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Horacio, el mejor amigo de papá
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Tiempo de lectura: 13 minutos

Horacio es amigo de papá desde que tengo uso de razón. 

Hace muchos años habían sido socios en un emprendimiento gastronómico, pero luego se hicieron camino cada uno por su lado, tal es así que Horacio se fue a vivir allá por el año 2002 al sur de nuestro país, más precisamente a El Calafate, donde continuó con la explotación de negocios del ámbito gastronómico.

Debe estar rozando los 60 años -supongo porque por ahí anda papá-, y es de esos típicos bon vivant, de gustos refinados, de una posición económica acomodada, siempre rodeado de buenas mujeres, etc.

Hace un par de años que regresó a vivir a Capital Federal con su novia del momento, y se instalaron en Núñez, y ambos se dedican a administrar dos restaurantes que se ubican en ese barrio.

El maneja uno que se encuentra ubicado sobre Avenida del Libertador, y ella una franquicia reconocida de una casa de café.

Si bien siempre estuvo en contacto con papá, cuando regresó a Buenos Aires obvio que se hizo en casa una gran cena de recibimiento.

Siendo que para el 2002 yo tenía alrededor de 8 o 9 años, la realidad es que sólo tenía recuerdos vagos de Horacio.

Había vistos fotos por intermedio de mis viejos, pero no más que eso, sumado a que jamás le di mucha importancia ya que no me acordaba mucho de él y para mi apenas era un amigo a la distancia de mi viejo.

Ese día de la cena, concurrió con su pareja -Gabriela-, una mujer de alrededor de 40 años, súper copada, divina diría. Se notaba que era una mujer súper refinada, bellísima, de hermosas curvas.

Si bien Gabriela era “nueva” para todos nosotros, la verdad es que se ganó enseguida la simpatía de mi familia y la mía.

Así esas reuniones o cenas se empezaron a realizar con bastante habitualidad, al menos una vez cada 15 días.

Jamás vi que Gabriela haya repetido su look. Para mí, ella era la mujer que yo deseaba ser. No sólo porque era hermosa y con curvas despampanantes, sino que además se notaba que era súper inteligente, simpática. Sin dudas que Horacio era afortunado en tenerla.

En esas cenas -que eran todas en casa-, jamás advertí nada raro, que me hiciera pensar que Horacio me mirara raro, o pensara cosas raras sobre mí.

Yo ya para ese momento tenía 22 años aproximadamente (les estoy hablando de año 2015), me vestía de nena ya desde los 17 y desde esa edad venía probando machos por doquier.

Siempre los dos se mostraron de manera increíble conmigo, me divertía mucho con sus anécdotas, me gustaba verlos juntos, hacían re linda pareja.

Lo único que me molestaba -y se fue profundizando-, era que siempre me preguntaban si tenía novias y ese tipo de cosas.

Me hacían sentir incómoda y me ponían en una situación jodida para mí, porque si bien mi vieja no les daba bola, mi papá me miraba como obligándome a contestar algo… como para dejar en clara mi supuesta masculinidad, y no dejarlo mal parado.

Cuando este tipo de preguntas empezó a ser moneda corriente en las reuniones, empecé a inventar excusas para dejar de ser parte.

En una de las últimas -donde creo que Horacio sintió mi incomodidad-, se dio una situación algo rara, distinta a todas las anteriores oportunidades.

Terminada la comida, me ofrecí para hacer café para toda la mesa.

Él argumentando sobre sus conocimientos al respecto, me quiso acompañar a la cocina para colaborar con la preparación de la infusión, a lo cual accedí con gusto.

Fue en ese momento en que mientras que yo me encontraba preparando las tazas y cucharitas, que Horacio pasó por detrás de mí con claras intenciones de rozar su bulto con mi parte trasera.

En primer roce fue muy sutil, pero no por ello dejé de notar sus intenciones. Mis nervios hicieron que me sonrojara y me subiera la temperatura.

Pero que no sea mal entendido. La situación me resultó incómoda por demás. En el living estaba mi mamá, papá y Gabriela. Jamás me esperaba esto de Horacio.

El tema es que no quedó ahí.

