Marcos y yo hacía muchos años que no veíamos a Jesús. Estábamos sentados en tres sofás en la sala de estar de la casa de Marcos. Su esposa estaba trabajando. Su suegra, antes de regresar a su casa, puso sobre una mesa camilla que teníamos delante una cafetera, el azucarero con una cucharilla, tres tazas, tres copas y una botella de aguardiente de hierbas. Jesús, al ver cómo la suegra le había sonreído a Marcos se diera cuenta de algo que yo ya sabía, que se la tiraba. Al irse Tamara, le dijo:
-¿Cuánto tiempo llevas follando a tu suegra. Marcos?
Marcos se hizo el ofendido.
-¡Qué dices!
-Que no vais a ser felices y comer perdices, pero follar con ella, follas. Por lo menos tú no corres el riesgo de prendarte de ella.
Marcos, le preguntó:
-¿De quién te prendaste, Juan?
-De alguien que no debía y lo pasé muy mal porque ella quería a su marido.
-Suele pasar muy a menudo.
-Con una hija, no.
Había soltado la bomba sin pestañear. Yo me quedé tan silencioso cómo un muerto, pero Marcos era cotilla por naturaleza, y le preguntó:
-¡¿Te follaste a una de tus hijas?! -asintió con la cabeza-. Cuenta cómo empezó todo.
-¡Ni harto de aguardiente!
Harto, no, pero después de hablar de otras cosas y de mandar unas cuantas copas, volvió a salir el tema y se le soltó la lengua. Lo contó más o menos así:
-Alicia, mi hija, tenía de 24 años, era alta, rubia, con el cabello largo, de ojos color avellana y con un cuerpo de pecado. Se había casado con un abogado muy rico, 20 años mayor que ella. Se podría decir que Alicia vivía en el País de las Maravillas. Él estaba de viaje de negocios y ella pasaba esos días en casa. Eran las doce de la noche de un viernes del mes de agosto. Al pasar por delante de su habitación camino a la mía vi que estaba en pijama sobre la cama, con su largo cabello suelto, sentada, con las piernas cruzadas al más puro estilo indio y leyendo un libro. Pasé de largo, y me llamó.
-¡Papá!
-Me di la vuelta, y desde el umbral de la puerta la miré y le respondí: Dime, Alicia.
-¿Leíste el Kama Sutra?
-No, ni ganas tengo de leerlo.
-Yo lo estoy leyendo, pero aquí hay unas posturas que son para romperse el espinazo. Ven, mira, mira.
-Fui a su lado. Nada más cruzar la puerta me llegó un aroma a jazmín que invitaba a cometer locuras. Me senté en el borde de la cama. Alicia me enseñó un dibujo en el que una chica estaba con el culo hacia arriba haciendo un puente y en la que el chico le comía el culo. A ver, tonto no soy. Mi esposa dormía en la casa de mi otra hija. El marido de Lucía estaba en Barcelona. Si me llamara no había sido para enseñarme fotos, y esto lo corroboré cuando pasó unas páginas y me dijo:
-Esta ya es otra cosa.
-En este dibujo se veía al chico sentado en una silla y a la chica dándole la espalda y sentada sobre su polla. Pasó unas páginas más y me enseñó otro dibujo.
-O esta. Está me gusta mucho.
-Era una posición en la que el chico con las piernas de la chica sobre sus hombros le comía el coño, le dije: A ver, Alicia. ¿Qué quieres?
-Estoy muy necesitada, papá.
-Al ver que no se andaba con rodeos, le dije: ¡Tu marido solo lleva fuera tres días!
-Tres días sin polla son una eternidad.
-Supongo que fue porque no le recriminé nada, pues mi hija ya no espero más, se abalanzó sobre mí y me dijo:
-¡Te necesito, papá!
