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Historias reales de lectoras: Teresa (capítulo dos)
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Como la vez anterior, salí corriendo de la habitación para ir al baño. Allí me limpié los restos de semen de mi pierna y brazo. Intenté demorar el momento de salir a enfrentarme a la realidad de ver a mi suegro una vez pasado todo aquello. Al ir a la cocina, al pasar por la puerta del salón lo vi en el sillón sentado, leyendo, como si no hubiera pasado nada, cosa que agradecí dado mi estado de confusión.

Por la noche, durante la película, supongo que provocada por lo sucedido a la tarde, deseaba que no estuviera mi marido a mi lado. Deseaba levantarme la camiseta y que volviera a verme los pechos. Pensaba como sería levantarme del sofá y acercarme a su lado para que me volviera a tocar. Por primera vez era yo la que también miraba entre sus piernas y Gregorio disimuladamente me mostraba su erección bajo el pijama.

Fueron tres tardes en las que hicimos lo mismo. Me iba a mi habitación, me tumbaba sin la camiseta y después de dejarle que me mirara desde la puerta era yo quien me levantaba para observarlo a él. Mi suegro me miraba y yo me acercaba para que me acariciara el pecho mientras lo veía masturbarse.

No se que me pasó aquella tarde. Mientras me acariciaba el pecho lo veía mover su mano dándose placer y por primera vez apoyé la mía en su muslo. Le acaricié la pierna convencida que le gustaría sentirme. Miraba su pene, sus dedos cerrados sobre el tronco, mi mano cerca apoyada en su muslo. Sentí que apretaba ligeramente mi pezón con los dedos y me hizo sentir mucho placer y en ese momento sentí que se merecía sentir lo mismo. Nerviosa le aparté la mano de su sexo y la sustituí por la mía. Mis dedos rodearon su pene. Estaba húmedo, caliente y muy duro. Lo comencé a masturbar lentamente. Mi suegro gimió y en ese momento me comenzó a acariciar los dos pechos con ambas manos. Miré su cara para ver su expresión al ser masturbado por mí. Sus ojos abiertos como platos mirando mis pechos en sus manos, su boca entreabierta para respirar mejor. Esta vez pese a la vergüenza me incliné un poco. Cerré los ojos al sentir que apartaba sus manos. Me incliné un poco más y sentí sus labios rozar mi pezón derecho. Lo besó y me hizo gemir. Cuando cerró los labios con mi pezón entre ellos me corrí. El movimiento de mi mano lo hizo correrse a él y me sentí feliz de ser yo quien lo le había hecho llegar al orgasmo.

Fueron días extraños en los que por momentos me sentía culpable pero a medida que se acercaba la hora de poder estar juntos esa sensación era superada por el deseo de estar en su habitación. Cada tarde me besaba los pechos y yo lo masturbaba y confieso que se convirtió en una especie de obsesión para mí poder hacérselo. Yo le entregaba mis pechos y su manera de besar y mamar mis pezones me hacía alcanzar deliciosos orgasmos.

Un día después de hacerlo y ya en el salón limpiando, mi suegro estaba leyendo y escuché su voz.

– Siempre te pones bragas debajo del pijama?

– Para estar por casa si – me sorprendió con su pregunta – Por qué?

– Me gustaría que no te las pusieras. Lo harías?

– No sé, ya me parece una locura lo de estar sin sujetador y mas si está su hijo viendo la tele a mi lado.

– Mi hijo no se entera de nada. Si lo hicieras creo que sería emocionante para los dos.

Esa noche al irme a cambiar de ropa, no me quitaba de la cabeza esas palabras de mi suegro. Sería tan emocionante ver la película sin llevar bragas bajo el pijama? Solo la idea de poder sentir una sensación parecida a la que había vivido la primera vez que no me había puesto sujetador me resultaba muy tentadora. Veía mis bragas sobre la cama y las cogía para ponérmelas y enseguida las volvía a soltar, así varias veces. Pensaba en mi suegro que seguro estaría tan nervioso como yo pensando en si le haría caso. Guardé las bragas en el cajón y me puse el pijama. Era de color rosa y algo flojo en la pierna. Mi corazón comenzó a latir nervioso.

Al empezar la película sentía la mirada de Gregorio en mis pechos, que como siempre estaban muy duros y se marcaban en la camiseta, alternándola con mis piernas. Sentía su curiosidad por saber si debajo del pantalón llevaba algo y mi corazón comenzó a agitarse cuando separé un poco las piernas. El pijama al ser flojito en la pierna dejaba un hueco entre la tela y mi piel. Deseaba que mi suegro supiera que le había hecho caso y me preguntaba si se había dado cuenta que debajo del pijama no llevaba nada.

Recuerdo el momento en que me moví un poco más y esa distancia entre la tela y mi piel se hizo más evidente y sentí una punzada de placer en la vagina. Al moverme, la expresión de la cara de mi suegro cambió y supe que se había dado cuenta. La que sentía curiosidad era yo en ese instante y me fijé entre sus piernas. Su erección era más que evidente y aquella visión me hizo mojarme.

Es incomprensible como en momentos de excitación la gente puede hacer ciertas cosas incluso por encima de nuestros principio o miedos.