Él se siguió manejando como si nada. Era una persona que evidentemente estaba acostumbrada a estar con las mejores mujeres, lo que como mínimo no sólo indica sobre su belleza física, sino que además habla de una persona muy segura, de esas que va al frente siempre y no conocen la palabra vergüenza.

Tal es así que pasó de ser un simple roce, a una tremenda apoyada de verga en mis nalgas. Me paralicé. Juro que no sabía que decir o hacer.

Se quedó detrás de mí y sin dejar de apoyarme, me ayudó a preparar el café para todos.

La situación no duró más de 30 segundos, y en ese breve lapso entre dientes me susurró “… sé que te gusta mucho la pija… lo sé…”.

Sin dudas que me paralicé aún más. No sólo por la situación en sí, sino además de sólo pensar que el mejor amigo de papá de toda la vida, se había metido en mi cabeza y había descubierto mi gusto por los hombres y sentirme una nena.

Lo primero que pensé es que en algún momento le iba a hacer algún tipo de comentario a mi viejo, o a Gabriela. Eso me perturbaba y me hacía morir de miedo.

Demás está decir que en casa no saben nada sobre mis gustos, con lo cual que Horacio hablara, significaba tener que enfrentar una situación que creía no estar preparada.

Esa misma noche, luego de terminar con los cafés, me fue a mi habitación a prepararme. Había quedado con Fernando -un chongo que me hacía la cola en ese tiempo-, en verme por la noche. En casa había dicho que me juntaba con amigos.

Terminada la velada, tanto Horacio como Gabriela se prepararon para marcharse, y siendo que estaban en auto, mi papá -metiendo la pata como siempre-, me dice que aproveche y me vaya con ellos a la casa de mis “amigos”. No me quedó otra que aceptar.

Fue así que emprendimos regreso a sus domicilios, y el departamento de mi macho quedaba a mitad de camino.

En ese breve viaje no paré de dialogar con Gabriela. Ella me cautivaba. Y creo que en el fondo ella también sospechaba algo de mí, por la conexión que logramos.

Horacio obviamente participaba de la charla, y ante cada palabra, me miraba fijo a los ojos a través del espejo retrovisor de la camioneta, como diciéndome “…sé que te encanta la verga putita…”.

Esa noche me dejaron en la casa de Fernando pensando que me dejaban con amigos, y ellos siguieron con destino a su casa.

Recuerdo qué a los 15 días de ese episodio, volvieron a juntarse con mis viejos, pero decidí no participar para no estar incómoda.

Luego esas reuniones dejaron de celebrarse. Eso me llamó la atención, y le pregunté a mamá si había pasado algo.

Por un momento sentí que yo podía llegar a tener algo que ver con la ausencia de Horacio, pero mamá me contó que estaba atravesando una crisis con Gabriela, noticia que la verdad me afectó, porque más allá de la situación vivida con Horacio -apoyada de pija de por medio-, los dos me agradaban mucho, ya sea de manera individual tanto como pareja.

Debo ser sincera. El hecho de que Horacio me haya apoyado la verga mientras preparaba el café en casa esa noche, sumado a que supiera de mis gustos, no fue algo que me molestara en sí.

Es que sólo despertó mucho miedo en mí, de que le contara a mi papá o le hiciera algún comentario a Gabriela, y eso me aterrorizara.

Pasaron un par de semanas, hasta que un día llego a casa y observo preparativos por parte de mamá. Venía Horacio a cenar, y esta vez venía sólo.

Creo que mi reacción fue empalidecer, para luego reaccionar. No podía creer que eso iba a suceder, y me ponía realmente nerviosa.

Por un momento pensé en no participar de la cena, pero mi curiosidad pudo más.

No sólo quería saber que actitud iba a tomar el machazo de Horacio conmigo, sino que además sabía que iba a ser tema de conversación su separación con Gabriela, y yo quería saber todo.

Es así que la cena transcurrió con cierta normalidad, pero el cruce de miradas entre Horacio y yo fue intenso toda la noche.

Creo que ambos hablamos a través de nuestras miradas, o al menos eso yo fantaseaba en ese momento.

Sentía que él me decía que era una putita hermosa, quizás aún más que Gabriela. Y yo por mi parte, con mi mirada tímida e inocente, me negaba a acceder a sus más bajos instintos, aunque internamente lo deseaba con locura.

