, pero no se incomoda. Buenooo… ¡Nada mal para empezar!
—Melissa… ¿Un guaro? ¿O prefieres otra cosa? Ni cerveza o Ron, porque apenas se están enfriando. —Una pregunta tonta, pues por su mirada, ya me doy por enterado de cuál será la respuesta.
—Un chorrito de aguardiente mientras tanto. ¡Pero uno doble con cara de triple! —Le respondo sonriendo y de paso de la mesa, tomo uno de mis cigarrillos y lo enciendo.
Camilo me sirve el trago hasta el borde y me lo ofrece. Se lo agradezco con un ¡Gracias! que se me escucha medio enredado, al mantener presionado del filtro entre mis dientes, el cigarro al mismo tiempo. Creo que me lo voy a tomar despacio, –pienso– mientras voy estirando la tela longitudinalmente teñida a rayas rojas, azules y amarillas de la hamaca que me va a servir de trono para balancear mis ideas, pensando por dónde empezar. ¡No quiero herirle más!
***
Mariana extiende un poco la hamaca y se acomoda. Recoge por los costados la tela de su vestido, arremangándola con estilo entre la mitad de sus piernas. Y apenas rozando con las puntas de sus pies el piso de madera, se balancea con suavidad y bebe un poco de su aguardiente.
Ahora tengo tiempo de sobra para fijarme en su nuevo corte de cabello. Ya no lo peina por la mitad como antes. Una onda alta como una ola del mar, nace de su diestra creciendo a la izquierda, y se cruza alta dejando despejada su frente. Luego hacia el otro lado cae como una cascada, –en principio sinuosa– desbordándose al final en una caída lisa y recta, rozando la frontera de su albo hombro.
Tras expulsar algo refinada, una estrecha bocanada de tabaco, Mariana cae en cuenta de que la observo y nerviosa se pasa la mano, perdiéndose sus dedos precisamente por aquel lateral de su cabeza, despejándose la oreja con su candonga dorada, engalanándosela; y el arco de sus cejas negras y anchas, ahora se destacan mucho más con algo de iluminación sobre sus dos hermosos ojos azules, enrojecidos un poco por haber llorado tanto.
— ¿Qué me miras?… ¡Camilo no!… No me digas que tengo pegado un bichito raro, que me muero. —Niega con la cabeza y sonríe. ¡Me sonríe!
Levanto mi copa y mirándola en voz alta digo: — ¡Salud!
— ¿No que no teníamos nada por qué brindar? —Me contesta mostrando en su cara de mujer bonita, un semblante de extrañeza.
—Pues cambie de opinión. Creo que si podemos brindar por nuestra infelicidad. —Le respondo y en seguida, Mariana, baja avergonzada su mirada.
— ¿Sabes, Melissa? –Me mira y presta atención. – Han sido muchas noches de insomnio, tratando de dilucidar en qué te falté. Dando vueltas por esta zona, rodeando la piscina, yendo hasta el jacuzzi y luego venir a sentarme en los escalones, cuestionándome… ¿Que hice yo para perderte? —Y dicho esto, bebo hasta el fondo de la copa, atragantándome con el aguardiente hasta toser ligeramente.
—No mi cielo, tu no hiciste nada mal. No te culpes. Fui yo, quien por una estupidez de mi parte te fallé y con mis actos, tiré por tierra tus sueños y los míos por igual. Tú me has dado todo, mi cielo. Me has hecho la mujer más feliz del mundo. Me has brindado todo tu amor, tu compañía, tu atención, nuestro hijo… Tú siempre me has consentido y hecho caso a mis deseos. —Camilo se pone en pie. Ahora deja sobre la mesa su libro y toma por el cuello, la botella de aguardiente. Se me acerca sin prisa para colmar de nuevo mi copa y se regresa en silencio para sentarse de nuevo, en espera de que yo continúe con mi confesión.
