Había pasado bastante tiempo desde la última vez que mi esposa tuvo la oportunidad de compartir sexualmente con el tipo de hombre de su predilección, de manera que, en un momento dado y tal vez para romper la monotonía, volvió a surgir en nuestras conversaciones el tema de los encuentros sexuales con extraños.
Habíamos tenido la posibilidad de encontrarnos en varias ocasiones con Andrés, un muchacho moreno, pero, tanto ella como yo, nos cuestionábamos que no existiesen otras posibilidades y siempre recurriéramos a él en los momentos de calentura. Tal vez debido a la disponibilidad y fácil acceso a esa persona, lo más práctico era recurrir a lo que se tenía a la mano. Sin embargo, pensábamos, debían existir muchas experiencias nuevas, diferentes y otras personas por conocer, sólo que se debía hacer el trabajo de buscarlas y promover nuevas situaciones. Además, Andrés había viajado fuera del país y era muy posible que no lo volviéramos a ver. Y fue en ese ir y venir de ideas, que se planteó la posibilidad de buscar otras personas y promover otras experiencias.
A ella le atraen poderosamente la atención las personas de color, de manera que la búsqueda debería empezar por ahí. Coloque avisos en una página de anuncios, pero, para sorpresa de ambos, ninguna de las personas que nos escribía respondía a esa descripción. Intentamos, entonces, abriendo un perfil en una página de contactos. Allí pudimos observar varios posibles candidatos, pero la falta de fotografías en sus perfiles poco ayudaba para determinar si esta podría ser potencialmente o no la persona adecuada.
Para que esto funcione, creemos que debe existir una atracción sexual poderosa. De lo contrario creamos obstáculos que lejos de promover los encuentros, los aplazan indefinidamente. Por otra parte, más importante aún, pensamos que estos intercambios se deben dar con las personas que a uno realmente le gustan, le atraen y le excitan. Si no es así, lo más probable es que no se disfrute la experiencia y que se interactúe con las otras personas de manera forzada y nada natural.
Les escribimos a varios muchachos y, en ese proceso de búsqueda, logramos comunicarnos con alguien que tenía fotografía en su perfil y residía en una ciudad situada a unas cinco horas de viaje en automóvil desde nuestro sitio de residencia. Encontrarnos con él suponía trasladarnos de ciudad, lo cual, aunque posible, generaba toda una serie de actividades y gastos para logar el objetivo. Pero ya habíamos decidido que lo íbamos a hacer, así que seguimos adelante con los preparativos de la aventura.
Mi esposa logró comunicarse a través del chat con Héctor, que así se llama el contacto. Como de costumbre, hubo el intercambio protocolario de impresiones y el consiguiente galanteo del hombre, tratando de ganarse los favores de la mujer. Pero el asunto ya estaba decidido, de manera que su galanteo no iba a cambiar el rumbo de los acontecimientos, pero si iba a agregar un poco de expectativa a lo que pudiera ser ese encuentro.
Este muchacho, además de muchas otras cosas, le expresaba abiertamente a mi esposa su intención de acariciarla, besarla, chuparle los senos y estimular su clítoris con la mano; también quería pasar la lengua por su ano y producirle así un inmenso placer. Otro tanto le manifestaba ella en reciprocidad a sus anuncios.
Y como resultado de ese intercambio de ideas se acordó ir a visitarle un fin de semana. Decidimos viajar día jueves, desde nuestro sitio de residencia, conocer algo de la ciudad el día viernes, encontrarnos con él en día sábado, reposar de la faena el día domingo y emprender el regreso a Bogotá el día lunes.
El viaje a aquella ciudad transcurrió sin novedad. Durante el trayecto, ella se comunicó con el muchacho para informarle que ya estábamos en camino. Sobra decir que él se ofrecía para estar atento a nuestra llegada y procurar que todo estuviera perfecto, recordándole de antemano, que no se iría a arrepentir. Llegamos a nuestro destino, nos instalamos y nos dispusimos a descansar para estar relajados al día siguiente.