En definitiva, fue una cena con intenciones espurias de parte de ambos, donde contó algunos pormenores de su separación con Gaby. Evidentemente él es un tipo que jamás va a estar con una sola persona, más allá de lo linda, inteligente y agradable que fuera esa persona. Es un soltero garchador empedernido.

Casi finalizando la comida me dirigí a preparar mi mochila con mis cosas de nena, porque esa noche dormía en la casa de mi macho Fernando, al igual que lo había hecho aquella noche en la que me habían acercado en su camioneta la última vez Horacio y Gaby.

Y tal como esa noche, la secuencia se repitió. Pedido mediante de papá, le solicitó a Horacio a que me acerque a la casa de mis “amigos”, a lo que su amigo accedió con mirada cómplice y perversa.

La rutina iba a ser la misma que aquella noche, pero en esta oportunidad, sin Gaby de por medio.

Saludos de buenas noches de por medio con mamá y papá, nos dirigimos al estacionamiento donde había dejado la camioneta el amigo de papá, y quien iba a ocupar el lugar de acompañante era yo, y no su anterior hembra. Eso me hizo sentir sensaciones muy fuertes. Una mezcla de morbo y deseo.

Morbo porque era el mejor amigo de mi viejo, y deseo porque en ese instante me sentía yo su hembra, como lo había sido Gabriela en su momento.

Obvio que desde el comienzo del viaje Horacio sospechaba -o tenía prácticamente confirmado-, que no existía visita a mis “amigo”, sino que sabía que estaba dirigiéndome a la casa de un macho mío que me iba a romper el culo como tanto me gusta.

Él lo tenía confirmado, sin necesidad de habérmelo preguntado. Y fue así que la charla desde el comienzo tuvo tintes sexuales. Él sabía manejar perfectamente la situación, sin necesidad de hacerme sentir nerviosa o incómoda, todo lo contrario.

No habíamos recorrido ni diez cuadras cuando prácticamente me acorraló con sus palabras.

Me dijo: “Conmigo no hace falta que ocultes nada. A pesar de mi edad soy un tipo re liberal, quedate tranquilo que jamás le contaría nada a tus viejos”

Si bien intenté hacerme la tonta, creo que él había creado el ámbito para que me sincere.

Brevemente le conté algo de mí, y mientras le contaba, su mirada y su actitud era una mezcla entre cariñosa como entendiendo mi elección, y perversa por sentir que me deseaba tanto.

Le confié que me vestía de nena desde mis 17 años, sin perjuicio de que desde más pequeña me gustaba, pero no me animaba a hacerlo.

Le confesé que también desde esa edad empecé a estar con hombres íntimamente, y que desde ese momento no había dejado de hacerlo, y era algo que me gustaba demasiado, al punto de preocuparme que me guste tanto ser poseía por hombres.

Horacio sólo se limitó a guardar silencio y a escucharme con absoluto respeto. El me transmitió seguridad, hizo que me libere en todo sentido, ya no tenía miedo o vergüenza por la situación y el riesgo de que se enteraran mis papás.

En un momento que guardé silencio, me dijo: “No me mientas…ahora no vas a la casa de amigos, no?”. Creo que contesté con mi mirada.

“Vas a ver un noviecito?”, me preguntó.

Le conté que no era un noviecito, pero que efectivamente me iba a ver con alguien.

“Si tenés 5 minutos me gustaría que vayamos juntos a ver algo. Quiero mostrarte unas chicas que te van a gustar y a inspirar”, me dijo.

En un principio dudé, pero creí que un tipo tan vivido como Horacio podía ayudarme a explorar y conocer nuevas cosas, con lo cual accedí al convite.

Puso el guiñe en el auto y giramos con destino a la zona del Lawn Tennis, la zona de Palermo donde trabajan las travestis callejeras, la zona roja.

Si bien soy fanática de las travestis activas, la realidad es que siempre las contacté por intermedio de páginas web, nunca había ido a verlas a la zona roja.

Hicimos juntos en su camioneta la típica vuelta al predio, a muy baja velocidad, logrando ver con precisión a cada una de las “chicas” de la zona, todas ellas con diminutas prendas de vestir.

“Te gusta”, me indagó Horacio, mientras apoyó su mano derecha sobre mi pierna izquierda, comenzando a acariciarme.

