—Melissa… Te pe… –Dudo, lo que dura un suspiro. – ¡Mariana, te pido que por favor te levantes! No demos más espectáculo a estas personas. Vamos a sentarnos y tú con tranquilidad me vas a contar lo que quieras… Lo que tú creas que yo debo escuchar. —Y con firmeza la tomo por debajo de sus hombros y la levanto. Abrazándose a mí con fuerza le dejo que siga sollozando mientras se calma, escondiendo su rostro en el abrigo de mí pecho y como no me mira, decido tomar entre mis manos su cara y alzársela para depositar un beso con síntomas de tranquilidad en su frente.
Observo con detenimiento la palidez que tiñe de amargura la tersa piel de su rostro y sobre ella perdurando, –sin ganas de desaparecer– la humedad del llanto en la cima de sus pómulos, justo por debajo de los párpados en su par de cielos, ahora enrojecidos.
Dispares y amorfas se le han formado coloridas manchas de un profundo azul cobalto que se va difuminando en el rosa intenso, casi magenta del maquillaje que minutos antes, primoroso decoraba su mirada alegre y que ahora se ven sombríos por el negro fúnebre del rímel corrido de sus pestañas. Goterones que indomables amenazan cabalgar por las albas mejillas hacia abajo, más con mis pulgares circulando precipitados, bloqueo lo oscuro derramado y disimulo un poco aquel desastre. Y en las palmas de mis manos acuno el contorno de su cara, mojado, triste y de un tibio arrepentido.
***
Con fortaleza me levanta Camilo y me abraza. ¡Mariana! ¡Me ha dicho Mariana por fin! Y además… Además me besa. ¡Sííí, me besa! En la frente, pero para mí es más que suficiente con lo que acaba de hacer. Me toma a dos manos la cara y me observa. Nos miramos, llorosos y abatidos ambos, y yo abrazada a él me empino y lo beso en los labios. Un «pico» fugaz y robado, lo sé. Un leve roce de texturas entre su piel y mis carnes pero que me sabe a gloria en mi derrota y frente a un posible perdón. ¿Será posible que se convierta en realidad lo que tanto deseo?
Este silencioso e íntimo momento es interrumpido por los animados aplausos que llegan acompañados por el postrero y expresivo coro de un… ¡Awww!, generalizado y cómplice que nos va rodeando. El perfil de sus labios se va estirando levemente a izquierda y derecha formando una sonrisa algo apenada. Yo sonrió igualmente con timidez, pero solo a él. ¡Únicamente a mi marido!
— ¡Gracias, gracias! Camilo tú… Eres muy generoso, mi cielo, siempre lo has sido y… ¿Sabes algo? Tienes la nobleza de un perrito. Sí, de esos callejeros, –le señalo estirando los labios, al gozque negro con manchas ocres que permanece expectante en las escalinatas de la entrada– de aquellos que parecen no tener dueño y menean el rabo a la primera persona que se les acerca aunque no los determinen, o si lo hacen, reciben los pobres por saludo un grito para ahuyentarlos en el mejor de los casos, o en el más malo, una patada en el costado para apartarlos. Y ellos, angelicalmente agachan sus orejitas y vuelven una y otra vez, –lastimados pero amorosos–, a mover como un ringlete su colita a pesar del mal pago y siguen por detrás a pocos pasos, por varias cuadras, al humano deshumanizado que no los quiere a su lado. —Camilo, al igual que yo, observa al canino que jadeando por el calor, se aleja calle abajo, esquivando con algo de temor a unos jóvenes que en contravía, hacen piruetas montando en sus monopatines.
—Eres una persona increíblemente buena, un amor de hombre. ¡Eres mi amor! —Le hablo con suavidad acariciándole el mentón, mientras que Camilo intenta dar media vuelta. Pero antes me responde…
—No tienes que agradecerme nada Mariana. ¿Acaso me has escuchado decir que te he perdonado? Sucede que no me gusta ver tu alma tan atormentada pues la mía conoce de primera mano lo que se siente. —Le respondo con seriedad.
***
En el local la música ya no se escucha, pero en las pantallas de televisión puedo observar que se ha reiniciado el partido de futbol y las personas por lo tanto se desentienden de nuestra situación, pensando con seguridad que todo está ya arreglado.
— ¡Ok! Tienes razón, vamos a sentarnos que aún debemos charlar largo y tendido. —Me dice, secándose las mejillas y la nariz con la piel de su antebrazo, y marchamos juntos hacia nuestra mesa, mientras su otro brazo por detrás continúa abarcando mi cintura, y el cuello al igual que sus hombros, soportan acalorados pero con gusto el peso del mío.
Nos sentamos nuevamente pero esta vez, acomodo mi silla justo al lado de la suya por el otro costado, dejando entre los dos un espacio que lo ocupa el plástico asiento con su bolso negro y el sombrero de paja; aparto hacia la izquierda sobre la mesa, los dos envases colmados de cerveza y acerco hacia mí, la cajetilla de cigarrillos y el cenicero. Mariana toma uno de los suyos y por ende, yo uno de los míos. Ella se me anticipa y me ofrece de su encendedor, la candela. Por mi parte luego de la primera calada, bebo un largo sorbo de la mía hasta dejar por la mitad, su contenido todavía frio y refrescante.
