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Honestidad vs. codicia
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Tiempo de lectura: 12 minutos

—¿Cree que todo en la vida puede comprarse con dinero? —le preguntó el alcalde. 

—¿Usted no lo cree?

—Me temo que no, —le rebatió.

—Lo afirma con mucha rotundidad.

—Yo me debo a mi mandato y a nuestros electores. Les prometimos que esos terrenos nunca iban a urbanizarse y no vamos a quebrantar esa promesa. Eso sería prostituir estas tierras, sin mencionar el hecho de menoscabar la confianza que nuestros votantes depositaron en nosotros.

—Usted será un hombre rico después de esta operación. Le hablo de una mordida nada despreciable, —le hizo ver el potentado empresario.

—¿De qué me serviría tanta riqueza si luego no pudiese dormir por la noche?

—Siempre puede tomarse una pastilla para conciliar el sueño si es ese el problema. Además, quien duerme no vive, —aseveró con socarronería. —¿Por qué no deja sus complejos éticos a un lado e intenta ser más pragmático?

—Prefiero una pérdida a una ganancia deshonesta. Lo primero trae dolor en el momento, lo segundo, para siempre.

—No intente filosofar conmigo.

—No lo hago. Sólo le digo que la honestidad es la mejor política que se puede ofrecer a los ciudadanos.

—Eso ya no se lleva. Con ese talante no llegará usted muy lejos en política, se lo aseguro.

—No pretendo llegar más allá de las lindes del pueblo.

—No es un hombre de grandes aspiraciones y por eso no hará fortuna.

—Eso demuestra una vez más que detrás de cada fortuna hay un delito.

—Voy a hacer como que no he oído sus palabras.

—Haga lo que quiera. Esos terrenos son de una riqueza medioambiental sin precedentes y no va a ser este gobierno quien la destruya justificándose con mentiras como las de que una urbanización en plena naturaleza es la panacea para los pueblos vaciados. Nuestro turismo es rural. La gente que viene aquí lo hace por nuestro paisaje, por su biodiversidad y por la paz que aquí se respira, pero todo eso se acabaría si aceptara su perversa propuesta, aunque a usted le importa poco, ya que todo se reduce al número de ceros de su cuenta bancaria. ¿Qué es esto? —preguntó cogiendo el papel que le entregaba el empresario.

—Es un cheque en blanco. Dejémonos de charlas. Rellénelo usted mismo, —añadió el magnate intentando decantar el capital sobre la ética en la balanza.

—Lo siento señor Nogueras. Su oferta es tentadora, pero le repito que éste gobierno no está en venta, —respondió devolviéndole el cheque.

—Todos tenemos un precio, o una debilidad, —añadió.

—Puede que sí, pero a mí me educaron para que no renunciara a mis valores por necesidades temporales. Me metí en política para intentar mejorar las necesidades reales de este pueblo con mi cargo, no para enriquecerme a expensas de él.

—¿Está usted casado?

—No lo estoy. ¿Eso importa?

—Bueno. Podría asegurarles el futuro a su familia.

—No creo que eso cambiase mi postura al respecto.

—¿Por qué no se ha casado? Es usted un hombre joven, apuesto, con estudios y con un cargo relevante.

—Eso no es de su incumbencia, —replicó.

—Me importa, se lo aseguro. Su honradez parece inquebrantable, tengo que admitirlo, pero repito, todos tenemos una debilidad. —¿Cuál es la suya?

—¿Cree que se lo diría si la tuviera?

—En fin, queda patente que carece de visión de futuro. Si no lo hacemos con usted, será con otros en un futuro, pero la zona se urbanizará con usted de alcalde o sin usted, valga la redundancia.

—Creo que ya hemos expuesto ambos nuestro punto de vista señor Nogueras. Mi secretaria le acompañará a la salida, —concluyó dándole un apretón de manos que el potentado le devolvió acompañado de una forzada y decepcionante sonrisa.

—¡Recuerde! Todos tenemos un punto débil, —sentenció.

—Que tenga un buen día, —concluyó el alcalde.