Habíamos completado una vuelta cuando me pregunto si yo me vestía igual que ellas, si podría llegar a ser tan puta como ellas, y si era bancadora de pijas como esas chicas.

La situación subía de temperatura, y me agradaba, a pesar de que dudaba de hacer algo. Era el mejor amigo de papá.

La culpa y la vergüenza me carcomían. Pero el hecho de ser tan puta me ayuda a tomar decisiones rápido, priorizando siempre la verga de un macho por sobre toda otra cosa.

Horacio dobló en una de las pequeñas calles internas de la zona roja, dirigiéndose a un lugar un poco más alejado de las luces, para poder estacionar y apagar el motor de la camioneta.

En ese momento sí que me morí de miedo. Yo no quería hacer nada por varios motivos.

Primero y principal porque era Horacio, el mejor amigo de papá, el tipo que iba cada 15 días a cenar a casa, la ex pareja de Gabriela, esa mujer que tanto yo admiraba y deseaba ser.

Además, en el caso de hacer algo, no podía perder de vista que después de ahí, me tenía que ir a la casa de Fernando, mi macho que me iba a estar esperando en su departamento como habíamos quedado.

Sin mediar palabras, Horacio se bajó de la camioneta y se subió nuevamente, pero esta vez, al asiento trasero. Miré por sobre mi hombro izquierdo, como intentando entender cual iba a ser el siguiente paso.

“No me vas a acompañar?”, me preguntó, mientras comenzó a desabrochar su pantalón, y bajárselo hasta sus rodillas, mientras abría sus piernas sentado en el medio del asiento trasero de la camioneta.

Por encima de su bóxer se frotaba la chota, la que ya para ese momento estaba algo más que gomosa, pero en ningún momento me la exhibió, como desafiándome a que si la quería ver en plenitud, debía ir al asiento trasero.

Les va a sonar tonto, pero no quise bajarme de la camioneta por miedo a que me vea alguien, no se quien, pero no quería que me vea nadie, por más que no hubiese gente conocida en la zona en ese preciso momento.

Entonces, pasé entre las butacas delanteras hacia atrás, donde estaba Horacio para sostenerme con sus fuertes brazos recibiéndome.

Me senté a su lado, y con una vos muy baja, casi entrecortada, le dije que sólo quería ver, tocarlo, no más. Su respuesta me derritió: “Si bebé, la vas a ver, y vas a desear tocarla”.

Aprovechó ese momento para bajar totalmente sus pantalones hasta sus tobillos, abrir más aún sus piernas como relajándose y poniéndose más cómodo, para finalmente poner sus manos por detrás de su nunca, y pedirme a mí que continúe.

Esa indicación implícita la acepté con gusto, y sin demorarme más que un segundo, hizo lo que tanto estaba deseando, que era descubrir ese pedazo de verga que lucía Horacio por debajo de su bóxer, y tener en mis manos el falo duro del amigo de papá.

Una vez que logré con algo de esfuerzo bajar su ropa interior, pude ver a media luz su poronga firme como un hierro, erecta, orgullosa de su potencia y esplendor.

Debo reconocer que desde mis 17 años a esos jóvenes 22 que tenía cuando tuve ese encuentro con Horacio, había visto pijas de todo tipo, tamaño, color, forma, y quizás ya a esa altura si bien tenía preferencias por unas u otras, la realidad es que no me sorprendían, sólo las disfrutaba.

Y digo esto porque no siempre he tenido la suerte de estar con machos de super vergas. He tenido de tamaños más bien humildes, pero que logré disfrutarlas también.

Dicho esto, debo confesar que la pija de Horacio llamó mi atención. Me generó ganas de verla, observarla, inspeccionarla. Y esto debido a una particularidad, su cabeza.

Como tamaño era algo normal en cuanto a su largo, no distaba de lo que podemos llamar algo general promedio, pero párrafo aparte merece la cabeza de su chota, la que era acompañado por el tamaño del tronco de la verga.

No aguanté más y prendí la luz de cortesía de la camioneta que tiene en la parte trasera, quería ver bien si era tal cual lo estaba palpando y viendo a pesar de la oscuridad que reinaba esa noche.

Esa pequeña luz de la camioneta ayudó a confirmar lo que presentía.