—Sé que te ha afectado y… ¡Ufff! Dolido demasiado, mi vida. —Me habla de improviso, mientras a dos manos balancea su jarra de cerveza sin decidirse a probarla todavía.
—No creo que por mucho que lo intentes, alcances a imaginártelo. —Le respondo rascando mi barbilla.
—Lo comprendo, créeme. Pero a pesar de que lo que te voy a decir te vaya a sonar ilógico, mentiroso e incomprensible, yo te juro por lo más sagrado que es así, que lo viví tal cuál… ¡Que lo sentí así! —Suspiro escuchándola, al tiempo que me echo hacia atrás en la silla fumando, y termino de un solo trago lo poco que me resta de la Club Colombia.
—Tienes corrido el maquillaje. —Le digo dibujando con mi dedo índice un imaginario círculo en el aire, justo al frente a su rostro y aprovecho este momento para recomponer mi ánimo y que no descubra que aún sigo de ella muy enamorado.
Mariana no da señales de sorpresa y toma sin prisa su bolso para extraer del interior un paquete de pañuelos faciales. Con suma paciencia limpia una y otra vez los parpados del ojo derecho y luego de revisar el contenido con colores desvanecidos del tercer pañito, reinicia la operación de limpieza en el izquierdo.
Yo fumo y bebo ya de la segunda cerveza, no tan fría como quisiera, detallando los movimientos tan concisos y familiares, recordándome las noches de los últimos meses anteriores al desastre, cuando yo la esperaba junto a mi hijo en casa y ya en nuestra habitación, la contemplaba desmaquillarse antes de meterse –amorosa, mareada y con un poco de aliento a alcohol– en la cama conmigo luego de celebrar con su grupo de ventas el éxito de sus metas comerciales.
—Lo lamento, Camilo. Pero no te preocupes, más tarde al salir de aquí pasamos por alguna tienda y te compro una camisa nueva para reponerte esa. —Me responde, pero como no comprendo de inmediato, Mariana estira su brazo derecho y con los dedos me toca la mancha índigo, magenta y negra que me ha dejado impresa a la altura del pecho, justo al lado del tercer botón.
—Hummm, no importa Mariana. Total, el color no le hace justicia al caramelo tostado de mi piel. —Le respondo sin mirarla, pues me dedico a refregar con las yemas de mis dedos, la camisa mancillada.
Le acepto dos de sus pañuelos y los humedezco con las gotas de humedad que todavía se resbalan en uno de los envases, limpiándome un poco la camisa, sin lograr borrar del todo, el textil tatuaje de sus penas.
***
—Me has visto sufrir y te duele. –Camilo deja de limpiarse, centrando su atención en el casi nulo pestañeo de mis ojos y en el tono suave de mis palabras. – ¡Porque me amas! He observado el tuyo y me hiere igualmente. ¡Porque te amo! Ambos sabemos que esta pena no es de ahora, –doy un sorbo a mi bebida– ni lo tuyo ni lo mío. Solo que no nos vimos sufrir, no te quedaste lo suficiente para demostrármelo y yo… Egocéntrica e irresponsable, te incité a marchar a destiempo sin aclarar todos mis actos.
Aspiro suavemente el tabaco de mi cigarrillo y pienso en como proseguir mi expiación, entre tanto Camilo en silencio, reúne los pañitos usados, –los suyos y los míos– y arma una bolita de papel con la que juega un poco hasta que la pelotita demasiada liviana, impulsada por la fuerza de sus dedos, termina golpeando el borde del cenicero y rodando cae al suelo, para permanecer allí por el momento.
— ¿Crees que hasta ahora es cuando sufro? No, mi cielo. La verdad es que cargo con este dolor desde mucho antes y para serte sincera y aunque te cueste mucho creerme, lo vengo padeciendo desde el propio inicio de mis engaños hacia ti. —Expulso por la nariz el humo, desviando mi mirada hacia la claridad de la entrada del local y continúo hablándole antes de que me interrumpa.
—Te ha dolido que haya estado con él porque caí bobamente en sus redes, atraída por su encanto y su labia como le ocurrió a las demás. Habrás sufrido al imaginarme teniendo sexo con él, conjeturando una y otra vez, que era algo que no hallaba en ti y que tú eras la falla; creyendo que por eso yo lo había buscado por fuera y terminé encontrando esos deseados orgasmos a su lado, desafortunadamente para ti.
— ¡Pero no fue así, te lo aseguro, créeme! Ni fueron tantos y mucho menos estruendosos o espectaculares. Para nada te superaba, ni en eso ni en nada más, y menos mi cielo, tú me fallabas. ¡Era yo la que te faltaba! Él solo fue la consecuencia y yo la causa. Y no, no lo estoy defendiendo, te lo aseguro. Y es perfectamente entendible que no me hablaras y te exiliaras, aquí. Tu ego de macho lo había ultrajado y como mi esposo, traicionado sin que lo merecieras.
— ¿Qué no fue así? ¡Por favor! Idiota no soy. ¿Ultrajado? No Mariana. ¡Me mataste! ¡Me destruiste! Haberte acostado con él o con cualquiera, hubiese sido lo mismo para mí. Me fallaste, ¡Maldita sea! ¡Me faltaste al respeto! Yo no merecía recibir eso de ti, porque yo me entregué en cuerpo entero para brindarte a ti y a mi Mateo, un mundo feliz, similar ha como veníamos viviendo los tres en este paraíso —El rostro de mi esposo se congestiona, enrojece y con sus ojitos todavía llorosos, no se pierde de vista mi reacción.
