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Infidelidad en una casita rural
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Era el día esperado, hoy salíamos de puente a un pueblecito medieval donde aún se celebraban las festividades paganas ahora en septiembre.

Íbamos tu chico, tú, mi pareja y yo camino al pueblo del norte entre montañas donde ya habíamos reservado una casita rural, teníamos tantas ganas de llegar que el camino se nos hizo súper largo, pero mereció la pena.

Llegamos al caer la noche, entre una ligera lluvia que hacía una mezcla de olores a chimeneas, tierra mojada y naturaleza.

Mientras tu chico y yo cogíamos las cosas del coche, mi pareja y tú os fuisteis a casa de la dueña que nos había alquilado, la cual muy amable os dio hasta unos paraguas ya que cada vez la lluvia era más intensa, nosotros ya teníamos todo al resguardo del porche cuando os vimos llegar caladas hasta los huesos, abriste la puerta que chirriaba y entramos justo cuando un relámpago casi iluminó toda la casa, tu chico subía las maletas mientras yo me lie con la chimenea y vosotras corriendo os fuiste a cambiar.

La lluvia caía, pero la casa se estaba caldeando rápidamente y estando nosotros ya bebiendo unas cervezas bajasteis las dos al saloncito, al calor de la chimenea y uniros a beber con nosotros, tu chico y mi pareja fueron a la cocina a mirar qué había de cenar dejándonos solos ante la única luz del fuego cálido de la chimenea.

-¿Era así como lo imaginabas? -Te pregunté.

-Sí, es más, la lluvia y los relámpagos le dan un toque especial

Malas noticias llegaban desde la cocina, salían diciendo que no había nada, solo unos paquetes de harina y ya, así que nos tocó ir a cenar en el único bar del pueblo y que estaba a punto de cerrar, otra vez mojado, empapados, pero bueno íbamos a cenar algo. Había 4 o 5 lugareños que como en cualquier pueblo nos miraron con cara rara, pero nosotros teníamos más hambre que vergüenza. Cenamos y nos fuimos del bar, aunque llovía un poco.

Llegamos a casa y entre el cansancio del viaje, el jaleo con la cena, el frío… decidimos irnos a dormir y hasta el día siguiente.

Eran cerca de las 6 de la mañana cuando me desperté y bajé a mirar qué era realmente lo que había en la cocina y efectivamente sólo había harina y unos sobrecitos de levadura detrás de unos periódicos, así que ni corto ni perezoso me puse a amasar algo para desayunar. Escuche ruido en la escalera y eras tú bajando con una camiseta de tirantes blanca fina, casi transparente, que dejaba intuir un sujetador negro y un pantalón muy cortito.

-¿Qué haces? -Preguntaste medio bostezando.

-Aún no lo sé, encontré la harina y levadura y aquí ando amansando por si saco algo para desayunar.

Tenía ya el horno esperando y ya tenía una especie de bollitos redondos a los que aún les estaba dando la forma. Tú me dijiste entonces:

-Entre nosotros hay confianza, ¿verdad?

-Mucha, ya lo sabes.

Y sin más intentaste desabrochar el sujetador porque con el horno hacía mucho calor mientras yo metía los bollitos en el horno. No podías desabrocharlo sin quitarte la camiseta y me pediste que mirara para otro lado. Otro lado en el que los armarios hacían de espejo y vi cómo te quitabas la camiseta para sacar tu sujetador, así me quedé hasta que dijiste que ya podía mirar. Era tontería decirme lo de mirar para otro lado cuando tu camiseta dejaba entrever tus pechos. Yo la verdad estaba un poco nervioso, esos labios que me hablaban, ese canalillo, esos pechos voluptuosos y que eras tú me estaban encendiendo se me notaba, hasta te distes cuentas por que no dejabas de decir que me estuviera tranquilo y yo no podía, solo tenía ganas de poseerte.

Así que me lancé sin más a besar esos labios, tú lo recibiste bien, pero rápidamente te quitaste.

-Tío, que están nuestras parejas arriba.

-Lo sé, llevas razón perdona.

-No me has entendido, que están arriba, que eso le da más morbo aún.

Y volvimos a besarnos esta vez con más pasión de la que nunca imaginamos, tus manos me quitaron la camiseta, las mías agarraron tu cintura y te subieron encima de la mesa aún llena de harina, era una pasión descontrolada y desmedida, mis labios buscaron tu cuello, mis manos tus muslos, esos pantaloncitos dejaron que mis manos recorrieran tus muslos para abrirte y meterme entre ellos. Te quité la camiseta y bajé con mis labios a tus pechos, a jugar con mi lengua entre ellos, mientras con los dedos pellizcaba los pezones duros de la pasión que teníamos. No pare ahí, seguí bajando con mis manos hasta llegar a tu pantalón, a acariciarte entre medias de las piernas, justo ahí donde te gusta, al ser tan pequeños y holgados y no llevar nada debajo rápidamente descubrir que estabas muy mojada, mis dedos entraban y salían de ti sin ninguna dificultad mientras tus gemidos iban en aumento y te llegó el primer orgasmo. Nos besábamos con tanto placer que nuestras lenguas parecían una sola pero no podían oírnos.

Tus manos se movían por dentro del pantalón haciendo que mi miembro cada vez estuviese más duro.

-Clávamela -me pediste.

Sin un ápice de duda desabroche mi pantalón, los deje caer hasta los tobillos y agarrando mi miembro con una mano empecé a entrar en ti, tan húmedo estaba que no me costó nada, entraba sola. Empecé a moverme mientras te lamia el cuello y agarraba tus caderas, nuestros cuerpos estaban cada vez más sudorosos, con más energía, nuestra respiración se acelera más y más. Mi miembro venoso estaba dentro de ti llevando ese ritmo que te gusta, tus piernas me atraparon, yo te di unos azotes y agarré tus muslos, no pensaba parar de hacértelo. Con mi miembro dentro de ti te llegó el segundo orgasmo.

-Sácala, corre. Quiero que me llenes los pechos de leche.

La saque de ti y mientras tú te arrodillas ante mí, yo me masturbaba al lado de tus pechos, escupías en ellos para que mi miembro resbalara en tu canalillo y la verdad que funcionó. Empecé a soltar leche que te salpicaba un poco en la cara, mi liquido caía por tus pezones mientras con tus manos jugabas con ellos y los acariciabas. Yo volví a subirme los pantalones, mientras tu medio vestida te subías a la habitación.

Al cabo de unos minutos bajaron tu chico y mi pareja, pregunte por ti y me dijo tu chico que te estabas duchando y que escucho algo raro que venía de abajo, le dije sin más que era yo, que había intentado hacer unos bollos, o unas tortitas para desayunar, pero que no me salió muy bien, ya bajaste tú y decidimos ir ya a desayunar al bar y a comprar algo para los días que íbamos a estar allí.

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