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Infiel por mi culpa. Puta por obligación (28)
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Tiempo de lectura: 23 minutos

Traición por compensación.

El tiempo parece detenerse mientras disfruto de sus cuidados. Se preocupa todavía por mí, aunque afortunadamente nada grave me pasó. ¡Y eso es una buena señal!

En su reloj, un poco más de la una de esta nueva madrugada observo, y en mi smartwacht, –aparte de mostrarme la misma hora– la saturación de oxigeno se encuentra al 97% y mi ritmo cardiaco ya permanece estable, aunque me alarmo enseguida al escuchar que chapoteando sobre las suaves ondas del mar que llegan hasta la orilla, el ruido de pasos apurados se están acercando y de inmediato giro mi cabeza.

— ¡¿Pasó algo?! —Con la estridencia del grito, la pregunta rompe este apacible momento. Proviene del joven más alto y corpulento que conocimos antes, el encargado de cargar el altavoz portátil, y de quien ahora no recuerdo el nombre.

— ¿Estás bien? —La voz aguda y dulce de la rubia, ubicada al costado del muchacho, direcciona su fingido interés hacia mí.

— ¡No dejes que se acerquen, porque mira como estoy! —Alarmada le digo a Camilo y de forma automática mi antebrazo derecho cubre el translucido volumen de mis senos, y con la mano izquierda extendida, oculto mi emparamada entrepierna.

— ¡Si tranquilos, no es nada grave! Gracias por el interés. No se preocupen y mejor continúen con su rumba. —Les dice Camilo deteniéndolos al levantar su brazo y doblar la mano haciéndoles la señal de alto.

—Listo parcero, pero si necesitan algo ya saben dónde encontrarnos. —Se despide el fornido moreno dando media vuelta, y por la cintura se lleva casi a rastras a la sonriente rubiecita, que sin embargo nos echa una última ojeada. ¡Más a mi esposo que a mí, por supuesto!

Pero ese adiós funciona como una puerta que se abre entre mi marido y yo, pues nuestros ojos se encuentran, desencadenando entre los dos un silencio diferente, acompañado por una sonrisa cómplice en la que apenas si nos mostramos los dientes, y que libera en Camilo una mirada a la que ya estoy acostumbrada, pero que he extrañado demasiado todos estos meses, tras retirar con lenta sensualidad el brazo de mis pechos exhibiéndoselos, y llevándolo hasta atrás, sobre la palma de la mano, acomodo suavemente mi cabeza.

¿Y esta otra? –Pienso. – Y con parsimonia igualmente la alejo de mi pubis exponiendo el canal de mi intimidad, –tan deseada por tantas personas anteriormente, pero que ahora solo es importante atraer la atención de mi marido– ya que se alcanza a visualizar el espacio que divide los labios de mi vulva, tras la tela de mis emparamados cucos, abriendo un poco el compás de mis muslos para mi gozo y su tentación.

Observo sus ojos clavaditos ahí, en la protuberancia de mi vulva, por lo que levanto brevemente la cadera simulando acomodarme, exponiéndome al escrutinio de sus vivaces ojos cafés, y… ¿Qué es lo veo en su mirada? ¿Deseo? Quizás… ¿Lujuria y ganas? Y mi interior reacciona, –a pesar de la situación anterior– al poder de lo que tanto me gustaría que sucediera, lubricándome para estar dispuesta a todo con Camilo, desnuda por completo para él, sin vergüenza o cobardía, aquí y ahora en esta playa, delante de los que quisieran observarnos. ¡Sí tan solo mi amor me lo pidiera!

Sus ojos y los míos se han encontrado nuevamente, pero como en tantas otras ocasiones, –ya lejanas en el tiempo– ahora nuevamente sin cortarme para nada, se desencuentran de su hechizada mirada azul y los hago descender muy lentamente desde su sosegado rostro, hasta las cúspides de sus operados senos para detenerlos sobre las rosáceas areolas, transparentadas tras la liviana y mojada tela del top que se le adhiere como una segunda piel, apenas ajustándoselas sin aplastarlas ni coartarles su leve movimiento al respirar.

Y en el centro de cada una de ellas, muy erectos como apuntando al firmamento y desafiando mi abstinencia, sus pezones cautivantes y endurecidos por el frio reclaman por completo mi atención. Pero no me detengo por mucho tiempo en ellos ya que Mariana mucho más tranquila y apoyada sobre los talones, –con bastante arena cubriéndole ambos arcos plantares, cual si fuesen un par de granuladas sandalias–, se acomoda mejor sobre la arrugada tela de su colorido vestido, abriendo las piernas sin recato o pudor alguno, revelándome la forma abultada de su «panocha», cubierta por las mojadas fibras de algodón en su sexy cachetero negro, que sigue goteando hacia el interior de sus glúteos, la salina humedad. ¡Mi hermosa exhibicionista!

—Cielo… ¿No sientes frio? —Camilo se encoge de hombros, mientras sigo mirándolo con picardía y permanece en mi rostro solo para él, mi maliciosa sonrisa.

—Un poco, sí. —Le respondo y me hago el loco ante su velada propuesta de acercamiento tras este incidente. Busca que la abrigue, pero a pesar de que muero por hacerlo no debo, y mejor me agacho hasta alcanzar los dos vasos de ron y con cortesía le ofrezco el suyo.

Lo sé, lo sé. ¡Qué estupidez la mía! –Me reprendo mentalmente. – Sigue siendo muy pronto para él y me rehúye, tras esa pregunta más que ridícula por la hora, también la brisa un poco fría de esta madrugada, y por la malsana curiosidad de aquel pez o lo que fuera, que provocó que nos mojáramos más de la cuenta. Pero igual se la he hecho, en un desesperado intento por atraerlo y me brinde su calor corporal en un nuevo abrazo, concediéndome la dicha de sentirlo cerca, escuchando los latidos de su corazón como sucedió momentos antes.

