Epílogo.
—Y entonces Rodrigo, ¿me vas a contar al fin, por qué no querías que nos reuniéramos en este bar?
—Ah, caray, don Camilo, en las que usted me pone. Pues la razón es muy sencilla. En este mismo bar, para solas y solos, un día de agosto, tres años atrás, se reunieron aquí mismo, la que hasta esa época era mi esposa, y su ahora, nueva pareja. Y se suponían que los dos no estaban ni tan solos, ni tan mal acompañados.
—¿En serio? Me lo hubieras contado y cambiaríamos el lugar. La verdad, escuché la publicidad en un programa de radio donde lo recomendaban, y me causó curiosidad. Ya sabes, es que este es, uno de esos locales con espacios y temáticas sociales, donde la soledad particular se reúne para socializar y así, tener la posibilidad de encontrarse con otras personas en iguales condiciones a las mías. Y por lo visto, a las nuestras. Lo siento mucho. Si prefieres, salimos y vamos a otro lugar.
—No hay lío. Está superado. Igual, ya estamos aquí y ciertamente, el ambiente es relajado y la música no está para nada mal. Además, veo, que ya pidió para los dos. ¡Salud por su regreso!
—Salud, amigo mío. ¿Y mi camioneta?
—Pues bien, arquitecto. Por ahí va andando. ¡Jajaja!
—¿Y cómo le terminó de ir? ¿Cómo fue que terminó todo con su señora?
—Hummm, pues refréscame la memoria, Rodrigo. ¿Dónde lo dejamos?
—Cuando se despidieron en el hotel. Si no estoy mal, por ahí íbamos.
—A ver, que te cuento. Pues obviamente, tras cerrar la puerta, me descompuse. Fue una sensación horrible, ¿sabes? Cada paso que daba hacia las escaleras de madera, suponían un gran esfuerzo para mis pies. Desde uno de los descansos la vi. Estaba en la esquina de aquel balcón, mirándome. Con su brazo derecho en lo alto, se despedía de mí, moviendo su mano. Pero la otra, la mantenía cubriendo su boca. Estaba llorando, al igual que yo.
—Claro, eso debió ser difícil de asimilar, para los dos.
—¡Ni te lo imaginas! ¿Y que más te cuento? Hummm, pues que dejé de mirarla, no soportaba verla así, aunque en realidad yo iba pensando, analizando los pormenores de nuestra conversación.
—Después de haberlo conocido todo y de revivirlo desde allí, aun sin agradarme haber imaginado cómo lo hacía, cómo se entregaba, y escuchándola hablar de todas sus porquerías, –arrepentida y adolorida, obviamente– pero causándome un dolor inconmensurable, sentía que, a pesar de todo, ella continuaba amándome, y yo, por supuesto, también a ella. —Da un gran sorbo a su jarra de cerveza dorada. Me mira por encima del borde grueso con la espuma rebosante, y después de beber, baja el envase para continuar explicándome lo que vivía en su interior.
—Contábamos con una pequeña vida, cinco años de risas y juegos, que nos une y lo seguirá haciendo a largo plazo. Y mi deber, y el suyo, por supuesto, era que, como padres, necesitábamos continuar amándolo, estar ahí para él, velando por su bienestar. Nunca nos libraremos de esa misión que nos encomendó el amor que nos unió. No me libraré de ella, ni Mariana de mí. ¿Lo comprendes, no es verdad?
—Por supuesto, don Camilo.
—Era claro para mí, que nos sentiríamos vacíos al comienzo, de la misma forma que nos sucedió durante esos siete meses, en los cuales no hicimos tanta falta, pero después… Mmm, eso sería un gran esfuerzo. Mariana sabe que aún la amo, y reconozco que ella, por mí, haría todo lo que estuviera a su alcance por verme feliz. —De nuevo su mano se aferra a la oreja de su jarra, pero no para llevarla a su boca, sino para girarla sobre su eje, con cuidado.
—Era difícil dejarla allí. No sabía hasta cuándo, y en cuáles otros ojos, podría volver a verme reflejado y lograr sentir la paz que, en su par de topacios, yo la hallé. ¿En cuáles otros brazos, Rodrigo, podría ella sentirse protegida? ¡Mierda! Que hijueputa sensación tan rara sentía en el vientre, y esa opresión en el pecho que no me dejaba respirar. Era un largo trecho para regresarme caminando hasta el hostal, y ese solazo que pegaba tan fuerte aquella mañana, me terminó por acalorar y casi ahogar. Un taxi libre era la solución, para refrescarme y salir corriendo de allí.