-El aroma a jazmín de su perfume me envolvió y casi me hace perder el control, le dije: ¡Estás loca, hija! Alicia me calló la boca con un beso. Hacía casi dos meses que no tenía sexo con mi esposa, y los labios de mi hija eran tan duces y tan tiernos, y su lengua tan juguetona que me empalmé y me olvidé de quienes éramos. Metí la mano dentro del pantalón del pijama y le apreté una nalga. Me puse de lado y mi mano fue a parar entre sus piernas. Noté el acolchado de los pelos y la humedad en su coño. Con los dedos mojados le acaricié el clítoris. Tenía una bata de casa puesta. Alicia me quitó el cinturón y metió la mano dentro de los calzoncillos. Cogió mi polla y le dio unas suaves sacudidas. Sus manos eran finas y el contacto con la polla me la puso dura del todo. Ahora era yo el que le comía la boca a ella. Alicia tenía prisa, se quitó la chaqueta del pijama y el pantalón. ¡Cómo estaba!, de buena y de caliente. Me quité los calzoncillos y quedamos los dos desnudos. No me dejó que le comiera las tetas, guio mi cabeza hacia su coño, flexionó las rodillas, y me dijo:
-Haz que me corra, papá.
-Ahora el aroma a jazmín de su perfume ya me embriagaba. Su coño peludo, entreabierto y mojado atraía mi lengua cómo un poderoso imán. Se lo lamí de abajo a arriba. Alicia comenzó a gemir al mismo tiempo que le sonaba el teléfono móvil (hacía muy poco que salieran aquellos aparatos). Creo recordar que era un Erickson, le dije: No lo cojas.
-Solo mi marido tiene este número, si no lo cojo va a pensar mal.
-Tuve que resignarme, le dije: En ese caso cógelo. Lo cogió y le dijo:
-Hola, cariño.
-Me puso una mano en la cabeza y me llevó la boca a su coño. Me centré en lamer su clítoris con la punta de la lengua de tres maneras: Hacia los lados, de abajo arriba y alrededor. El marido le preguntó:
-"¿Qué estás haciendo?"
-Estoy en cama leyendo el libro que me regalaste por mi cumpleaños.
-"¿El Kama Sutra?"
-Sí, vida. ¡Y no veas cómo estoy!
-"Cómo estás?"
-¿Empapada?
-"A ver, a ver. ¿Te estás haciendo una paja?"
-Sí, y en nada me voy a correr.
-Le abrí el coño con dos dedos y vi que tenía la vagina cubierta con un flujo blanco cómo la leche. Pasé un dedo por él y lleno de jugos se lo puse en los labios y lo chupó. Su marido, le dijo:
-"¿Me echabas de menos?"
-Sí, vida mía, te echaba mucho de menos.
-"Adivina que tengo en la mano:"
-El teléfono móvil.
-"Tu juguete preferido. El monstruo de un ojo solo. El llorón."
-Seguí jugando con su coño, le chupé un labio… El otro… El clítoris… Lamí de abajo arriba. Creo que Alicia al hablar con su marido mientras yo le comía el coño sentía un morbo que la ponía a mil. Le dijo, mirándome a mí:
-Me gustará que me comieras las tetas, corazón.
-"¡Y a mí comerlas!"
-Subí besando y lamiendo su vientre. Metí mi lengua en su ombligo… Seguí subiendo y le comí las tetas, pero no de cualquier manera. Mi lengua se movió de abajo a arriba y de arriba a abajo sobre los pezones, los presionó, giró alrededor de ellos, los mordió suavemente. Chupé la areola y después media teta, todo ello mientras las acaricié y las amasé. Luego la besé en el cuello, le mordí los lóbulos de las orejas, le lamí las orejas, la besé en el cuello, besé sus labios sin lengua… Nos acabamos fundiendo en un interminable y apasionado beso con lengua. Luego, Alicia, gimiendo, me miró a los ojos y le preguntó a su marido:
-¿Harías un 69 conmigo?
-"Sí, haría un 69 contigo y te llenaría las tetas de leche… ¿Te correrás pensando en mí?"
-Sí amor, me correré pensando en ti.
-Se metió dos dedos dentro del coño, puso el teléfono móvil al lado. Su marido sintió sus gemidos y el chapoteo. "Chof chof chof…"
-"¡¿Esos ruidos los hacen tus dedos dentro del coño?!"