Mi suegro al darse cuenta que debajo del pijama no llevaba bragas y sintiendo mi mirada entre sus piernas, se cercioró que su hijo estaba distraído y ante mí asombro vi como llevaba una de sus manos a la cintura del pijama y la bajaba un poco. Su pene asomó bajo ella, erecto, hinchado y me gustó su atrevimiento pero me sentí mal por ser imposible calmar su estado como hacía todas las tardes.

También yo miré de reojo a mi marido y viéndolo tan pendiente de la televisión hice algo que me sorprendió. Separé con cuidado las piernas y acercando la mano al pijama lo levanté. No sólo le había hecho caso a mi suegro sino que le estaba facilitando que mirara. No sabía si desde donde estaba sentado podía ver mi vagina pero solo pensar que podía estar viéndola me hizo humedecer mucho y un intenso cosquilleo se apoderó de mí zona íntima. En ese momento creí que tenía que levantarme para ir al baño a calmar aquel grado de excitación pero lo hice después, en cama, cuando mi marido dormía.

Estábamos traspasando límites insospechados. Mi suegro se estaba haciendo dueño de mis sentimientos sexuales y supongo que yo de los suyos y sentir esa sensación me hacía estar todo el día excitada.

Al día siguiente, cuando entré en su habitación para que me besara los pechos mientras lo masturbaba, al verme entrar me miró hacia las piernas.

– Llevas bragas? – me preguntó mientras me acercaba a su cama.

– Si, por qué?

– Anoche te palpitaba agitada la vagina como tu corazón cuando te veo los pechos?

– Si – sus preguntas provocaban en mi un efecto de morbo que nunca había sentido.

Nota de autor:

Cuando me estaba comentando esto, le pregunté si se consideraba una mujer morbosa durante los años anteriores y ella me contestó esto :

“Yo era una mujer muy normal en el sexo, ni siquiera sabía lo que era el morbo. Cuando Gregorio empezó con aquellas miradas al principio de todo ,yo sentía cosas que nunca había sentido y no entendía que era. Era una sensación tan rara que empecé a buscar en internet y ahí pude darme cuenta que lo que estaba sintiendo era morbo.”

Le pregunté si le gustaba lo que sentía :

“Si que me gustaba pero me daba, como te dije, muchísima vergüenza sentir que provocaba en mi cuerpo esas reacciones.”

Por último le pregunté si ahora se sentía una mujer morbosa y me dijo:

“Con mi suegro si. Me provoca morbo y solo con él me siento morbosa.”

Al decirle que mi vagina palpitaba agitada la noche anterior en el sofá, me miró con intensidad entre mis piernas.

– Y ahora la sientes agitada?

– Me avergüenzan sus preguntas, Gregorio.

– Estoy convencido que si y entiendo tu reparo de contestarme – se quedó callado un momento – Aquel día me dejaste comprobar como tu corazón latía agitado.

– Si.

– Puedo?– estiró su brazo apoyando la mano en mi estómago – Me gustaría sentir si está agitada.

– Gregorio, me va a matar de la vergüenza. No es que no quiera pero…

– Confía en mí.

Me quedé petrificada cuando sentí que su mano bajaba despacio y se colaba entre el pijama y las bragas. En ese momento hubiera echado a correr pero me quedé quieta. Pensé que me caía al suelo de la debilidad de mis piernas que temblaban y me agarré a sus hombros con las dos manos. Su mano cubrió mis bragas por encima de la tela y gemí al sentir ese contacto. La dejó quieta. Excitada agarré su polla y la tenía dura, muy dura. Besó mis pechos y comencé a masturbarlo.

Cerré los ojos cuando, separé las piernas. Cuando metió los dedos por dentro de mi prenda íntima y fui consciente de lo que iba a pasar apreté mis pechos contra su boca. Placer en mis pezones, placer en mi vagina. Esa tarde, Gregorio y yo nos masturbamos mutuamente y por primera vez me mee al correrme.

Nota de autor:

Al explicarle que algunas mujeres si están muy excitadas pueden eyacular de tal forma que parece que se orinan, al día siguiente me contestó.

“He buscado en internet lo que me dijiste ayer y me he quedado muy sorprendida. Yo no sabía que había mujeres que podían eyacular de la manera que me pasa a mí y pensaba que era pis. Gregorio tampoco lo sabía y siempre decía que no me preocupara por orinarme que igual era por los nervios. Ahora me quedo más tranquila pero menuda vergüenza tengo pasado.”

Me dio curiosidad su respuesta y le pregunté si era mucho lo que eyaculaba.

“Después de todo lo que te estoy contando de mi historia ya siento algo de confianza contigo para responderte a esa pregunta. Sino sería incapaz de decirte esto. Pues mira, esa primera vez que me masturbó mi suegro, al tener la ropa interior y el pijama, mojé toda la ropa y la mano de mi suegro goteaba al sacarla. Luego otras veces tenía que cambiar la cama y al final decidí poner toallas por encima de la sábana bajera. Alguna vez que me masturbó tenía que limpiar el suelo porque quedaba un charquito. No era siempre la misma cantidad, a veces era un chorrito y otras era como si se desbordara de golpe mi vagina. Pero ya te contaré y así lo puedes explicar mejor en la historia cuando la escribas.”

Entendiendo su esfuerzo por responderme a esa pregunta, solo pude darle las gracias por superar su timidez y aclarar mis dudas.