No sé por qué los hombres tienden siempre a pensar de la misma manera. Se comparan y se miden por el grosor y su extensión. Nunca en emociones o en cómo te hacen sentir y vivir. Deben pensar en si el intruso, al tenerlo más largo y grueso, con solo eso te lo hace mejor y lo convierte en un experto amante, otorgándote innumerables clímax prolongados. ¿Y el empeño o el tiempo que debe durar eso tieso? Camilo hasta habrá pensado posiblemente que también involucré mis sentimientos, porque para hacer lo que hice con Chacho principalmente, pues siendo como es de presuntuoso y hasta pedante, yo no debería haberme fijado ni interesado en tener algo, mucho menos sostener esa escondida relación durante tantos meses.
—Yo te tenía idealizada, –habla de repente mi esposo, sacándome de mis pensamientos. – encumbrada ante mi familia y la tuya, como una gran mujer. Amorosa esposa y una madre excelente. Inteligente y honesta. Eras todo para mí y no veía sino por tus ojos. Tus deseos eran los míos al igual que tus sentimientos, sufriendo si no te veía feliz. Por supuesto que pensé que era yo el problema y tu Playboy de playa, la solución que encontraste frente a lo que yo dejaba de aportarte. Lo que me cuestioné en un bucle interminable, y aún lo sigo haciendo, es por qué Mariana… ¿Por qué lo hiciste? Por qué no hablar conmigo y simplemente, sin solución a la vista, dejarnos. No habría objetado tu decisión, aunque interiormente me desangrase.
Camilo continúa exponiendo sus puntos de vista, creyendo como lo supuse, que junto a él me sentía incompleta y que al encamarme con Chacho, conseguí sentirme plena. Quizá yo debería haberme puesto a pensar en eso mismo cuando Camilo se acostó con ellas. Pero no lo hice en su momento, mucho menos me lo llegué a plantear cuando se fue y tan solo me interesé en que mi marido se lo hubiera pasado bien, sin que llegara a imaginar que yo le puse a una de ellas en bandeja de plata para tratar de equilibrar la balanza un poco. ¡Hacerlo pecar y con ello yo, atenuar el peso de mi carga!
—Te felicito por esa estrategia, lo planeaste tan bien que te creí aun mía esa mañana hasta el mediodía, cuando me enteré que los habían echado de la constructora y yo preocupado por cómo te encontrabas, tan apenada y dolida como yo, al ser descubiertos. Pero seguramente ustedes dos felices y sin importarles nada, se reían nuevamente de mí, del «santo cachón», igual que como tuvo que ser, la primera vez que ese güevón te hizo suya. ¡Y yo creyendo ciegamente, que me amabas en exclusiva! Tú, otra más de sus conquistas. Mi orgullo era creer que solo serias mía para toda la vida. ¡Completa y nunca compartida! —Camilo agacha un poco la cabeza y su mirada se desvía hacia el suelo, con el cigarrillo a punto de ser consumido, sostenido entre su dedo índice y el medio, pensativo apoya el pulgar sobre la frente, formando un pliegue curvo que va dando forma a una pequeña duna en el desierto de su piel, ocultando el comienzo de los pelitos azabaches de su ceja diestra.
— ¿Suya, has dicho? No mi vida, que pena contigo pero hay sí que te equivocas. Nunca fui de José Ignacio y nunca he sido de nadie más que de ti. De pronto el cuerpo… Este cuerpo, –y me palpo las bubis, el vientre y mis caderas– es verdad que fue admirado y deseado al principio. Acariciado, besado y entregado tiempo después. Pero aquí y aquí, –le señalo la cabeza y mi corazón– y que te quede bien claro, únicamente tú has podido entrar y permanecer. ¡Te lo juro por nuestro hijo! Siempre he sido tuya. Nunca me tuvo mi cielo, en serio. ¡Decidí hacerlo mío, que es muy distinto! —Se bien que Camilo no me comprende ahora, no me cree y por ello frunce el entrecejo mientras da dos sorbos a su cerveza antes de objetarme.
— ¿Hacerlo tuyo? Si claro, como el pobrecito no podía solo, tu cual samaritana, desinteresadamente le colaboraste… ¡Ofreciéndote en cuerpo y alma! A ver, si quieres explícate mejor. —Me responde subiendo un poco el tono de la voz, pero sin llegar a alterarme.
— ¡Ok, ok! Está bien. Pero… ¿Estás seguro? —Le pregunto sin parecer retadora, más bien en un tono conciliador.
—Pues ya que estas aquí, creo que sería estúpido de mi parte no aprovechar tu presencia para que me ilumines con tus memorias detalladas, mis meses de soberana oscuridad. —Me responde asegurándose de mantener la compostura ante lo que se le viene encima. ¡Mis justificaciones bien relatadas!
—Porque lo más fácil para ambos y lo menos doloroso para ti, mi cielo, sería que lo resuma bastante y pase por alto ciertos detalles que no te agradarán, insinuándote únicamente lo que viví y porque me sucedió.
