Tres verdades.
Han transcurrido unos pocos minutos y yo sigo aquí, sentada de medio lado con las rodillas juntas y mis manos sobre ellas. Mi esposo ha terminado el desayuno y ahora me da la espalda nuevamente. En la cocina enjabona, refriega y enjuaga, en un silencio casi funerario, tan solo opacado por el chirriante cotorreo de una bandada de loritos apostados en lo alto de los árboles cercanos, y el chorro de agua –intermitente a ratos– del fregadero.
A un costado de este sofá, están desparramados sobre el piso, algunos cd’s sin sus carátulas, unas revistas de arquitectura y diseño, así como un libro de blanca tapa dura sobre ellas. Me inclino un poco y tuerzo el cuello para encuadrar el título con mi mirada. «Memoria de mis putas tristes» de Gabriel García Márquez. ¡Qué curioso! La imagen del hombre en la portada, alejándose, también me ignora.
Justo al lado me encuentro con algo nuevo. Un minicomponente negro y gris, al frente, insertada una memoria USB plateada y un bombillito amarillo que parpadea. ¿Qué estaría escuchando? Con femenina curiosidad, oprimo con mi dedo la tecla de pausa. Ahora puedo oír la melodía y letra de una canción, para mi desconocida.
…«Yo solo busco un ritmo lento. Tú velocidad. Yo solo pido una dulce mentira. Tú toda la verdad.
Tú que sabrás, si despiertas lejos de esta casa. Tú que sabrás si no vives dentro de esta jaula. Tú que sabrás, si nunca nadaste en mis entrañas»…
***
¡Mierda! Mariana me ha descubierto, de nuevo.
Se me olvidó apagar el minicomponente o al menos, haber cambiado esa melancólica Playlist y haber colocado otra de reggae o bachata, alguna más festiva para que no pensara como ahora debe estar haciéndolo, de que yo solitario, la añoraba.
—Y bien, miremos que trajiste por aquí. —Le hablo a Mariana como para restarle importancia a su descubrimiento, entretanto reviso el contenido de la bolsa, mientras ella continúa ensimismada entre versos y melodías.
Una botella de Licor de Curaçao y dos paquetes de «Parliament» para ella. Los rojos míos, están acomodados muy cerca de la media de aguardiente, junto a los plastificados anturios rojos. Puede que sea muy temprano para unos «guaros» pero tal vez no para unas copas de este azul con su sabor enigmático, –perfecto para esta reunión– entre dulce y amargo.
No tengo copas, así que tomo los dos vasos que están sobre la bandeja al lado de la jarra y vierto en ellos un poco, –alrededor de una onza– de Curaçao, otro tanto del vodka que me quedó de la última jugarreta de dominó entre Eric, Pierre, los dos huéspedes, William y yo. Y el toque final… Por supuesto un chorrito de limonada y hielo picado que aún conservo en la heladera portátil. Como no tengo a mano una coctelera para agitar la mezcla, uso como mezclador mi dedo índice, total, estamos en familia.
¡Ya tengo dos «Blue Lagoon»!… Para ofrecerle a… ¿Mi invitada?
***
— ¿Y esa canción? No reconozco quien la canta. Tiene una letra melancólica, con un mensaje que da para hablar de nuestra actualidad. —Le digo a mi esposo levantándome del sofá, y me acerco hasta el mesón. Del otro lado esta Camilo terminando de preparar dos cocteles. ¿Vamos a celebrar?
—Es verdad, el mensaje es muy personal, de sentimientos íntimos que muchas veces las personas no ven en los demás. —Le respondo y a continuación doy la vuelta, me coloco en frente suyo, ofreciéndole su vaso.
—Lo que llevamos por dentro… Y discúlpame la humilde presentación pero copas no he comprado. —Le digo mirándola y retirándome dos pasos—… Y queremos exteriorizar, –continúo mi discernimiento– lo que es comúnmente confundido con el tan acostumbrado… «Es solo un mal momento. ¡Ya pasará!» —Mariana asiente y sin perderle la vista al nivel, agita suavemente la bebida.
—Pero de ese íntimo tormento, muchos no están dispuestos a escuchar en verdad, y el consejo que te ofrecen no apacigua y al contrario ofende, porque al parecer ninguno se interesa en comprender el intenso dolor y te hundes más en tu soledad. —Ella se muestra serena y no aparta su mirada de la mía.
—Qué triste que se siente no ser comprendido. ¿No es verdad? —Camilo abre un poco los ojos, como sorprendido por mi apunte. —Y entonces… ¿Brindamos? —Le consulto a mi esposo, elevando frente a su rostro, el coctel.
— ¿Existen motivos para hacerlo? Este reencuentro es apenas una mera formalidad para concluir lo que meses atrás debimos enfrentar. —Le respondo mientras doy media vuelta y me dirijo hasta la esquina derecha del sofá.
—Creo que mejor cambiamos la música. Coloquemos algo más alegre. ¿Te parece? — Le pregunto a Mariana dándole la espalda, y busco en el menú, otro tipo de música en las siguientes carpetas de la memoria USB.