—¡Chao, mi amor! —Cayeron sobre mí, aquellas tres palabras desde el balcón.
—¡Sabes bien que desearé siempre, que te vaya bien en todo lo que te propongas! —Continúo gritando sin importarle que otros oídos, diferentes a los míos, la escucharan.
—¡En todo, aunque yo ya no esté más en tu vida! Por favor mi vida, haz tú lo mismo por mí, pero con más fuerza, con todo lo que tengas, porque yo, mi cielo, seré quien de los dos, más lo necesite, ya que estoy dejando partir, al hombre que más amo en este mundo. ¡El amor que tuve a mi lado tantos años! El mejor complemento para mi vida, lo más grande que tuve, y el imposible amor en que, por mis pataletas de niña consentida y las puterías de mujer empoderada, yo lo convertí.
—Te amaré por siempre, Mariana. –Le respondí gritando. Elevando mi voz hacia aquel balcón. – Y sé que permanecerás conmigo, aunque ya no vuelvas a estar junto a mí. Ojalá puedas dejar de sufrir por mí, pues a pesar de todo lo pasado, todos estos días sin ti, estuve en lo profundo de un pozo en el cual no veía cómo salir. Y dolorosamente, con tus revelaciones y ese gran valor que tuviste para venir y enfrentarme, asistiendo con honorabilidad a tu juicio, esas verdades tuyas que apuñalaban mi alma, contribuyeron, sin embargo, a restarle peso a todas mis dudas y así, permitir que me aferrara a la orilla, y sacar del pozo mi cabeza. —Ahora sí, hace una pausa, y tanto él como yo, al nivel de nuestras cervezas, le restamos otros cuantos mililitros.
—¡Sabes algo! –Continué confesándole, allí detenido, observándola desde abajo, sin prestarle atención a la cara asombrada de una muchacha que escoba en mano, barría con bastante calma, el pasillo por donde yo debería marchar. – Has levantado el velo de mi oscuridad, y en vez de causarme más daño, has restaurado mi tranquilidad. No fallé contigo, donde creía que lo había hecho. No obstante, Mariana, yo pretendía con ello, odiarte. Hacerlo con todas mis fuerzas, para que fuera más fácil dejarte, pero si no lo pude hacer antes, porque te amaba con el alma, ahora mucho menos te odiaré, porque no te acobardaste y, además, porque aún te sigo amando. Te perdono amor mío, y comprendo que olvidarte será imposible, y por supuesto que todo tu pasado, me seguirá causando pena, y las dudas, permanecerán.
—Wow! Eso fue toda una declaración de amor. ¿Y su señora que le respondió? O, ¿se quedó callada ante lo que usted le explicó?
—Obviamente, se estremeció, pero apoyada sobre la baranda de madera con ambas manos, me respondió…
—¡Nos haremos falta, cielo! Será inevitable. Me echarás de menos, pero yo te extrañaré todavía más. Y, sin embargo, estaremos juntos, porque aun estando separados físicamente, estoy segura, muy segura de que vamos a ver crecer a nuestro Mateo, a tu loquito del alma, y en él, verteremos todo el amor que nos tuvimos, y el nuestro siendo antiguo, persistirá cuando estando a solas, cada uno nos pensemos.
—Se me atragantaron las palabras, y el llanto, ese que tanto me esforzaba por detener, fluyó libremente. Por lo tanto, no tuve más que hacer, sino agachar la cabeza e irme de aquel hotel, lo más rápido que pude.
—Esa es la parte más difícil de una despedida, arquitecto. ¡Dígamelo a mí! Querer detenerse, darse la vuelta y regresar, pero a la vez, analizar y determinar que lo mejor es dar el siguiente paso y luego el otro, avanzar y dejar volar.
—Efectivamente Rodrigo. El caso es que finalmente llegamos con bastante retraso al aeropuerto y…
—¿Llegamos?
—Sí, todos. Ya sabes. Se corrió el rumor de mi partida y como decía mi abuela.: «¡En casa chiquita, se escuchan y se huelen todos los pedos!».