Sentía que no había vuelta atrás con mi suegro. Intentaba concentrarme en el trabajo pero me costaba mucho. Solo deseaba llegar a casa y estar en la habitación de Gregorio para darnos placer uno al otro. Las noches durante las películas lo pasaba mal. Me gustaba nuestro secreto pero me costaba mucho no poder hacer nada más que mostrarle mi vagina y que él me mostrara su pene erecto.

Al día siguiente de masturbarme esa primera vez, me estaba besando los pechos y fui yo quien con mucha vergüenza le cogí la mano para meterla dentro de mis bragas. Si me volvía loca sentirlo besando mis pezones, sentir sus dedos en mi vagina era increíble y volví a orinarme de placer al llegar al orgasmo.

Sabiendo que iba a volver a masturbarme, la tercera tarde me dijo:

– Seria mejor que te quitaras la ropa, ayer y anteayer dejaste empapado el pijama – Se dio cuenta que a pesar de lo que estábamos haciendo yo no lograba superar la vergüenza – Se que te da mucho reparo pero creo que sería lo mejor.

Esa tarde me vio por primera vez totalmente desnuda. Su cara al ver mi vagina fue indescriptible y al masturbarlo sentí su pene más duro que nunca. Al correrme entendí que tenía razón, me había meado otra vez y tuve que limpiar aquel charco del suelo pero por lo menos no había manchado la ropa.

Mientras lo limpiaba agachada, Gregorio se sentó en la cama y me miraba afligido.

– No sientas vergüenza, Teresa. A mi no me molesta que te orines, entiendo que estés muy nerviosa.

– Nunca me había pasado esto. Ni siquiera las primeras veces que me acarició su hijo.

– De veras, no te preocupes – sentí su mano en mi nalga – tienes un culo precioso.

Era la primera vez que me acariciaba las nalgas y al sentir su mano me hizo excitar de nuevo. Me quedé quieta y Gregorio se dio cuenta lo que me estaba pasando.

– Te gusta?

– Si, nunca me había acariciado el culete.

– Deja eso, ven – con sus manos en mi cintura me ayudó a levantarme – túmbate en la cama.

Cuando estaba cerca de él siempre conseguía doblegar mi voluntad y a pesar de todos mis miedos y vergüenzas hice lo que me pedía. Era extraño estar en su cama, desnuda y sentir que miraba mis nalgas. Boca abajo y mirando hacia la ventana para evitar encontrarme con su mirada. Gregorio acarició mis glúteos de una manera que me encantaba. Cuando me di cuenta tenía las piernas separadas y me estaba masturbando de nuevo. Mi vagina explotó de placer y al ver las sábanas empapadas no sabía dónde meterme. Solo pude abrazarlo nerviosa, era la primera vez que estaba en sus brazos. Me puse a llorar como una tonta pero me sentía superada por todo lo que me estaba pasando. Gregorio me consolaba en silencio acariciando mi cabeza.

– No sé que me pasa con usted, Gregorio – apenas podía hablar por el llanto – Yo quiero muchísimo a su hijo pero mi cuerpo nunca había sentido estas cosas.

– Yo tampoco me siento orgulloso con lo que le hago a mi hijo pero me pasa lo mismo que a ti. Ni siquiera en mi juventud me sentí tan vivo sexualmente.

– Tanto le excita mi cuerpo?

– Me excita tu cuerpo y tu.

– Yo? – no entendía lo que quería decir con eso.

– Si, tu. A ti te excita mi cuerpo o soy yo el que te excita?

En ese momento me hizo pensar. Su hijo hacía deporte, tenía un cuerpo muy bonito y era guapo. En cambio yo me excitaba mucho más con mi suegro a pesar de su edad y de que su cuerpo no era nada del otro mundo.

– Creo que me excita usted, sus miradas, como me toca – no quería hacerle sentir mal por mis palabras – Su hijo es mucho más joven y siempre estuve coladita por él.

– Lo sé. Se nota que estás enamorada de él, Teresa. Me siento muy feliz de que haya encontrado una mujer como tú que lo quiera y haga feliz.

– Pero esto que me pasa con usted me hace sentir mal pero no puedo evitarlo.

El contacto de su cuerpo me provocaba acurrucarme contra él aún estando desnuda. En toda mi vida solo había estado así abrazada a un hombre y era su hijo, pero me sentía protegida en sus brazos. Solo él sabía de mis miedos y sólo él podía protegerme de ellos. Aquel contacto de mi cuerpo hizo que su pene comenzara a ponerse duro.

– Discúlpame, Teresa – estaba avergonzado e intentó tapar su erección – Me siento un estúpido de que pase esto en un momento como este en el que estamos hablando.

– No tiene que disculparse – sentir su vergüenza me hacía sentir comprendida. Yo entendía que su cuerpo se excitara sin querer porque a mí me pasaba lo mismo muchas veces. Aparté su mano para que no ocultara su erección – Me gusta cuando se le pone así – acerqué mi mano y agarré su miembro – Me gusta mucho hacerle esto – y comencé a masturbarlo sin apartar la vista de su pene hasta que eyaculó.

