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Tiempo de lectura: 8 minutos

Esa noche fue una sorpresa de principio a fin. Ni en su más loco sueño se había permitido fantasear en que ocurriría un nuevo encuentro, aunque muy en el fondo de su ser sabía que todavía lo deseaba, nunca imaginó que sería así.

Era tarde, estaba sola, pero aún no se acostaba cuando sonó el teléfono.

-Hola, ¿puedo ir a tu casa? Vengo de una reunión, pero me gustaría pasar a verte

-Claro, ¿estás bien?

-Un poco ebrio.

En esa época era común que se emborrachase. Bebía mucho, constantemente, pero habitualmente no se notaba. Posiblemente sería la última vez que se vieran, en un par de días él viajaría por varios años o tal vez más. Y con todo, ella no esperaba que ocurriese algo más que una conversación. Eran amigos, tenían historia y mucha química, pero él se había casado hace menos de un año y había declarado su monogamia cuando se enamoraba. Se tomaba el compromiso real en serio. Ella lo admiraba, lo respetaba y no podía evitar desearlo, pero su amistad era más valiosa que cualquier lujuria por ello no esperaba otra cosa que una conversación y brindarle un espacio seguro para pasar la borrachera.

Al llegar notó de inmediato cuan ebrio estaba, era bastante, una de las veces que peor lo había visto, estaba acelerado, sin embargo, podía conversar. Le dejó apropiarse de la cocina y servirse el vino que traía. Le miraba con curiosidad, risa y picardía. No podía negarlo, le atraía, le costaba no coquetear con él, pero no podía dar el primer paso, si lo hacía no se lo perdonaría pues implicaba una traición… debía respetar sus límites y principios.

Él comenzó a hablar. Venía de la reunión con unos amigos.

-Son médicos, estuvimos toda la tarde conversando y bebiendo. Son distintos a todos mis conocidos, pero me entretengo con ellos, hablamos de otras cosas, me entretengo y relajo.

-Eso se nota -se rio ella- estás muy relajado por decirlo suave.

Como otras veces en ese estado él de deshizo en explicaciones y excusas, describiendo su estado y asegurando que estaba bien.

Después que él se sirviera y bebiera un poco, ella, sin poder evitarlo más, se acercó quedando de frente en el reducido pasillo de la cocina. Conversaron un poco más, hasta que él se acercó y tomó su cintura insinuante. Ella lo detuvo.

-¿Estás seguro?

-Sí

La besó, acercándola más. Ella recibió el beso, peor apenas se atrevió a responder. Se suponía que eso no debía pasar, no podía creer lo que sucedía. Sentía que contemplaba la escena desde otro lugar, como si fuese una espectadora.

-¿Seguro que esto quieres? ¿qué pasa con tu esposa?

-Está lejos, va volando, o pienses en ella. -Y la volvió a besar.

Esta vez no se resistió, se permitió disfrutar y no pensar salvo en sí misma. Quería esto, se merecía esto, por una vez no quería pensar en nadie más que ella y decidió entregarse al momento y al placer.

La rodeó con ambos brazos y ansiosamente la besó. Ella se entregó y lo besó a su vez, enfocando todo su deseo en sus labios. Con la boca levemente abierta recorrió los labios de él con su lengua, para luego morderlos levemente. Ella apenas respiraba, sentía que su temperatura subía al mismo tiempo que el deseo de él. Sentía cómo él recorría su espalda, manos extendidas, sin apretar demasiado, pero ella podía sentir el deseo de él en cada poro.

Sin dejar de besarla, recorriendo su cuello, su espalda, dibujando su cintura, lentamente la sacó de la cocina para conducirla al dormitorio. En el trayecto ladeó su cabeza besando su cuello con ternura y deseo. Ella se dejó guiar mientras la espalda se le erizaba al ritmo de aquellos labios que sabían perfectamente lo que hacían o al menos lo que esa noche querían hacer. No había nada más esa noche que disfrutar.

Cuando llegaron al dormitorio recordó que había cambiado su cama, era imposible tener sexo ahí resultado de un arrebato luego del divorcio. Estaba sola y no quería a nadie más en su casa, quería más espacio y le gustaba ir contra lo establecido, así que cambió la cama matrimonial por algo funcional y estrafalario a su edad, un camarote con escritorio y sillón desplegable. Práctico para el diario vivir, pero imposibles para una noche de pasión. A pesar de eso lo intentaron con humor, esa noche los reparos no podían ser contratiempos, el deseo era demasiado y el tiempo poco. Con el mismo humor bajaron el colchón de la cama y lo instalaron en el suelo del living, era perfecto, sin ruidos y con todo el espacio necesario.