Hermoso abdomen en un tipo que pisa casi los 60 años, huevos bien grandes, cayendo fuertemente en esa bolsa llamada escroto, y su verga dejaba verse desde abajo, apuntando la punta claramente hacia el ombligo.

Fue en ese momento que con mi mano derecha tomé sus huevos e hice fuerza, como queriendo arrancarlos, para que me dejen ver en plenitud tanto el tronco como la cabeza de la poronga.

Horacio sólo se limitaba a mirarme fijo, desprendiéndose una sonrisa pícara de su rostro, como sospechando que no podía creer lo que veía.

Empecé a mover la verga para poder observarla desde todos los ángulos, hasta que la agarré fuerte del tronco y la apreté, al punto de ver cierta sensación de dolor en este macho.

Confirmé que esa cabezota no era broma. Sin dudas lo más grande que vi, lo más parecido a un hongo si es que tuviera que describirla contra algo.

Un hongo, sin dudas un champiñón. Y quería tener ese hongo en mi boca, y urgente.

Horacio leyó mis pensamientos, y creo que, en menos de un segundo, tenía sus manos en mi nuca, llevándome violentamente hacia su miembro, para que empezara a chuparlo, a comenzar con la degustación de ese champiñón de carne que me ofrecía el mejor amigo de papá.

Empecé a tragar pija y pija, y Horacio me ayudaba con los movimientos de sus manos por detrás de mi cabeza, como haciendo un movimiento de penetración constante y violenta. Me estaba cogiendo la boca, y yo lo estaba disfrutando.

En ese momento no sólo tenía en mi cabeza el placer de tener semejante verga cabezona en la boca, sino además se le sumaba el morbo de que se trataba del mejor amigo de mi papá que me estaba dando la mamadera, y que esa pija había sido seguramente sobada por Gabriela, y ahora era yo quien la estaba degustando.

Los quejidos de Horacio eran constantes con cada embate de su verga en mi boca, haciéndome atragantar con cada empujón de carne, mientras que el único sonido que yo emitía era el de ahogamiento y el de mis arcadas.

Con cada empujón de pija, una arcada. Con cada arcada, una lágrima mía. Con cada lágrima, mayor sabor a líquido preseminal. Era el comienzo del fin para Horacio y su calentura.

Tal es así que aceleró con sus manos los movimientos de mi cabeza contra su abdomen, sin darse cuenta que en esa aceleración me hacía tragar aún más la poronga sin darme posibilidad casi a respirar o a que mi mamada sea más suave.

Una chupada intensa, violenta, similar a una penetración, literalmente me cogió la boca.

Supongo que no habrían pasado más de 10 minutos de mamada, cuando comencé a escuchar cada vez más fuerte los quejidos de placer de Horacio, y las señales del sabor que sentía en mi boca eran cada vez más evidentes.

No me dio tiempo a alejarme, o sacarme que pija de la boca como para pajearlo y evitar quizás lo inevitable. La lechita en mi boca.

Horacio explotó. No fueron menos de 5 los escupitajos de ese hongo que tenía como pija.

Pasé de tener la boca totalmente llena de carne dura, a sumársele el semen, un plato sin dudas de primer nivel que tuve el placer de degustar.

Desde el punto de vista gastronómico -el metié de Horacio-, podríamos decir que tuve como plato principal champiñones con crema. Y me encargue de no dejar nada en el plato.

Tal es así que, si bien Horacio retiró sus manos de mi nuca, jamás me saque la verga de la boca. Seguí chupando, como intentando sacar más crema de ese hongo, o llevar al límite de la sensibilidad a mi macho luego de semejante atragantada que me había hecho sentir.

Horacio alejó sus manos de mí. Si bien no lo veía, intuyo que volvió a poner sus brazos en la misma posición que había tenido cuando me invito a descubrir su miembro, es decir, como tirado hacia atrás, con sus manos por detrás de su nuca, relajado.

Yo por mi parte no me quede quieta. Seguí chupando esa verga, como intentando demostrar el placer que había sentido en conocerla y poder disfrutarla, inconscientemente tratando de conquistar a Horacio, demostrarle que era mejor que Gabriela.

Seguí y seguí. Chupé y chupé. Tragué y tragué. No deje nada. Me tomé toda la lechita de Horacio.