—Pero… Quizás si sea esa tu única culpa. Has compartido mis sueños, intentando hacerlos realidad. Nunca te negaste a cumplir mis infantiles caprichos, respetaste mis pensamientos; nunca negándome nada, aun teniéndolo todo contigo. Como aquí, cuando los tres vivíamos felices en este edén. Estábamos tan bien, gozándonos esta paz y tranquilidad… Y por hacerme caso para que respondieras a esa llamada y luego presionarte para que aceptaras ese trabajo en Bogotá y mudarnos de nuevo… ¡Maldeciré por siempre ese día, mi amor! —Suspiro y hago una pausa, presiento que voy a volver a llorar.
Y suena la siguiente canción. Ed Sheeran cantando «Perfect». Esa sí que me encanta, se escucha en la radio a todas horas y sé que a Camilo también le agrada, pues la tarareaba cuando trabajaba en el estudio de nuestra casa hasta bien entrada la madrugada, y al llevarle su taza de café, él dejaba lo que estaba haciendo para invitarme a bailar, sin importar que en el suelo, arrugáramos con nuestros pies descalzos sus detalladas perspectivas de exteriores en medios pliegos de cartulina durex, o los borradores de sus planos, elaborados en gruesos pergaminos.
—Eres culpable de hacerme caso en todo lo que digo o quiero. Ese ha sido tu único error, mi vida. Ningún otro, lo juro. —Se lo digo mirándolo fijamente, él no me aparta su mirada. Es extraño, pero su rostro no expresa señales de asombro, aunque si percibo en el café de sus ojos, nacientes halos de melancólica humedad.
— ¡Salud! –le digo a mi esposo y él me mira. – Pero Camilo, mi vida… Voy a brindar primero por mí, al encontrar en ti al hombre de mi vida y en segundo lugar, por ti. Por hacer tan feliz durante todos estos años, a esta mujer que ahora tienes al frente de ti. ¡Tu mujer! —Yo levanto la copa y bebo, sin dejar de observarlo. Camilo no me copia la idea, no me sigue el brindis y por el contrario, acciona su zippo plateado y da fuego al cigarrillo, que hasta ese momento se había librado de quemarse, aspirado por su boca. Eso me entristece, sí. ¡Al parecer a mi esposo le importa muy poco lo que le acabo de decir!
— ¿Pero cuál mujer de todas? ¿Aquella que por años me fue fiel? O… ¿La que me puso los cachos con el hijueputa ese? ¡Cuál, Melissa! ¿Dime por favor a quien de ellas tengo ahora frente a mí? —Mariana permanece muda, llevándose eso sí, la mano izquierda a la frente cubierta con algo de sudor.
Bebo otro sorbo, esta vez uno corto, pues recuerdo la recomendación de Kayra. Me levanto y con tres pasos, me planto muy cerquita de ella, que al verme deja de balancearse. Estiro mi mano y le alcanzo el cenicero, aunque me importe poco que la ceniza de su cigarrillo se estrelle contra el piso y mejor presto mayor atención al roce de sus rodillas cubiertas por la tela, contra mis piernas.
— ¿Sabes, Melissa? Eras mi prioridad y quien le daba sentido a mi vida en todo. Nunca te falté al respeto, te entregué sin dudarlo mi corazón y toda mi confianza. Tuviste siempre mi atención, jurando estar de por vida a tu lado. Celebré tus ocurrencias de niña consentida con abrazos y sin reparos. Valoré la madurez con la que expresabas tus sueños y tus metas, eso siempre me encantó de ti. –en el rostro de Mariana se divisa la turbación y algo de desconcierto. – Te brindé la seguridad de que haría lo que fuera para que obtuvieras en tus noches y tus días, la felicidad más absoluta que toda mujer merece y sueña. Nunca tuviste quejas de mi lealtad, ¿o me equivoco? —Mariana niega con el movimiento de su cabeza, dándome la razón.