—Mientras terminaba hacer el check-in en el counter de la aerolínea, recordé aquel encargo y salí caminando apurado por los pasillos, para ubicar la tienda más cercana para conseguirlo. Y luego la vi desde lejos, despidiéndose con abrazos y bastante llanto, por parte de Maureen, e igualmente de Kayra. Yo caminaba a espaldas de mi «Brother». A Mariana, entre risas, por alguna de las acostumbradas bromas que suele hacer Eric, se le colorearon las mejillas, y le daba un par de besos por adiós, mientras Pierre le alcanzaba un pañuelo para que secara sus lágrimas. Hasta que ella, al verlo, se abalanzó a los brazos abiertos de William, y tras él, me vio.
—¿Camilo? ¿¡Qué haces tú por acá!?
—Recordé que a Mateo le hacen falta algunos crayones, y también le conseguí este set de marcadores con punta pincel. Se parecen mucho a los que usas. De seguro que se pondrá muy feliz. —Le respondí y se los enseñé. Ella estiró su mano para recibirlos, pero no se los entregué y los guardé dentro de mi mochila Wayuu.
—Entonces, arquitecto, finalmente me hizo caso.
—Por supuesto. Ese es el segundo mejor consejo que me has dado, Rodrigo. Luego Mariana, se dio cuenta de que a mis espaldas llevaba colgado un morral de cuero marrón, y me preguntó…
—¿Y esto que contiene?
—Unas pocas cosas. Algo de ropa y dos pares de zapatos. —La saqué de su duda.
—¿Vas a regresar conmigo? ¿En serio me has perdonado y volverás? —Asentí y Mariana me apercolló el cuello, y sin mediar una sola palabra, me besó. Fue un besito en realidad, con sus labios estirados como pico de pato.
—A su oído derecho, rozando su candonga de oro, acerqué mis labios, pero no fue para besárselo.
—Tienes mi perdón, Mariana. –Le cuchicheé. – Cometiste errores, te confiaste y yo también. Así que la culpa es compartida. Los dos la cagamos. Desdibujar el pasado no será posible, eso lo tenemos muy claro los dos. Quizás con el tiempo, nuestras nuevas vidas nos permitan, en tu caso, podrías esparcir encima de ese lienzo, algunos colores nuevos, y en la mía, edificar sobre ese sótano, algunas estructuras con espacios amplios, nuevos y ventilados. ¿Vamos? —Terminé por decirle, pues la agente de inmigración nos sonreía con amabilidad, y a la vez aleteaba con el brazo, gentilmente apurándonos para cruzar la puerta de seguridad.
—Me despedí rápidamente de todos, asegurándoles que regresaría, unas dos o tres semanas después, especialmente de Maureen, que no paraba de llorar. ¡Celebraremos la navidad juntos! —Le prometí.
—Como hiciste para conseg…
—¡William! Ya sabes qué mi Bro, tiene bastantes amigos y algunos de ellos le deben pagos al banco. —Le respondí sin ocultarle mi sonrisa de satisfacción y despidiéndonos a lo lejos de nuestros amigos. ¡De mi otra familia!
—Salud, por la amistad. Arquitecto. —Y bebemos a la par de nuestras jarras de cerveza, dejando limpio el fondo.
—¡Salud!
—Y así, mi querido amigo continuamos caminando hacia la sala VIP. ¿Tienes cigarrillos? Los míos se me olvidaron. Debí dejarlos olvidados en el bolsillo de la otra chaqueta.
—¡Vamos! Acomodémonos en aquella mesita en la terraza, al lado de esas dos cuchi-barbies. Quien quita que, aparte de echar humo como dos locomotoras, hagamos amistades. —Y después de reírnos, nos acomodamos en una mesita para dos. ¡Para dos compinches descorazonados!
—Ya sentados en la sala VIP, esperando por la llamada para abordar, ella colocó su mano derecha sobre mi rodilla y me dijo…
—¡Te agradeceré toda mi vida, por la felicidad con la que me la llenaste! Me enseñaste que, en la vida, lo que te propongas se puede lograr. Aunque aquel éxito que esperas, se te demore un tiempo, quizás más de lo pensado. Y que, para poder vivirla al máximo, existen amplias y llanas praderas florecidas, fraccionadas todas por caminos distintos que te llevan de aquí para allá, como los retorcidos hilos de este lazo rojo que me colocaste. Pero tan comunes y sin gracia, –igualmente me advertiste– que llegan a cansar hasta el aburrimiento.