Desde ese día comenzamos a masturbarnos tumbados en la cama. Unas veces me masturbaba él a mí primero y luego yo a él. Otras, cambiábamos el orden pero lo que más me gustaba era hacerlo a la vez y al estar tumbada boca abajo era difícil por lo que un día, a pesar de mi reparo, me tumbé boca arriba.

Estar totalmente desnuda, tumbada boca arriba, con Gregorio mirándome, era totalmente diferente a todo lo vivido antes. Podía ver mis pechos, mi cara, mi vagina. Me besaba los pechos con tanto deseo que hasta yo le pedía que por favor me masturbara. Me volvía loca cuando abría la boca y se metía mi pecho por completo en ella. Esas veces me orinaba más que nunca y decidimos poner toallas en la cama.

En ese punto estábamos de tal ansiedad del uno por el otro que cuando estaba con él me olvidaba de quien era ; me olvidaba que estaba casada, me olvidaba que ese hombre que me estaba volviendo loca de placer era mi suegro, era como si fuera otra mujer y creo que a Gregorio le pasaba lo mismo.

Y tanto se olvidaba que era la mujer de su hijo que un día me pidió que le dejara ver mi vagina de cerca y le dejé hacerlo. Y cuando me empezó a dar besos en ella, yo, no sólo no lo aparté, sino que le acaricié la cabeza y lo apreté contra mí. Incluso me movía para frotarme contra su cara. Y ese día mi vagina explotó y al estar tan excitados me oriné y a Gregorio no le importó y siguió pasando la lengua mientras salía mi pipí.

Creo que le gustaba el sabor de mi pipí porque muchas veces me pedía que le dejara masturbarme con la lengua y nunca se apartaba cuando me salían los chorros. Y yo no podía negarle nada que me pidiera y mucho menos eso porque los orgasmos que sentía me hacían retorcer de placer.

Una tarde, Gregorio me pidió que viera su pene de cerca. Yo sabía lo que eso significaba, estaba segura que deseaba sentir mi boca en su sexo y como no era capaz de negarle nada me puse entre sus piernas. Me gustó verlo tan cerca, y aunque no me lo pidió, en ese momento deseé darle besos y mis labios se acercaron. Se le puso tan duro que sentí ganas de saborearlo, abrí la boca y entró en mi. Me gustó lo que sentía, me excitaba tenerlo en mi boca y pasar la lengua por el glande. Si Gregorio no se apartaba cuando me venía el pipí yo tampoco quería apartarme. Esa tarde eyaculó en mi boca y lo peor de todo es que me encantó sentirlo temblar mientras se vaciaba en mi garganta.

Nota de autor:

Cuando me contó esa primera vez que su suegro eyaculó en su boca, le pregunté si alguna vez había pasado eso con su marido y Teresa me contestó.

“Mi marido cuando éramos novios a veces me pedía que se la chupara y a veces se lo hacía. Yo le había puesto como condición que tenía que avisarme cuando se iba a correr. Él me avisaba y yo sacaba de la boca el pene y el se vaciaba en mis pechos o en mi cara pero yo cerraba los labios para que no entrara nada. Cuando nos casamos, en la noche de bodas le dejé que me eyaculara en la boca un poco y recuerdo que me pareció extraño su sabor. Luego, durante los años, algunas veces le dejé que hiciera eso de echar un poco en mi boca pero nunca dejé que se vaciara todo en ella.”

Al saber esto le pregunté por qué a su suegro le había dejado que echara todo y cuál de los dos le gustaba más el sabor.

“Todavía me pregunto por qué aquel día dejé que mi suegro lo hiciera. Creo que fue porque estaba muy excitada y verlo a él tan excitado me empujó a dejarle hacerlo. En cuanto a lo del sabor, ya esa primera vez que Gregorio lo hizo, me di cuenta que su sabor era distinto al de mi marido, era como más rico y me gustó. Cuando lo hizo otras veces, sentía que cada vez me gustaba más y creo que me volví un poco adicta a ese sabor y a veces le pedía que me dejara chupársela para saborear su semen. Si cuentas esto en la historia no sé si la gente me entenderá, supongo que no, porque ni yo misma lo entendía pero te prometí contarte todo sin dejar nada guardado para mí y estoy sintiendo que me sirve de ayuda contarte todo. Como te dije, esto nadie lo sabe y me sirve de desahogo.”

Mi suegro llevaba tres meses en casa y un día comiendo, su hijo le preguntó cómo iba de avanzada la reforma. Al escuchar la pregunta me puse nerviosa. Me dio miedo que pudiera estar notando algo de lo que me pasaba con su padre. También fui consciente que tenerlo en casa era algo temporal y me sentí triste.

Le dijo que iba con bastante retraso y sentí que se había molestado con la pregunta de su hijo. Mi marido también se dio cuenta y le pidió perdón. Le recalcó que no lo había preguntado porque molestara en casa sino todo lo contrario, que suponía que ya estaría deseando volver a su casa pero que él estaba feliz con tenerlo con nosotros.

– Gracias, hijo. Si te soy sincero me costó mucho tener que venir para aquí pero cada día me siento más a gusto – le contestó algo menos disgustado al saber el motivo del interés.

Escucharlo decir que cada día estaba más a gusto me hizo sonrojar e intenté disimular levantándome con la excusa de ir a coger un poco más de pan. Sabía el motivo de que se sintiera así y ese motivo no era otro más que yo y lo que hacíamos juntos.