—Parece que no acepta un no por respuesta, —le dijo su secretaria una vez acompañó al magnate a la salida.

—Tendrá que hacerlo.

—La reunión en la sede es pasado mañana a las diez. Es mejor que salga mañana por la tarde y haga noche en la capital. Ya le he reservado el hotel. A las cinco de la tarde pasará el taxi a recogerle.

—Gracias Sandra.

Lo que más odiaba Gerardo eran esos interminables congresos en donde nadie se ponía de acuerdo ni en el color de la mierda, ni siquiera tratándose de intereses comunes. Al margen de eso, todos contaban con su presencia, pues la dirección ya había hecho sus cábalas con objeto de incorporarlo a puestos de más liderazgo dentro del partido, considerando su talento y su gran carisma.

Gerardo Mata estudió Derecho en la Complutense de Madrid, pero nunca llegó a ejercer. Cuando tuvo claro hacia donde se decantaban sus inquietudes se afilió al partido y en pocos años su carisma fue trazando la senda de una progresión ascendente. Ahora bien, llegó un momento en el que tenía que tomar la trascendente decisión de quedarse en la capital desempeñando un cargo destacado o presentarse como cabeza de lista a la alcaldía de su pueblo, en cualquier caso, si quería trazar la línea roja para impedir la especulación de terrenos en su pueblo, tendría que ser él quien se atrincherara a primera línea en la batalla, y esa no era otra que la alcaldía.

A las nueve de la noche llegó a Madrid. El taxista lo llevó al hotel, se dio una ducha y bajó a cenar al restaurante.

A las once se dio una vuelta por el barrio Chamartín con la intención de tomar una copa. Optó por un auténtico pub de estilo inglés. Se sentó en la barra y se decantó por una cerveza negra.

Aún no se había llenado el local y el entorno estaba tranquilo. Una pausada música de jazz envolvía el lugar creando una atmósfera apacible. Sorbió un pequeño trago de su Imperial Stout y decidió jugar al billar americano rememorando su época estudiantil en la que los viernes se hacía su partida con sus compañeros después de una intensa semana intelectual. Colocó las bolas en el triángulo, aplicó un poco de tiza en el extremo del taco, apuntó con él a la bola blanca y se escuchó el sonoro golpe del impacto de las bolas y el posterior sonido de las que se metieron en las troneras.

Una mujer de unos treinta y cinco años entró en el local y se hizo notar entre las demás. Lucía una minifalda negra con una blusa de satén de manga larga en tonos beige y cuello con cordón, y por encima, un elegante abrigo negro abierto completaba su atuendo, aunque realmente lo remataban unos zapatos negros de tacón de aguja que estilizaban su figura. Su cabello liso de un tono castaño con mechas más claras descendía por su espalda como una cascada, cubriéndola con su brillo almendrado. Era difícil no fijarse en ella, dueña de unos ojos de un azul que parecía querer competir con el cielo de medio día y Gerardo no fue menos. Por un momento apoyó el taco en el suelo contemplándola y se extasió admirando como la mujer se sentaba en la barra y pedía un “Manhattan”, como si aquella femme fatale hubiese sido rescatada de una novela negra de Dashiell Hammett. Gerardo reconoció la prestancia de la mujer y su refinado gusto.

Ya con su cóctel en la mano, la fémina se dio la vuelta y contempló el ambiente sosegado del local, detuvo la mirada en Gerardo y éste bajó la suya con cierta introversión para seguir con su juego, sin embargo, se le hacía inevitable dejar de lanzarle furtivas miradas en las que ella siempre parecía estar observándole hasta hacerle sentir cierta incomodidad por el insistente acoso visual.

En uno de esos cruces, la mujer le sonrió y Gerardo le devolvió el gesto, por lo que la dama se levantó del taburete y avanzó hasta él con paso firme y seductor. Gerardo intentó analizarla, aunque pretender hacerlo era como pretender adentrarse en las fauces de una bestia. Era bella como el infierno, seductora como una viuda negra, e incluso podría asegurar que calculadora y cruel como una mantis, hasta el extremo que era imposible evitar una visceral atracción hacia ella. Cuando estuvo a un paso de Gerardo, lo miró desafiante manteniendo un incómodo mutismo hasta que fue él quien tuvo que romper el silencio.