—Que existen también otros terrenos más allá en el horizonte, divertidos si te gusta explorar. Verás cómo, –me dijiste– se va inclinando el terreno hasta que te encuentras de frente con paredes de infranqueables acantilados o te ves de pronto caminando al borde de peligrosos desfiladeros, tras dejar atrás esas tupidas laderas, adornadas con altos cedros, robustos nogales y bienolientes eucaliptos.
—Y con sus variados caminos hacia arriba, la adrenalina de la aventura nos irá llevando hacia sus hermosas y desconocidas alturas, haciéndonos olvidar del ocre en sus espigas, los amarillos girasoles y también del violeta de las petunias, de la plácida llanura ya pisada. Según tu experiencia de caminante, detenerse momentos antes de dar el siguiente paso, para poder admirar con sensatez desde su cima, nuestra vida en perspectiva y tomar la decisión de avanzar o regresar.
—Pero yo en su momento no le di la debida importancia a tus recomendaciones, y dejé simplemente a tus palabras, empolvarse en algún apartado estante de mi mente, sucumbiendo al ego de mi autosuficiencia y mis prisas por demostrarte de lo que era capaz de conseguir… ¡Sin tus cuidados!
—Ya en el segundo llamado para abordar, secándose el llanto con dos pañuelos faciales, concluyó su íntima disertación, diciéndome…
—Ahora que reconozco ante ti, amor mío, mis desaciertos y las putadas que realicé, y tú de mala manera de enterarte, asimismo creo que también debo pedirte perdón porque recién te marchaste, te aborrecí. Es que… Cielo, me mirabas con un odio terrible, tú nunca antes… jamás me habías mirado así. ¡Sí! Lo sé, lo sé. Me lo tenía merecido, pero hubiera preferido que gritaras, me insultaras y me dejaras con palabras bien claras tus sensaciones esa noche, a que me castigaras con tu silencio. Y te detesté más que nada por eso, por esa mirada llena de desprecio.
—¿Me odiaste, Melissa? Hummm, ya veo. Es el colmo que, a pesar de todo, sabiendo tu muy bien la verdad, tuviera yo que cargar, aparte de la mía, igualmente tu cruz.
—¿Odio? No, mi amor. ¡Jamás he querido destruirte o desearte el mal! ¿Rencor? Sí, mi vida. Porque me envenenaba interiormente al ver que tú, no reaccionabas como yo lo suponía. De pronto fue una mezcla de los dos, si te soy sincera. Es difícil de explicar. Me sentía sola y derrotada. No dijiste nada de nada. No sabía con seguridad a qué atenerme, aunque por tu distanciamiento repentino y ese silencio eterno en el que vivimos los últimos días, yo… Busqué un culpable. Al ver y sentir que te había perdido, qué ya no me amabas, yo necesitaba en esos momentos encontrar en ti algo malo, un punto obscuro para culparte, y en tu amor una fisura de dónde agarrarme para escalar y salir bien librada del lodazal donde me había hundido.
—¿Qué ya no te amaba? Es que, a ver, Melissa. Amar no es solo demostrar con palabras y actos, obsequios o cariñosas miradas, no. Amarte también involucraba para mí, el saber callar y esperar a que tú actuaras con la sapiencia de siempre y me hablaras con confianza, aunque hubieses estado tan perdida. Ten la plena seguridad de que yo, amándote como lo he hecho desde que te conocí, podría quizás lograr entender lo que sentías o mejor… lo que ansiabas probar. ¿Lo hiciste? ¡No! ¿Cierto? Tú, conociéndome tanto tiempo y, sin embargo, me sacaste de tu vida, para dejar entrar en ella a más de un extraño.
—¿Odiarte? Ok, quedamos en no mentir. Pues bien, lo intenté. Pero te juro que no logré conseguirlo. Rencor por supuesto. Decepción, eso sí, lo sentí. ¿Pero detestar a la mujer que me obsequió durante un buen tiempo, su felicidad en mis años, el sol de sus días en mis mañanas y la complicidad de sus tardes, alargando mis noches, cooperando entre ambos, cuerpo a cuerpo para disfrutar de un provechoso sexo, o simplemente arrullar mis sueños en tu despierta realidad, y, sobre todo, ¿concebir a nuestro pequeño Mateo? No Mariana, aborrecerte, no pude y tratarte mal, eso jamás.