-Sí, cielito, estoy llegando… ¡Oh! Abre esa boquita.
-"¡Que cerda estás hoy! Ya la abrí, alma mía."
-Se puso encima de mí, se dio la vuelta, me puso el coño en la boca, cogió mi polla y la mamó. El marido le preguntó:
-"¿Qué son eses ruidos, cariño?"
-Entre gemidos, le respondió:
-Me estoy chupando los dedos e imaginando que es tu polla.
-"¡Chupa, angelito mío, chupa!"
-Alicia estaba tan caliente que al limpiarle el coño de jugos y lamer su ojete dejó de mamar mi polla. Se sentó en mi cara, y en un par de minutos se corrió cómo una fuente. Sus jugos fueron a parar a mi boca mientras le decía a su marido:
-¡¡Me cooorro!"
-El cornudo se iba a correr al mismo tiempo que su mujer.
-"!Y yo, amor mío, y yo!"
-¡Dame tu leche!
-Al acabar de gozar le di la vuelta, me metí entre sus piernas, le agarré la cintura con las dos manos y le lamí el coño de abajo a arriba apretando la lengua contra él y acelerando cada vez más, y más y más, y más… hasta que su marido oyó:
-¡¡Me corro otra vez!!
-El marido oyó su grito de placer, pero yo vi cómo se retorcía intentando zafarse de mis brazos y de su lengua, de mis brazos porque la cogían con fuerza de su cintura y de mi lengua porque no se separaba del clítoris. Yo no me había corrido y tenía un empalme brutal. La monté y le di caña brava, le di canela fina, le di mandanga de la buena. Mi polla dentro del coño hacía que se sintiera de nuevo el chapoteo. Alicia para no hablar y comerme la boca ponía el móvil de modo que se oyese el chapoteo. El marido no daba crédito a lo que oía.
-"¡Te vas a matar a pajas, vida mía!"
-Al marido se le debió acabar la batería de su teléfono móvil porque se cortó la comunicación. ¿A pajas? A polvos se la iba a matar, ya que antes de que me corriera se iba a correr ella.
-¡Mas fuerte, papá!
-Le di con ganas.
-¡No pares, no pares, no pares, no pares, no pares, no pares! ¡¡Sí!! ¡¡¡Me corro, papá!!!
-Viendo su cara de gozo y sintiendo sus gemidos y su cuerpo temblando debajo de mí le llené el coño de leche, se lo llené tanto que echó por fuera, y echando por fuera quité la polla y se lo volví a comer hasta volverla a poner perra… Cuando vi que la tenía, le di la vuelta, le levanté el culo y lamí desde el coño al ojete, le besé y lamí las nalgas al tiempo que magreaba sus tetas y jugaba con sus pezones. Metí mi dedo corazón en la boca, lo chupé, se lo metí en el culo y se lo follé con él mientras le cogía las tetas con la otra mano. Al quitarlo lo olí y se lo di a oler. Alicia me apartó la mano de su nariz, y dijo:
-¡Quita, quita, guarro!
-Chupé el dedo. Mi hija puso cara de asco, y dijo:
-¡Qué asqueroso!
-Seguí a lo mío. Pasé la lengua por el ojete y al hacerlo sentí cómo se abría y se cerraba… Poco después oí a mi hija gemir y mi polla lloró al no poder entrar en su culo… Luego, cada vez que le metía la lengua dentro el ojete se le cerraba de golpe… A Alicia ya le encantaba, lo que no le gustó fue que le diese un azote en el culo, pues me dijo:
-De pegar, nada, papá. Odio la violencia en el sexo.
-Seguí lamiendo y magreando sus tetas… Cuando le froté la polla en el coño y en el ojete, me dijo:
-¡El dedo sí, la polla no, papá!