El día viernes estuvimos realizando una visita por diferentes sitios turísticos de la ciudad y acudimos, en la noche, a un sitio swinger. Esperábamos que pasara algo inesperado en ese lugar, pero todo fue muy predecible y no hubo oportunidad de intercambiar con otros o recibir algún tipo de propuestas. Mi esposa se mostró insinuante y coqueta con algunos hombres, pero nada pasó, así que nos dedicamos a mirar, con entera libertad, pues al parecer a nadie le importaba si era visto teniendo sexo con sus parejas. Había mucho de exhibicionismo. Nos tomamos unos tragos y, pasada la media noche, volvimos al hotel.
Al día siguiente dormimos hasta tarde y lo pasamos bastante relajados, ya que era el día acordado para la cita. El encuentro estaba programado para las 8 de la noche y se esperaba que la jornada se extendiera hasta la madrugada, de modo que había que estar descansados. Había conversado con mi esposa para que estuviéramos claros y definiéramos lo que iba a suceder con aquel hombre, desde el mismo instante en que le conociéramos. La idea era que tuviera claro si le llamaba la atención o no para que fuera su pareja sexual aquella noche porque, si bien habíamos hecho un largo viaje con ese propósito, ella no tenía obligación de acostarse con él si no era el hombre de su predilección. Estábamos de acuerdo en eso.
Llegada la noche nos encontramos en un lugar concurrido de la ciudad. Después de los saludos de rigor, nos sentamos a conversar. El era un hombre de color, bastante más grande que mi mujer, con un cuerpo más bien rollizo, tal vez excedido unos kilos de peso, pero congenió con ella en la conversación, de modo que todo parecía fluir, aunque a mí, la verdad, no me parecía que hicieran pareja. Pero como la intención de ella era medirse diferentes tamaños de pollas en su vagina, aquel hombre le representaba un reto.
Una de mis preocupaciones es que no se nos pasara toda la noche conversando, así que le insinuaba a ella que concretara lo que íbamos a hacer y procediéramos en consecuencia, porque el tiempo pasaba volando. El volumen de la música en aquel lugar estaba bastante alto y no podía escuchar muy bien lo que hablaban. Mi esposa estaba en medio de los dos, pero ella estaba más atenta de aquel, y por lo tanto yo quedaba fuera de su conversación en muchos momentos.
De un momento a otro, mi esposa me dijo que Héctor nos invitaba a conocer un sitio especial de la ciudad, muy concurrido en la noche, donde se especializan en bailar salsa. A mí la idea no me agradó mucho, porque significaba aplazar el encuentro sexual para más tarde, pero ella, que le encanta bailar, encontraba tentadora la propuesta y de inmediato aceptó. Así que abandonamos aquel lugar y nos dirigimos al nuevo destino.
Llegamos a una amplia discoteca, muy oscura, y tal vez ideal para que entre ellos dos surgiera el morbo necesario para que se animaran a retozar sexualmente. Al menos así lo pensé yo. Pero con el paso del tiempo me di cuenta que ellos se dedicaron a bailar y dudo que hayan hablado de algo, porque el volumen de la música era tan alto, que prácticamente era imposible hablar en aquellas circunstancias. Además, que, al ritmo de la salsa, resulta un poco iluso pretender que las personas junten sus cuerpos, eleven su excitación y les nazca follar. Aquello prácticamente era hacer ejercicio, como en una clase de gimnasia.
De cuando en vez, descansaban un rato, se acercaban a la mesa a tomar algo, algo hablaban, pero nuevamente volvían a la pista de baile y continuaban con su diversión. Yo les observaba desde lejos, tratando de ver si aquel muchacho intentaba acariciar a mi esposa o hacer algo que sugiriera más aproximación e intimidad entre ambos, pero no era así. No había nada de eso. Se divertían bailando simplemente. Y ella, encantada practicando sus pasos de baile sus piruetas y sus rutinas, parecía no estar interesada en algo más.