—Melissa, mutaste en otra persona. Una mujer mentirosa y manipuladora. ¡Una completa desconocida! Y sí, tuve mucha culpa al no pedirte que… ¡No! La verdad es que debí haberte exigido que renunciaras y te quedaras en casa. O que buscaras otro lugar para trabajar. Por supuesto que me siento culpable de acabar con nuestro hogar. —Sé que mis palabras la hieren, pero es que para mí…
—Eras tú, mi mundo y mi diario apoyo. –continuo hablándole sereno y sin moverme. – Aprecié toda la paz que con tu compañía me brindabas. Esa si es la mujer mía. La que amé, la única que he amado. ¿Era esto lo que querías escuchar de mí? ¡Pues ya está, hay lo tienes! —Mariana permanece callada, aceptando resignada mis planteamientos y aspira de forma tan apresurada su cigarrillo, que no se da cuenta de que ya no le queda tabaco por fumar.
—Escucharte decir esas palabras, no solo han confirmado el dolor que te he causado, si no el amor que aún sientes por mí. Yo también he sufrido con todo esto, no vayas a creer que no, mi vida. Con todos estos meses que pasaron sin saber de ti, de cómo estabas, ¿dónde?, ¿con quién? Mil preguntas que yo misma me respondía todas las noches a solas, después de dejar dormido a nuestro hijo en su cama, y todas ellas con una única y dolorosa respuesta para mí… ¡Por infiel y por puta! Así que sí, mi cielo. Estoy aquí no solo para pedir que me perdones, también para intentar recuperar tu confianza con verdades que te herirán aún más. —Y mientras Camilo me escucha expectante, mis ojos encharcados por las lágrimas no han dejado de observarlo pues en su mirada veo que tiene ganas de llorar, pero se las aguanta.
—He venido para declararte que nunca dejé de amarte, que te amo, y que te amaré por siempre. Pero aceptaré tu decisión, la que sea que tomes, pero mi amor… ¡Tan solo te pido que me escuches! Como antes mi cielo, cuando eras tan solo aquel amigo que enamorado, me brindaba su hombro como apoyo. —Camilo suspira, levanta la vista hacia los barnizados listones de madera del techo y luego siento como nuestro pequeño contacto físico se deshace.
Muy despacio se aparta y en silencio marcha hasta bajar por la escalinata. Fuma lo que resta de su cigarrillo y con un rápido movimiento de sus dedos, lanza su colilla lejos, traspasando el blanco muro; con la botella de aguardiente en su mano, camina pensativo bajo el cielo semi nublado de este casi medio día, virando hacia la izquierda de la cabaña y busca la sombra que le ofrecen las arqueadas ramas del cocotero que plantamos entre los dos, arrimándose bastante hasta apoyar su frente contra la corteza gris del tronco, dándome así nuevamente la espalda. — ¡Fue el destino el que nos puso en estas! —Le digo casi gritando, reclamando su atención.
—Pues el mío pintaba bien, Melissa. –Me responde desde su refrescante refugio. – Tenía una mujer que amaba, un hijo al que adoro, esta bonita casa en el paraíso, un hogar contigo en la sabana y un trabajo que aunque al principio no me agradaba, con el tiempo le tomé cariño y además, por poco y logro que mi proyecto hotelero se hiciera realidad. Pero el tuyo Melissa… Ese te llevó por otro camino, distorsionando al mío. ¿Casualidad? ¿Infortunio? O… Tu decisión. —Termina por decirme Camilo mirándome a la cara, pero no con ira o desprecio, más bien mostrándome aquella faz ya conocida por mí, de su resignación.
—Te recuerdo mi vida, que fue una decisión de los dos y bueno, que nos dejamos seducir por la loca idea que nos propusieron entre Fadia y el hijueputa de Eduardo. —Le respondo firme, aunque se me escuche a disculpas baratas. Intentaré que comprenda que tanto el como yo, nos vimos envueltos en aquel mundo de mentiras, –por mi capricho, es verdad– jugando a ser un par de desconocidos entre tanta gente que creían conocernos tan bien.
Con cuidado de no echarme encima el trago, me pongo en pie y camino hasta la mesa. Otro cigarrillo saco de la cajetilla, pero no voy a encenderlo, tan solo lo sostendré entre mis dedos para disimular los nervios. Por la ventana de la sala, se escapan los pegajosos sonidos jamaiquinos del reguetón «Con Calma» de Daddy Yankee y Snow, la canción de moda que Natasha se empeñó en enseñarme a bailar, y que yo me gocé en varias rumbas junto… Junto a él. ¡Incluso una vez ante la presencia de mi disgustado esposo!