—A mí me da igual. Vine hasta aquí, como dices… ¡Para hablar! Coloca lo que gustes. —Le respondo y me acerco hasta el sofá, pero apartada en la otra esquina y me acomodo el vestido antes de sentarme. Esta vez sí cruzo una pierna sobre la otra y de mi bolso extraigo la cajetilla de cigarrillos y el encendedor.
Elijo una selección de vallenatos y para no llevarme sorpresas, oprimo la tecla para que de manera aleatoria, los temas se escuchen variados. No alcanzo a girar mi cuerpo para enfrentarme a ella, cuando la primera canción que se escucha es del Binomio de Oro. ¡Bendita Ley de Murphy! Las primeras notas de ese acordeón parecen desgarrar, con sonidos lentos como mis primeros sollozos al saber la verdad, el tenso ambiente que nos rodea.
…« ¡Ay, mi vida! Este es un sentimiento para ti.
¿Cómo hago compañero pa' decirle
Que no he podido olvidarla?
Que por más que lo intente, sus recuerdos
Siempre habitan en mi mente
Que no puedo pasar siquiera un día
Sin verla, así sea desde lejos
Que siento enloquecer al verla alegre y
Sonreír y no es conmigo.
Yo sé que le falté a su amor
Tal vez porque a mi otra ilusión me sonreía»…
Mariana voltea su cabeza y me mira. Yo levanto los hombros y comprimo mis labios, indicándole de esta manera que no ha sido mi intención incomodarla.
—Lo siento, si quieres la puedo cambiar. —Le digo pero viéndola tranquila, mejor doy el primer sorbo a la azulada bebida.
—No te preocupes, déjala. Esa canción es bonita y así como ahora, tendremos en común muchos momentos en los que con seguridad más adelante, queramos o no, vamos a escuchar canciones que nos removerán los recuerdos, estando juntos o… —Me callo y esquivo el café de sus ojos, mirando hacia la ventana y luego hacia el techo, reteniendo la humedad de mi melancolía y en suspenso el final de la frase. Quiero decirle que tal vez separados nunca, si lograra yo su perdón a mis engaños y un nuevo comienzo, si él pudiera resetear de su mente mis pecados.
—Melissa… ¿Qué tal si mejor llamamos a Iryna y hablamos con Mateo? —Sé que es un momento incómodo para los dos, por lo cual pienso que así, aliviaremos el peso de estas sensaciones.
—Okey, mi am… ¿La llamas tú? —Y advierto cierto nerviosismo en Camilo. Para calmar los míos, enciendo mi cigarrillo y noto que no tengo a la mano, donde arrojar las cenizas.
— ¿Yo? Ehhh, bueno. Está bien. ¿Ahora donde habré dejado el bendito teléfono? —Me palpo la camisa y los shorts. No lo siento y lo busco con la mirada por los alrededores.
—Lo dejarías en la alcoba o… ¿De pronto en el baño? —Le sugiero. ¿De paso puedes alcanzarme un cenicero? —Mi esposo gira la cabeza, da otro sorbo al coctel, la inclina ligeramente y sobre la mesa de dibujo, levanta un pliego por la esquina, para hacerse con el pando recipiente de metal bruñido y dos colillas.
En silencio me acerco hasta la cocina y en el cubo de la basura arrojo los restos fumados de mi espera. Ahora recuerdo el lugar donde he dejado el móvil en la habitación y sin prisa voy hasta la esquina derecha de la cama, cerca de la almohada y lo recojo. Mariana me espera sin perderse ninguno de mis pasos, allí acomodada en su habitual elegancia, desenvuelta en medio de una fumarola que escapa lento de su boca.
Desbloqueo la pantalla y busco en la aplicación de mensajería el nombre de nuestra extranjera vecina. Toco el símbolo de video y espero. Un timbre, dos y al tercero la imagen de la pelirroja aparece seria y no tan sonriente, como usualmente se comportaba conmigo.
—Buenos días, «vecina perrdida». —Me saluda Iryna con su extraño y gracioso acento a ratos, pero llamativo y hasta enamorable al arrastrar suaves las consonantes, obviando los artículos, –dejando todo indeterminado– y trasteando de lugar algunas letras todavía, sin dejar de usar la «a» al final, en vez de la «o». A pesar de los años vividos junto a su marido en mi patria y el español estudiado de pequeña en un liceo privado.
— ¡Hola mi monita encendida! ¿Qué tal te encuentras? ¿Por qué tan seria? —Le digo yo sonriendo, entre tanto voy avanzando hacia la puerta y sobre su marco, recuesto mi espalda; sin dejar de observarme, Mariana apurada, dando un sorbo al coctel, se deshace del cigarrillo en el cenicero, se pone en pie, –estirando el vestido por sus caderas– y se me acerca con su carita alegre y la emocional curiosidad.
— ¿Haber, por qué crees tú? ¡Claro, no estoy feliz! No me has buscado en media anio. Ni una llamada Camilo, ni una. ¿Y crees que deba estar sonriente contiga? Y no soy «mica» o rubia, soy peliroha. ¡Carambas! —Me dice enojada.