—Me llamo Gerardo, —se presentó tendiéndole la mano.

—Raquel, —dijo ella con una seductora sonrisa que permitió que asomase el blanco cegador de su dentadura. En realidad no sabía si era sincera o fingida, lo que sí que era cierto es que era hipnotizante.

—¿Te gusta el billar? —preguntó Gerardo por romper el hielo.

—No mucho, —respondió con sequedad.

—Me he dado cuenta de que estabas mirando como jugaba y pensé que sí, —añadió con cierta timidez.

—Te miraba a ti, —dijo sin pretender disimularlo.

—Sí, también me he dado cuenta de eso. ¿Y puedo saber por qué?

—¿Te molesta que te miren? —preguntó desafiante.

—No, si es alguien como tú, —respondió intentando estar a la altura de su impasibilidad.

—Entonces no hay problema.

—No lo hay.

—¿Eres de aquí? —preguntó la mujer.

—No, soy de un pueblo a dos horas de viaje. Estoy aquí por negocios.

—¿Qué clase de negocios?

—¿Importa eso?

—¿Y por qué no? —Insistió.

—Políticos.

—Odio la política.

—Sí, la política es aburrida, pero necesaria. ¿Y tú eres de aquí?

—Sí, vivo a tres manzanas. Suelo venir por aquí cuando me siento sola.

—Interesante, —admitió él. ¿A qué te dedicas Raquel?

—Soy fotógrafa. Te habrá parecido que soy un poco indiscreta al mirarte de ese modo. No es la primera vez que me dicen que mi indiscreción roza la impertinencia, pero es que cuando imagino el encuadre que necesito y lo tengo a mi alcance puedo ser muy descarada.

—No, tranquila. ¿Y cuál es ese encuadre?

—¿Has visto alguna vez en una portada a una chica desnuda, sugiriendo, pero no enseñando, con el taco en las manos dándole a la bola en la mesa de billar?

—Sí, es un clásico, pero te has equivocado de modelo.

—En absoluto. Al verte jugar ha habido un momento en el que tenía el encuadre que deseaba.

—Se agradece el cumplido, pero no me veo yo saliendo en portadas, ni enseñando, ni siquiera sugiriendo.

—No estés tan seguro, —le dijo con su seductora mirada—yo no miro el cuerpo, indago y me adentro más allá de la psique. Observo, examino y estudio el encuadre y lo que éste expresa. No busco la perfección. Podría decirse que todo lo contrario.

—¡Vaya! Ahora sí que estoy decepcionado.

—No hay por qué. Tienes aptitudes.

—¿Ah sí? ¿Qué clase de aptitudes? —preguntó intrigado.

—Le das bien al taco.

—Preferiría verte yo a ti cogiéndolo.

—¿Cuál de los dos? —preguntó traviesa.

—¿Por qué no lo hablamos de camino a tu casa?

Raquel articuló una pérfida sonrisa aceptando su propuesta. Gerardo pagó las dos consumiciones, le ayudó a ponerse el abrigo y salieron del pub en dirección a su casa.

Era un coqueto apartamento. Las paredes estaban repletas de fotografías artísticas enmarcadas, supuestamente hechas por Raquel. También había varias cámaras de fotos, una encima de una mesa auxiliar y otra en un sofá, evidenciando que, efectivamente, aquella mujer era quien decía ser. Gerardo se asomó a la cristalera del salón y contempló los últimos coletazos de la urbe antes de que la inmensa mayoría de la gente detuviese su actividad diaria y se dedicara a su merecido descanso, aunque ese horario no regía del mismo modo para todos.

—Tienes un apartamento muy bonito, —le dijo por romper el hielo.