– Teresa ha sido muy comprensiva – con ternura mi marido me acarició el hombro – Y te agradezco que supieras entender que mi padre haya tenido que venir con nosotros.

– Claro que lo entendí, cariño – me quería morir en esos momentos.

– Yo también quería agradecértelo, Teresa – me miraba y después miró a su hijo – Hasta que vine para aquí apenas la conocía y tienes una mujer que merece la pena.

– Si, Teresa es lo mejor que me ha pasado en la vida.

No sabía dónde meterme. Escuchar a mi marido y a su padre hablando así de mi me ponía muy nerviosa. En esos momentos, eran literalmente los dos hombre de mi vida.

Padre e hijo.

Mi marido dueño de mi corazón y, su padre, dueño de mi cuerpo. Así me sentí al escuchar sus halagos. En ese momento fui consciente que ese hombre se había adueñado poco a poco de mi cuerpo, de mi sexualidad. Que era el hombre del que dependía mi placer. Me asusté al pensar que llegaría un día que tendría que irse para su casa.

Esa tarde cuando lo vi sentado en el sillón leyendo me acerqué a él. Le quité el libro de las manos y lo apoyé en la mesa mientras me miraba extrañado. Me senté en sus piernas y lo miré nerviosa.

– Que te pasa?- esta vez la caricia tierna fue de él sobre mi cara.

– No sé, no era consciente que un día se tendrá que ir para su casa. Que va a pasar después?

– Tenemos que vivir el presente y no agobiarnos por el qué pasará.

– Si, eso es fácil decirlo pero al final es inevitable pensar esas cosas – nunca lo había hecho pero en ese momento fui yo quien acarició su cara y me gustó la sensación de su barba de varios días en la mano – Caray, como rasca.

– Tengo que afeitarme, llevó tres días sin hacerlo.

– No, déjesela un poco más.

– Te gusta?

– Si, creo que si. Me gusta la sensación de cómo rasca.

– Y ya que lo mencionaste. Que te gustaría que pasara después?

– No lo sé, Gregorio. Creo que no podría pasar sin estar con usted.

– Vendrías a mi casa a visitarme?

– Usted querría que fuera?

– No es que querría es que te lo pediré. Vendrás?

– Si, claro que iré.

Nos miramos con timidez. Me gustaba sentir que a mi suegro le daba vergüenza mirarme. Me recorrió un escalofrío al sentir su mano acariciar mi muslo y cuando la comenzó a meter por debajo del pijama no pude evitar separar un poco las piernas.

– Durante la comida cuando os escuchaba hablar de mi me sentía rara.

– Te molestó que habláramos de ti? – me rozó la vagina con los dedos.

– Era extraño – suspiré con aquel roce – Antes el único hombre de mi vida, era su hijo. Ahora siento que ya no es así. Siento que también soy suya, de otra manera pero así me siento.

– Teresa, yo también percibo esa sensación y te aseguro que nunca había sentido esto.

– Me siente suya? – aquello que hablábamos y sus dedos, me estaban haciendo mojar muchísimo.

– Si. Lo eres?

– Si. Y lo más extraño es que me gusta serlo. Ay madre ! Debo de estar loca por decir estas cosas.

Con un movimiento rápido me bajó el pijama y me separó aún más las piernas. Lo único que deseaba era que me masturbara y calmara la excitación que sentía y Gregorio entendió mi necesidad. Me agarré a su cuello cuando me hizo llegar al orgasmo.

Un día que me estaba chupando los pechos de pronto se detuvo y me miró a los ojos. Aquella mirada siempre me suponía muy difícil mantenerla.

– Que piensa?

– Estoy pensando lo que me dijiste el otro día. Eres mía?

– Ya le dije que si – me extrañó su pregunta en ese momento – Siento que soy suya y de su hijo. Mi corazón es de su hijo pero siento que mi cuerpo es suyo.

– Tu cuerpo es solo mío?

– A veces su hijo quiere estar conmigo y espero que entienda que aunque no me guste mucho, tengo que atenderlo como su mujer.

– Voy a hacer una cosa – acercó su boca a mi pecho – Espero que me entiendas.

Sorprendida sentí como abriendo la boca metió mi pecho por completo en ella y la fue cerrando. Sentía sus dientes en mi sensible piel, me dolía un poco. Cuando apartó la boca tenía la piel colorada y se veían con claridad la marca de sus dientes en ella.

– Pero por qué ha hecho eso?

– No dejes que mi hijo te vea desnuda o se dará cuenta de esas marcas.

En ese momento me di cuenta que Gregorio estaba celoso de que pudiera tener sexo con su hijo. Me quería solo para él.

Durante cuatro días evité que mi marido me pudiera ver desnuda y pudiera ver las marcas que me había hecho su padre. Cada día, cuando estaba desnuda con Gregorio, me miraba el pecho para comprobar como iba evolucionando la marca en mi piel. El quinto día casi no quedaba rastro de sus dientes y me hizo lo mismo en el otro pecho. Mi marido varios días me pidió hacer el amor y tuve que ponerle excusas para no hacerlo.

Llevaba sin hacer el amor con mi esposo quince días y empezaron las discusiones. Él no entendía que lo rechazara cada vez que intentaba acostarse conmigo porque, aunque no lo disfrutara, yo desde que nos casamos siempre accedía a sus pretensiones cada dos o tres días.