Iryna parece estar molesta, pero sé que en el fondo es mentira, ella es como esas muñecas rusas, que te muestran una cara pero debajo se esconde otra y unas más, sonrientes todas. Quizás un poco dolida pues tampoco le avisé de mi partida, pero todo fue muy rápido y además porque ella, –a pesar de todo– se considera como la mejor amiga de mi esposa.
—Bueno, bueno. ¡Pero si me vas a regañar!… ¿Para qué me pegas? —Y le guiño un ojo, sonriéndole.
—Si no es porque tenga a tu hijo aquí conmiga, jamás me llamarías. ¿No es verdad? —Me recrimina sin subir el tono de la voz. No alcanzo a debatir con la rusa aquella suposición, pues Mariana ya a mi lado, interpone su cabeza entre la pantalla y mi visión.
— ¡Amiguis! ¿Cómo estás? Ya sé que anoche no te llamé como quedamos pero la verdad, entre registrarme en el hotel y desempacar, –y vuelvo a mentir– se me pasó. ¿Cómo está mi Mateo? ¿Sí durmió bien? ¿Las molestó mucho? —Le pregunta Mariana a su amiga y yo, camino afuera, sin ver la reacción en el rostro ovalado y en aquel par de ojos verdes de nuestra vecina.
—Meli, también tú marchas y te olvidas de mí. Pero yo te perdona porque te quiero mucha. Y sí, tu angelito no molesta para nada. Durmió coma un lirón, en la cama de mi Natasha. ¡Mateooo! Ven aquí y hablas con tu madre. —Me emociono al saber que voy a poder hablar con mi hijo y con suavidad aparto del hombro un poco a Mariana, para colocar en horizontal la pantalla y poder verlo entre los dos, evitando el brillo del sol.
— ¡Mamitaaa! —La voz de mi Mateo gritando emocionado se escucha un poco lejana. Y a mí me palpita con fuerza el corazón.
Mariana se lleva las manos a su cara, reposa las palmas sobre sus mejillas, inquieta al escucharlo. No se percata de que la observo detenidamente. Respira tan fuerte que puedo sentir el calor que emana de sus fosas nasales, al hacerlo tan cerca de mi antebrazo. Su boca entreabierta, los labios secos y un poco agrietados; la puntica rosada de su lengua asomando apenas, sin brindarles humedad. Y yo me aguanto estas ganas de calmarle con mi boca su resequedad. ¿Por qué mi cielo, por qué?
Mi hijo grita dichoso al saber que podrá hablar conmigo. Estoy por supuesto encantada de que me vea por video, pero también porque podrá hablar con su padre y vernos juntos después de tanto tiempo. A mi esposo le tiembla un poco el pulso. Igualmente lo veo emocionado. Así no diga nada, lo intuyo, sé que me mira, –su reflejo en la pantalla es mi cómplice– y me repasa con su mirada. ¿Qué podrá estar sintiendo ahora, después de estar separados estos meses? Volver a compartir este instante los tres, así sea por medio de una videollamada. ¡Pobrecito, amor mío!
La imagen de la cocina se desenfoca momentáneamente, las baldosas beige se mecen y las paredes blancas van y vienen, como si algún temblor las mareara, hasta que en el pasillo se estabiliza de nuevo y puedo observar a mi pequeño que viene corriendo.
— ¡Mamiii!… ¡Mamitaaa! ¿Encontraste a mi papito? —Me pregunta mi pequeño, sin un saludo de por medio, pero es apenas comprensible y su felicidad la demuestra dando pequeños saltos de alegría.
— ¡Si mi bebé, por fin lo encontré! —Le respondo animada y sonriente, miro a mi esposo, con ganas de llorar, pero esta vez de felicidad.
Sin embargo, me percato de que Camilo hace una mueca de disgusto, levanta la cabeza, la proyecta para atrás aspirando oxigeno como si le faltara aire para colmar sus pulmones, frunce el ceño y su mirada cambia por un momento. ¿Qué le pasa?
— ¡Hola mi príncipe hermoso! Aquí estoy loquito mío. ¿Cómo estás? —Saludo a mi pequeño, agitando mi mano frente a la cámara, alegre de verlo con su pijama amarilla de Bob Esponja. Le encanta usarla a diario, a pesar de tener varias más.
— ¡Papiiii!… ¡Papitooo! —Grita emocionadísimo y se acerca demasiado a la cámara. Su boquita se pega a la pantalla, regalándome un beso.
—Te amo mucho mi campeón. —Le digo y en seguida también le envío un beso.
— ¡Loco túuuu!… ¿Ya vas a volver? — Me responde Mateo y un suspiro se me escapa, me estremezco pues no deseo mentirle.
— ¡Ya casi mi pequeño, ya casi! Estoy por terminar ese trabajo que te conté. —Finalmente le respondo y Mariana se coloca de nuevo frente a la cámara.
— ¿Y te has portado bien con Naty? De lo contrario mamá no te llevará las gomitas de colores que me pediste. —Le pregunto a mi pequeño y él se queda en silencio un momento, pensativo haciéndome pucheros y balanceando el cuerpo con sus bracitos echados para atrás.