—Gracias. ¡Ven!, —le ordenó cogiéndole de la mano y llevándole al estudio donde trabajaba. Había tres trípodes con sus respectivas cámaras y diversos focos y paraguas sobre un plató de fondo neutro y varios portátiles encendidos.

—¿En qué estás trabajando?

—En un monográfico sobre un personaje singular.

—¿Qué personaje? —quiso saber.

—Eso no lo puedo decir. De momento es reservado. Cuando la productora decida hacerlo público ya lo dirá. Entre las cláusulas de mi contrato figura la confidencialidad. Pero dejemos de hablar de trabajo.

Raquel acompañó a Gerardo a la habitación de la mano. Encendió cinco velas generando una sutil iluminación y un ambiente vaporoso agradable. A continuación encendió una varita de incienso aromático. En la habitación había incrustados cuatro espejos de considerable tamaño, uno en cada pared. Gerardo pensó que a aquella mujer le gustaba contemplarse en ellos mientras hacía el amor con sus amantes, por el contrario, su única finalidad era captar cada detalle de lo que ocurría en esa cama sin que el que estaba retozando en los brazos de la mujer sospechara nada. En el reverso, los espejos eran completamente traslúcidos, de tal manera que había dispuesta una cámara detrás de cada uno para captar las escenas desde todos los ángulos.

Gerardo contempló a Raquel desnudándose, mientras desplegaba un erotismo en su forma de moverse que no había visto ni siquiera en el cine. Se llenó la vista de su seductora silueta y tuvo una dolorosa erección que le obligó a abalanzarse sobre ella con impaciencia, besándola y acariciando frenéticamente cada rincón de la anatomía de aquella beldad, no obstante, Raquel intentó frenar su ímpetu y le dio la vuelta quedándose desnuda encima de él. Tan sólo se había dejado las medias, el liguero y sus tacones de aguja. Su sexo depilado, adornado únicamente con una fina tirilla de pelillos recortados se frotaba sobre el sexo de él.

Gerardo intentó articular palabra pero ella le colocó el dedo índice en la boca con suavidad sin necesidad de obligarle a guardar silencio. Empezó a desabotonarle la camisa, siguió con el cinturón, a continuación desabrochó el zip del pantalón y palpó su erección a través del bóxer, al mismo tiempo que él observaba con detalle cada gesto y cada movimiento impregnado en un erotismo propio de una fantasía inalcanzable y de la sensualidad inherente de una geisha.

Raquel se inclinó y puso sus pechos al alcance de su boca. Él asió ambos con las manos y su lengua se deleitó con los pequeños pezones de aureolas rosadas. Admiró su forma perfecta, como si alguien le hubiese encomendado a un escultor la tarea de modelar el cuerpo de la diosa Afrodita. Con una forma redondeada e inmunes a la fuerza de gravedad, y con unos erectos pezones que apuntaban ligeramente hacia arriba de forma amenazante, los contorneó sobre su cara, después le quitó el caramelo de la boca y le besó hasta que su boca fue bajando por la barbilla y descendiendo por el cuello en dirección al pecho con sensuales y sonoros besos que se aproximaron a la zona del ombligo, en donde se recreó un instante dibujando una espiral con la lengua. A continuación bajó con delicadeza su bóxer y una palpitante erección irrumpió en su rostro. Raquel acarició el tronco con la yema del dedo índice recorriendo su longitud por cada vena hasta llegar a la cabeza sonrosada. Seguidamente sustituyó el dedo por la lengua y ésta volvió a recorrer el camino andado anteriormente por la extremidad. Gerardo notó como la lengua golpeteaba la hinchada cabeza y tuvo ganas de cogerla por la nuca y hundirle la polla en el gaznate, pero intentó ser paciente y se dejó hacer por la experimentada mujer, quien, con sus labios de un rojo bermellón atrapó el glande y se recreó en él durante un prolongado minuto. Después cogió el miembro de la base y lo engulló basculando la cabeza y procurándole una mamada como nunca nadie le había hecho, y a punto de reventar, como si ella lo supiera, se incorporó, cogió un preservativo de su bolso y se lo colocó, después se reposicionó y se dejó caer lentamente penetrándose e iniciando un movimiento de vaivén, al mismo tiempo que ascendía y descendía sus caderas sin ninguna prisa, sintiendo cada centímetro de polla.