—Pero, pues por eso mismo estoy aquí, no me pediste explicaciones, y yo estaba confundida, completamente en shock ante lo sucedido. Nunca lo pensé, no creí que fuera a terminar todo así. No quise herirte, aunque dentro de mí cada día no dejaba de reflexionar en que lo hacía. Sí, fui una traidora, me convertí en otra mujer buscándome problemas sin necesidad, rompiendo de paso con todo, rompiéndote a ti, a nuestro matrimonio, tirando por la borda tantos años de felicidad. Dejando sin su padre a nuestro hijo por mi puta culpa. Perdóname, por favor perdóname si puedes.
—«El rostro divertido de la infidelidad, pierde su encanto y las sonrisas, cuando al doblar la esquina de la cotidianidad, se encuentra de frente con la cara tradicional de la costumbre».
—¿Qué? ¿Cómo?
—No, nada. Solo es una frase que le escuché a Rodrigo, y que acabo de recordar.
—Ah, bueno. Yo… La verdad que no sé cómo explicártelo, mi amor. Lo que hice y lo que desordené, mi cambio, las mentiras, mi gozo y asimismo mi dolor… Todo, cariño mío, tiene una explicación. Durante toda mi vida lo tuve todo y, sin embargo, dentro de mí, faltaba algo.
—Bueno, no es tan así. En realidad, no es que hiciera falta, pues estaba allí escondido, aguardando el momento para salir expulsado al exterior. Desde pequeña siempre haciendo caso a mis padres, a mis hermanos mayores y a mi abuela también. Yo, la niña de la casa, la hermanita menor a quien proteger. ¿Proteger de que quién o de qué? Me preguntaba a solas muchas veces y de ellos escuchaba, casi en coro… ¡De los hombres, mi princesa, los hombres malos! ¿Hombres malos? Entonces… ¿Mi padre y mis hermanos eran de esos seres de los que me debería cuidar y defender? Pero sí de ellos solo recibía amor, ternura, juegos y una esmerada protección, en serio no comprendía.
—Mi padre se mostraba enamorado de mi madre y estaba más que segura de que mi abuelo había amado siempre a mi abuela. ¿Entonces cuál era su temor? Muchas preguntas revoloteando en mi cabeza, como enredos tenían mis cabellos y que en las noches mi padre cariñosamente se encargaba de deshacer antes de que su princesita se fuera a dormir.
—Y no, no arquees tus cejas ni frunzas el ceño. Mi padre nunca abuso de mí ni se propasó en sus caricias fraternas. Por supuesto, mis hermanos tampoco. Siempre me respetaron y era por eso que no comprendía por qué mi madre y mi abuela se esforzaban tanto por cuidarme de los hombres.
—Ser buena niña, muy respetuosa y educada, comportándome como una casta doncella. Por nada del mundo podía pelear con mis hermanos o los otros niños como ellos si lo hacían. Nada de decir malas palabras como escuchaba a veces de mis hermanos. ¡Siéntate bien, estira la falda, cubre las rodillas y cruza bien las piernas! ¡No te agaches así que se te van a ver los calzones! ¡No juegues a la pelota, lo tuyo son las muñecas! No era tan libre de ser como yo quería, era como tener voz, pero no podía expresar mis pensamientos, ya te digo que, de los sentimientos, ni hablar.
—Me espantaban con sus cuidados tan exagerados, no me dejaban ser como sentía que tendría que ser. Y, sin embargo, fueron pasando los años y dejé que me formaran a su semejanza y mis ganas, mis derechos de vivir como pensaba, fueron quedando olvidados en lo profundo de mi inconsciente.
—No me dejaron de pequeña socializar, ni como yo quería ni con quienes me agradaba estar. Jugar con los niños al futbol era un problema grave, pues podrían lastimarme con la pelota en mis pechos, o si con mis amigos en la calle nos daba por jugar a las escondidas americanas podría sentir cosas en mi cuerpo indebidas a esa edad, y en navidad de lejitos con mis primos en los aguinaldos, pues con un beso robado peligraba la pureza que se resguardaba en medio de mis piernas. Pero en sus reuniones de adultos, si me urgían a acercarme a los hijos de sus amistades y que mis padres creían que me harían ser mejor persona, rodearme de gente decente y educada, sin reflexionar en mis gustos o aficiones, sin tomar en cuenta mi opinión.