Ubicado bajo mis pantalones nuevos, al lado de mi mochila Wayuu, encuentro la cajetilla de mis cigarrillos y extraigo uno. Tengo frio pero también nervios y algo de inseguridad al tenerla así, casi desnuda ante mí. ¡No puedo flaquear ahora!

Dos pasos largos me permiten ubicarme por detrás de Mariana y sin decirle nada acomodo las nalgas sobre la mitad sobrante de mi camisa, –arrugada y bastante mojada–, con mis piernas cruzadas casi en posición de loto, espalda contra espalda. No es el abrazo que desea ni el que yo quisiera darle, pero de esta manera un poco de calor nos podemos brindar. ¡Algo es algo y peor es nada!

Me incorporo y le recibo el ron, juntando las piernas contra mis tetas para conseguir aumentar la temperatura, ya que mi esposo no me quiere abrazar. Camilo con su vaso en la mano y el cigarrillo encendido aprisionado entre sus labios, pasa por el lado izquierdo y justo ahora, contra todos mis pronósticos, se ubica por detrás, sentándose a mis espaldas. Me remuevo ligeramente al sentir como recarga el ancho de su anatomía sobre la mía y me enderezo. Aún no quiere abrazarme, pero a su manera me brinda el bendito calor de su piel, juntando su zona sacra contra la lumbar mía, y desde allí la tibieza que me ofrece su piel, –rozándome respetuosamente– asciende hasta hacerme sentir como se clavan cariñosamente las puntas triangulares de sus omóplatos sobre mis escápulas, sin llegar eso sí, a golpear con la parte posterior de su cráneo, los cabellos húmedos que cubren mi occipital.

— ¿Te encuentras mejor? —Interesado por su bienestar le pregunto.

—Si claro. ¡Mucho más tranquila! —Le respondo a Camilo, pero en verdad continuo con algo de frio y me gustaría por supuesto, que nuestra posición fuese diferente y no mirando cada uno hacia un panorama diferente.

— ¿Entonces retomamos desde donde lo dejaste? ¿Te reuniste finalmente con aquella señora? —Y en este instante, tras presionarla para continuar, tras de mi la escucho suspirar a profundidad, lo que me lleva a suponer que se me viene encima otra tempestad.

Tras sus preguntas, dejo escapar con fuerza el aire por la escasa abertura entre mis labios. Camilo se desvive por saber y no se lo puedo negar, aunque un sentimiento de vergüenza dentro de mí se anticipe, –haciéndome suspirar– ante lo que me falta por decir.

Debo remontarme nuevamente a aquella semana de septiembre, donde Camilo lejos de nuestro hogar, ignoraba casi por completo mi rutina diaria. Solo hablamos en el día lo escasamente necesario y por supuesto a escondidas. Ambos para interesarnos por conocer nuestro estado de salud y por la noche con mayor libertad, vernos por videollamada atentos a las preguntas emocionadas que Mateo le profería a su padre: « ¿Y las ballenas, papito? ¿Ya las viste? ¿Son muy grandes?» Camilo le respondía que no había tenido tiempo pero le prometía una y otra vez que buscaría la manera de salir a navegar al día siguiente para avistarlas. Mi pequeño príncipe por supuesto se durmió con una sonrisita de satisfacción, esperanzado en que su héroe sin capa, lograra encontrarlas y acercarse lo suficiente para fotografiarlas o filmarlas, y por mi parte, intenté sonsacarle más datos sobre las reuniones que mantenía con los socios de la constructora, sin conseguir que él me soltara prenda.

—Con la satisfacción en mi rostro tras conseguir aquella cita con la señora Margarita, fui a buscar en su oficina a Eduardo para mostrarle como había diligenciado el contrato y despedirme, pero ya no estaba. Por lo tanto me dediqué a cuadrar mi agenda y trabajar en la consecución de otros negocios, antes de salir del edificio, sin vislumbrar para nada lo que me esperaba más tarde.

Imagino a Camilo con el pucho en su boca y el vaso de ron vacío, tirado en el medio de sus piernas, pues percibo como acomoda los brazos por detrás de su cabeza, entrecruzando los dedos, rozando sin querer mi cabellera. Y yo aspiro mi cigarrillo y retengo la maldita nicotina en mis pulmones para seguir contando lo que resta.

—Además cielo, me preocupó ver que K-Mena, no sabía ocultar bien sus emociones, lanzándome desde su escritorio imprudentes miradas demasiado cariñosas, y cada que podía, buscando cualquier excusa, se acercaba a mi escritorio para acariciar mis mejillas o retirar de mi cara algún mechón acomodando mi peinado, e incluso retirar alguna mota inexistente en la solapa de mi blazer, para rozar disimuladamente el contorno de mis tetas, y eso cielo, me puso muy nerviosa pues al hacerlo de forma reiterativa, evidenciaba un desconocido interés en mí, demasiado evidente para los demás.

—Supongo que impresionada por aquellas muestras de afecto, Diana fue la primera en hacerme el comentario, cuando me acompañó hasta la cafetería del primer piso para fumar un cigarrillo, mientras bebía mi diario cappuccino. Y luego por mensaje de texto, fue José Ignacio el que insinuó con cierta malicia, que me estaba inmiscuyendo demasiado pronto en sus terrenos, notando que las hormonas de K-Mena estaban alborotadas ese día, tal como sucedió anteriormente, y su atención ahora estaba centrada más en mí y ya no en él, como sería lo usual. — ¡Me gustaría verlas «arepear»! Fue su último mensaje, tan borde y explicito como solía ser él.

—Tuve que buscar un momento libre de miradas u oídos indiscretos en el noveno piso antes de marcharme, y ya a solas conseguí hablar con ella, haciéndole caer en cuenta de su excesiva muestra de afecto hacia mí, exigiéndole mayor prudencia para evitar ser el foco de las habladurías. Se sorprendió por mi comentario pues para ella, conmigo solo actuaba como siempre, pero sin enojarse me prometió que intentaría moderar sus miradas y dejar un poco su meloseria, aunque me confesó que no lograba apartar de su mente los momentos que las dos habíamos vivido. Y me preocupé bastante, pues aquella requerida clase de sexo, en su mente estaba tomando un cariz muy diferente por lo que sintió en su cuerpo, y se me podría escapar de las manos esa situación, si permitía que en K-Mena surgiera un sentimiento diferente al de la simple amistad que nos unía, y que pusiera en riesgo su relación con Sergio.

