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Infidelidad por primera vez
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Tiempo de lectura: 6 minutos

He leído en estos espacios y comentado con algunas amigas las propuestas sexuales que en ocasiones nos llegan a hacer nuestros maridos o parejas, como la de realizar un trío o mirarnos teniendo relaciones con otro hombre. ¿Fantasías? ¿Qué significado tiene todo esto? No soy psicóloga pero lo que puede ser una simple fantasía y se convierte en realidad implica riesgos. Supongo que estas proposiciones se dan en parejas que llevan tiempo de casados o viviendo juntos. Dice mi marido que es para condimentar el matrimonio, pero lo que para algunos es una perversión para otros son simples fantasías y otros desean convertirlo en realidad.

Estas propuestas no dejan de tener su riesgo, pues provocan nuestra imaginación. Pero aunque no se den, la infidelidad de las mujeres va en aumento, sé de algunos casos que van de simples aventuras a relaciones más duraderas, por ejemplo, tengo una amiga que lleva 17 años de casada y lleva 10 años de aventura con un hombre también casado. Me dice que todo es perfecto pues se reúnen una vez al año una semana, generalmente en otro país y la pasan de maravilla, sin compromisos ni exigencias. Hay otras que aprovechan la mañana, mientras los hijos están en la escuela y el marido en el trabajo, para irse al hotel con el chico que conocieron en el gimnasio o el maestro de karate de su hijo o el ex novio que ha encontrado en las redes sociales; o también otras que en el propio trabajo tienen a sus amantes, por cierto, siempre más jóvenes. Otras más recatadas lo hacen virtualmente a través de los sitios como Ashley Madison. Hay de todo. Lo que quiero decir es que estas situaciones son más comunes de lo que se imaginan nuestros maridos, creen que solo ellos engañan y tienen todo bajo control.

Recientemente cumplí 10 años de casada, tengo 41 y mi marido 43. De un tiempo para acá mi marido me salía con esas propuestas, que si un trío, que si no me gustaba alguien del trabajo o que si no miraba a los hombres en el gym, etc. Yo siempre le decía que no y me hacía la loca con sus propuestas. Sé que con el tiempo de casados la pasión ya no es igual y que las relaciones ya no son tan frecuentes. Pero aunque fuera por complacerlo no aceptaba sus juegos. No se dan cuenta que con todo lo que nos dicen en la cama, nuestra imaginación puede dispararse ante una oportunidad que se nos presente.

La empresa en que trabajo me ascendieron de secretaría del jefe de un área a asistente ejecutiva de un director, al cual ya conocía y que a veces me coqueteaba; siempre se me hizo un hombre muy atractivo, más grande que yo, más de cincuenta años. Lo que más me agradaba de él era su formalidad y respeto con el que trataba a la gente y yo no era la excepción, a pesar de sus coqueteos, a los que yo, no lo niego, le respondía. Llegué a conocer a su esposa, muy guapa, con un cuerpazo, como de 45 años. A raíz de conocer a su esposa, me entró el morbo y este señor se me hizo todavía más atractivo.

Me di cuenta de que me empezaba a gustar y yo también a él. Sin duda, la convivencia de lunes de viernes contribuyó. Llegué al grado de modificar mi vestimenta, me compré trajes sastre con faldas cortas o ajustadas, con tacones altos y a veces no me ponía medias. Sabía que no podía competir con su exuberante esposa, pero lo diferente llama la atención.

En una ocasión, que amanecí caliente y que me le ofrecí a mi marido y no me hizo caso, dejándome insatisfecha y molesta, me duché y me rasuré el pubis; me puse un vestido negro corto y tacones. Era viernes, me acuerdo muy bien. Mi jefe ese día llegó un poco tarde pero casi de inmediato me pidió que pasara a su oficina, pues íbamos a revisar los pendientes. Esa vez no se puso detrás de su escritorio sino en una pequeña salita que se encuentra en la oficina. Quedamos de frente y cuando me vio con ese vestido corto, sin medias, no pudo evitar mirarme las piernas, que todavía no las cruzaba. Cuando lo hice no sabía si seguir mirándome o seguir con el trabajo. Me dijo que anotará los nombres de las personas a las que había que llamar por teléfono y si no las encontraba el recado que había que dejarles. Me dio las gracias y me retiré a mi lugar, sintiendo su mirada mientras me alejaba.

Supongo que lo dejé entusiasmado pues ese día varias veces me llamó para preguntarme o solicitarme cosas sin mucha trascendencia. Llegó la hora de la salida y me pidió, si no existía inconveniente de mi parte, quedarme un rato para revisar los pendientes de la próxima semana, pues estaría de viaje toda la semana. Le dije que no. Además mi marido me había enviado un mensaje diciéndome que llegaría tarde pues iría con amigos a un bar a ver el béisbol.

Llegó la hora de la salida y la mayoría del personal de la empresa se retiró. Al poco tiempo me llamó y cuando me senté cruce mis piernas y mientras me pedía que anotara los pendientes, sentía su mirada. No sé pero me empecé a sentir nerviosa y deseosa al mismo tiempo. Después me dijo que iba a al baño y que buscara un libro en el librero pues lo recogería una persona la próxima semana.