—Siii, mamita. Jugamos mucho y me dormí en su cama. Naty está en el baño haciendo popó. —Responde y me llevo la mano a la frente, conteniendo mis ganas de reír por su infantil sinceridad. No sabe mentir. Camilo si se ríe y por supuesto sin verla, las carcajadas de Iryna también las puedo escuchar.
— ¡Oyeee! Como dices eso delante de todos. —Le reprendo con suavidad, pero apurado continúa explicándose, con sus manitas elevadas a los lados como si alabara su espontaneidad.
—Pero es verdad mamita, suena como anoche. Ella se tira peos en la cama dormida, como tú. —Me responde y por supuesto se me suben los colores a mis mejillas, al verme de repente delatada.
—Mateo, hijo… Hummm, hay ciertas cosas que es mejor no contar. Como lo que acabas de decir. Hay que tener cierto respeto por la privacidad de los demás. A ti también se te escapan gases y yo no voy por ahí contándole a todo el mundo lo que te sucede. —Intervengo en la conversación y lo veo pensativo, rascándose la orejita con su mano.
—Ahhh… ¿Entonces tampoco puedo decirle a nadie que tita Iryna se quedó dormida en la sala con el televisor encendido y también ronca como tú? —Me responde intrigado y yo me llevo el dedo índice a los labios para silenciarlo, pero ya es tarde. Mariana me mira, –sonriente triunfadora– pues ya me lo había asegurado y yo no le creía.
— ¡Carambas, pequeñín! Que yo nunca ronca. Solo pensaba en voz alta. Ehmm, mejor diles que ayer fuimos a comer pizza y jugaste en los carritos chocones con mi Natasha. —Interviene nuestra vecina para aclarar aquella eventualidad, pretendiendo detener nuestras risas.
—Mi bebé, recuerda que tienes unos deberes que terminar para el colegio. Pídele por favor a Naty que te ayude con eso. ¿Vale? —Y es que mi hijo dentro de unos días deberá presentar un dibujo de su animal favorito. Yo le ayudé un poco antes de viajar, y ahora quiere de mascota un patico amarillo que vio en una granja, durante el último paseo junto a mi amiga Iryna y su hija Natasha.
— ¿Papito me puedes comprar colores? Los míos no colorean bonito como los de mamá. —Claro que sí campeón, yo te los compro para que pintes todo igual de hermoso como lo hace tu madre. Y le lanzo otro beso, frente a la pantalla. Lo veo saltar de alegría y a Mariana, llevar el dorso de su mano a sus ojos para quitarse de encima algunas lágrimas.
—Y ahora hijo debo dejarte, tengo que seguir con el trabajo. —Me despido de mi Mateo, moviendo mi mano izquierda como si fuese un ringlete.
— ¡Que te vaya bien papito! —Me desea Mateo, y yo recibo de mi pequeño estas palabras ya tan conocidas y tan extrañadas. No puedo… Miro hacia otro lado de la pantalla. ¡Se me escapan mil lágrimas!
— ¿Mamita? —Dime hijo. —Recuerda tu promesa. Debes traer a mi papito agarrado de una oveja. — ¡Jajaja! Por supuesto, mi bebé. Yo te lo llevaré de una oreja. Te amo, recuérdalo. Ahh y Mateo compórtate con tu tía Iryna y por supuesto con Naty. ¡O de lo contrario no comerás gomitas!
—Amiguis, muchas gracias. Te debo una. —Y ya está el rostro enfocado de nuestra vecina, en lugar de la pequeña figura de mi Mateo.
—No es nada preciosa. Lo cuidaremos bien. Vayan ahora y hablen toda la cosa. Espera verlos pronta… Juntos. ¿Me oyes tú?… ¡Vecina ingrrata! Un beso para los dos. — ¡Gracias por todo, mi monita encendida! Yo también te quiero. Muakk. Le respondo y antes de que me sermonee, con una sensación de amargura doy por concluida la videollamada.
— ¡Pufff! Bueno Melissa ahora sí. Al mal paso, darle prisa. —Ella no me mira de inmediato, por el contrario sigue con la humedad anillando sus párpados, observando hacia la piscina. Se fija en los dos hombres que se acomodan desnudos, en las asoleadoras de ratán.
—Johann se llama el rubio y Nikolaus, el rapado. Son los últimos huéspedes, aunque llegaron primero que los demás. William los conoció en Bonaire, cuando estuvo encargado de hacer un reemplazo en el banco y de regreso se trajo consigo a estos alemanes. —Sacio la curiosidad y Mariana asombrada, los observa con detenimiento.
— ¡Pero están desnudos! ¿Ahora permites hacer nudismo? ¿De cuándo acá cambiaron las normas? —Le pregunto sorprendida mientras veo que el rubio se pasa de bueno y el rapado, –un poco menos musculoso– tampoco está nada mal. Ya están con un tono demasiado rojizo para mi gusto y sin embargo el rubio con esmero, esparce aceite por todas partes al otro.
—Pues a William le pareció conveniente. —Le respondo a Mariana, quien no aparta la mirada del accionar de los alemanes. Johann de costado al pie de su novio, le embadurna los hombros y el pecho con loción bronceadora.