—Uhumm, una vez que se prueba el sabor de lo desconocido, llega el momento de las comparaciones y si lo probado nos subyugó y encantó, pues es obvio que para esa muchacha, te convirtieras en su plato preferido y se obsesionara contigo, convirtiéndote en el foco de atención. ¡Eso se veía venir, Mariana! —Intervengo para brindarle mi opinión, dejando una estela de humo blanco sobrevolar en espirales desordenadas nuestras cabezas, al echarme hacia atrás y golpear sin querer su nuca, sintiendo todavía la humedad de la tela de su top, gotear por su espalda.

—No caí en cuenta de aquel peligro pues como te comenté, para mí solo se trató de una lección sexual para calmar sus ganas de conocimiento, y jamás llegué a medir el alcance de mis acciones. Sin embargo a raíz de aquello, me fui alejando de ella, eso sí, sin dejar de observar su comportamiento hacia los demás y en especial en aquella preferencia suya por estar peligrosamente, muy pegada a José Ignacio.

—En fin, dejemos esa historia para después pues ahora preciso recordar con detalle la reunión que sostuve con la señora Margarita, pues fue importante para nuestras vidas, aunque por mi silencio y tus ocupaciones no te dieras por enterado. —Le comento a mi esposo y el olor a tabaco me incita a buscar mi cajetilla de cigarrillos haciendo un poco de tiempo para ordenar mis pensamientos.

—Espera un momento Mariana. ¿Importante para los dos? ¿En qué sentido?

—Tranquilo cielo, deja que ruede el video de mis recuerdos y si no lo llegas a captar, te lo explicaré al final. ¿A ver, por donde iba?

—Humm, pues como te dije, la cita fue en una cafetería muy amplia y cuidadosamente decorada, muy cerca a la iglesia de Lourdes. A pesar del tráfico, llegué antes de la hora acordada, y sin embargo al ingresar al local, ella ya se encontraba allí, sentada en una mesa al lado del ventanal.

— ¡Queridaaa! Qué bueno que has podido venir. —Me saludó con sendos besos en mis mejillas y un afectuoso abrazo como si fuera yo, una amiga de toda la vida.

—Las gracias son para usted, señora Margarita, que me ha permitido enmendar el error de no contestar sus llamadas. No me percaté de que había silenciado el móvil al entrar al banco para cancelar la factura mensual de mi tarjeta de crédito y muy tarde ya en casa, me di cuenta de ello. —Más o menos recuerdo haberle respondido así, con aquella mentirita piadosa para subsanar aquel impase y me fijé en el movimiento de sus labios, muy finos pero me dio la impresión de que aun los conservaba suaves y brillantes, coloreados de un carmesí intenso.

—Ohh, no tienes por qué disculparte por eso. A todas nos pasa de vez en cuando. De todas formas tu jefe fue muy gentil y nos atendió tan pronto se enteró que andábamos buscándote sin lograr contactarte, y alejó a ese joven impertinente quería a toda costa que nos dejáramos atender por él. —Me contestó y de inmediato con un suave empujón de su mano por detrás de mí cintura, me ofreció sentarme a la mesa, justo en frente de ella.

—Recuerdo que le hizo una señal al mesero y muy presto se acercó para atender su llamado. Cortésmente tomó nuestro pedido, apuntando en su tableta lo solicitado. Una copa de un joven Malbec argentino para ella y el infaltable Chardonnay francés para mí, con la intención de mezclar con la salinidad de unos deditos rellenos de queso gouda, y mojarlos en un dip de tomate con cebolla y otro de espesa mayonesa, para picar y compartir mientras hablábamos del negocio.

—La idea, cielo, como me lo explicó al principio Eduardo en sus charlas de ventas, era hablar poco y escuchar mucho, así que tan pronto como tuviese el contrato firmado en mis manos, escapara de allí rauda, ante el posible arrepentimiento de aquella cliente. No fue necesario hacerlo, porque sin yo saberlo, ella ya lo tenía firmado dentro de una carpeta oculta a mis ojos, bajo su bolso, ubicado a su costado en el asiento de una silla contigua.

—Tampoco fue una o dos las copas que bebimos esa tarde. La señora Margarita es una buena persona y además excelente conversadora, por lo que cada una nos tomamos nuestras respectivas botellas. Hablamos inicialmente de cosas triviales, ya sabes, me conto algo de su vida, de sus hijos y de una joyería, herencia familiar que contaba con varias sucursales en el país y otras más en el exterior.

—Yo le relaté algo de la mía. Le expuse que diseñar y decorar los interiores era mi pasión y mi hobby la pintura. Por ello pintárselos a mis clientes con la paleta de colores pastel o amueblarlos con lo último en tendencias enseñándoles los bocetos en mi tableta digitalizándolos, era mi gran ilusión y a pesar de que lo podía hacer encerrada desde mi casa obviamente, era más satisfactorio hacerlo en vivo y en directo, mientras les enseñaba los espacios, logrando incidir con mi buen gusto, en la mente de las personas hasta convencerlos y convertirlos en los orgullosos dueños de aquellos inmuebles. Eso me hacía bien, le dije y también le mencioné que me sentía más libre trabajando fuera de casa, y mucho más servicial implicándome tanto con los clientes en su decisión de compra.

—Ella tomando la vocería parecía ser la experta vendedora, –exponiendo sus ideas– y yo, la ingenua cliente que escuchaba, atónita a decir verdad, sus insólitos argumentos de compra.

— ¿De compra, Mariana? ¡¿Cómo así?! —Interviene Camilo sobresaltado, girando levemente su espalda hacía mi diestra, pero no es el momento de detenerme para explicarle, y prosigo recordando aquella conversación. ¡Ya se dará cuenta!