—Creo que para cerrar las heridas necesito enhebrar la aguja con un hilo que no poseo y que solo tú con esas verdades me lo vas a proporcionar. ¡Siento que me lo debes! Y Mariana, no vayas a pensar que es por morbo ni por una especie de sumisión o cornudismo, algo que de sobra sabes que no va conmigo. Es que yo requiero conocer por tu propia boca esos motivos para comprenderte y así, poder otorgarte el perdón que has venido a buscar, o repudiarte definitivamente con la justificación que llevo meses buscando dentro de mí. Si te animas y si te parece, yo me arriesgaré a soportar con estoicismo ese dolor y tú, la sentencia tras el juicio que requieres para quedar en paz. ¿Qué dices? —Camilo hace una pausa para dar una última calada a su cigarrillo y libera la colilla en el fondo del cenicero, para que se asfixie al no ser aspirada. Sereno toma entre sus manos el oscuro envase para llevarlo a su boca. Bebe lento y sin afanes, no deja de observarme con la profundidad castaña de su mirada, detallando con seguridad, cada uno de mis gestos. ¡Si le digo todo o si omito cosas para no lastimarlo de más! No quiero ni debo lastimarlo más de lo que ya lo he hecho.
—Tienes razón. A eso… ¡Para eso vine! Pero sigo preocupada por… No sé cómo vayas a reaccionar, mi cielo. —Le respondo dubitativa y nerviosa, soltando sobre la mesa mi jarra de cerveza, todavía sin probarla.
—Creo que podré dominar mis demonios, Mariana. —Me contesta con una seguridad que me asusta. ¡Me va a odiar y lo perderé finalmente!
—Pues que bien, mi vida. Esperemos que así sea y consigas encontrar refugio en mis verdades, de lo que te atormenta. ¿Sería prudente decir ahora que el destino nos enredó los caminos? Tal vez sí, sí llamamos al destino por su nombre… O por los dos. ¡Fadia y Eduardo!
—Mariana, tú puedes llamarle como quieras, pintar los grises recuerdos de colores pastel si quieres, pero créeme una cosa… Para mi está muy claro. Todo esto ha sido una puta tragedia por seguir con fe ciega tu idea, y el juego de esos dos.
—Uhumm, como sea. Entonces empecemos de una vez.
—Estaba emocionada por empezar a trabajar y necesitaba organizar mis horarios, la entrega y recogida de Mateo, tambien indicarle como hacer las cosas a la nana que se encargaría de mi be… De nuestro pequeño. Te pedí consejo sobre el vestuario adecuado y hasta fuiste conmigo de compras, ayudándome con tu criterio a escoger los trajes tipo sastre, las blusas elegantes y poco escotadas, así como las faldas un poco por encima de las rodillas, los pantalones no tan ajustados y tres sacos de lana, más dos abrigos de paño que me llegaban a cubrir por completo los muslos. ¡Ahhh y las medias!
—Sí, recuerdo que no te conformaste con adquirir cinco pares de pantimedias, que sería lo normal, sino que decidiste llevarte dos docenas. Exageraste un poco, Mariana. —Se cubre la boca con la palma de su mano derecha pero la escucho reír, con ese estilo suyo tan cautivador.
— ¡Jajaja!… No mi cielo, no exageré. Es que esas medias súper veladas me duran buenas lo que perdura un suspiro. Se rompen con solo mirarlas. —Camilo solidario, igualmente se sonríe al recordarlo.
—Bueno el caso es que llegado el día, empezando aquel lluvioso tres de abril, decidiste acercarme a las oficinas muy temprano para evitarme el estrés de solicitar un taxi y sufrir esperando uno disponible. Lo recuerdo bien porque aunque iba emocionada, no te puedo negar que tenía en un puño mi corazón al tener que dejar solito a Mateo con esa nana. Me sentí mal por eso. Una mamá cruel y desalmada.
—Hummm, pero que yo recuerde, Mateo no lloró al despedirnos de él esa mañana. Lo vi muy feliz subiendo con tranquilidad al transporte escolar para ir a su colegio, tal vez para demostrarme que ya se sentía como un niño grande y con responsabilidades. Estaba confiado en que se podría cuidar solito. —Le comento.
—Quizás así fue para ti, pero una madre siempre sufre cuando se separa de su hijo por primera vez. Lloré un poco, ¿Recuerdas? Pero posteriormente disimulé estar tranquila frente a ti. Sin embargo me marché angustiada al pensar que ya no serían mis brazos los que lo esperarían abiertos de par en par, al bajarse del bus escolar esa tarde y… Y las demás. Era injusta con mi príncipe y egoísta por preferir alejarme de su lado para cumplir el sueño de… ¡Romper mi monotonía!
—La verdad es que se comportó como todo un campeón. Comprendió bien lo que le dije la noche anterior. ¡Mamita tiene un sueño, y entre los dos le vamos a ayudar a que se le cumpla! —A Mariana se le aguan los ojos nuevamente al conocer lo que desconocía.