Cuando llevaba diecisiete días sin acceder carnalmente con mi esposo, la última marca que me había hecho ya había desaparecido casi por completo. Gregorio iba a volver a marcarme y lo frené.

– No, no lo haga, por favor – era la primera vez que apartaba mi pecho de su boca desde que habíamos empezado con aquello juntos.

– No quiero que tengas sexo con mi hijo.

– Pero su hijo está muy molesto conmigo. Llevo diecisiete días sin dejarle verme desnuda y cada noche terminamos discutiendo.

– Tu quieres acostarte con él?

– No, no quiero, pero es mi deber como esposa.

– Pensaba que tu cuerpo era mío – molesto se levantó de la cama y me tiró la camiseta – Póntela – lo vi desaparecer de la habitación.

Me sentí fatal al verlo así. Pero que podía hacer? Yo no quería ver a mi marido mal pero tampoco ver mal a Gregorio.

Me puse el pijama y fui al salón. Allí estaba sentado en su sillón leyendo y me acerqué a él.

– Gregorio, yo…

– Ya me has dicho lo que tenías que decirme. Esta noche que te haga el amor mi hijo y pasarlo muy bien.

Por la noche ni siquiera vino al salón a ver una película. Extrañaba su presencia y solo tenía ganas de llorar. Cuando nos fuimos para cama, mi marido de nuevo intentó acostarse conmigo y acepté. No sentí nada, solo tristeza y ganas de que acabara pronto. En silencio lloré cuando mi marido se durmió feliz y satisfecho de haber podido satisfacer sus necesidades.

Pero lo peor aún estaba por llegar. Al día siguiente, cuando me fui a la habitación para desnudarme y esperar a Gregorio, no vino. Mi cuerpo pedía sus caricias diarias y no las tuvo. Por la noche tampoco acudió a nuestra cita en el salón.

Llevaba tres días sin sus caricias y me sentía desesperada. En varias ocasiones lo busqué mientras leía en el salón y me rechazó. En qué me había convertido por culpa de ese hombre? Llegué a pedirle por favor que me masturbara aunque fuera solo para calmar mi deseo por sentir su mano en mi cuerpo. Extrañaba acariciar su sexo y me ofrecí a masturbarlo, a darle placer con la boca y solo obtenía por respuesta su rechazo. Jamás pensé que podría tener esa ansiedad de sexo con una persona.

Eran ya cinco los días en los que me rechazaba y supe en ese momento que si, que era dueño de mi cuerpo, de mi placer.

Mi cuerpo comenzaba a rechazar a mi marido, ni siquiera reaccionaba con sus caricias. Si antes no disfrutaba apenas con él, ahora me disgustaba más que nunca que me tocara. Sentía que mi cuerpo y mi suegro, se habían puesto de acuerdo para que aceptara lo evidente. Me costaba aceptar que o era con mi suegro o no volvería a sentirme viva.

Aquella tarde, cuando mi marido se fue, me fui a la habitación y me desnudé por completo. Gregorio, en el salón, me vio llegar desnuda y me habló volviendo sin dejar de prestar atención a su libro.

– Teresa, no insistas.

Me acerqué a él nerviosa, con miedo de volver a ser rechazada. Sentía que era mi última oportunidad de enmendar mi error. Si… me sentía culpable de que estuviéramos así. Me daba igual pasar la vergüenza de tener que hacer aquello y sabía que esa tarde mi vida iba a cambiar para bien o para mal.

– Gregorio… – levantó la vista con cara de enfado. Mi mano sujetaba mi pecho delante de su cara – Muérdalo si quiere – mis piernas temblaban y me costaba mantenerme en pie.

– No importa si quiero yo o no, lo que importa es si quieres tú que lo muerda.

– Si, quiero que me lo muerda como hace días.

– Eres consciente de lo que eso significa?

– Si.

– Acércalo! Ponlo en mi boca.

Me lo mordió más fuerte que nunca pero ese dolor me daba igual. Me sentí feliz al sentir sus dientes alrededor de mi pecho. Me mojé como nunca y mis pezones estaban felices de saber que volverían a tener las atenciones de ese hombre. Acaricié su cabeza y lo apretaba contra mí como pidiéndole que mordiera todo lo fuerte que quisiera. Era suya. Sus dientes se clavaron en mi piel un poco más fuerte y sentí al mismo tiempo su lengua lamiendo mi pezón. Me mee al correrme pero me daba igual, era feliz. Todo volvería a ser como antes aunque sabía que mi matrimonio iba a cambiar desde ese mismo instante.

– Gracias – todavía temblando, solo podía agradecerle que me hubiera perdonado.

– Gracias a ti, Teresa. Se lo mucho que te habrá costado dar este paso.

– Si, no me atrevía a aceptar que me esté pasando esto.

Gregorio estiró el brazo para alcanzar el libro que había apoyado sobre la mesa, lo cogió y se puso a leer.

– Espérame en tu habitación.