—Con Fernando hemos estado hablando de…

—Sobre la posibilidad de comprar la casa, me imagino. —Imprudentemente la interrumpí.

—Pues sí, querida. Pero no estrictamente de eso. —Puntualizó.

— ¿Entonces? —Con bastante intriga le pregunté.

—De ti, Melissa. —Me respondió y en el café oscuro de sus iris observé una chispa de emoción, que aparte de dilatarle las pupilas, se los hizo irradiar de un marrón más intenso, opacando las líneas de expresión.

— ¿De mí? ¿Y eso por qué si puedo saberlo? —Le indagué con bastante curiosidad.

—Aquella tarde cuando visitamos la casa modelo, –me respondió y su sonriente semblante cambió por un gesto de seriedad que me alarmó– me di cuenta de que mi esposo te estaba observando demasiado, de abajo para arriba, con el brillo de un deseo intenso que creí olvidado en él, y del que hacía muchos años no veía en sus ojos, y curiosamente sin importarle si yo me daba cuenta.

—En un comienzo me sentí incomoda, extrañamente celosa pues a esta edad mía, ese sentimiento lo creía sepultado, y pues querida, eso me sucedió solo un poco con Fernando al principio de nuestro matrimonio, cuando de jóvenes disimuladamente miraba a otras mujeres en la calle y yo le pegaba su buen pellizco en el brazo, pero luego al oído me susurraba que no me preocupara, pues el solo tenía sus ojos puestos en mí. —Terminó su comentario con un tono en su voz que me sonó a que se estuviese excusando por la actitud de su marido.

—Me decía siempre que yo era su reina, y así me lo hacía sentir con bonitos detalles durante el día y por las noches en nuestra cama con sus esmeradas atenciones, –pude notar en sus mejillas y en el risueño arco esbozado en sus labios, como se alegraba al recordarlo– y después terminábamos riéndonos, haciendo el amor con mucha pasión y yo continuaba pasando por alto aquellas tonterías. ¡Nunca querida, pasaba a más! —Lo dijo con sumo orgullo.

—Jamás lo pillé en cuentos raros con sus secretarias o empleadas, aunque descuidadamente por la calle y abrazados, me hiciera pasar disgustos para después reconciliarme, prodigándose en regalos, paseos o caricias con mucho esmero. Pero luego llegaron los hijos, y con ellos se nos pasaron los años y esos devaneos suyos se moderaron hasta quedar en el olvido, llegando al punto de convertirse en un hombre demasiado serio y bastante antipático. Muy parco para expresar sus emociones hacia los demás, gruñón por todo o por nada, seco y poco afectuoso con sus hijos. —Una mueca de desesperanza o resignación, sirvió de colofón para detener su charla, y recuerdo que mientras bebía otro sorbo de aquel violáceo Malbec, sus ojos conectaron con los míos y dejando la copa sobre la mesa, me sonrió antes de continuar.

—En nuestra intimidad procuraba ser el mismo, pero había dentro de su ser, un deseo aplazado. Hasta que nos atendiste en la sala de ventas y del pasado sin esperarlo, regresó a nuestro dormitorio aquel hombre del ayer, nuevamente cariñoso, divertido y esmerado en atenciones para mí.

— ¡Me alegra por ustedes dos! –Le respondí mientras dejaba a un lado del móvil empresarial mi segunda copa, y en su borde, la huella de mi pintalabios. – Y a continuación le pregunté…

— ¿Pero yo que tuve ver? No comprendo.

—¡Mucho Melissa, mucho! Mientras te esmerabas por enseñarnos todos los espacios, la hermosura de aquellos jardines antecediendo a la entrada, la claridad y amplitud de las habitaciones, detallando cada uno de sus rincones, esa sensación de inseguridad mía al principio, fue cambiando hacia algo que no podía determinar pero que ahora puedo describirla con una sola palabra. ¡Admiración! Para mi esposo por recuperar tan espontáneamente su ego de hombre coqueto y «picaflor», y en ti, por tu buen hacer y sobre todo, saber cómo comportarte ante una situación tan embarazosa, centrándote en tus metas, sin sobresaltarte de más ni formar un desproporcionado escándalo, –justificado por demás– debido al interés que suscitaste en Fernando, tantos años después.

—Tal vez ustedes no se dieron cuenta, ni tu jefe y mucho menos tu o mi marido, no se dieron cuenta, pero salí de aquella casa modelo con una sonrisa de satisfacción, por dos motivos. El primero es que sí, Melissa, esa casa sencillamente me encantó. Las modernas fachadas y la perfecta distribución de los espacios de sala y comedor, esa cocina tan moderna y clara, la cuidadosa y esmerada decoración, la amplitud de las habitaciones, en fin Melissa… ¡Me fascino todo!

—Suspire aliviada, cielo, pues di como un hecho que aquel negocio estaba concluido y cerrado, sin embargo se me encogió algo en el vientre cuando ella prosiguió con su discurso, hilando más recuerdos.

—Y en segundo lugar, me reía por dentro al haber visto a mi marido, intentar flirtear con una mujer tan hermosa como tú, mucho más joven que él, y tan puesta en orden ante su coqueteo. Otras vendedoras en tu lugar, hubiesen aprovechado ese aspecto de burro viejo buscando comer pasto biche, y usando su juventud como anzuelo, con seguridad hubiesen intentado utilizarlo para cerrar el negocio. Sin embargo no podía dejar de pasar el hecho de que se había descarado haciéndote pasar un mal rato y por eso en el viaje de regreso a nuestro hotel, le hice el justificado reclamo.

— ¡Señora Margarita, le juro que yo no provoqué a su esposo! —Sintiéndome acusada y nerviosa me defendí, pensando que aquel hombre hubiese usado la tradicional excusa de que yo me le había insinuado, para calmar la ira de su mujer y la venta por ese motivo estuviera en riesgo.