— ¡Pufff! Ahora no sé si debo agradecerte por la comprensión, o abofetearte por dejarme cometer semejante estupidez. En fin, –y me pasó el dorso de la mano por los ojos para secarlos– que ese día me dejaste en la otra esquina, pues tenías una reunión con los ingenieros y el gerente del proyecto. Me indicaste donde quedaba la cafetería más cercana, mientras llegaba la hora. Llamé a Eduardo y se lo conté para reunirnos allí. Sin conocer a nadie lo prudente era encontrarme con él antes y tomarnos algo. Yo al menos un tintico para contrarrestar el frio de esa mañana y calmar los nervios. —Y como si lo reviviera tal cual, froto mis manos, –palma contra palma– a pocos centímetros de mi cara.
—Luego nos apresuramos a subir al décimo piso. Recuerdo estar bastante nerviosa pero la mano blanca de Eduardo sobre mi hombro, me tranquilizó bastante. Tan pronto me presentó ante la directora de recursos humanos, ella me hizo entrega de unos documentos, ya que había que formalizar con firma y huella el contrato de trabajo, –ni lo leí, pues las condiciones salariales eran lo que menos me importaba– igualmente lo respectivo a las afiliaciones a la salud y los demás perendengues. Esas cosas aburridoras pero necesarias para legalizar mi situación laboral. Carmencita se había encargado de desligarme de ti, al menos lo que ella podía hacer en papeles.
Cae la ceniza de su cigarrillo ya terminado en medio de sus dedos, pero no dentro del redondo cenicero sino en un recuadro al borde de la mesa. Con un soplo fuerte lanza lejos los grises restos, corriendo las piernas hacia mi costado para que no le caiga encima y manche su vestido. Y hablando de caer, yo caigo en cuenta de que Mariana al llevar ahora el cabello corto, no puede como antes tomar entre sus dedos las puntas de su pelo para buscar imaginarias horquillas, mientras pensaba. Ahora se decide por llevar a su boca entreabierta, el pulgar izquierdo pero no como los bebés que se lo chupan de revés, no.
Mariana entrecierra el puño y de medio lado, muerde la punta de la uña un poco, aprisionándola entre sus dientes. Parece chuparlo mientras medita, un poco nerviosa. Lo saca y cierra los labios dejándolo allí, –reposando en el medio sin intentar meterlo– esperando a que se le aclaren los sombríos recuerdos. Hasta que rebobina la película y continúa con su vídeo.
—También el reglamento para uso de… de un teléfono móvil, y me hizo firmar una autorización de acceso a los datos. Lo hice nuevamente sin rechistar. Recuerdo que Carmencita me saludó de manera formal pero cuando ya nos despedíamos y recibía de sus manos el carnet de acceso, en su mirada pude darme cuenta de que desconfiaba, pero sentí que no era de mí, sino de quien me acompañaba. Fue algo extraño y premonitorio, pero cielo yo… No presté atención a esa alerta.
—Era lógico, tu primer día de trabajo y andabas muy emocionada. Tampoco tenías razones para desconfiar de un amigo. Y yo mucho menos. ¡Continúa por favor!
—Después bajamos al noveno y allí en su pequeña oficina acristalada, Eduardo me presentó con los que iban a ser mis compañeros de trabajo en la venta del proyecto de vivienda de interés social, al sur de la ciudad. Al otro extremo del amplio piso se encontraban otras personas, reunidos a puerta cerrada. Ese era el otro grupo de asesores comerciales, los encargados de vender el proyecto en el que tú trabajabas. La agrupación de casas para vacacionar en Peñalisa, que por supuesto eran la obsesión de Eduardo. Casas más lujosas y valores más elevados en un lugar exclusivo y paradisíaco. Otro nivel bastante exclusivo para dirigir, negociar, vender y figurar en la constructora, lejano de sus manos por el momento. Obviamente con mejores comisiones y un peldaño más para buscar convertirse en…
—…El único y renombrado, director nacional de ventas. Sí, Mariana, ese era el sueño de ese pedazo de hijuep… De ese maricón. Lo quería a toda costa pero desgraciadamente para Eduardo, estaba a cargo de Luís, uno de los yernos de don Octavio. —La interrumpo para darle a entender que estaba al tanto del sueño de aquel que consideraba mi gran amigo y que finalmente como Judas, me traicionó también.
— ¡Ajá! ¿Lo sabias? Bueno, el caso es que me saludé inicialmente con Diana y Elizabeth, entre sonrisas y dos besos en las mejillas como si nos conociéramos de toda la vida. ¡Ummm! Diana fue muy buena amiga, siempre divertida y ocurrente. Parecía una de esas nenas uniformadas, contratadas para atraer con su charla y figura delicada, –con esos ojos verdes resaltando tras sus lentes recetados para ayudarle con su miopía y sus cabellos lacios, de brillante dorado– a la clientela dispersa en el supermercado.
— ¡Una promotora, querrás decir! Una chica de esas que te invitan a probar primero lo que no te gusta ni necesitas, pero que luego con insistencia y sonrisa de… ¡Llévalo por mí, aunque no te guste!, terminas por echar al carrito del mercado los productos que promociona. —Le doy a Mariana una veloz lección de conocimiento comercial.
— ¡Jajaja! Efectivamente. Pero al conocerla con el paso de los días, me llevé un chasco con ella, pues era todo lo contrario. Una loca de atar que te asombraba con sus graciosos apuntes, pero trabajadora como la que más, además de responsable madre soltera y con una honestidad a toda prueba. Y pues Elizabeth… Ella más aplomada y serena, inteligente y muy fashion al vestirse… Humm, pero algo aseñorada para su edad, ¿no te parece? Bella de rostro y figura menuda, de un hablar suave y delicado; finos modales, demostrando a leguas ser una mujer con bastante alcurnia, confirmado por sus ostentosos apellidos. En fin, ¡que te podría decir a ti, si de ella sabes tú más que yo!