Sumado a ello, una vez que logré desalojar ese pedazo de pija de mi boca, comencé a chupar el entorno de la base de la poronga, para terminar de limpiar todo resquicio de semen o baba que podría haber quedado, algo que sin dudas le gustó a Horacio, porque no pudo evitar hacer un comentario al respecto, mientras reía socarronamente mientras lo decía.

“Noooo!!! Jajajaj!!! Que hija de puta! No podés!!! Mirame… me vas a limpiar la verga?”

Guardando el silencio respectivo, me limité a seguir chupando/limpiando su verga, para no dejar rastro de nada de lechita ni de mis propias babas, las que también me tragaba con cada chupón.

Si bien me concentré en la cabeza con forma de hongo de esa hermosa poronga, no desatendí el tronco, mucho menos los huevos, dejando ante cada lamida algún que otro pendejo en mi boca como señal de mi gran trabajo.

Horacio me miraba y no podía creerlo. Creo que lo sorprendí no solo con la mamada de verga que le di, sino también con mi actitud. Y así me lo hizo saber, sellando el acto con un hermoso beso de lengua que me transmitió no solo sexualidad, sino lo sentí como un premio al trabajo realizado, como algo cariñoso.

Mientras se acomodaba su ropa, yo volví al asiento delantero para retomar viaje al departamento de Fernando.

Una vez con sus pantalones puestos y la verga ya casi dormida, Horacio me miró, y me dijo: “Te juro que en mi vida sentí la sensación que acabo de sentir. Quiero volver a verte, porque siento que estoy en deuda con vos. No quiero que pienses que soy un egoísta”.

Esa deuda pendiente era darme esa verga con cabeza en forma de champiñón por la cola, y era algo que no sólo él quería, sin dudas era una deuda pendiente de ambos.

Pensé que el trayecto a la casa de Fernando iba a ser tenso, pero nada que ver. Continuamos camino como si nos conociéramos de toda la vida.

Le facilité mi celular para coordinar un encuentro con más tiempo y para saldar las deudas pendientes, pero eso ya será motivo de otro relato en otro momento, donde les contaré mi segundo encuentro con Horacio.

Al llegar al domicilio de mi chongo, charlamos unos últimos cinco minutos en la puerta del edificio, me dijo que realmente envidiaba a la persona que iba a ver -aún sin conocerlo-, y que hubiese querido que sigamos lo nuestro en su departamento.

Pero no pudo ser porque soy una persona de palabra. No podía fallarle a Fernando, como tampoco le fallaría a Horacio si el compromiso lo hubiese asumido con él.

Volvimos a besarnos apasionadamente antes de que me bajara de la camioneta, un beso extenso, de esos que piden que sigamos juntos. Pero yo no podía demorarme más.

Esa noche con Fernando fue rara, porque si bien disfruté cada vez que estuve con él, no pude dejar de pensar en Horacio.

En esa poronga con cabeza con forma de champiñón, en el sabor de su leche, en la limpiada de verga que le pegué luego de que me hiciera tragar todo su semen de una manera tan intensa, no podía sacarme de la mente esa cogida de boca que me dio, de que me había comido la verga que hasta hace poco era de Gabriela, la mujer que yo tanto deseaba ser.

Tampoco iba a poder borrarme que era aquella persona que me conocía de pequeño, y que ahora él sabía de mis gustos por ser una nena, mi devoción por los machos.

Y no era cualquier persona, era el mejor amigo de papá. Era Horacio, ese hombre de buen vivir, de gustos refinados, elegante, tan lindo hombre, mujeriego, pero que esa noche me había elegido a mí.

No fue la última vez que nos vimos. Si bien las cenas en mi casa continuaron con intermitencias, y en algunas de ellas yo ya no participaba, lo volví a ver una vez más en una quinta que él tenía el Parque Leloir, pero eso será motivo de otra historia que más adelante les contaré.

Ese fue mi primer encuentro mano a mano con Horacio, el mejor amigo de papá, el hombre que de pequeño me vio tomar la mamadera de la mano de mi mamá cuando yo era bebé, y a mis 22 años finalmente me terminó dado su mamadera de carne, y como buen bebito que soy, no le dejé nada de lechita.

NATY.-

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