Ya eran las doce de la noche cuando, en un intermedio, le dije a mi esposa. Oye, ¿no crees que ya está bien de baile? La idea era venir a culearte a este muchacho, o es que ¿cambiaste de opinión? No, me dijo, es sólo que me he entretenido bailando y se ha pasado el tiempo. Bueno, le repliqué, si fuera con los otros muchachos con los que has estado, a esta hora ya te tendrán desnuda, y te habrían besuqueado, despelucado, acariciado y metido la verga. Me da la impresión de que este muchacho está esperando que tú des la pauta y si no sugieres nada, seguramente seguirá de pareja de baile toda la noche. Bueno, voy a ver, me dijo.
Poco antes de la una de la mañana, ella me dijo que nos fuéramos para el hotel, y que Héctor nos iba a acompañar. De manera que tomamos un taxi y nos dirigimos a nuestro hotel. En el trayecto solo se habló de la música tan pegajosa que habían escuchado y bailado, de lo entretenido que era aquel sitio, de los buenos bailarines que se veía entre la gente y cosas por el estilo, pero nada relacionado con querer estar ellos juntos o de acariciarse y besarse para iniciarse y excitarse con miras a tener sexo unos minutos más adelante.
Al llegar al hotel, ya siendo la una y media de la mañana, nos dirigimos de inmediato a la habitación. Una vez dentro, mi esposa tomó la iniciativa, rodeó el cuello de aquel hombre, lo abrazó y empezó a besarlo. Él le correspondió y empezó a acariciar su cuerpo, y a desvestirla lentamente. Metió las manos dentro de su falda para acariciar sus nalgas y, poco a poco, se las arregló para que falda y pantis cayeran al piso. El seguía vestido y ella, con su vagina desnuda, tan solo vestida con sus medias y zapatos de la cintura para abajo.
Ella, siguiendo el juego, le subió la camiseta, por encima de los brazos, dejándole su pecho al descubierto. Y él, devolviendo el gesto, le quitó la blusa dejándola a ella tan sólo vestida con su corpiño, casi desnuda. Ella, entonces, lo invitó a que se recostara en un sofá, desabrochó su pantalón, lo bajo un poco, expuso su miembro, y empezó a chuparlo. El parecía disfrutar de esa atención, pero mi esposa mirándome de cuando en vez mientras mamaba aquel pene, parecía indicarme que algo no estaba funcionando.
Y sucedía que, por más que ella mamara y mamara aquel pene, este no se ponía erecto y seguía flácido. El muchacho, tal vez dándose cuenta de esto, empezó a cambiar de posición. Se quitó los pantalones para estar totalmente desnudo y se dispuso a besar el sexo de mi mujer, acomodándose para que ambos se besaran los sexos mutuamente. En verdad, la imagen de ellos dos haciendo la posición del “69” era muy excitante, solo que el pene de aquel, no obstante, los esfuerzos de ella, no conseguía ponerse duro.
El muchacho se incorporó, la puso a ella de espaldas y trató de penetrarla, pero no conseguía que su miembro estuviera a punto para lograr su cometido. Ella, expectante, sin decir nada, dejaba que aquel intentara e intentara, sin éxito, estar dentro de su vagina. La puso en posición de perrito, pero su miembro no respondía y la penetración resultaba imposible. Estando así, en esa posición, me miró, como desconcertado, mientras seguía insistiendo en su propósito.
Yo, como estaba tomando fotografías del evento, intervine y dije, saben qué, tomémonos algo y descansemos un poco, mientras se reponen de tanta bailadera. El, un tanto apenado, estuvo de acuerdo y ella, sin otra opción, nos acompañó en la propuesta. Nos quedamos todos sentados; ellos dos en el sofá donde antes trataban de consumar su relación y yo, en el borde de la cama, enfrente de ellos.
Mientras le servía las bebidas pregunté al muchacho si era la primera vez que estaba en una situación de estas. Me dijo que sí. Le pregunté si ella, como mujer, no le excitaba lo suficiente, o la veía tan señora, que no le pasaba por su cabeza meterle la verga. Me dijo que no, que la verdad ella le parecía una mujer tratable, comprensiva y que más que nada el quería complacerla. Le pregunté, entonces, si le incomodaba de alguna manera el que o estuviera presente, porque si era así yo les dejaba solos. Me dijo que no, pero que la verdad era la primera vez que estaba en esta situación. ¿Cuál situación? Le pregunté. Pues, teniendo sexo con una señora en frente del marido, me contestó.