—Pero yo tan solo quería ser mejor mujer, sin temores, sin odios y sin complejos. Solo ser yo, vivir mi vida, conocer, aprender y descubrir. ¡Saber defenderme por mí misma! Les hice caso, les cedí mis derechos, mi individualidad, y continué siendo el tesorito de la abuela, y la delicada princesita de papá y mamá.
—Amor mío, me olvidé de mí misma. ¿Me entiendes? Me formaron con los años como otra persona y de mis gustos, mis preferencias, todas las dudas existenciales de mi propia forma de entender la vida cuando era niña, las oculté por darles la razón. ¿Por qué esto sí y por qué aquello está mal? Y entre más oculta querían que estuviera de ese mal, la intriga y la curiosidad por conocer y saber, palpitaba fuerte dentro de mí.
—Finalmente, les hice caso y me conformé con ser una mujer como las demás, una persona común y similar, para encajar en la sociedad. «Haz esto mi niña y no hagas aquello que no está bien visto en una señorita», me aconsejaban mi madre, mi abuela, las maestras, y por supuesto unas que otras, que se consideraba mis grandes amigas. Esa fue la norma, la invariable constante a seguir en mi vida, según mi moral educación.
—Y la pequeña mujer que pensaba diferente, sentía distinto y quería jugar a lo que ante los ojos de los demás estaba mal visto, se perdió en mi inconsciente con los años y despacio la dejé morir. Simplemente la olvidé… ¡O eso es lo que yo creía!
—Años y años alejándome los unos y los otros del mal, pero… ¿Y si el mal estaba ya dentro de mí? Me cuidaban de los demás, todos… Incluido tú. Pero cariño mío… ¿Quién carajos me cuidaba de los oscuros deseos del demonio que habitaba en mí?
—Te traicioné, claro que sí, y aunque te suene esto a una excusa barata, te fui infiel a medias. ¿Por qué, te preguntarás? Pues porque siendo verdad qué ofrecí mi cuerpo, nunca entregué mi corazón. Ese siempre ha sido tuyo, a pesar de que no te lo parezca. Te comprendo. ¡En serio! Me costó a mí, varios días descifrar el enigma del porqué hice lo que hice, despedazando nuestro matrimonio, destrozando tu confianza en mí y clavando un puñal o varios, en tu corazón. Mandé a la mierda lo que ya tenía, lo que construimos con los años… ¡Nuestra unión!
—Así que comprendo que me pongas esa cara de asombro y me obsequies esa sonrisa despectiva por respuesta a lo que te he comentado. Lo tengo bien merecido Camilo, descuida.
—Pero en serio mi amor, no fue el sexo con otros lo atrayente, aunque para ti, como hombre y esposo, eso lo consideres tan fundamental. Para mí ese sexo solo fue una consecuencia física a los sentimientos que yo, embriagada por ese novedoso poder que sentí, al poder defenderme sola de los hombres malos, fui constituyendo para mí y para, esa otra mujer en mi interior. Fue el poder de decidir qué decir y hacer, el cómo, el cuándo y él con quién. El dulce sabor de la sensación de tener yo, poder sobre mi vida y con ella, usar para mi beneficio y con las armas que por mi cuerpo disponía, para incidir en la de los demás.
—Pero también amor, debes saber que siempre, siempre, yo fui consciente de que tú ya te habías ganado con creces mi corazón y era sentimentalmente, exclusiva de ti. Inaudito e incomprensible, pero es la pura verdad.
—Y antes de responderle algo, Rodrigo, debí plantearme si realmente podría olvidarlo todo, convivir y juntos, intentar superarlo. Pero… ¿Sabríamos cómo hacerlo? ¿Tendría la fortaleza suficiente para asumir sus razones y justificarle esos motivos? ¿Llegó a sentirse fuertemente atraída por ese hijo de puta, siete mujeres o por esa diva de telenovelas? ¿Continuaría pensando en ellos? O simple y llanamente… ¿Su mayor deseo de sentirse poderosa y verse deseada por todo el mundo, se le había colmado, y a pesar de cómo me lo ha dicho, la sentiría nuevamente plena conmigo y satisfecha a mi lado sexualmente, sin requerir de nuevas sensaciones para su vida?
—Y me visualicé en un futuro, viviendo a su lado nuevamente, desconfiando a diario. ¿Lo resistiría?, o sería mejor… ¿Vivir nuestras vidas amigablemente separadas? Sí, esa era la cuestión por definir, mi querido amigo. No debería existir más para ella, aunque insistiera en seguir imaginándome, a su lado.