— ¿Por qué dices que ellos dos tiene la culpa de todo esto? ¿Acaso que hizo Eduardo de mal? Tan solo me llamó para avisarme que en la empresa donde trabajaba, buscaban a un arquitecto que se hiciera cargo de concluir un proyecto que el anterior había dejado a medias a causa de una enfermedad. —Cuestiono a Mariana que parece estar elevada recordando algo pero al escucharme, dirige su maquillada mirada, –iluminada por el sol de este medio día– hacia la sombra refrescante donde estoy medio recostado, para explicarme con calma…
— ¡Todo! Mi cielo. Ese asqueroso me… Chantajeó. Pero no me voy a adelantar pues todo tiene un comienzo y necesitas saberlo mi vida, pero en orden hasta el final, como te gusta y como debe ser. —Y sin que Mariana lo perciba, a pesar de estar casi al corriente de todo, escucharlo de su boca con seguridad sé que me va a lastimar.
—Como bien dices, tú y yo lo hablamos, aquí mismo. ¿Recuerdas? — Ahora sí le doy fuego al cigarrillo, bebo hasta el fondo vaciando mi copa y decido que es mejor sentarme en la segunda escalinata, antes de continuar.
—Sopesamos los pros y los contras e insistí en que era bueno para tu desarrollo profesional, volver a nuestra casa en Bogotá e integrarte en esa constructora. Otro cambio para nuestras vidas pues aquí ya habíamos pasado un año largo y a mí, me hacía falta mi familia y el ambiente de la gran ciudad. —Veo como Camilo se me acerca, inclina la botella de aguardiente y al servirme derrama un poco mojándome la mano. ¡Pobrecito! Es que continua nervioso y por eso le tiembla el pulso.
— ¿Dónde estuvo lo malo, Melissa? Regresamos y nos organizamos de nuevo. Empecé a trabajar a mitad de diciembre y tú pudiste pasar las festividades junto a tu madre y tus hermanos. Mateo estaba feliz, tú también y yo igual de verlos a ustedes dos tan contentos esa navidad. ¡No entiendo que te pareció tan mal! —Le respondo y con cuidado paso por un lado, subo los escalones para recoger de la mesita de madera un cigarrillo y el cenicero. Me doy la vuelta y decido acomodarme al lado izquierdo de Mariana, pero un escalón por arriba.
Observo como la parte posterior de su vestido, me permite apreciar la parte alta de su espalda desnuda y bajo el contorno recto que forman sus cabellos sobre la nuca, unas vertebras más abajo, tatuados asoman los pétalos de la flor de Liz con la cual una noche se me apareció, así como si nada.
Que ganas de acariciar a dos manos, la nacarada suavidad de su piel o de rozarla simplemente con las yemas de mis dedos como tantas veces sucedió y con la amorosa paciencia de aquella primera vez. ¡Pero no lo debo hacer!
—No mi Cielo, en verdad no hubo nada malo. Estábamos bien pero me fui sintiendo abandonada, aburrida de estar en casa todo el día sin hacer nada. Aquí fue diferente pues lo que logramos, lo planeamos y construimos entre los dos. No fue tu culpa, te lo aclaro de una vez. —Siento como Camilo me escudriña por detrás con su mirada. Es como si quisiera tocarme y abrazarme. Ojala lo hiciera y yo no tuviera que contarle todo y se terminara esta pesadilla ya. ¡Ilusa, eso no sucederá!
—Pero dirigías todo en nuestra casa. Te encargabas de Mateo e ibas al club. –Le refuto su punto de vista. – Te veías muy a gusto de pasar las tardes rajando con las vecinas. No parabas de hablar de tu amiga rusa y de lo divertida que era su hija adolescente, y cómo por esa razón eras el eslabón entre su rebelde juventud y la inconforme madurez maternal. —Mariana se gira de medio lado hacia mí. En sus mejillas noto el rubor producido por la alta temperatura, confirmado por las gotitas de sudor en su respingada nariz, y esa sonrisa leve trazada por sus labios ya despintados, con su hermoso rosa natural.