Él le sacó la polera acariciando su torso y brazos, ella desabrochó pantalón y comenzó a subir por su abdomen primero con las manos, pero luego se arrepintió. Inclinándose sin agacharse, aunque él era bastante más alto que ella, acercó la lengua a su ombligo y recorrió el borde del pantalón. primero a la derecha, hasta la cadera, luego deshizo el camino hasta llegar a la cadera izquierda; desde donde subió lentamente zigzagueando entre el costado y el abdomen. Al llegar a su pecho él la apartó para mirarla y darle vuelta, volvió a besar su cuello y mordisquear su oreja, mientras sus hábiles manos desabrochaban el pantalón y dibujaban sus caderas.

Las manos de él se abrieron para recorrer, presionar, apropiarse de sus glúteos. La sintió estremecerse, sin saber si por el movimiento en su cuello o la presión en el trasero. Decidió probar mordiendo su cuello, ella jadeó. Apretó el glúteo derecho y ella dio un respingo, luego el izquierdo, ella arqueó levemente su cintura. Decidió no darle respiro, quería todo esa noche… para ella. Llevó sus manos hacia adelante manteniendo el pulgar e el borde del pantalón. En esa posición, con las manos abiertas y levemente inclinadas hacia su entrepierna, el calor que le transmitían la hacían jadear y mover levemente las caderas. Cada vez que él presionaba sus dientes en el cuello ella respiraba profundo y arqueaba la cintura hacia atrás, presionando sus glúteos contra el miembro de él. La temperatura de ambos subía, la respiración de los dos estaba cada vez más entrecortada, por suerte no necesitaban pensar, solo sentir.

Sin girarla comenzó a bajar sus pantalones besando su trasero en el proceso. Ella se dejó hacer permitiendo que el placer la embargara, sabía que en poco no sería consciente de nada.

-Esta noche será la mejor noche de tu vida, quiero hacerte disfrutar para que nunca olvides.

Ella sonrió, complacida y sonrojada. – Qué meta tan alta, a ver qué pasa-Lo provocó.

Terminó de sacarle el pantalón sin desvestirla del todo aún y la arrojó suavemente sobre el colchón. Se desvistió a su vez, tendiéndose a su lado. La besó nuevamente, con deseo y dedicación, dejando que su mano se moviera libremente por el contorno de ella. Ella se dejó, buscando la boca de él proyectando todo el deseo que sentía en sus labios. Los sintió inflamarse y arder, que abrazaban los de él, y dejó que su mano vagara por el cuerpo de él. Él llevó su mano a la cadera de ella y la acercó aún más, bajó por su pierna, dibujó su glúteo suavemente, pellizcándolo al sentir su estremecimiento. Ella gimió, respiró profundo, llevó su mano a la espalda de él dibujando figuras al azar con apenas la yema de los dedos, besó su cuello, aspiró profundo su aroma tratando de no embriagarse en el placer. Sentía su espalda encendida, cosquilleaba mientras él la recorría a veces suave a ratos presionando casi como si quisiera marcarle los dedos. Sentía el movimiento de las caderas de ella, suave primero, adelante y atrás invitándolo, pero el decidió bajar acariciando su pecho con sus labios dejando que su mano jugueteara un poco más entre sus piernas, insinuando, provocando, sin cerrar el trato. Ella cerró los ojos y simplemente se dejó llevar, necesitaba no pensar y sentir al máximo cada segundo de esa noche. El calor subía en la medida que los labios de él se acercaban a su pelvis. Ella echó la cabeza hacia atrás al sentir su lengua pasear entre sus labios y clítoris y recordó alguna vez en que él comentó sobre el tamaño y sensibilidad de su clítoris que la hizo recordar que durante el embarazo su madre pensó que sería hombre.

Él introdujo su lengua en su vagina y sonrió para sus adentros al escucharla gemir. Quería que gritara, quería sentir su placer ascender, que lo conducía en su propio ascenso, aunque parecía que él guiaba. La escuchó jadear, la sintió arquearse y estremecer, lo que le hizo introducir su lengua más profundo y moverla abarcándola toda. Quería alargar la sensación por ella, por él, por ambos. Sus manos apretaban los glúteos y caderas de ella, mientras succionaba su clítoris. Notó la primera oleada de placer, la sintió ascender y presionó un poco más, succionó más, ella gritó mientras enterraba sus dedos en la espalda de él y acercaba su pelvis a su boca levantando las caderas.

Volvió a ascender mordisqueando sus muslos, al sentir los dedos de ella enredados en su pelo tirando levemente, entonces la volteó. La espalda de ella sentía el calor del torso de él y de las manos recorriendo su muslo alto y la entrepierna. Mordió su cuello sintiendo como aumentaba su propio deseo expresado en la firmeza de su erección. La rodeaba con sus brazos, la poseía con su boca, la llevaba con sus manos. Introdujo sus dedos en el cuerpo húmedo de ella moviéndolos en redondo, apoderándose de ese espacio, sintiendo el calor, el movimiento de su cintura y la presión de sus paredes. Ella aceleró el ritmo, lo mismo hizo él. La escuchaba jadear y gemir cada vez más rápido.

-No te contengas, estoy para ti.