—Pues no mantuve mucho trato con Diana, pero en las pocas ocasiones en que coincidimos si me dio la impresión de ser, aparte de bromista, una mujer confiable y dentro de sus locuras, excelente trabajadora. Y de Liz, pues proviene de dos familias con mucho abolengo, aunque en declive financiero por un pésimo negocio. Por una parte tiene sangre española y por la otra, ascendencia italiana. Hermosa, inteligente, muy buena consejera y amiga. Y muy fiel a su marido, a pesar de reconocer ella misma que por más que quisiera ocultar su figura, la sensualidad de su andar, la manera tan culta de expresarse y sobre todo las facciones de su rostro, atraían más de una mirada, despertando el deseo en los hombres y la envidia en las mujeres. —Le expongo a Mariana, la impresión que me llevé de cada una de ellas.
—Luego con un estrechón de manos, muy respetuoso me saludó Carlos Alberto. Flaco y alto, no muy bien vestido ni hablado, pero atento y servicial cuando se encontraba solo. Falto de carácter eso sí, y no tan buen vendedor. Con los meses pude comprobar lo que intuí al principio. ¡Personalidad de perrito faldero! El caso es que todos estábamos allí muy puntuales para empezar la reunión, pero faltaba uno más.
—No es difícil de adivinar. ¿Te ayudo con esta? —Le pregunto y por supuesto le muestro su Club Colombia Dorada no empezada, justo al lado de los envases vacíos de las dos mías.
—Si claro, ayúdame por favor porque me siento embuchada. Es más, ¡Me termino esta y ya no quiero saber de cerveza por el dia de hoy! Y sí, tienes razón. Aquella mañana llegó él, retrasado diez o quince minutos, para nada apenado. Al contrario, muy sonriente y sin impórtale el retraso de la reunión por su tardanza. Saludó de beso en cada mejilla a Diana, y muy, pero muy cerca de la boca hizo lo mismo con una enojada Elizabeth, quien por poco y le da una bofetada, solo que él mucho más ágil, alcanzó a quitar la cara. —Camilo nuevamente se acomoda hacia atrás en la silla y aunque no me diga nada, por la expresión en su rostro puedo adivinar que quisiera decirme, con justificada razón un… ¡Te lo dije!
—Pude sentir al igual que tú, su falta de modestia y el aroma que desprendía, no tanto de su colonia en verdad muy penetrante, –que me hizo recordar el aroma a lima y roble de la Brut que usaba mi padre– sino de las feromonas de macho petulante que desprendía al pasar por mi lado sin determinarme, al principio. Y no mi vida, no quedé flechada por su altanera entrada en escena, aunque no te voy a negar que si me pareció un hombre muy atractivo, diferente al resto de compañeros, de por sí bastante normalitos y sin la seguridad que él demuestra al caminar, mucho menos la elegancia en su forma de vestir.
— ¿Te gustó ya entonces? ¿Te impresiono desde el primer día? —Le pregunto interesado en conocer su respuesta a pesar de que intuyo que para mi pesar, será positiva y terminará por hacerme más daño.
No sé si deba decirle que me fijé en su porte, en la rectangular forma de su rostro y el engominado pelo negro con el corte de cabello a lo James Rodríguez, desbastado a los lados y peinado de medio lado. Su piel blanca como la mía y unas manos grandes pero con dedos finos, una argolla ancha y gruesa de oro con una rectangular piedra de ónix en el dedo corazón de la izquierda y en la muñeca de la derecha un pesado reloj plateado, buena imitación de un Rolex de tablero negro y numeración blanca. Las uñas bien cuidadas y pulidas, más no pintadas. Y aquella mirada de travieso granuja, acentuada con esos ojos de color verde aceituna y chispitas marrones que se los hacían ver tan especiales, redonditos y más brillantes. Y la sombra bien definida que realzaba la angulosa mandíbula formándole un candado sexy, tanto en su barbilla como alrededor de su boca. Sus labios delgados y rosa pálido que aquella mañana y en muchas ocasiones más, él sabía cómo utilizarlos al enarbolar una bonita sonrisa. Obviamente, también me gustaron. ¡Sí, es mejor guardarme esos detalles que exponer a Camilo a otra estúpida y dañina comparación!
— ¿Gustarme, gustarme?… Sí, no te lo voy a negar. Me pareció bastante guapo, tan alto como tú y con una atractiva sonrisa. Pero no le di mayor importancia y de hecho me desilusionó su manera de saludarme. Con esa actitud displicente y su tono de voz tan frío, como si mi presencia allí le estorbara, a pesar de que yo educadamente lo saludé de primeras…
—… ¡Mucho gusto, mi nombre es Melissa López! Me presenté girándome en la silla y estirándole la mano derecha. —Poco caballeroso, tomó asiento al lado mío mientras me la estrechaba con firmeza, pero sonriéndome eso sí.