—Además Melissa, –continúo– me colaborabas con tus ideas para las reformas y tus conceptos me sirvieron muchas veces para convencer a los nuevos propietarios de realizar otras adecuaciones antes no planeadas, generando satisfacción en ellos, ingresos adicionales para la constructora y por supuesto, una palmadita en mi espalda por parte de la junta directiva. —Levemente, a Mariana se le van entrecomillando latinas sus mejillas, y pensativa asiente al recordarlo.
—Sí, mi vida. Y estaba feliz de colaborarte pero… ¡Algo me estaba haciendo falta! La verdad es que sentí algo de envidia, no solo de verte ocupado en lo que te gustaba, también de cómo me hablabas de lo que sucedía día tras día en tu oficina o de tus salidas a beber por las noches con esos amigos desconocidos para mí, pero que con tus comentarios y variadas anécdotas, me los hiciste tan cercanos. ¡Y me dieron ganas de trabajar de nuevo! Tener igualmente un nuevo mundo para vivir otras experiencias y salir de la rutina; poder compartirlas en las noches contigo y que no me vieras como una más de aquellas amas de casa, monótonas y aburridas. —Camilo suspira y pensativo, deja descansar su mentón en la herradura que se forma entre su pulgar y el dedo índice de la mano izquierda, antes de responderme.
—Pero es que Eduardo era el que me obligaba a salir con ellos para fraternizar y dejar de lado de tanto trajín. –le manifiesto como si fuese un chiquillo reprendido después de cometer alguna travesura. – Además me contabas cosas nuevas todos los días, de Mateo y tuyas, para nada aburridas. Como cuando ibas de compras con Fadia a conocer los almacenes de los nuevos centros comerciales, y se demoraban horas probándose vestidos y zapatos o hablando de los últimos chismes de la farándula, cuando iban a la peluquería. —Intento justificarme, aclarando que me gustaba todo aquello que para ella era una monótona sombra en nuestra cotidianidad.
— ¿Lo ves ahora? Fadia y Eduardo, cada uno por su lado, sí que incidieron en nuestro destino. Él te fue arrastrando a esa nocturna vida social y ella, se aprovechó de mis confidencias para incitarme a salir a buscar que nuevas rutinas fuera de casa. Me dijo que no te comentara nada y que te diera la sorpresa cuando ya tuviera algo concretado. Hasta me acompañó a algunas entrevistas y al ver que no me salía nada, se enteró de una vacante en la constructora y ahí empezó a maquinarlo todo. ¡Para su lésbico beneficio y el de su enfermo esposo!
— ¡Espera, espera! ¿Qué estás diciendo? ¿Fadia lesbiana? ¿Eduardo entonces que pinta en todo esto? ¿Con eso te chantajeo? —Aparentando asombro le pregunto a Mariana, pero mantiene sellados los labios algo temblorosos y el lapislázuli de su par de iris, –que cuando habla emocionada encandilan cristalinos a su audiencia– ahora se van eclipsando bajo el pliegue de sus parpados maquillados con un trío de vivos colores difuminados que contrastan con su semblante, apagado y arrepentido.
Y me quedo sentado a su lado en espera de una respuesta que no llega, porque unos gritos desaforados que provienen dos pasos adelante de la puerta de la cocina en la casa, se le anticipan y consiguen que nuestras cabezas roten al mismo tiempo, quedando los dos sobresaltados.
— ¿Meli?… ¡Meliiii! —Es Maureen, que con sus brazos extendidos, eufórica viene dando brincos hacia donde estamos, sonriente y dichosa de ver nuevamente a Mariana.
No hacía falta que soplaran del noreste los alisios para que los enrollados rizos marrones de su leonina cabellera, saltaran conforme al movimiento alocado de su cabeza. Mariana y yo nos ponemos en pie.