—Sube la tarifa un poco, –continúo relatándole la decisión tomada– pero es un plus que con gusto han pagado. Ya sabes que no es muy común en Curazao, andar libremente por ahí con todo al aire. El próximo jueves de hecho, llegaran tres parejas más y se quedaran dos semanas. —Mariana aunque me escucha, no me determina, empecinada en seguir, –seguramente curiosa– el recorrido de las manos del uno sobre las piernas y el torso del otro.
— ¿Se están dando un «pico» o es que me parece? Acaso ellos son…
—Sí, una enamorada pareja. Y Melissa, por favor no los mires tanto que pareces provocada. ¡Si quieres cuando terminemos te los presento! —Y me mira ella ahora sí, con rostro de enfado por mis últimas palabras.
—Lo siento Melissa, no lo dije con ironía ni por ofenderte.
—Ummm, okey. No te preocupes. —Le respondo aunque sí, me ha hecho sentir una fisgona cualquiera, cuando no siento el más mínimo interés. Simplemente me he dejado llevar por el desconcertante momento de la desnudez. — ¿Entramos? Le digo a mi esposo, pues en verdad ya hace bastante calor.
Doy una última mirada a ese par de hombres desnudos antes de ingresar de nuevo a la cabaña y enfrentarme al juicio donde mi marido será jurado y juez. Yo por mi parte, llevaré frente al estrado mi conciencia por abogado defensor y las verdades que me atormentan como pruebas, dispuesta a asumir la pena que él me imponga. Pero con la esperanza de que si aún me ama… ¡Quizá me absuelva!
— ¡Ohhh, por Dios! –Caigo en cuenta– Y a todas estas… Kayra, ¿Qué dice al respecto? —Le pregunto a mi marido, sumergiéndome en la penumbra del salón, siguiéndole los pasos de nuevo hasta llegar al sofá.
—Pues al principio al verlos así, se santiguo siete veces, creo. Pero después de un tiempo se acostumbró y dejó sus aspavientos, aunque aún no asimila que las partidas de dominó, cuando vienen Eric y Pierre, se hagan completamente al natural con sol o bajo la luz de la luna y las antorchas.
—Ya veo. Ehhh, ¿Y tú? ¿También lo practicas? —Me pregunta Mariana mientras aparta un cigarrillo de la cajetilla y yo agoto de un sorbo mi coctel.
—Ya sabes… ¡Donde fueres, haz lo que vieres! Bueno, para ser franco, no todas las veces. —Camilo me responde, levantando los hombros y colocando en su cara una maliciosa sonrisa y en mi mente visualizo la escena. Dos parejas de homosexuales, un solterón empedernido y mi esposo, jugando, apostando algo de dinero e ingiriendo bastante alcohol. ¡Espero que no haya ido a más!
— ¿Y bien? ¿Te gustó? —Le pregunto a Mariana y me dirijo sin prisa hacia el mesón de la cocina, temeroso de iniciar lo que se supone, no podemos ni debemos demorar más, pues debe aclarar nuestro futuro. Tomo la botella de tequila por el gollete, elevo mi cabeza y dirijo finalmente valeroso, la mirada hacia el sofá. Sus labios apresan el borde de cristal de su bebida, también está ella a punto de agotarla y entre sus dedos, el índice y el corazón, –de la misma mano– hace equilibrio encendido, el enrollado tabaco.
— ¿La videollamada? Por supuesto. —Le respondo. —Mateo te extraña demasiado. Tanto… ¡Como yo! Camilo se sonríe y balancea el envase del tequila, tentándome.
—Bueno eso también, pero me refería al coctel. ¿Te preparo otro? O para tomar impulso a tus palabras, necesitas algo más…
— ¿Fuerte? —Le colaboro para culminar su frase, sin apartar la vista. —Aguardiente sería lo ideal pero ahora tengo la garganta reseca. ¿Tienes cerveza?
—Hummm, déjame ver. —Reviso la nevera y palpo las latas que están más abajo. — ¡No están muy frías pero creo que servirán! Se lo comunico y sin esperar su respuesta, destapo dos Club Colombia.
Me acercó al sofá y le ofrezco una. Mariana agradece y me la recibe. Acomoda su cuerpo hacia su derecha, descruzando las piernas y apaga por fin el cigarrillo en el cenicero. Yo por el contrario enciendo uno de los míos y me siento en la silla giratoria, apoyando mi tensa calma en el espaldar. ¡Dispuesto por fin a escuchar, es imposible demorarlo más!
— ¡Ahhh, que delicia! —Comento para los dos, después de dar un inicial y largo sorbo a mi refrescante cerveza. Camilo fuma, más no bebe. Me mira y no dice nada. —Bueno como dijiste, no hay motivos para brindar. Pero… ¡Saludcita!
— ¡Pues salud! le respondo, elevando hacia el frente mi lata de cerveza. —Al fin de cuentas es lo más importante en esta vida. ¿No es así, Melissa? Pronuncio y bebo un trago que me sabe emocionalmente glacial, antes de tomarme los amargos que con seguridad vendrán con su relatada verdad.