-Le metí el dedo medio de la mano izquierda en el culo, el pulgar de la derecha con la palma hacia abajo en el coño y la follé con ellos… Después le volvió a lamer el coño y el culo y a follar su ojete con la punta de la lengua. Alicia me cogió la mano derecha y chupó el dedo pulgar, en el que aún quedaban algunos jugos. Le puse debajo de la nariz el dedo que le había metido en el culo y lo olió, se lo puse en los labios y lo chupó. Eso me dijo que ya estaba preparada y que era tan cerda cómo yo. La cogí por las caderas y le froté la punta de la polla en el ano. Me dijo:
-¡Por el culo, no, cabrón!
-Me decía que no se la metiera pero no hacía nada para evitarlo. Le clavé la cabeza.
-¡¡Maricón!!
-Seguía sin moverse. Se la metí hasta que mis huevos chocaron con su coño. Alicia, se quejó:
-¡Sácala! ¡Me estás haciendo daño!
-La fui sacando poquito a poco… Sacaba un centímetro y lo volvía a meter, dos, y lo metía otros dos, tres y lo metía otra vez… Y así hasta que la polla quedó de nuevo en la entrada de su ojete, Alicia, que nada había dicho mientras se la sacaba, empujó con su culo y metió la cabeza y después la metió hasta el fondo… Al sacarla la sacó cómo la había sacado yo, y me dijo:
-Azota con fuerza mis nalgas. ¡Qué me duela!
-A cada centímetro que sacaba y metía, le daba con la palma de la mano en sus dos nalgas, primero con la izquierda y después con la derecha. Alicia, gozaba cómo una puta al cobrar. Tanto gozó que sacando y metiendo se corrió cómo un pajarito, ya que dijo:
-¡¡Vuelo!!
-Pero el pajarito era un pajarraco de cojones, ya que al acabar, me dijo:
-No te corriste. ¡Eres duro, cabrón!
-Le pregunté: ¿Ya no soy papá?
-Eres un pervertido que se está follando a su hija, un pervertido al que le voy matar a polvos porque soy una pervertida.
-Me montó. Al principio me folló cómo una angelita, con besos, acariciando mi cara y dándome sus bellas tetas a mamar, y al final cómo una diablesa, ya que follándome a toda mecha me mordió el labio inferior, y me dijo:
-¡Te voy a comer trocito a trocito!
-Come cariño.
-¡A mí no me llames cariño, cerdo!
-Me escupió en la cara, después apretó sus tetas contra mi cara.
-¡Te voy asfixiar, perro!
-Me tiró de las orejas, me tiró de la nariz, me volvió a escupir… Hizo de mí un cristo. Al ver que estaba a punto, me dijo:
-¡Córrete, cabrón!
-La que odiaba la violencia en el sexo era una golfa de mucho carallo. Viendo su preciosa cara roja cómo un tomate maduro, sus pezones apuntando hacia el techo, sus tetas volando y sintiendo el chapoteo que hacía la polla en su coño, ¡Boom! Exploté y le volví a encharcar el coño de leche. Dejó que acabara, puso su coño en mi boca, y acariciando mi cabello, me dijo por segunda vez:
-Haz que me corra, papá.
-Había vuelto la angelita, le dije: Sácala tú, vida.
-Le puse la lengua plana en el coño, Alicia lo frotó lleno de semen y jugos contra ella un par de minutos y se corrió cómo una loba, sí cómo una loba, pues sus gemidos parecían aullidos. ¡Qué corridón echó!
Jesús dejó de hablar para encender un ducados, lo encendió, le echó una calada, y después le dijo a Marcos:
-Seguimos con la aventura hasta que metí la pata. La metí un día que le comí el coño en su casa mientras hablaba por la ventana con su marido, que estaba en el jardín. Después de correrse se dio cuenta de que no podíamos seguir, me dijo que lo amaba y se acabó nuestra relación incestuosa.
-Todas las cosas tiene un principio y un final.
-Exacto. Te toca. ¿Cómo sedujiste a tu suegra, Marcos?
Marcos se había follado a la suegra, pero le dijo:
-¡No digas tonterías! Mi suegra tiene 62 años.