***
Es Maureen quien con su voz de niña, pronuncia en voz alta mi nombre, evitando así, que diera respuesta a las preguntas de mi esposo. No puedo creer la belleza de mujer que ahora da saltitos de felicidad al verme. ¡Pero si cuando me fui era tan solo una niña de quince años, apenas desarrollándose! Y ahora veo la curvilínea figura de una preciosa mujer adolescente qué viene a mi encuentro, risueña e impetuosa.
Sus cabellos ensortijados, que ahora lucen trenzados y enredados con un look de «rastas jamaiquinas», que le sientan sencillamente espectacular, los lleva en un precioso peinado de media cola, con algunos mechones semi recogidos hacia un lado, atados por detrás de la cabeza y el resto caen libres sobre su hombro izquierdo hasta cubrir algo de su pecho.
Los rayos de sol en este medio día, hacen aún más intenso el centelleo de sus negros ojos almendrados que resaltan bajo unas cejas rectas pero bien delineadas en ese hermoso rostro cuadrado, con su nariz pequeña y ancha; boca amplia con labios carnosos, pintados de un llamativo anaranjado. Dentadura perfecta y blanca como la de Kayra, aunque el color de su piel si es bastante más claro que el de su madre, pero conservando los rasgos característicos de sus raíces afro-caribeñas.
Viste un top magenta sin mangas, tipo chaleco y de tela acanalada; con la parte del busto rodeado por un diseño coquetamente fruncido y un cordel atado en el frente a modo de un pequeño moño. Bastante ajustada y corta, dejando ver en su vientre plano y bien definido, un coqueto piercing en su ombligo. Maureen posee ahora una figura atlética, lejana a la de aquella infantil delgadez. Los senos le han crecido bastante, casi tan redondos como los míos. Firmes y paraditas, sus bubis le suben y bajan al compás de sus apresurados pasos, y puedo adivinar que no trae sostén, pues sus pezones templan altivos la delgada tela y se transparenta mediana, su areola café.
Cintura de avispa con piel tersa y al caminar apresurada hacia mí, viene oscilando de manera sexi sus pronunciadas caderas, con una natural seducción. Personificada inocencia y sensualidad, enfundada en unos pequeños shorts blancos de tela de jean, –deshilachados– que le brindan un toque bastante sexi a esas redonditas nalgas firmes y al continuar hacia abajo, termino por admirar sus muslos largos, brillantes y torneados. En los pies sin medias, unas rosadas zapatillas «Vans» ajedrezadas, que le brindan aparte de agilidad, juvenil comodidad.
— ¡Bon biní Meliiii! —Me da la bienvenida acompañada de un fuerte abrazo y dos besos que me dejan con seguridad, mis mejillas coloreadas por sus carnosos labios naranjas.
— ¡Gracias Maureen! Pues ya lo ves, yo por aquí de pasadita, como visita de médico. —Le respondo feliz de verla, tomándola de las manos.
— ¿Kon ta baí? —Me pregunta con su tierna vocecita. Eso si no le ha cambiado para nada. Y sonriente, da un paso hacia atrás y me observa de pies a cabeza, deteniendo su mirada en mis tetas, asombrada.
—Estoy muy bien muñeca, feliz de estar de nuevo en este paraíso. Gracias por preguntar. Le contesto y luego cortésmente me intereso por su estado. — ¿Y tú?
—Mi ta bon, Danki. –me responde al tiempo que sus manos se liberan de las mías. – ¡Estas divina, Meli! Muy «fashion» con tu vestido y el nuevo corte de cabello. Te hace ver más… ¡Madura! Pero igual de Dushi. —Le sonrió pero pienso si es que… ¿Me está diciendo vieja?
— ¡Y tu muñeca, te ves divina!, le respondo. —Te ves muy «cool» con ese peinado y esos delicados atrapa sueños pendiendo de tus orejas. ¡Cómo has crecido, por Dios! Te has convertido en toda una mujer. ¿No estarás ya rompiendo corazones, o sí? —Le pregunto y de inmediato noto como nerviosa se lleva el dedo meñique hasta su boca, mordiéndolo levemente y sus ojos cafés, se desvían hacia mi izquierda, como buscando refugio a mi pregunta… ¿En mi marido?