—Lo sé querida, –me respondió enseguida tranquilizándome– me di cuenta de algunas cosas, no todas seguramente, pero si noté que no te quitaba los ojos de encima y hasta se atrevió a tocarte y olerte el cabello. Lo vi hacerlo gracias al reflejo del espejo que está ubicado en la pared adyacente en el pasillo, y sé que aunque no dijiste nada, quizás para no formar un altercado y dañar tu venta, por la cara que le hiciste no te agradó para nada y lo supiste poner en su lugar. Pero seguiste adelante con la demostración, centrando tú atención en mí o en mis pequeñas nietas, y eso me encantó de ti, querida Melissa. Te comportaste como toda una dama y con solo una mirada lo pusiste en su sitio. Eso me gustó de ti. Pero… ¡A mi esposo también!

Mientras apuraba un sorbo de mi Chardonnay, –recibiendo con agrado sus halagos– me fijé en la estudiada elegancia de sus ademanes, y en la sobriedad de su vestuario, discreto y acorde con su edad. De color blanco aquella blusa de exquisito chifón semi translucido, salpicada por pequeños lunares negros y abotonada hasta el límite impuesto por el discreto escote en «U» que de todas formas me permitía recorrer con la vista las atravesadas arrugas verticales que se le asomaban en su escote e igualmente me fijé en los surcos horizontales en la piel morena de su cuello, engalanado eso sí, por el mismo collar de satinadas perlas que le vi aquella vez en Peñalisa, haciendo juego con los primorosos pendientes en sus orejas; y aquel corte de cabello tinturado recientemente de un color platinado, ciertamente estupendo para una mujer como ella, con ralla lateral, flequillo largo ligeramente ondulado, desvanecido por los laterales de la cabeza hasta la nuca, y con el cual intentaba con seguridad y femenina gracia, restarle años a sus días.

— ¡Me lo confesó al llegar a nuestro apartamento! –La escuché decir y enfoqué mi mirada en las manos que se juntaron para tomar su copa, salpicada la epidermis por diminutas pecas pardas, pintadas las uñas largas y postizas de un llamativo rojo coral.– Ya tenemos varios años de casados, de hecho estamos por cumplir los cuarenta, y en todo este tiempo «mi muñeco», así le digo yo con cariño, –hizo la aclaración tal vez por la sonrisa de admiración que le enseñé, ladeando mi cabeza– no ha dejado de ser el mismo hombre preocupado por mi bienestar, aunque años atrás como todos los hombres, se dejara llevar por los vaivenes del deseo jamás consumado, y sus ojitos con poca discreción, dejarlos ir por detrás de las redondas formas de las nalgas de cualquier mujer bonita.

—Pero mi muñeco, nunca jamás ha llegado a más. No me ha sido infiel, al menos con su cuerpo. De pronto con su mente sí, pero eso hasta me ha pasado a mí, cuando al hacer el amor llegué a imaginarme estar con algún actor de cine para motivarme a alcanzar el orgasmo, o al recordar con nostalgia al primer novio de la adolescencia y con el cual jamás llegué a tener sexo. ¿A ti no te ha sucedido? —Y sus ojos marrones se le agrandaron e iluminaron tras sus lentes dorados.

—Culminó de un pequeño sorbo con su copa y colmándola de inmediato, suspiró como si necesitara tomar impulso.

—Bueno querida, el punto al que quiero llegar es que le gustaste demasiado y obraste en él un milagro. Como has visto, mi muñeco ya tiene sus añitos, por lo mismo la esperanza de que tenga una aventurilla por ahí fuera de la casa, cada vez es más reducida. Nos amamos todavía a pesar de tantos años viviendo juntos, no vayas a creer que no, pero nuestros encuentros sexuales decayeron por su problema de disfunción eréctil, algo inevitable por el paso de los años. Él se esfuerza pero no logra que… ¡Se le endurezca por mucho tiempo! —Apenada, ella giró la cabeza hacia su derecha y su suspiro dibujó un efímero vaho sobre el cristal del ventanal, antes de continuar confesándome sus verdades.

—Es entendible que por su edad ya no pueda cumplir con… –Y dubitativa calló por unos segundos, pero tras tocarse el lóbulo de su oreja derecha continuó. – ¡Con sus deberes conyugales! ¿Si me entiendes? Pero una de mujer, aprende a convivir con la persona amada sin que esa parte rígida sea indispensable. O sea querida, a vivir sin el sexo de nuestros mejores años, y tan solo recibiendo el placer de antaño por los dedos de mis manos en solitarios momentos de las noches, o si le insisto un poco a mi esposo, de su boca y la lengua, proveyéndome de los orgasmos del pasado, aunque la verdad no es que sea tan seguido. —Llevó a su boca la copa para beber, pensativa sin dejar de mirarme a los ojos, y yo la imité igualmente, sosteniéndole la mirada, eso sí, sorprendida por aquellas íntimas revelaciones.

—Y así lo había asumido, Melissa querida, hasta esa misma noche del domingo pasado, cuando hablamos sobre lo sucedido en nuestra visita a la casa modelo, sincerándose conmigo, al confesarme lo hermosa que le habías parecido, alabando igualmente el conocimiento e inteligencia que demostraste al hablarnos sobre los beneficios de comprar aquella casa y de las muchas actividades que podríamos hacer en la agrupación de Peñalisa. Lo impresionaste gratamente por tu don de gente, con esa capacidad para afrontar las situaciones incomodas por las que Fernando te hizo pasar, y créeme querida, que nos quedamos despiertos hasta muy tarde, y no precisamente hablando sobre la posibilidad de gastarnos esa suma de dinero para adquirir la casa, sino de tu peculiar belleza.

— ¡Favor que me hace! —Le respondí colocando en mi rostro la mejor de las sonrisas y aprovechando el momento para mojar la punta del dedito en el dip de mayonesa y darle el primer mordisco.

Me muero de ganas por verle el rostro a Mariana, y analizar sus gestos mientras me relata aquel encuentro con su clienta para intentar adivinar el camino por el que me quiere llevar, –al recordar con tanto detalle esa conversación– pero tal vez para mi sea mejor continuar así, pegado a sus espaldas, sin verla a la cara.