Del mismo modo, Gerardo gozaba de la calculada cabalgada, notando el calor y la humedad de aquel coño abrasador. Las manos de él iban y venían por cada curva sin un rumbo fijo. De sus pechos se desplazaban a su espalda y de allí bajaban a unas nalgas tersas que apretaba con fruición. Entretanto, la mujer incrementó el ritmo de la cópula meciendo sus caderas en un balanceo constante, a la vez que contemplaba la cara del amante desfigurada por el placer.

Pronto el erotismo cedió el paso a la lujuria y las cámaras, dispuestas estratégicamente detrás de los espejos grababan las pornográficas escenas con todo lujo de detalles. Gerardo intentó zafarse de la posición para evitar correrse de inmediato, en cambio ella no le dejó.

—¡Déjate hacer! —le susurró al oído, y él no opuso resistencia.

Raquel descabalgó de su montura con parsimonia y contempló con cara lujuriosa el enhiesto falo. A continuación se sentó a su lado, quitó el condón e inició una lenta masturbación, como si pretendiera prolongar el clímax.

—¿Te gusta? —le preguntó en un gesto lascivo deslizando la punta de la lengua por su labio superior.

—Eres una diosa, —dijo balbuceando.

—Me gusta más este taco, —dijo ella acelerando el ritmo de la mano. Seguidamente bajó la cabeza y alojó por completo el miembro en su garganta, por lo que Gerardo exhaló varios gemidos, mientras la mujer se afanaba en la felación. Su mano acompañó la cabeza, al tiempo que Raquel basculaba mamando y babeando entre sonoros chasquidos.

Gerardo notó la mano de la mujer avanzando por la cara interna del muslo sin detenerse hasta que un dedo ensalivado rozó el orificio de su ano y se paseó por él. Ella le abrió ligeramente las piernas para un mejor acceso y él, un poco intimidado se dejó llevar por la determinación de su amante. Mientras disfrutaba de la mamada sintió la presión del dedo incursionando en su esfínter y disfrutó del placer añadido. Mientras tanto, el dedo iba ensanchando el canal y el placer se intensificaba de forma gradual.

Raquel abandonó la felación con la boca babeante.

—¿Te gusta lo que te hago? —le preguntó.

—Me vas a matar de gusto, —le declaró con la polla a punto de explotarle.

—No, todavía no, —le exhortó ella. Inmediatamente se incorporó, abrió el cajón de la mesita, extrajo un arnés y se lo colocó, a continuación embadurnó con gel lubricante el desmesurado miembro de látex, mientras Gerardo contemplaba atónito la escena.

—¿Vas a meterme eso? —preguntó temeroso.

—Sólo si tú quieres.

No era la primera vez que su ano recibía la visita de un invitado, dado que, en su época estudiantil había descubierto su bisexualidad y había disfrutado de ella sin tabúes, lejos del pueblo y sin tener que dar innecesarias explicaciones, ahora bien, aquel amenazador falo le generaba muchas dudas.

Raquel se acercó, polla en ristre, y se sentó encima de su cara y por tanto, Gerardo se deleitó con los caldos que caían directamente a su boca, obteniendo un primer plano del miembro de látex cruzándole la cara, con un morbo añadido que le empujó a cogerlo con la mano, sin dejar por ello de esmerarse en el cunnilingus que le aplicaba a su amante, quien, al mismo tiempo que gozaba de la lengua, se echaba hacia atrás para alcanzar su verga y continuar masturbándole en una correlación de ambas acciones con las que el placer de ambos iba in crescendo.

Raquel cogió la polla de plástico y le dio reiterados golpecitos en la cara y Gerardo abrió la boca anhelante introduciéndoselo como si de una polla real se tratara. Lamió, chupó y lengüeteó, mientras contemplaba desde un contrapicado a aquella diosa en todo su esplendor.