—Más de uno la acecha, pero esas carnitas no son carroña para cualquier buitre. ¿No es así Maureen? —Dice de repente Camilo, abriendo sus brazos para cobijarla en un afectuoso apretón.
Pero la ya no tan pequeña jovencita, riéndose a carcajadas, le rodea con sus brazos por el cuello, saltando sobre mi marido para afirmarse con sus largas piernas achocolatadas por la cintura, haciendo que mi esposo tambalee y se eche un paso para atrás, a la vez le estampa un sonoro beso en la mejilla derecha. Camilo se da una media vuelta y la deposita con cuidado sobre el tablado del porche, un poco sorprendido por aquel saludo tan efusivo y… ¿Romántico? ¿Pero qué mierdas pasa aquí?
— ¡Jajaja! Es verdad que varios compañeros de la universidad me han echado uno que otro piropo, pero Meli, yo tengo mis metas bien claras y primero está el estudio, que el placer vendrá después. –Me responde con sensatez. – ¡Pero qué calor hace hoy! Cami, de casualidad no tendrás… ¿Algo frio y Dushi por ahí? —Y sonriente, Maureen pasa hacía el interior de la cabaña, como Pedro por su casa, con una acostumbrada confianza que se me hace extraña.
— ¿Cami? Aprovecho el momento de soledad y le hago el comentario a mi esposo, mirándolo con una furia disimulada en mis ojos y sí, algo celosa. Mi marido solo atina a levantar los hombros y decirme: —Es solo el desparpajo de la juventud. ¡Tranquilízate Melissa!
Pero dentro de mi cabeza empiezan a barajarse miles de posibilidades. Tantos meses separados… ¡Un hombre tiene sus necesidades! Esta calurosa y paradisiaca isla… ¡Ellos dos aquí solos! Una de joven también las tiene, no tenemos por qué ser tan diferentes a los hombres… ¡Este ambiente festivo! Mi esposo sin ser muy guapo, sí que es bastante atractivo y… ¡Ella con esa belleza núbil! Mierda… ¿Será que le quedaron gustando las «sardinas» a Camilo?
Humm, siento celos, sí. Y bastantes, pero con todo lo que le hice… ¿Tengo autoridad para reprocharle algo?
—Meli… ¿Y Mateo dónde está? —Me pregunta Maureen, mirando para todos lados y con dos latas de cervezas, goteando ambos envases, su fría y refrescante humedad.
—No está aquí, Dushi querida. Lo dejé en Bogotá al cuidado de una amiga. —Le respondo y ella apaciguada, frunce los carnosos labios, provocando con ello que se asomen dos pequeños hoyuelos en sus mejillas. Me ofrece una cerveza y ella destapa primero la suya. ¿No le trajo una a Camilo?
—Es una lástima, estaba emocionada por verlo. ¡Debe estar inmenso mi chiquitín pinguín! —Y da un sorbo largo a su cerveza. Se acerca a mi esposo, pasa su brazo por la cintura, bastante cariñosa y recuesta su cabeza sobre el hombro de Camilo, que me mira ahora con detenimiento.
Yo destapo la mía y con agrado siento el delicioso sabor a malta de la cerveza, bajando por la garganta refrescándome, pero eso sí, sin dejar de observar las afectivas muestras de cariño con las que se tratan estos dos. Finalmente, Maureen se separa de Camilo, le entrega la cerveza y baja las escalinatas, –meneando sus caderas– hasta llegar a mi lado para envolverme con sus brazos nuevamente.
—Bueno ya te saludé, Meli. Ahora me marcho a ayudarle a mamá con el almuerzo. Si me demoro más es capaz de darme un par de nalgadas. ¡Feliz reencuentro, Dushi preciosa! —Me dice guiñando un ojo y sonriendo con picardía. Sale corriendo como una exhalación hacia la casa pero antes de entrar, desde allí nos grita: — ¿Y qué van a hacer más tarde? Porque yo voy a sacar a estos alemanes de este encierro y darnos un buen paseo por Jan Thiel Beach para que conozcan. ¡Y tú, galán!… –le grita a Camilo– Cuídala mucho. Y le envía por los aires, un beso.