Mientras eso sucedía, mi mujer seguía acariciando su pene. Y eso, continué, de alguna manera, ¿lo limita? ¿le impide ser como siempre es cuando está con una mujer? Pensaría que no, dijo, pero es raro estar en esta situación. Creería yo, repliqué, que el hecho de tener una hembra dispuesta a tener sexo con usted es el afrodisiaco más potente para motivarle a estar con ella, a menos de que usted le tenga tanto respeto y la vea de otra manera, de manera que no le nazca hacer nada con ella.
¿No se ha puesto a pensar cómo se sentirá estar dentro de la vagina de una señora casada? ¿No se ha puesto a pensar que quizá usted no tenga que complacerla a ella, sino que más bien ella, teniéndolo a usted a su disposición, así, desnudo como está, desfogue toda la arrechera que tiene y el motivo por el cual decidió visitarlo? Ella fue quien lo contactó, ella fue quien lo eligió para que estuvieran este rato juntos, de manera que deje que las cosas pasen y no piense tanto en lo que tiene o no tiene que hacer.
Fíjese que ella ha estado todo el tiempo dispuesta a comportarse con usted como toda una hembra, así que deje que lo consientan y no se resista a sentir lo que está sintiendo o a pensar qué debiera sentir, o comportarse de otra manera, y haga lo que le nazca hacer. Mi esposa, seguía acariciando su pene, y mientras yo decía esto, empezó a besarlo nuevamente, con delicadeza. Con una mano acariciaba el tallo de su pene, arriba y abajo, y con la otra, decidió acariciar sus testículos. Y ¡Eureka! No sé que fue lo que funcionó, pero aquel miembro despertó y se empezó a poner erecto. Mi esposa lo empezó a frotar con mayor ritmo e intensidad mientras lo seguía besando.
El, envalentonado, dirigió a mi esposa para que se pusiera en cuatro patas sobre la cama y por fin, ya con su miembro erecto, sin condón, la pudo penetrar. Seguramente la vista de las nalgas de mi esposa desde atrás y su vagina expuesta y a disposición, le excitó, y empezó a penetrarla, empujando sin cesar. Mientras lo hacía, no dejaba de observar cómo su inmenso miembro entraba y salía de ella. Pensé que, debido a lo que había sucedido, iba a terminar muy rápido, pero me equivoqué. Empujaba su verga una y otra vez dentro de ella con mucho vigor, como descargando rabia, y ella empezó a gemir de placer, lo cual animó aún más a Héctor a seguir en su papel de corneador ejemplar.
Y fue así, penetrándola desde atrás, donde él se desinhibió completamente. Pensé que, tal vez, el tenerla a ella frente a frente lo intimidaba de alguna manera, y cuestioné el por qué no tomó las riendas de la situación desde un principio, desde el momento en que se vieron y empezaron a bailar, a sabiendas que lo que venía era taladrar con su herramienta a esta señora. Creo que algo faltó para que las cosas se dieran de otra manera, pero a estas alturas ya mi mujer gemía con los embates de este macho negro.
Y después de ese primer intercambio, fue tal la excitación de escuchar a mi esposa gimiendo, de apreciar su cuerpo contorsionándose cada vez que el empujaba su pene dentro de ella, y de sentir cómo ella correspondía empujando sus nalgas hacia él, que ya no quiso detenerse. Empujaba y empujaba, al parecer sin querer sacar su pene. Y ella, en respuesta, movía sus caderas de lado a lado, mientras este la taladraba. Pasaron unos minutos y él dio un grito, cuando por fin alcanzó su máximo placer y se vino dentro de mi esposa.