—Supongo que te quedaras con nosotros un tiempo, mientras encuentras un sitio para ti. O si prefieres, podemos buscar una casa nueva, o un apartamento en otro barrio para que nadie de nuestro pasado, pueda llegar a incomodarnos nuevamente, sobre todo, ese par de estúpidos malparidos. —Me interrumpió los pensamientos.
—Por Eduardo no te preocupes. Milton me hizo el favor de averiguar por esos dos personajes, y él, lleva cuatro meses recluido en una institución para la salud mental. Al parecer, Fadia se encargó de dejarlo por allá, para que superase una esquizofrenia paranoica. No tiene autorizadas las visitas, salvo que sea un familiar en primer grado de consanguinidad. Ella vendió todo y se marchó, suponemos que con su dichosa prima. Se fue sin dejar rastro. Lo abandono y desapareció. —Le comenté la situación y nos pusimos de pie para hacer la fila de ingreso.
—¿Y tus antiguas amistades? —La presioné un poco y sin dudarlo un segundo me respondió…
—Cómo te relaté, jamás revelé mi verdadera identidad. Nadie nunca tuvo mi número telefónico personal, ninguno de quienes me seguían en las redes sociales, conoció mi perfil verdadero. ¡Ni él, ni ella! He llevado todo este tiempo desde que te marchaste, sin necesitar saber nada de ellos. Eso te lo puedo jurar por la memoria de mi padre. —Me contestó tajantemente, y luego, con curiosa serenidad, Mariana me preguntó…
—¿Hummm, y que silla te dieron? —Me preguntó Mariana al avanzar hacia la puerta del avión.
—No lo sé. ¡Ésta! –Y le enseñé el pase de abordar. – Supongo que, a lo último, en la cola del avión.
—¡Que lastima! Yo estoy en…
—Lo imagino. En primera clase. ¿No? —La interrumpí.
—Me miró un tanto triste, y tras saludar cortésmente al sobrecargo e ingresar a la cabina, y antes de separarnos, se me acercó y al oído me preguntó…
—Cielo… ¿Crees que pueda cambiar?
—No lo sé, pero más te vale que lo intentes y que este viaje de regreso para los dos, no se convierta en otro error. —Me tomó por el antebrazo y pegadita a mí, me dijo en voz baja…
—Jajaja, no cielo, no me refería a eso, sino a mi ubicación en el avión.
—No lo creo, todo está full. Estuve de suerte al conseguir cupo. Igual podemos aprovechar para descansar un poco. No he dormido nada, y al igual que tú, se me están cerrando los ojos.
—Ok. Está bien. Pero cielo… Quiero que entiendas mi amor, que nada estaba mal en ti y que no fue tu culpa. No era que te faltara nada o estuviese yo hastiada contigo; no me fallabas ni emocional ni económicamente. Siempre me sentí segura y con un futuro prometedor a tu lado. Que, si te fui infiel, fue por un deseo reprimido, algo infantil al comienzo. Luego… Luego yo me descubrí deseando más, obteniendo un egoísta beneficio adicional. ¡Más fuerza! Mi cielo. Una poderosa sensación de dominio se fue apropiando de la mujer que conociste, la que tu tanto amabas y cuidabas, pero surgió de mi interior tan de repente, esa diosa oculta que yo mantuve por años en el olvido, que no alcancé a dimensionar el daño que te causaría, a ti y a mí, a nuestro matrimonio.
—Una señora con dos pequeños, y tres trolleys de mano, nos interrumpieron por unos segundos, mientras pasaban por en medio de los dos, buscando más adelante sus respectivos asientos.
—Y sí, cariño, no miento al decirte que disfruté de ese poder adicional, al tener a alguien más que al igual que tú, se fue enamorando de mí. Bueno… ¡De esa otra yo! Pero además has de saber, que, así como gozaba espiritualmente, lo sufría por igual, pues yo te seguía amando. Mi amor has sido siempre tú, aunque esta blanca rosa tuya, por la pasión transmutara a roja y sin desconfianza de tu parte, al dejarme tomar día tras día por el tallo, por pura vanidad, yo te clavara estúpidamente mil espinas.
—Ya estábamos incomodando demasiado, y el sobrecargo tenía la clara intención de interrumpirnos, cuando sonó su teléfono. Dudó unas centésimas de segundo, pero finalmente tomó la llamada y respondió sin darme la espalda, por lo cual pude escuchar toda la conversación.