—Hablamos con la sinceridad que nos otorga el vivir juntos tantos años reconociendo nuestras inquietudes, –continuo hablándole a Camilo, que meditabundo y silencioso, continúa fumando por detrás de mí– y curtidos de prejuicios por tantos años vividos con el amor y la confianza existente entre nosotros, como dos viejos amigos sostuvimos esa charla sobre las utopías no confesadas.

—Mi muñeco lo hizo sobre ti, emocionado detallando cada aspecto de tu físico y de tu juvenil belleza, causante de haberlo impactado tanto. Por ejemplo, lo escuché hablar de la espectacular caída lisa de tus cabellos negros, aunado al embriagador olor en ellos. O de la tierna tersura de tu piel, alabando igualmente la realzada forma de tu precioso rostro, acentuado por el embrujo marino de tus ojos azules y esas espesas cejas oscuras.

—Y hablando de ojos, Fernando cerró los suyos para describir cada parte llamativa para él de tu cuerpo, mientras mis dedos iban desabotonando la camisa de su pijama de mangas cortas, con mis manos apartando la tela a los costados y mientras tanto, mis uñas consentidoras arañaban seductoramente su pecho intentando excitarlo, para posteriormente mientras mi muñeco hablaba de ti, descenderlas por su vientre hasta el borde superior de sus calzoncillos. Y le propuse, sin saber muy bien el porqué, que imaginara como sería tener una noche de pasión contigo. ¿Qué te haría? ¿Cómo y en dónde? Y obviamente… ¡Cuánto estaba dispuesto a pagar por ello!

— ¿Pagar? —Le pregunto a Mariana, temiendo que finalmente en esa reunión, la transacción por esa casa incluyese a mi mujer.

—Si Camilo, así es. Me asombré primero al oírla, y me asusté enseguida al cuestionarme mentalmente si la habría escuchado bien. Y cielo, estoy segura de que fruncí el ceño, incomoda tras escuchar esos comentarios sobre mí, porque ella se removió en su asiento y dejó de acariciar el borde de su copa con la yema de su dedo índice, para luego retirarse los lentes, doblarlas y acomodarlas a un lado sobre la mesa. Aduladores sus comentarios… ¡Sí! Pero igualmente transgresores y obsesivos, casi que haciéndome sentir violada, utilizándome en su intimidad. Mas sin embargo, mi visible incomodidad no la contuvo lo suficiente y prosiguió con el detallado relato de esa noche diciéndome… ¡Espera déjame recordarlo bien! Ah, sí. Sus palabras fueron más o menos así…

—Y querida, al abrir en su mente la caja de Pandora, mis dedos sorprendidos abarcaron con firmeza el contorno de su pene, tan acostumbrados a la lamentable flacidez, más le insté a que fuera relatándome lo que imaginariamente él te estaba haciendo, y de esta manera se le fue poniendo rígida, no tanto como años antes, pero Melissa querida, le duró más o menos tieso por varios minutos hasta que con la invasora ilusión de tu ayuda, y la corporal mía, relatándome lo que en su imaginación te iba haciendo, mi muñeco pudo por fin eyacular algunos tibios goterones que se le escurrieron por entre mis dedos, reposando finalmente sobre su vientre.

— ¡Ufff!… ¡Wow!… No sé si sentirme halagada por la reacción tan positiva que provoqué en su esposo, u ofendida por utilizar sin mi consentimiento la imagen de mi cuerpo. —Le respondí de manera tajante, pero intentando no parecerle descortés, aunque me moví un poco hacia atrás en la silla, sin poder disimular mi asombro.

Siento la brisa fría colarse entre los dos. Camilo seguramente ha terminado de tomarse su ron e intrigado y preocupado se ha encogido, curvando su espalda como lo estaba yo al principio, separándose un poco de mí. Él escuchándome con atención, mirando hacia las fachadas poco iluminadas de los apartamentos ubicados al otro costado de la plaza, y yo mirando por encima del malecón hacia el sur oscurecido de la bahía, hablándole de como una extraña pareja de clientes, habían hecho un trio imaginario con su esposa, para obtener un placer bizarro y difícil de conseguir por su avanzada edad.

—Al otro día en la mañana estuve pensando en la sorpresiva resurrección de su órgano sexual, y su rehabilitación, después de haberlo probado todo, con diversos tratamientos aquí en la ciudad o con terapeutas sexuales en Nueva York, pero nada funcionó, y los dos nos resignamos hasta que todo cambió de improviso gracias a ti. Hablé con Fernando sobre ese suceso casi milagroso y tomé la decisión de darle vía libre para que buscara la manera de acercarse a ti e intentara hablar contigo, para cortejarte y hacerte una propuesta, pero con la mirada que le hiciste, lo cohibiste bastante y se mostró renuente a hacerlo. No podía dejar que su recuperación fuera flor de un día, y como quiero darle un regalo especial por nuestro próximo aniversario, pensé en ayudarle un poco enviando un ramo de flores a tu oficina.

—Así que fueron ustedes. Muchas gracias están muy hermosas. —Le respondí de inmediato.

—Te lo mereces, querida. ¡Eso y más! Sin embargo nos encontrábamos nerviosos esperando tu llamada, pero no obtuvimos ese día una respuesta de agradecimiento por tu parte, e imaginamos que te hubieses molestado. No era mi intención molestarte, por lo tanto lo convencí para que fuéramos a buscarte con la excusa de dialogar sobre la compra de la casa, así que ubiqué a tu jefe, que tan buena persona me pareció, para confirmarle que haríamos el negocio, pero no con ese otro joven que nos atendió tan pronto se enteró que te buscamos. Me pareció soberbio, bastante petulante y además abusivo al decirnos que era lo mismo negociar con él o contigo. A Eduardo, tu jefe, le mencionamos que solamente te la compraríamos a ti y únicamente después de poder hablar personalmente contigo y se mostró muy interesado en saber los pormenores de nuestro interés. Y bueno Melissa, aquí estamos, tu y yo, para negociar los términos.