Ella cerró los ojos nuevamente, aunque casi no era consciente de lo que había más allá de su piel y de la de él. Ella arqueo la espalda ofreciéndose más, él sacó sus dedos y la penetró con la firmeza de su pene que ya había cubierto con el condón. Ella pensó que no dejaba de sorprenderla la habilidad para hacerlo con una mano y sin detenerse, y lo agradeció en su fuero interno, por la delicadeza, por la responsabilidad, por ocuparse. Ella sólo debía disfrutar.

Así, desde atrás, ella sentía más, él lo sabía y lo aprovechó. Penetró con firmeza, pero lento, salió y volvió a empujar, una, dos, tres, veces, hasta que ella pidió más con la presión interna sobre su sexo. Entonces aumentó la velocidad y al sentirla gemir con fuerza le dio la primera nalgada. Ella se estremeció de sorpresa y placer, sin apartarse; al contrario, sus piernas se apretaban y sus caderas y pelvis aceleraban el ritmo.

-Más, profundo.

El aceleró, presionó, la mordió y sintió la segunda ola coronada con un nuevo grito. Ella no lo dejó apartarse presionando sus manos contra los glúteos de él y pegando sus propios glúteos a la pelvis de él, moviendo su cintura en círculo. Él recorrió sus pechos con ambas manos a la vez, besando su cuello. De improviso ella se giró y le mordió, el cuello, el hombro, llevó su mano a la entrepierna de él y sintió su sexo aún firme apretándolo al tiempo que movía su mano dese la base a la punta. Fue el turno de él de gemir y estremecerse. Ella siguió un momento, hasta que él la volvió a voltear y la colocó apoyada en manos y rodillas. Sin dejar de acariciar su espalda se colocó arrodillado detrás de ella, llegó al inicio de sus glúteos, los rodeó como si sus manos se amoldaran y sintió el calor de la piel. Deslizó una mano para recorrer sus muslos y se inclinó para besar la base de la espalda, ella se curvó llevando las caderas hacia atrás y los glúteos hacia arriba.

-Estoy sensible. Dijo entre jadeos.

Él no entendió del todo, pero sujetándola con una mezcla de ternura y firmeza la volvió a penetrar, ella sintió corriente por toda la espalda y continuó moviéndose junto con él en un ritmo simbiótico que aumentaba. Ella comenzó a elevar el volumen de sus gemidos hasta gritar mucho más rápido que las veces anteriores. Ahora entendía, la golpeó con lujuria, ella echó la cabeza hacia atrás. Él enredó sus dedos en el pelo de ella, acentuando el movimiento de la cabeza con delicadeza, pero dejando claro que no la soltaría. Ella ni lo intentó, solo sentía, disfrutaba, se entregaba al placer en todas sus formas. La volvió a golpear haciendo coincidir el movimiento de su mano con la penetración profunda y un leve tirón del pelo. El gemido de ambos se confundió.

Él se retiró a medias, soltó su pelo, y afirmando una cadera mientras recorría espalda y muslo con la otra, volvió a penetrar hasta el fondo. Repitió la acción una y otra vez, cada vez más rápido, igual que la respiración de ambos. Ella apenas notaba los límites de su cuerpo, estaba mareada por la excitación y la falta de oxígeno. La oleada aumentó en ambos y ella volvió a gritar al tiempo que se dejaba caer. Ya no se sostenía, pero no importaba.

Esa noche el centro fue ella. Se sentía protagonista, atendida, escuchada, observada. Era consciente de la total dedicación de él durante todo el tiempo. Pero sabía que el placer era mutuo. No recordaba haber tenido esa sensación de atención y protagonismo antes, pero no era capaz de mucho análisis coherente en ese momento. Se tendieron una al lado del otro, abrazados, en calma.

Ella agradecía cada momento, cada caricia, incluso logró que no sintiera vergüenza por la orina mezclada con la eyaculación de ella luego del segundo orgasmo. Sabía hacerla sentir cómoda con naturalidad.

-Objetivo logrado -dijo ella en un susurro arrastrado mientras se dormía.

Esa noche realmente quedaría indeleble en su memoria, en la de ambos. Una noche de amantes perfecta. En que el placer era el objetivo y el cuerpo de ella el medio, así lo entendieron ambos. Ella se entregó sin miedo al momento y a él. Él se dedicó a ella porque sabía que sus tiempos y la conexión a través de cada poro lo llevarían por el máximo viaje de placer y la gratificación final no desaparecerían.

Esa noche el tiempo se extendió como si fuese infinito. Ni los olores, ni el sudor, ni la humedad los distrajeron ni empañaron el éxtasis. No era necesario hablar, las palabras sobraban. Se durmieron casi al alba.

Al otro día se despidieron temprano, mutuamente agradecidos, reconociendo la singularidad de lo vivido. No se volverían a ver hasta años después, pero esa noche no desaparecería del cuerpo ni del recuerdo de ninguno de los dos.

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