-Y está cómo un queso. ¿Cuándo empezaste a follarla?
Marcos me miró, y le dije:
-Para mi no mires.
-¡Ya me descubriste, cabronazo!
-¡¿Yo?!
Se había descubierto sin querer, o a lo mejor es que se quería descubrir. Iba a contar algo que nunca me contara, su primera vez con la suegra.
-Todo comenzó el día de mi boda. Yo había dormido en un hotel porque aunque Marina y yo vivíamos juntos no quería que viese su vestido de novia, ya que decía que verlo traía mala suerte. Tamara, su madre, era la madrina, la que me iba a acompañar al altar. Llegó dos horas antes de que se celebrase la boda. Le abrí la puerta de la habitación en calzoncillos. Al verme, me dijo:
-¡¿Pero aún estás así?!
-Aún faltan más de dos horas. Se metió dentro de la habitación, diciendo:
-El tiempo vuela. Venga, ponte manos a la obra.
-Mi futura suegra llevaba puesto un vestido marrón que le daba por debajo de las rodillas, una blusa blanca y unos zapatos de tacón bajo a juego con el traje. Se había hecho la permanente, pintado labios y uñas. Esa mañana estaba muy, pero que muy atractiva. Desde el dormitorio, le dije:
-Pareces diez años más joven, Tamara.
-¿Aparento treinta años?
-Se había quitado dos años de un plumazo, ya que tenía cuarenta y dos años. Le respondí: Lo que parece es que tienes veinte.
-No hace falta que me des cera. ¿Tienes algo de beber?
-No sé qué coño me pasó, pero se me empezó a levantar la polla. La cogí y me encontré con ella dura en la mano, le respondí: Tengo algo de coñac sobre la mesita, pero no estoy visible…Tamara entró en el dormitorio y me vio con la polla en la mano, volvió a salir y me dijo:
-Perdona, pensé que lo de no estar visible era otra cosa. ¡¿No estarás haciendo una paja?
-Cogí la botella y el vaso de encima de la mesita, y en pelotas y empalmado fui a la sala. Estaba sentada en un sillón. Con mi polla y mis huevos sobre su cabeza, le dije: Toma.
-No me contestaste. ¿Estabas haciendo una paja?
-Tamara, cogiendo la botella y la copa me miró para la polla y para los huevos sin disimulo, como si fuera la cosa más normal del mundo, le respondí: Sí, siempre hago una por las mañanas. Si os digo la verdad, se lo dije porque pensaba que viniera dos horas antes para que echáramos el polvo que hacía unos días venía buscando, pues últimamente cuando estaba en su casa con su hija sus miradas eran osadas. Se las echaba a mi entrepierna con la lengua deslizándose por los labios, pero su reacción fue de perra rabiosa:
-¡No me toques el coño, Marcos! ¡¡Tú no tienes vergüenza, desgraciado! Te exhibes delante de mí y me dices que te haces pajas todas las mañanas. ¿Te crees que soy una adolescente para caer rendida en tus brazos?
-Por lo menos lo intenté.
-¡¿Pero tú te crees que soy una puta?!
-No, eres una mujer casada y muy apetecible. Le di la espalda y enseñándole del culo volví al dormitorio. De pie, con la espalda apoyada en la pared y la polla en la mano, le dije: Tengo que correrme o voy a llevar todo el día con dolor de huevos.
-¡Tienes la cara más dura que un zapato! Por lo menos piensa en mi hija.
-De perdidos al río, le dije: No voy a pensar en tu hija, voy a pensar en ti.
-¡Serás hijo de puta! Si no estuviera todo pagado le diría a mi hija cómo eres. ¡¡No te vuelvo a hablar en mi vida!!