Salí del salón y me encaminé a mi dormitorio. Como siempre, me tumbé en la cama y lo esperé allí tumbada. Escuché sus pasos y sentí en mi cuerpo la emoción que siempre se adueñaba de mi cuando sabía que iba a tener sexo con él. El ruido de la cremallera me hizo entender que se estaba desnudando y lo miré. Echaba de menos su pene y verlo cuando se quitó el bóxer me hizo excitar de nuevo. Lo tenía totalmente duro, hinchado y desee sentirlo en mi boca. Creo que en mi cara supo leer lo que deseaba y acercándose a la cama me acarició los labios con él. Abrí la boca y gemí cuando su glande se introdujo en ella. Se movió penetrándola mientras metía sus dedos en mi vagina. Nos corrimos juntos entre convulsiones.

Esa noche volvió al salón y me sentí dichosa.

Mi cuerpo estaba cambiando a su estado anterior de deseo continuo. Sentía mis pezones duros todo el día, incluso trabajando. De estar las primeras veces una hora juntos, ahora estábamos dos y tres horas en su cama. A veces en la mía y parábamos cuando se acercaba la hora de regreso de mi marido. Perdía la cuenta de las veces que me hacía correrme y él, orgulloso, eyaculaba en mi boca. Estaba descontrolada sexualmente y lo extraño es que siempre le pedía más.

Una tarde después de comer me masturbó en la cocina mientras mi marido se duchaba y yo no podía negarle nada. Si mi marido estaba en su despacho, Gregorio me ponía de rodillas para que le diera placer con la boca hasta hacerlo vaciarse en mi. Si yo estaba descontrolada, a mi suegro le pasaba lo mismo. Y verlo así me excitaba.

Gregorio dejó de controlarme las marcas en los pechos porque era yo misma quien le pedía que me los volviera a morder cuando veía que la anterior marca estaba desapareciendo. Ya no sentía dolor cuando lo hacía si no placer. Placer en la entrega, aunque habían vuelto las discusiones con mi esposo por no cumplir en la cama como mujer suya que era.

Como explicarle a un hombre que si, que era su mujer, que lo quería y mi corazón era suyo, pero que mi cuerpo ahora pertenecía a otro hombre? Como decirle que ese hombre que se había adueñado del cuerpo de su mujer era su propio padre?

Una tarde salimos juntos los tres a dar un paseo. Mi marido cogía mi mano y yo a la mínima oportunidad aprovechaba para soltarme. De quien de verdad deseaba ir de la mano era de su padre. Esa tarde decidimos parar en una cafetería y al sentarme, juro que lo hice inconscientemente, me senté al lado de mi suegro ante la sorpresa de mi marido. Ese día por primera vez sentí que la mirada de mi esposo era de extrañeza y varias veces sentí que nos miraba a su padre y a mi como preguntándose qué estaba pasando. Hubo un par de momentos que Gregorio y yo nos pusimos a hablar y su hijo nos escuchaba sin intervenir. Lo hacíamos sentir desplazado sin querer. Me gustaba sentirme sentada al lado de su padre y él ,enfrente, viviendo un cambio de roles evidente. De vuelta a casa y dejándome llevar por lo que de verdad sentía hubo un momento que Gregorio y yo nos dimos la mano y me estremecí al sentir sus dedos entrelazados con los míos. Su hijo tuvo que darse cuenta pero quizás aceptando lo inexplicable no dijo nada y me sentí feliz de pensar que podía llegar a entenderme. Agradecida con él, también le di mi otra mano y caminamos así. Los dos hombres de mi vida llevándome agarrada a ellos.

– Gracias, mi amor – sin soltar la mano de mi suegro me giré y besé a mi esposo.

– Por qué me das las gracias?

– Por saber comprenderme – con mi barbilla señalé mi mano entrelazada a la de su padre – te quiero muchísimo, cariño.

Sentí que mi marido se avergonzaba de ver mi mano con la de su padre y no ser capaz de protestar. Lo entendí perfectamente porque era algo muy difícil de digerir estar asimilando lo que estaba viendo.

Esa noche antes de acostarnos le pedí que me dejara hablar con su padre un momento.

– Cariño, está bien. Vete a hablar con él. Te espero despierto? – me sorprendía verlo tan dócil.

– Si, mi amor. Espérame despierto. Será solo un momento.

Gregorio estaba en su habitación y me vio entrar. Me senté en sus piernas y acaricié su cara.

– Gregorio, lo de hoy ha sido muy fuerte. Estoy impactada.

– Yo también, Teresa.

– Su hijo está comprendiendo todo y me gusta pensar que pueda aceptar lo que nos pasa.

– Crees que lo aceptará?

– Creo que si, nos vio de la mano y no dijo nada. Se que soy de usted pero esta noche creo que su hijo se merece que haga el amor con él. Será lo mejor para los tres.

– Me dolerá saber que estás con él.

– Lo sé, pero será la única manera que pueda aceptar la situación. Me entiende?

– Si, quizás tengas razón. Si te pregunta se lo dirás abiertamente?

– Si y tendrá que aceptar esta nueva situación.

– Está bien, hazlo y mañana me cuentas. Vale?

– Gracias, Gregorio – me levanté y le besé en los labios – Hasta mañana.

Salí de su habitación y mi esposo me esperaba despierto. La situación era incómoda dadas las circunstancias. Al verlo le sonreí con timidez y su cara reflejaba su desconcierto. Sabía que mil preguntas se agolparían en su cabeza pero solo me miraba con vergüenza.