—Sinceramente, es así. Aunque igualmente son importantes otros aspectos para vivir mejor. ¿No es así, Camilo Andrés? —Le respondo calcando su sarcasmo, y mi marido se acomoda mejor girando hacia la izquierda su cuerpo, bien abiertas y flexionadas las piernas, afirmando sus zapatillas nuevas sobre el graduable reposapiés.
— ¿Cómo el amor y el dinero? Le pregunto. Ehh, me alcanzas el cenicero, ¿por favor? Gracias. —Doy un leve toque al filtro con mi pulgar para deshacerme de la ceniza y de paso en mi pecho, esta opresión.
—Pues sí, esas bendiciones son tambien necesarias para vivir bien. —Acierto a responderle y creo saber para donde vamos con esta conversación pero realmente ahora, no sé cómo lo haré ni por donde comenzar. ¿Con cuál frase? ¿Cuáles eran las palabras? ¡Mierda! No las recuerdo ahora. ¡Se viene el empujón!
—Y bien Melissa, creo que ya puedes comenzar a hablar de lo que has venido a conseguir de mí. —Le digo finalmente para acabar lo más pronto posible con esta charla demasiado dilatada.
— ¿Ha llegado la hora? Ufff… Hummm. Yo… ¡No sé por dónde empezar! —Y Mariana se coloca en pie. Ya no alisa el tejido de su vestido, no le preocupa. Tampoco se frota las manos, como usualmente hace cuando va a expresar una idea o en este caso, sus disculpas.
***
¡Creo necesitar aire! También un espacio para calmar estos nervios y por supuesto una luz que me pueda iluminar las ideas para dar comienzo. Me acerco muda hasta la entrada, con la puerta abierta de par en par y alargo el tiempo descolgando mis brazos. Aprieto mis manos perturbada y en la cerámica del suelo observo dibujada, trapezoidalmente la claridad de esta mañana. ¡Yo no la tengo!
Todo un guion de telenovela, estudiado frente al espejo de nuestra habitación y sobre nuestra cama, la maleta de viaje aun sin hacer. Con gestos de arrepentimiento y movimientos de mis manos para acentuarlo, que en este momento no los encuentro. No me sirvieron de nada, pues en el apuro de encontrarle espacio a mi automóvil en el parking del aeropuerto en Bogotá, se me quedaron refundidos allí a la hora de cargar con mi equipaje, y ahora he olvidado por completo el parlamento. Pero ni esta lánguida postura ni mis sudorosas manos, son las ensayadas hasta bien entrada esa madrugada.
Actriz definitivamente no era, y mentirosa tampoco quería parecer, aunque bien que le mentí varios meses mientras abusaba de su confianza lenta y progresivamente. Y sí, nerviosa y trastornada, repruebo esta audición estrepitosamente, ante la realidad que tengo en frente de mí, después de tanto tiempo de no hablarle ni mucho menos verle. ¡Da igual! Las verdades que necesito que conozca, no requieren de luminosos escenarios y mucho menos de sonoros aplausos. No creo que mi esposo, –como único espectador– esté por la labor de ponerse de pie en su palco y festejármelas. Me doy vuelta para acercarme a Camilo, pero sin verle. ¡El manto de la vergüenza me envuelve!
***
Rígidos los brazos, cayendo algo apáticos a los costados. Cierra con rapidez las manos hasta dar consistencia al puño y luego las expande, separando ampliamente sus finos dedos. ¡Veo destellos en uno de ellos! Es por culpa de la dorada y real alianza que le coloqué, aquella tarde soleada de un antiguo agosto.
Repite la operación varias veces, acompañando con este nervioso gesto sus cavilados pasos en una diagonal, entre el sofá y el umbral de la entrada. Desde allí, aclarada Mariana se gira y ahora entorna la mirada. Regresa hacia mí, cabizbaja y sin iluminarme con ese par de tallados topacios azules que me enamoraron. Finalmente me acomodo en el sofá respetando el abandonado lugar y su pensativo silencio.
—Camilo, mi amor… —Mi esposo se lleva ahora una mano a su frente y con ese acto detiene mí enredado comienzo, pero no la deja allí sino que la desplaza hasta su coronilla, labrando surcos con sus dedos en el oscuro castaño de sus ondulados cabellos. ¿Estará dispuesto a escuchar o a rebatir cada argumento mío?
—Ahh, ya veo. ¿Aún soy tu amor, Melissa? Le respondo y un tanto incomodo también me pongo en pie con la lata de cerveza ya tibia en mi mano.
—Por favor, déjame expresarme a mi manera. Permíteme hablarte con mis palabras y sobre todo como yo lo siento. Entiendo que sea difícil para ti. Créeme cuando te digo que para mí, lo es aún más. Y sí, mi vida… ¡Por supuesto que te amo! Yo no he dejado ni un instante de hacerlo. Sonara estúpido y falso, hasta difícil de creer, pero así lo ha sido siempre y así lo es. Por ello es que me estoy haciendo un lio para comenzar.