No encontraba el libro. De repente escuché que entró y cerró la puerta y se acercó detrás de mí y me señaló dónde se encontraba el libro. Cuando me estiré para tomar el libro sentí que me abrazó por detrás, rodeándome con sus brazos mi cintura. Pensé en hacerme a un lado, pero al sentir su miembro en mis nalgas y besándome en el cuello, me paralizó. Luego me voltee y nos abrazamos y empezamos a besarnos. Me subió el vestido y acarició mis nalgas e intentó bajarme los calzones, a lo que me rehusé primero pero después lo dejé pues me estaba excitando. Yo sentía su miembro en mi vientre y me gustaba esa sensación. Me dieron deseos de tocarlo y lo hice pero encima de su pantalón, masajeándolo un poco, hasta que le desabroché el cinturón y se bajó los pantalones. Quedó en trusa y vi cómo se le marcaba su miembro. Me puse en cuclillas y lo seguí tocando, hasta que bajé la trusa y surgió su miembro grande y erecto. Lo tomé con mis manos y la tentación me superó. Me lo llevé a la boca. Jugué con su miembro de diferentes maneras, llevando mi lengua a su glande. Me gustó su tamaño y su grosor, diferente al de mí esposo. Sentía su excitación y parecía que estaba a punto de eyacular, pero de repente me pidió que ya no continuara, que me quitara el vestido y me quedara en tacones. Recordé que estaba en mis días fértiles y le pregunté si tenía preservativos y me respondió que sí. Mientras iba a abrir el cajón de su escritorio por un preservativo yo me quité el vestido. Quedé desnuda en tacones, como me lo pidió. Me abrazó por detrás y me dijo que pusiera mis manos en el escritorio. Desnuda, en tacones, casi en cuatro, se puso detrás de mí y empezó a acariciar mis nalgas y luego el interior de mis muslos hasta llegar con sus dedos a mis partes íntimas, dándome un masaje como nunca lo había hecho nadie, simplemente magistral.

Completamente húmeda, sentí la necesidad de que me penetrara y no tuve que pedírselo pues empezó a penetrarme, pero poco a poco. Me embestía sin fuerza, suavemente y de forma coordinada, pero con uno de sus dedos masajeaba mi clítoris. Yo movía mis caderas sincrónicamente mientras su miembro entraba y salía. En un instante empecé a sentir como venía mi orgasmo en camino al igual que el de él. Movía más mis caderas y su miembro se mantenía rígido, lo que me excitaba más. En ese momento me preguntó si mi marido me cogía así, la pregunta me volvió loca y le dije que no y al instante explotamos al mismo tiempo. Me voltee y nos dimos un beso. Él se quitó el preservativo y lo envolvió en un Kleenex. Se subió los pantalones y antes de retirarse me dijo que cerrara bien la oficina y que fuera discreta pues como sabía había cámaras.

Llegué a mi casa. Afortunadamente no había llegado mi marido. Inmediatamente entré al baño para ducharme. Mientras me bañaba escuché a mi marido. De repente se metió conmigo a la ducha; nos bañamos, venía caliente pues ya lo conozco. Ya en la recamara me dijo que me pusiera en cuatro, con las rodillas en la orilla de la cama. Es su posición favorita. Le dije que se pusiera un preservativo porque estaba en mis días fértiles, se lo puso y empezó a penetrarme. Me envestía rápidamente y con fuerza, luego empezó con lo mismo: que si no me gustaría hacer un trío o que le respondiera sino me gustaría que me penetrara otra verga en esa posición, a lo que le dije que sí y en ese instante sentí como se venía, supuse que lo excito mí respuesta. Se mantuvo así, con su miembro dentro de mí. Me preguntó si me había gustado, le respondí que sí. En mis adentros sabía que me había dejado insatisfecha, que mi jefe me había cogido mejor en todos sentidos.

Al mes le ofrecieron a mi jefe un mejor trabajo fuera del país. En ese lapso no volvimos a tener contacto físico pues estaba demasiado ocupado para la entrega-recepción con los directivos de la empresa. La última vez que lo vi fue días antes de que se fuera del país. Yo no tenía automóvil ese día. Me llevó a mi casa. En el trayecto nos dimos unos besos y nos excitamos. Estacionó su auto a pocas calles de mi casa, me pidió que le hiciera sexo oral, que le había gustado como se lo había hecho aquella vez en la oficina y también me dijo que me quitara los calzones, a lo que accedí. Me recosté hacia la izquierda para mamarle la verga. Entonces me levantó el vestido y pasó su mano derecha por mi espalda para luego acariciar mis nalgas y por detrás meter sus dedos en lo más profundo de mi vagina, hurgándome suavemente y provocándome un delicioso orgasmo al poco tiempo, mientras sentía como eyaculaba en mi boca con poca fuerza y muy poco semen. Supuse que por su edad ya no era igual cuando eyaculaba, como mí marido. No sé por qué lo hice y me tragué su semen. Nos despedimos. Cuando metí la llave para abrir la puerta recordé que no me había puesto los calzones. No supe qué hacer. Mi marido me abrió la puerta y me recibió con un beso. Se me quedó viendo y me dijo que me veía muy con el vestido que traía: era un vestido blanco, suelto y corto. Me abrazó, acarició mis nalgas y luego metió la mano por debajo del vestido, dándose cuenta que no traía calzones. Me preguntó quién me había llevado a la casa, le dije que mi jefe. Me vio fijamente a los ojos y no supo qué decir.

 

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