La mujer se echó hacia atrás, añadió más gel al juguete y lo frotó como si fuese su propia polla, después le abrió las piernas, posicionó la cabeza en la entrada del pequeño orificio y aplicó una ligera presión. Gerardo abrió la boca como si se quedara sin aire y pretendiera tomarlo todo de una vez. Miró a la mujer en un gesto de total sumisión y se dejó follar por ella. Centímetro a centímetro la polla fue adentrándose en su esfínter a la vez que el placer se intensificaba, y paralelamente, el alcalde recibía la follada de su vida por parte de aquella desconocida, en tanto que ésta le masturbaba en aras de multiplicar su placer. La polla entraba y salía cada vez con más brío y los embates se hacían más contundentes por parte de la fémina.

—¿Te gusta que te folle? —le preguntó sin dejar de menearle la polla, y un eufórico, elocuente e interminable “sí”, acompañado de un “fóllame”, llevaron a Gerardo al mejor orgasmo de su vida. El semen botó de su polla cual lengua de camaleón que atrapa a su presa, impactando una y otra vez en su cuello, e incluso perdiéndose en la penumbra. Su pecho se inundó de la pegajosa sustancia sin que la polla de látex dejara de embestir en su ano. Cuando el clímax remitió, Raquel extrajo el falo de su interior, se quitó el arnés y se sentó sobre su cara para masturbarse, ahora sí, con tremenda exaltación. Se introdujo la nariz de él en su coño y se folló con ella, al tiempo que con su dedo maltrataba su clítoris en busca de un orgasmo que acudió a ella en ráfagas de placer y convulsiones, acompañadas de una potente explosión de pis sobre la cara del joven alcalde.

Un rayo de sol penetró por la ventana arrebatándole la placidez del sueño y advirtiéndole de la hora. Por un momento pensó que todo había sido un placentero sueño, ni siquiera sabía donde estaba hasta que su cabeza reseteó y recapituló. Miró la hora y se levantó de un brinco, se vistió, buscó a la enigmática mujer por todos lados, pero no la encontró, a continuación cogió su chaqueta y salió escopetado hacia su hotel, se dio una ducha, se vistió, cogió el taxi y enfiló hacia la sede del partido a la que llegó con el tiempo justo. Todo había salido a pedir de boca.

EPÍLOGO

—El señor Nogueras espera afuera, —le remarcó su secretaria.

—Ese hombre no se da por vencido. ¡Hazle pasar!

—Buenos días de nuevo, señor Mata, —saludó en tono afable mientras le tendía la mano.

—Buenos días señor Nogueras, —respondió con el apretón de manos. —¡Siéntese!

—Gracias.

—Su insistencia me abruma.

—Ya sabe que soy un hombre de negocios.

—También sabrá que mi parecer no ha cambiado ni un ápice desde la última vez que hablamos.

—Cambiará, ya lo verá.

—¿Usted cree?

—Estoy seguro de ello.

—¿Qué le hace pensar eso?

—Le dije que todos tenemos una debilidad.

El alcalde miró al empresario expectante sin saber a qué se refería, pero estaba claro que aquel tiburón financiero no daba puntada sin hilo, de modo que esperó inquieto su nueva argumentación.

—¿De qué demonios está hablando?

—¡Recuerda que le dije que podría ser un hombre irreverentemente rico?

—Sí, por supuesto que lo recuerdo.

—¿Y recuerda también que me dijo que con usted no íbamos a urbanizar la zona?

—Y lo mantengo.

—Pues no va a ser rico, se lo aseguro, lo que sí que vamos a hacer es urbanizar, —avaló echándole un sobre delante.

El alcalde observó confuso y abrió el sobre para ver su contenido. Fue pasando cada una de las fotografías con gran resolución en las que se veía gozando de las más depravadas prácticas sexuales con una exótica y excéntrica mujer.

—¡Ah! Por si necesita verse mejor o no son de su agrado, aquí están los videos, donde también se le puede escuchar solicitando… ciertas… demandas, —le informó aproximándole un pendrive.

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