— ¡Ahh carajo! bonita forma de amarme la tuya. ¿No te parece? Hace unos cuantos meses, teniéndome cerca se te olvidó hacérmelo saber y sentir. Ahora estando separados, resulta que vienes para recordarme algo que a ti nunca se te olvidó, pero pasaste por alto. En fin, solo da inicio por el final, que en conclusión, es el motivo por el cual estas acá.
—Pues Camilo, es evidente que estoy aquí para intentar que regreses conmigo, a tu hogar para estar con tu hijo. Mateo te necesita y creo por lo visto hace instantes, que tu igualmente a él. —Mi esposo se incomoda. Lo sé porque frunce el ceño, aprieta la mandíbula y hace el ademan de intervenir para expresar algún tipo de juicio moral negativo.
—Espera, déjame continuar. —Le suplico, juntando palma contra palma mis manos y rozando con los dedos, la punta de mi nariz. Un gesticulado… ¡Por favor! Que no fue estudiado sino que me ha salido tan sincero y natural que he logrado calmarlo momentáneamente, antes de proseguir.
—Comprendo que para conseguirlo, es imprescindible lograr que me perdones y olvides mi engaño. Entiendo que no lo concibas y creas ahora que voy a utilizar a nuestro hijo como víctima para forzar tu regreso.
—Pues sí, Melissa. ¡Por favor! Eso es lo que parece. —Le respondo y deslizo hacia afuera del empaque, un nuevo cigarrillo. —En familiar sincronía Mariana, toma uno de los suyos, bastante tranquila ante mi reclamo y me ofrece candela con elegante discreción, pero enseguida persiste.
—No Camilo, no usaré a Mateo como comodín. Pero en verdad, la aflicción en nuestro hijo, su mal dormir y sus llantos, así como nombrarte siempre en sus juegos imaginarios y añorar las salidas contigo al parque, fueron suficientes motivos para darme el valor de buscarte. Nuestro hijo es quien menos merece sufrir, y el ser que me dio la fuerza necesaria para enterrar mi rencor por tu cobarde partida y buscar una solución, una manera de poder encontrarte para él primordialmente y sí, también para mi bienestar emocional. —Mi esposo pensativo, con fuerza aspira aire y para responderme, expulsa el humo contenido del cigarrillo, por la nariz en dos hileras grises, despavorido el resto entre sus labios a medio abrir.
—Lo que tu llamas cobardía, yo lo entiendo como desilusión, decepción, desengaño, frustración… Pero sí, en eso tienes mucha razón Melissa. Yo no creo que Mateo merezca crecer sin su padre, y con tu traición hacia mí, le estamos endilgando un tormento que no tiene por qué vivir. Sin embargo los dos sabemos que la única solución posible es que conciliemos una custodia compartida. Que permitas verme con mi hijo allá o aquí. Unos días cada mes. No pienso arrebatarlo de tus brazos, como te ha hecho pensar tu tía y ese estúpido abogado, acusándome de querer secuestrarlo, solo porque lo llevé conmigo ese fin de semana sin consultártelo. ¡Tan solo me despedía! —Mariana me observa aun de pie y asiente con su cabeza, más no sonríe. Bebe de su cerveza, un trago. Quizás no es la respuesta que esperaba escuchar.
—Hummm, sobre eso pues que te puedo decir. Fui una idiota al dejarme convencer por ella y al ver que no regresabas con mi hijo a la casa, enloquecida le pedí consejos y en vez de asumir la responsabilidad por mis faltas, avergonzada por quedar ante mi familia como la puta que era, sin decirle a ella la verdad, por el contrario te culpé por todo. Acepté tontamente sus recomendaciones. Debía alejarme de ti y no dejarte ver más a Mateo. ¡Otra más de mis cagadas! En verdad lo lamento mi vida. Como ves, es mi deber pedir de ti, más de un perdón.
—Lo increíble Melissa, es que la única que cambió en este tiempo fuiste tú y aun así, quisiste hacerme ver ante tu familia como un desalmado secuestrador. ¡De mi propio hijo! No lo esperaba de ti.
—Cegada por tu actitud distante y ese silencio eterno, fui culpándote sin justa razón, sin decírtelo a la cara. Evitándome a todas horas, no era la solución a nuestros problemas, Camilo. En un principio pensé que te faltaba valor, negándote a enfrentarme, pelearnos, discutirme o insultarnos. ¡Lo normal! Luego entendí que con tu mutismo, tan solo protegías lo poco bueno que quedaba de mí, dentro de ti.
—Yo… Quise decirte muchas cosas Melissa, pero… –le respondo sin mirarla, avergonzado de lo que llegué a pensar de ella–… Pero ninguna de esas palabras, eran buenas para la mujer que amé. ¿Gritarte? Ya no era necesario. «Después del ojo afuera, ya no hay Santa Lucia que valga» ¿No crees? —Doy un sorbo pero no me sabe a bueno. Necesito algo más intenso, que le cause ardor a mi garganta, antes de concluir mi respuesta. ¡Un «guarito» podría ser!