— ¿Así que tú eres la nueva adquisición de la oficina? —Esas fueron sus primeras palabras, y te aseguro que me irritó la forma en que lo dijo. Como si yo fuera un objeto, un mueble más de la oficina o una herramienta que ya le pertenecía a la constructora, y no una persona; una mujer con deseos de trabajar, superarse profesionalmente y ganarse la vida. Pero me contuve, aunque sentí en ese preciso instante que los colores se me subían al rostro por el enojo al no poder contestarle como realmente me lo pedía el cuerpo.
—Pues yo seré entonces el encargado de enseñarte los trucos que se deben conocer en este negocio. ¿No es así Jefecito? –Dijo dirigiendo su mirada a Eduardo. – ¡Puedes llamarme Nacho, bizcochito! Como me dicen los demás. —Petulante, narcisista y agrandado me respondió.
—En ese momento mi cielo, recordé aquella vez que me comentaste algo sobre un tipo soberbio y mal educado que conociste en el bar tomando algo con Eduardo y obviamente lo relacioné. Te di inmediatamente la razón. ¡Pedante, pretencioso y presumido! Todo un playboy de playa, como lo bautizaste. Igualito al Pepe Cortisona, el antagonista de las historietas, que tantas carcajadas le sacaron a mi papá.
—Si ves… ¡Te lo dije! Y a pesar de ello terminaste acostándote con ese tipo, convirtiéndote en una más de su conquistas. —Mariana no sé porque motivo, se ríe sin disimulo y al parecer sin remordimiento.
— ¡Jajaja! Discúlpame cielo, pero es que… ¡Te habías demorado en decírmelo! —Termino de reírme, después de aclararle la razón.
Ahora soy yo la que hago una pausa para encenderme un nuevo cigarrillo y beber un trago de cerveza. Al levantar la jarra para hacerlo, descubro a Andrew mirándome embelesado, atendiendo un nuevo pedido de la mesa donde se encuentran sentados los tres hombres que me habían piropeado y que con poco disimulo, igualmente me miran, comentando algo. Supongo que somos el tema de conversación.
—Bueno, el caso es que Eduardo le puso fin a su presentación, diciéndole que no se preocupara por mí, ya que el mismo se encargaría de dirigirme y enseñarme el manejo de la oficina y el tema correspondiente con los créditos hipotecarios, así como de darme algunas clases para enfrentarme a las objeciones de los clientes para lograr cerrar las oportunidades que se me presentaran, mientras me acomodaba a mi nueva vida laboral.
—Y empezó la reunión. Escuché atentamente como cada uno presentaba sus informes. Carlos se anotó en el tablero de metas mensuales con tres apartamentos vendidos, Diana con cinco al igual que Elizabeth; un tal Juan Carlos, figuraba en el listado pero con cero negocios. Luego me enteré que lo habían despedido y que yo era su reemplazo. Finalizando la lista estaba su nombre. José Ignacio Cifuentes. Ni siquiera se puso en pie sino que le pidió el favor a Carlos de que en su casilla escribiera una cifra. ¡Doce ventas concretadas! La diferencia era notoria y eso… Eso mi cielo, sí que me impresionó de él.
—El resto de la mañana siguió igual de distante conmigo. Apenas si se fijaba en mí, casi no cruzábamos palabra, desde aquel saludo con su ofrecimiento y nada más. Por eso te escribí por WhatsApp que todo marchaba bien. Eduardo enseñándome los procesos, algunas tácticas de ventas y ordenándome revisar y perfilar en la tarde los mejores prospectos de una base de datos que el tal Juan Carlos, había dejado registrado en el CRM y que ahora me pertenecían. Aunque al medio día, cuando tú y yo nos encontramos en el restaurante del primer piso sin podernos hablar, –disimulando ante todos no conocernos– él si me dedicó mayor atención.
—Pero como no, si eras la novedad. A pesar de haberme sentado en la otra mesa donde usualmente me reunía con Eduardo, don Luis y los otros ingenieros, yo te observaba con disimulo y pude darme cuenta de que eras el centro de atracción. Hablabas con todos y todos se interesaban en ti. Te veías tan feliz que me enorgullecí de tenerte a mi lado, y mi preocupación inicial se fue disipando, aunque vi como ese tipo te comía con la mirada y quería a toda costa acaparar tu atención. Supuse que era lógico pues también para los demás hombres, tu belleza no permitía que pasaras desapercibida.
— ¡Ajá! Así sucedió. Y él me pregunto lo usual. ¿De dónde eres?, ¿Qué estudiaste?, y un… ¿Eres feliz? Qué salió de su boca, al terminar de masticar su último bocado.
—Por supuesto que se fijó en el anillo falso de mi mano y me preguntó cuánto llevaba de casada y si tenía hijos. Por mi parte al contestarle que efectivamente lo era, yo le contra preguntaba sobre lo mismo y así me enteré que vivía solo en una casa ubicada en las Villas, propiedad de los suegros, pero que no convivía de lleno con su novia. Alquilaba las habitaciones a dos hombres, uno de ellos su mejor amigo, para ayudarse a pagar el canon de arriendo mensual. No hubo nada fuera de lugar, a pesar de que dos veces lo pillé observándome las piernas al estar sentada al lado de él. Pero nada más, ni tan siquiera comentarios fuera de lugar, ni ese dia ni los demás de aquella semana… ¡Hasta esa noche del viernes!