—Precisamente he traído algunas propuestas con diferentes planes de financiación para que los revise y me dé su opinión. —Le dije y busqué dentro de mi maletín el computador portátil para mostrarle las opciones de adquisición de la casa, con intereses blandos muy favorables para ellos, teniendo en cuenta su avanzada edad, pero para nada la sorprendí. La sorpresa me la llevé yo, cielo, al escucharle decir…

—El negocio lo haremos a nombre de la compañía de mi esposo y que ahora dirigen mis hijos. Ellos se encargarán de realizar los trámites respectivos, utilizando la figura de leasing habitacional que nos ofrece nuestro banco, por eso no hay problema, Melissa.

—Me alegré por ello, mi vida. Pero la dicha se me esfumó antes de siquiera poder abrir el folder con el contrato previamente diligenciado, pues la señora Margarita colocó su mano sobre la mía, evitando que pudiera abrirla.

— ¿Qué sentido, después de tantos años, tendría para mí evitar que Fernando se animara a acostarse con otra mujer? Ninguna. Por el contrario, se me hace imprescindible qué mi muñeco aproveche esta nueva efervescencia, y poder verlo de nuevo como era hace tan solo unos años atrás. Un hombre atractivo, jovial y seguro de sí mismo. Así que pensé que debería hablar primero contigo para hacerte una propuesta diferente, así pienses mal de mí o me tomes por una mujer desesperada, a la cual se le debe de haber corrido una teja de la cabeza, pero querida créeme una cosa, por mi muñeco soy capaz de cualquier cosa, cuésteme lo que me cueste.

—Obviamente, mi vida, esa señora me parecía demasiado rara y hasta absurda con esa posición. Pero tras esa desesperada locura, solo encontré la fortaleza mental y sentimental de una mujer todavía enamorada de su esposo, dispuesta a ceder para que su esposo conservara su mejoría, y que pretendía con su complacencia, cumplirle en el otoño de sus días, con uno de sus jamás cumplidos sueños. Y para nada la juzgue mal. Es más, me pareció demasiado romántico.

—Y cómo te convertiste para Fernando en una sanadora ilusión, –prosiguió con su charla– no lo dudé ni por un segundo y me he puesto manos a la obra. Loca, obsesionada o como quieras verme, pero con la clara idea de hacerle realidad su sueño fallido de tener un affaire por fuera de casa y con una mujer tan joven y bella como tú, pues he pensado en ofrecerte una bonificación adicional, muy superior a la suma que te puedan pagar en tu empresa por la venta. La cuestión, querida Melissa, es si aceptarías salir una noche con nosotros a cenar y luego darle el gusto a mi muñeco de intentar tener sexo contigo.

— ¿Disculpe?… ¿Cómo dice? ¿Esta insinuando que me voy a acostar con su marido a cambio de dinero? No se por quién me ha tomado, –le hablé ya sin disimular mi enojo– pero soy una mujer casada que como usted bien ha observado, tiene las cosas muy claras y los limites bien establecidos. Me está ofendiendo con su propuesta señora Margarita. No soy una fulana cualquiera. Si usted quiere puede conseguirle a su marido una escort de las tantas que existen anunciándose en los periódicos o por internet, con mejores cualidades físicas y experiencia sexual que las que yo poseo.

—No te sulfures ni me hables así, y mucho menos me mires de esa manera, por favor. Para nada quiero ofenderte y mi propuesta solo obedece a una urgente necesidad. ¡Piensa algo querida! Si esa recuperación se debe a ti, y tan solo usando la imaginación, convertirlo en una realidad, debe ser para Fernando el mejor regalo que yo le pueda ofrecer en agradecimiento por su amor, entrega y fidelidad durante todos estos años. Es mi muestra de amor. Mira esto. —Me dijo.

—Recuerdo que ladeo su cuerpo, y levantando ligeramente el bolso que mantenía a su lado, sobre el asiento de la silla a su diestra, se hizo con una carpeta marrón y la colocó sobre la mesa.

—Aquí tienes el primer pago a tu dedicación y esfuerzo laboral. Este es el contrato de compra venta ya firmado, junto a la consignación en el banco al número de cuenta de tu empresa. Tu jefe me lo entregó cuando nos reunimos esta mañana, y junto a Fernando hace dos horas lo revisamos y acordamos los términos. Es una buena suma de dinero como anticipo por la compra de la casa.

— ¿Cómo así? ¿Ya se reunió con él? ¿Por qué no me lo informó? —Sorprendida le pregunté, pero ella no se inmuto ni aclaró mis preguntas. Y de nuevo cielo, la preocupación se instaló dentro de mí y se me removieron las tripas, palideciendo en frente de esa señora.

—Y en este otro cheque de gerencia, la bonificación por el favor que estoy segura que me harás, al aceptar acostarte con mi esposo. Querida, será cosa de una sola noche, unos breves instantes para ti, pero un momento de suma importancia para mí. Puede que pase algo entre ustedes, como puede que no. Eso ya no depende de mí. Será cuestión de cómo utilices tus encantos con él, y de mi muñeco, si reacciona su hombría ante tu desnudez. Eduardo ya nos comentó las necesidades económicas por las que estás pasando. No vayas a pensar que nos estamos aprovechando de tu situación. Madre de dos hijos pequeños y con un padre desempleado, alcohólico y drogadicto que no vela por el bienestar de su familia, dejando todas las cargas del hogar exclusivamente sobre tus hombros. ¡Nos haremos un favor mutuo, por una sola vez! Espero que lo pienses con detenimiento, antes de rechazar mi propuesta.

—Esas fueron sus últimas palabras, antes de pedir que llenaran de nuevo nuestras copas y conmigo convertida en una estatua, con la boca abierta como mis ojos, sin dar crédito a la manera en que el hijo de puta de Eduardo había negociado de antemano la adquisición de esa casa y la virtud de su empleada.