Me dirijo hasta el mesón y del lavavajillas tomo dos copas 10°, alargados tubos de un cristal inclinado, obsequio de la pareja alemana a la cuarta o quinta noche de arribar aquí. Mariana también lo desea y se coloca al otro costado del mesón. La conozco. Nos conocemos muy bien. Casi las reboso de aguardiente, como acostumbra a decir ella… «Uno doble con cara de triple». Y deslizo una, hasta colocarla en frente suyo. Sin brindis como acordamos, cada uno bebe sin asco de la suya, hasta vaciar el fondo.
— ¡Buaghhh! ¡Brrrrr! Juemadre si quema. Exclama Mariana arrugando los labios de su boca y achinando los ojos.
—Sí señora, el primero casi siempre entra en reversa. —Llenando de nuevo las copas para continuar, comparto su opinión.
— ¿Golpearte? —Y ahora si presto atención a su reacción.
Mariana entre cierra los ojos y mueve la cabeza de izquierda a derecha, pero con la rapidez necesaria para, ante mi interrogación, negarse a creerme capaz de algo así.
—Tú nunca lo harías… —Se le escapa débil la frase en alcoholizadas letras tras un corto sorbo del ardiente licor. ¡Un punto a su favor!
—Eso jamás lo haría Melissa, yo no me perdonaría jamás lastimarte y convertirme en un maltratador como tú ex novio. Así que asumí que el silencio sería una mejor manera de hacerte saber, como de roto me habías dejado. De hecho, lo único que te desee interiormente, fue que pudieras ser feliz con… el tipo ese. Ya que junto a mí, al parecer no te era suficiente.
Mariana y yo nos observamos enmudecidos en estos escasos metros cuadrados que fueron tiempo atrás, ocupados por compinches ojeadas, mimos y besuqueos, risotadas de complicidad y caricias premeditadas para fomentar posteriores encuentros sexuales, llenando de amor nuestro hogar. Y ahora cada uno ocupa su respectiva esquina, cual ring de boxeo.
Tomamos aliento sin el agitar de la toalla, bebemos aguardiente en lugar de agua y fumamos apartados sin charlas sobre cómo proteger la quijada o la indicada manera de lanzar el próximo gancho al costado. Estamos perdiendo nuestra amorosa complicidad. ¿Quién iniciará el siguiente asalto?
***
—Camilo… Ya que has aceptado verme y hablar, quiero decirte ante todo que te amo, que nunca he dejado de hacerlo. —En el rostro de mi esposo se dibuja una risita burlona, da media vuelta y bebe de una el resto de aguardiente. Se aleja hasta la entrada de la cabaña, de nuevo dándome la espalda.
—Espera, espera mi cielo, déjame seguir. ¡Quiero pedirte que me perdones! Pero no solo una vez, ni dos o tres. Mil veces perdón, mi amor. Te lo pediré hasta el cansancio, hasta que tú puedas o quieras… —Quedo en suspenso y Camilo se detiene. Alza los brazos hasta aferrarse con ambas manos al travesaño de la puerta. Y renace en mis ojos, el conocido ardor tras tantas horas de llanto.
—Pero necesito explicarte, contártelo todo y antes de volver a juzgarme, aunque estés en todo tu derecho de hacerlo y repudiarme, es preciso que sepas que no todo fue por mi maldita culpa. —Y se impregnan de húmedas congojas mis ennegrecidas pestañas.
— ¿Pero de que me hablas? No comprendo Melissa. —Mirando al exterior, –donde aún permanecen recostados de espaldas al sol los dos alemanes bronceándose los culos. – le pregunto sin verle. Y en mi mente tintineando, aquella proposición de Rodrigo… ¡Déjala hablar, solo haz de cuenta que no estas enterado de nada!
—No he regresado para mentirte. ¡Ya no, Camilo! Voy a ser lo más sincera posible, aunque la verdad nos duela. ¡Sí mi vida! No voy a ocultarte nada. Debo hablarte de frente, así que mírame… ¡Mírame cariño! —Le ordeno con firmeza y mi marido lentamente se gira, aprieta entre sus dientes el consumido pucho y en su mano derecha, apenas sostenida con dos dedos, la copa vacía.
Me acerco hasta él, con la botella de aguardiente en mi mano. Abarroto su acristalado cilindro y a continuación el mío. Lo miro fijamente, –mi respiración está algo agitada, moqueando un poco además– y finalmente me inundo de valor para decirle… —La primera verdad es que soy culpable de traición, y fue por mi propia decisión el haber sido infiel. Te pido perdón por ello. — Mi esposo ni parpadea.
—La segunda, es que desgraciadamente para ti y para mí, por culpa del malparido de tu amigo, en una puta me convertí. También te pido excusas por eso. —Camilo sigue serio e imperturbable, sin dejar de mirarme, luego da un sorbo.
—Y la tercera verdad mi vida, es que estoy enterada de tus aventuras, –ahora si reaccionan sus pupilas– lo he asumido y te perdono mi amor. Comprendo que hubieses caído con una, pues yo lo propicié. ¿Pero con la otra? Con mi amiga, no me lo esperé. ¡Me sorprendiste! —Ahora si perturbado, se cruza de brazos.