—… ¿Aló? Holaaa. ¿Julián? ¡Julián, casi no te escucho!
—… ¿Cómo? ¿Que donde estoy? Pues… En el aeropuerto.
—… ¿Que qué?… No, no señor. No estoy en El Dorado… Estoy en… En el aeropuerto de El Hato, en Curazao. Y no. No he revisado los mensajes en el móvil. ¿Por qué preguntas?
—… Después te lo explico. Mejor dime, ¿qué es lo que sucede con Mamá?
—… Nooo, nooo. ¡Mierda! Yo… Cuando esté en Bogotá, voy a arreglar algunas cosas y dejaré a Mateo con… Con su papá.
—… ¡Que sí, que sí! Voy a darme toda la prisa del mundo. Tan pronto tenga todo listo, te doy los datos del vuelo. Ok. Y dile a mi mamita que la amo mucho. ¡Que mantenga la esperanza, pues estoy segura de que Dios la va a sacar a delante de todo esto! Ok. Un beso, hermanito.
—De nuevo en sus ojitos azules, el llanto comenzó a manar. No tuvo que mencionarme nada. Lo intuí de inmediato. Al verla desconsolada la abracé, y simplemente le dije que todo saldría bien. Ya lo había decidido tras la conversación que tú y yo sostuvimos, mientras llegaba en taxi a la cabaña, y al parecer el destino también colocaba su granito de arena para que yo regresara a encontrarme con Mateo para cuidarlo mientras su mamá, debería velar por la abuelita Panchita.
—Mi cliente y amigo, da dos tragos largos a su jarra de cerveza, y tanto la suya como la mía, quedan al mismo nivel.
—No te alcanzas a imaginar la felicidad de Mateo cuando nos vio llegar juntos a la casa. No le habíamos dicho nada para que fuera una sorpresa. Esa misma noche instalamos su pequeña tienda de campaña, con los coloridos planetas estampados, en mitad de la sala y dormí junto a mi pequeño loquito, arruchándome a su cuerpecito, con medio cuerpo mío fuera, y arropándome muy bien los pies, pues sentía frío, a pesar de tenerlos casi pegados a la chimenea encendida.
—Al otro día Mariana hizo los trámites necesarios y consiguió vuelo para Dallas, a media tarde. La acompañamos al aeropuerto, Iryna, Natasha, y Mateo todo el tiempo cargado en sus brazos. Ahora estoy solo con mi hijo en la casa, esperando que mejore la salud de mi suegra, y así, Mariana pueda regresar lo más pronto posible, ojalá antes de fin de año, para finiquitar en enero próximo, –cuando abran los juzgados– nuestro divorcio, y así poderme ir a trabajar a Qingdao. Tienen un proyecto enorme entre manos, para trabajar con los contenedores marítimos, y adecuarlos para construir un innovador escenario deportivo.
—Hummm, Qué vaina con ese problema del cáncer. Ojalá su suegra se recupere pronto y pueda regresar su señora para solucionar ese tema tan aburridor. Es una lástima que se terminen, así las cosas, pero es una sabia decisión. A usted le va a ir bien por allá en China, se lo aseguro. Y por su señora no se preocupe arquitecto, ella sabe defenderse solita. ¡Estará bien!
—Lo sé, Rodrigo, lo sé. Mariana ya me demostró que no es tan frágil como una flor.
—Ajá, por supuesto. Ella es tan delicada como una bomba nuclear. ¡Jajaja!
—¿Pedimos la otra? ¿O tiene afán?
—Pues que te dijera Rodrigo… ¡Pidamos la última, qué carajos! Igual, Mateo está con sus primitos, su tía y mi mamá.
—¿Necesita que lo lleve más tarde a su casa?
—No gracias. ¡Traje el Audi!
—¿Vea pues, hasta que por fin se lo prestaron? ¡Jajaja!
—Ja-ja-ja-ja. Muy gracioso.
-Fin-
… «Si uno de vosotros juzga a la esposa infiel, que pese también en la balanza el corazón del marido, y mida su propia alma con cuidado.»
Gibran Khalil Gibran – El profeta.
Todos los derechos reservados.
Queda prohibida su reproducción parcial o total.
Bogotá – Colombia.
Noviembre 20 del 2021