— ¡Necesito ir al tocador un momento! —Fue lo único que se me ocurrió en aquel momento decirle, para pensar cómo actuar y no mandar a la mierda… ¡Todo! A esa señora loca y al malparido de Eduardo. Y por supuesto, desbaratar de paso la venta de una de las casas más costosas de la agrupación.

—Marqué desesperada y emputada a su móvil. Primero al empresarial, tres o cuatro veces pero no me cogió la llamada. Dos veces lo intenté al personal pero tampoco respondió. Necesitaba pensar que hacer y urgentemente un cigarrillo para calmar los nervios. Justo cuando iba a retirarme del baño, para salir de allí para fumar, recibí una llamada suya desde el teléfono empresarial.

— ¡¿Qué carajos has hecho Eduardo?! ¿Cómo se te ocurrió decirles tamaña mentira? ¡Eres un hijo de puta! Sigues utilizándome para saciar tu mente desquiciada y de paso, llenarte los bolsillos de dinero a costa de canjear cuando y como te plazca, el honor de la esposa de tu mejor amigo. Mira a ver como arreglas esto porque yo no pienso dejarme tocar ni un cabello del vejete ese. —Le dije gritándole ya que me había asegurado de que era yo, la única persona en el baño de mujeres.

—Mira Melissa, primero que todo le vas bajando al tonito y me respetas. Y segundo, puta de mierda, que te quede claro de una vez por todas que harás lo que yo diga, porque es por el bien de los dos. Y metete en tu linda y pequeña cabeza, que yo siempre cumplo con mi palabra. Se las di a esa pareja, y te consta que la mantengo, porque he mantenido mi boca cerrada y cubrir así, tus deslices para con mi amigo. Ahh… ¿Y sabes que hace un rato hablé con él? Y como que lo está pasando de maravilla en ese zancudero donde se metió, pues ni siquiera me preguntó por ti ni te envió saludes. Qué raro. ¿No te parece? Si tu esposo siempre ha sido tan amoroso y no deja de pensar en su mujercita todo el tiempo. Mira Melissa, mejor te acomodas bien las tetas, te subes un poco esa falda, con dos botones sueltos en tu blusa, le adicionas una sonrisa a esa bonita cara, y te acercas de nuevo a la mesa que te estamos esperando para festejar nuestro acuerdo.

—Efectivamente recibí una llamada suya, indagando primero por como transcurría el viaje y si los terrenos los veía aptos para desarrollar en ellos mi proyecto hotelero. Además y a modo de broma, para averiguar si me habían tratado con hospitalidad las mujeres chocoanas. La verdad era usual recibir sus llamadas por lo que no le di demasiada importancia, y estaba más pendiente de conseguir información con los lancheros sobre los avistamientos y los horarios, para lograr filmar alguna ballena y darle gusto a Mateo.

—Pero espera un momento Mariana. ¿Acaso no estaban ustedes dos a solas en ese lugar? —Le pregunto intentando despejar mi duda.

—Eso mismo creía yo, cielo, pero igualmente tan sorprendida como tú lo estás ahora, lo estuve yo al reunirme de nuevo con la señora Margarita y verlos a ellos dos allí sentados. Eduardo con su falsa sonrisa reluciendo, hablando muy animado con el señor Fernando como un par de viejos conocidos, quien nada más verme, de manera caballerosa se puso de pie y retiró una de las sillas para que me acomodara junto a él.

—Me da alegría verlo de nuevo don Fernando. Hola jefecito ¿Cómo está? ¡Qué sorpresa verlo por aquí! —Los saludé sonriéndoles, pero tragándome el enfado.

—Y bien Melissa, te veo mucho más reposada. ¿Cuál es tu decisión? —Me preguntó la señora Margarita.

—Tomé mi copa y la levanté en frente de todos ellos, y de inmediato captaron la indirecta sumándose con las suyas a aquel brindis.

— ¡Es un hecho! —Les hablé a todos, pero sonriéndole directa y exclusivamente a don Fernando, además colocando mi mano izquierda sobre su hombro para decirle con claridad y voz sensual…

— ¡Solo falta que me digas cuando, donde, y a qué horas, quieres que me reúna contigo, para tener el tiempo suficiente de ponerme linda y cuadrar las cosas en mi hogar!

—Pues podría ser en la noche de este viernes próximo, ya que tu marido estará ocupado fuera de la ciudad. ¿No es así? —Intervino Eduardo imprudentemente, haciéndome un guiño que él creyó, pasaría desapercibido, más no fue así para la señora Margarita quien después de chocar su copa contra la mía por segunda ocasión, nos comentó emocionada que le parecía fenomenal esa fecha.

— ¡Sí, seria genial pero no puede ser! —Les solté aquellas palabras que les cayeron como un balde de agua fría, sobre todo al malparido de Eduardo, que se removió en su silla como un león enjaulado y con cara de disgusto. Pero si él quería seguir usándome para su beneficio y vender mi cuerpo al mejor postor, ya había tomado la decisión de hacerlo bajo mis términos y mi completa disposición. Yo sería en adelante, sin negarme a sus morbosas y oscuras propuestas, quien tomaría las riendas de la situación.

— ¡Precisamente me acaba de bajar la menstruación! Es una lástima, pero ni modos. Tendremos que posponer nuestra salida para la próxima semana. Y ahora si me disculpan, debo ir a recoger a los niños donde la señora que me los cuida, y tenerle lista la comida a mi esposo para que no se enoje y termine golpeándome o algo peor. Les avisaré por intermedio de mi jefe, de la fecha y el lugar a donde creo que Fernando me podrá llevar a ver las estrellas.

—Tomé la carpeta que estaba sobre la mesa, revisando que estuviera bien diligenciada y firmada. También la consignación y el cheque a mi nombre, y salí de allí, dejándolos con las bocas y los ojos muy abiertos. Eso sí, él y ella admirados y felices conmigo por haber aceptado su propuesta. Y al hijo de puta de Eduardo, sorprendido por mi complaciente respuesta, pero agobiado ante mi dominante actitud.

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