-Perdona, Tamara, pero es que estás tan guapa… Dejó de hablar. Sentí cómo echaba una copa. Intenté calentarla, masturbándome, decía: Tamara… Tamara… Tamara… Te voy a llenar el coño de leche, Tamara… Llevaba repetido su nombre multitud de veces cuando sentí un gemido. Imaginé que se estaba haciendo un dedo y pensando en mí. La meneé con rapidez para que sintiera el ruido de mi mano yendo de arriba a abajo y de abajo a arriba. Cuando paraba sentía en bajito un ruido que no sabía lo que era. Salí del dormitorio y la vi. Estaba de pie y tenía la espalda apoyada a la pared que daba al dormitorio, el vestido levantado, los ojos cerrados y una mano dentro de las bragas. Fui a su lado, le bajé las bragas. Sus medias estaban sujetas por unas ligas, medias, ligas y bragas eran de color negro. Con las bragas sobre los zapatos le lamí los dos dedos que seguían entrando y saliendo del coño. Luego le cogí la mano y se los saqué, se los chupé, le lamí el coño peludo, le metí la lengua dentro de la vagina y luego lamí de abajo a arriba a toda hostia desde el segundo uno. Tamara subió con las dos manos el vestido hasta la cintura… Poco tardó en correrse en mi boca. No soltaba jugos en cantidad, cómo otras, ni gemía, más bien bufaba cómo los gatos, pero se sacudía cómo si metiera los dedos en un enchufe. Al acabar la levanté en alto en peso y se la clavé en el coño, Tamara, que en ningún momento abriera los ojos, rodeó mi cuello con sus brazos y puso su cabeza en mi cuello. No la pude besar hasta que levantó la cabeza, y cuando lo hice no me devolvió ni uno de mis besos, miento, me devolvió uno en el momento que se corrió sacudiéndose cómo la otra vez. Ese beso, en el que sentí su lengua acariciar la mía, hizo que me corriera dentro de ella. Luego le hice lo que solíamos hacer los de la pandilla en los tiempos mozos, nuestra señal de identidad, eso que tanto les gusta a las mujeres que les hagan, aunque algunas digan que les da asco, comérsela mientras mi leche salía de su coño. Dejara de hablarme, pero correr se corrió cómo una cerda. Al acabar de correrse, cuando pensé que me iba a llamar de todo menos bonito, se dio la vuelta, abrió las piernas, con los zapatos se deshizo de las bragas, echó el culo hacia atrás y apoyó las manos en la pared. La zorra me estaba ofreciendo su culo, un culo blanco cómo la leche. Al tener el vestido levantado me podía hartar de él. Le apreté las nalgas, se las abrí y se las lamí. Metí directamente la punta de mi lengua dentro de su ojete. Se lo follé así varias veces, después, sin preámbulos se la clavé en el culo. Puse una mano en su cabeza, y le volvió el habla.
-¡No me estropees la permanente!
-Tenía cojones la cosa. No le importaba que le jodiera el coño y el culo, y sí que le jodiera la permanente. Le eché las manos a las tetas, unas tetas gordas, y le follé el culo a lo bestia. Tamara comenzó a gemir cómo una veinteañera… Se la saqué del culo y se la metí en el coño hasta que le volvió el habla y dijo:
-¡Ay, Dios! ¡¡Me voy a correr otra vez!!
-Se la quité del coño, se la clave en el culo, la volví a follar a lo bestia, y esta vez sí, esta vez se corrió cómo cuando mea una vaca, de su coño cayó una cascada de jugo que fue a parar al el piso de la habitación, y yo, yo me corrí en su culo sintiendo cómo apretaba y soltaba mi polla. Al acabar se dio la vuelta, bajó el vestido, y mientras yo me echaba una copa se puso las bragas, después se me acercó, rodeó mi cintura con sus brazos, apretó las tetas y un lado de su cara a mi espalda, y dijo:
-Al acabar la copa tienes que vestirte que se nos echa del tiempo encima.
-Aún falta, podíamos echar otro.
-Otro día, pirata, otro día. Échame una copa a mi cuando termines.
-Más tarde entraba de su brazo en la iglesia. Te toca Quique, cuenta algo tuyo.
-¡¿Algo mío?! ¡En mi vida le fui infiel a mi mujer!
Se miraron y se echaron a reír, pero no me quitaron nada.
Quique.