Nos sentamos de nuevo los tres, como antes. Les ofrecí unos tragos y le pregunté al muchacho, ¿cómo estuvo? Bien, me contestó. ¿Qué tal culea la señora, insistí? Me gustó, dijo. ¿Qué le gustó? Como lo mueve, respondió, mirándola a ella. Ella, mientras, se retiró el corpiño que tenía puesto, quedando desnuda, sin inhibición y vergüenza frente a él, desfilando así frente a nosotros para vestirse ahora con un camisón de dormir liviano. Aquello sugería que la aventura y o no iba más, pero seguí, preguntándole ahora a ella. Y ¿tú? ¿Cómo lo sentiste? Súper dijo, lo sentí muy profundo. Y ¿te gustaría que lo volviera a hacer? Si. Pero creo que el tendrá que volver temprano a casa, o ¿no? No respondió él; me puedo quedar un rato más.
Y poco después, otra vez con su miembro erecto, como queriendo reivindicarse de aquel inicio incierto, hizo que ella se recostara boca arriba y empezó a penetrarla en esta posición. Observaba cómo insertaba su pene dentro de ella y no dirigía su mirada a otro lado. Ver su miembro erecto entrando dentro de mi mujer resultaba, al parecer, el estimulante que necesitaba para desfogar toda su pasión y habilidades de macho. Se esforzaba en mantener los ojos cerrados, casi todo el tiempo, como concentrándose en lo que estaba haciendo y, cuando los abría, era solo para comprobar que su pene seguía haciendo maravillas, pues ella ya había empezado a gemir, a agitar sus piernas tratando de rodear el torso de aquel para atraerlo hacia sí, y de mover su cabeza lado a lado en señal de extrema excitación y placer.
Luego él, colocándose en posición de cuclillas, intentaba que su penetración fuera aún más profunda dentro del sexo de mi excitada esposa. Tal vez quedaron rondando en su cabeza las palabras de mi mujer; lo sentí muy profundo. Y ella, en demostración de total entrega al momento, e intenso clímax, extendía sus brazos por encima de su cabeza y se mantenía concentrada en sus sensaciones. Y no obstante, que la habitación tenía aire acondicionado, ambos estaban sudando profusamente.
Héctor, después de hacer malabares, pareció agotar sus energías y detenerse para recuperarse un poco, de manera que ella, tomando la iniciativa, le indicó que se acostara, se quitó el camisón que llevaba puesto, quedando totalmente desnuda, y lo montó para controlar sus movimientos sobre aquel pene que tenía dentro de su cuerpo. Movía sus caderas con intensidad, adelante y atrás, a un lado y al otro, sintiendo el roce de aquel enorme miembro dentro de su sexo. Empezó a gemir, a jadear, mientras se movía sobre él, hasta que parecieron llegar ambos al clímax, porque aquel agarró las nalgas de ella y la atrajo hacia si mientras empujaba con mucha fuerza y velocidad. Pronto, ambos se detuvieron, quedándose los cuerpos uno sobre el otro durante varios minutos, recuperándose del esfuerzo. Después ella se levantó y se dirigió al baño.
Bueno, dije yo, creo que hasta aquí fue la cosa, o ¿quiere pegarle otra culeadita a mi mujer?, pregunté. Ya es tarde, dijo él, y creo que me tengo que ir. Yo la pasé muy bien y espero que ella también. ¿Usted qué cree? Pienso que sí, que al final estuvo bien. Si, al final, dije yo, porque al principio la cosa se estaba embolatando. Y ambos nos reímos.
Escuchamos que ella se estaba bañando, así que él terminó de vestirse, se despidió de mí y me pidió que lo despidiera de ella, diciéndome que más tarde la llamaba para despedirse. Le dije que esperara unos instantes, que ella ya salía, y así fue. Salió desnuda, secándose su cuerpo, y dijo, qué pena, pensé que ya te habías ido. Su esposo me dijo que la esperáramos, contestó él. Bueno, señora, espero que todo haya estado bien y de pronto, más adelante, podemos encontrarnos de nuevo. Si, dijo ella, yo la pasé superbién. Quizá nos veamos de nuevo. Que pases buen día. Lo cierto es que nunca más nos volvimos a ver.