—La invitación al famoso sitio ese para jugar al billar y de paso celebrar tu ingreso. Y por supuesto, a la que yo no estaba invitado.
—Yo no quería ir y dejar de nuevo solo a Mateo con la Nana, por eso te pedí el favor de que fueras temprano a la casa y lo cuidaras mientras yo me desocupaba. No podía negarme y tú lo sabias al igual que yo. Además yo iría acompañada por Eduardo y estaríamos reunidos todos los de la oficina. Diana, Elizabeth, Carlos y también los compañeros del otro grupo de ventas. Pero tú no pudiste resistir la tentación y te apareciste por allí como a la hora y media de nosotros haber llegado.
—Era algo nuevo para mí, eso de dejarte salir por ahí con gente desconocida. No eran celos como tal, te lo aseguro, sabes bien que nunca tuve motivos para desconfiar de ti, pero si he de reconocer que me angustiaba saber cómo se comportarían contigo. Si te respetarían o por el contrario te acosarían. Sí en algún descuido de Eduardo, ese tipo u otro hombre, intentaría propasarse contigo. Por eso dejé a nuestro hijo al cuidado de la nana por unas horas más, y luego llamé a Eduardo para saber dónde se encontraban y si me invitaba a tomar unas cervezas. Y les caí de sorpresa.
—Disimulaste muy bien, lo admito, al verme llegar cerveza en mano y seguir inclinada sobre la mesa, midiendo la fuerza del golpe con el taco para lograr la carambola, dejando que ese aprovechado se ubicara detrás tuyo, restregándote disimulado su entrepierna, y sugiriéndote al oído, –echando su torso sobre tu espalda– posicionando sus manos sobre las tuyas, supuestamente para ayudarte a dar bien el golpe. —Mariana apoya los codos sobre la mesa y encaja su rostro entre la cuña que forman sus dos manos, muy atenta a mis palabras.
—Por el contrario yo estaba muy nervioso y hasta tartamudeaba al saludarte algo distanciado de la mesa y delante de tus compañeros con ese… Bue… ¡Buenas noches señora!
— ¡Arquitecto! Pero que milagro verlo a usted por aquí. —Fue su saludo enderezándose al verme que los observaba y antes de que tú me respondieras.
—Me imagino que se le escapó esta noche a su mujercita, o… ¿Esta vez sí le dio permiso de venir? ¡Jajaja! Míreme, yo aquí enseñándole a la niña nueva a golpear bien las bolas. —Y volvió a sonreír.
— ¡Hombre! Al contrario. Ella confía tanto en mí, que me impulsa a salir de vez en cuando para despejarme de tanto trajín en el trabajo, aunque a veces deba rodearme de gente bastante idiota. —Le respondí sonriendo.
— ¡Qué bueno, qué bueno! Pues entonces bienvenido. Y dígame Arquitecto… ¿Nos echamos un chico de billar o prefiere mejor que nos pasemos a la mesa del pool y le metemos unos billeticos para hacer más atractiva la apuesta? Porque supongo que usted con tanta trazadera de curvas y líneas rectas en esa oficina, debe ser bueno para embocarlas en las troneras, así como lo hago yo, que al punto en el que me fijo, de una le meto la bola. ¡Jajaja! —Y esa vez se carcajeó estruendoso, haciendo reír a los demás con su morboso apunte. Incluso a ti que me observabas de soslayo, mientras él guiñándome un ojo y sacando la punta de la lengua, –presionada entre su dentadura– dejaba caer su mirada sobre tus nalgas, atractivamente redondas bajo el paño gris de tu pantalón, al mantenerte reclinada sobre el borde de la mesa. —Ceso de hablar y noto a Mariana algo incomoda. ¿Por mis palabras o por recordar lo sucedido esa noche?
Mueve su trasero en la silla plástica. Descruza las piernas y apoya ambos pies con firmeza sobre las baldosas cuadradas y despreocupada, separa ligeramente las piernas, deslizando las nalgas un poco hacia fuera, hasta dejar su culo a medio camino entre la mitad del asiento y el precipicio de la orilla, haciendo rechinar las patas al desplazarse unos centímetros. Se recuesta sobre el blanco espaldar y apoya su nuca sobre el borde curvo y al echar la cabeza algunos grados hacia atrás, va tensando los músculos del cuello mientras mantiene presionado entre sus dedos, un cigarrillo recién encendido.
Lo lleva hasta su boca entreabierta, con despreocupada lentitud. Le da una bocanada con ganas, pero el humo no lo aspira por completo y tan solo lo mantiene flotando nebuloso y espeso dentro de su boca aún a medio cerrar. Meditando en algo, desganada deja que se le escape lo fumado lentamente en un desordenado remolino blanquecino que le oculta parte de los labios y se eleva lentamente sobre su respingada nariz.
Pero igualmente puedo escuchar que huye del interior de su pecho hacia el exterior, un pesado y prolongado suspiro. Con los ojos bien abiertos mira hacia el techo, pero no parece interesada en hallar un objetivo específico. Simplemente sus hermosos ojos azules miran hacia la nada, y aun estando ella aquí presente, percibo como se ausenta dentro de aquel limbo, con seguridad atorándose de imágenes, sonidos y palabras del comienzo de nuestro pasado.