– No sé que decir…

– No digas nada, cariño – al quitarme la camiseta se fijó en la marca que su padre me había hecho hacía dos días – Solo sintámonos uno al otro.

Esa noche hicimos el amor con más pasión que nunca. Le amaba y le hice todo lo que deseaba pues necesitaba que sintiera que mi amor por él no había cambiado en absoluto. Quizás también por sentirme liberada de la tensión de tener que ocultar las cosas me hizo sentir placer. No era un placer total como con su padre pero me hizo sentir un orgasmo y se me hizo raro no hacerme pipí.

Dormimos abrazados. Hacía mucho tiempo que no dormía abrazada a él.

Durante la comida del día siguiente la tensión y vergüenza eran patentes entre los tres. Casi no hablamos nada y nuestras miradas se cruzaban nerviosas.

Por la tarde cuando mi esposo se fue lo acompañé hasta la puerta y lo besé como cuando estábamos recién casados.

Esa tarde fue especialmente excitante con Gregorio y pasamos horas en la cama dándonos placer. Le conté que su hijo no me había dicho nada que quizás todavía estaba asimilando todo.

A la hora que solía llegar mi marido a casa me iba a levantar pero Gregorio me pidió que no me fuera. Que sería mejor que me quedara con él en su habitación y que si su hijo tenía alguna duda sobre lo que pasaba pues le quedaría claro.

Cuando lo escuchamos llegar, Gregorio me pidió que abriera las piernas y me empezó a lamer la vagina. Era muy extraño escuchar a mi marido andar por casa y yo abierta de piernas en cama de su padre sintiendo placer. Intentaba no gemir, me daba reparo pero era inevitable. Cuando estaba alcanzando el enésimo orgasmo de esa tarde, Gregorio me empezó a masturbar de tal manera que me hizo gemir mucho. Me corrí como una loca y sabía que mi marido escucharía mis gemidos.

Me quedé un rato abrazada a mi suegro, los dos en silencio. Ahora ya estaban todas las cartas sobre la mesa y supongo que Gregorio también se preguntaba qué sucedería cuando saliera de la habitación. Me pasaban mil cosas por la cabeza y tenía que estar preparada para cualquiera de ellas pero. Gregorio acariciaba mi pelo intentando tranquilizarme y darme valor. Estaba asustada.

Me senté en la cama y me costó ponerme el pijama debido al temblor de mis manos. Antes de salir le di un beso en los labios, me coloqué el pelo alborotado, respire hondo y abrí la puerta.

Escuché ruidos en la cocina y me acerqué allí. Mi marido estaba preparando algo de cenar. Cuando se dio cuenta de mi presencia en la puerta de la cocina nos miramos. Recuerdo perfectamente la vergüenza que sentí en ese momento al saber que mi marido me había escuchado con su padre. Intentaba descubrir que me decía su mirada pero no era capaz.

– Hola – mi voz temblaba.

– Hola… – se quedó callado unos segundos – Estaba preparando unos sándwiches, vais a cenar?

En ese momento toda la tensión me derrumbó. Cuando me hizo esa pregunta solo desee abrazarlo. Lo amé más que nunca por sentir que de verdad era capaz de asumir lo que me pasaba con su padre y podía llegar a comprenderme o por lo menos intentar ponerse en mi lugar.

Me abalancé sobre él y lo abracé. No me salían las palabras pero quería que supiera que con su actitud me estaba haciendo la mujer más feliz del mundo.

Al salir de la habitación para encontrarme con él, tenía asumido que me iba a hacer elegir; o él o su padre. Y yo sabía que si pasaba eso jamás volvería a ser feliz. Si me quedaba con mi marido tendría que renunciar al hombre que me hacía sentir viva, al hombre que conseguía volverme loca con sus caricias, sabía que nunca volvería a sentir placer. Si elegía quedarme con mi suegro, sabía que destrozaría mi corazón al estar renunciando al único amor de mi vida, al hombre que me había hecho mujer y al que amaba con locura pero por más que me pesara, sabía que mi cuerpo no aceptaría eso y estaba preparada para irme de casa.

Nota de autor:

En este punto de tanta intensidad emocional, Teresa tuvo dudas sobre si sacar a la luz su historia y me escribió esto.

“Ayer me emocioné al recordar esos momentos en los que mi esposo descubrió lo mío con su padre. Siento que será imposible que puedas reflejar con palabras lo que de verdad sentía y me da mucha vergüenza desnudar mi alma a la gente que lea mi historia. Siempre he sido demasiado vergonzosa, ya lo sabes por las cosas que te voy contando, y no puedo evitar pensar que nadie podrá entenderme.”

Le dije que lo que de verdad importaba era que quien tenía que comprenderla era su esposo y Gregorio. Que ellos eran quienes tenían que aceptar lo que le pasaba y que habían entendido la situación. Le comenté que ella era la que tenía la última palabra en decidir si seguir adelante con escribir su historia o no pero que lo que pensara la gente le tenía que dar igual.

“Si, ellos me comprendieron y cada día les estoy más agradecida. Te agradezco mucho que tú también me hagas sentir comprendida porque si no no podría contarte todo lo que te estoy contando.”

Le pregunté si quería seguir adelante y me dijo

“Tienes razón. Si la gente no llegara a comprenderme lo tengo que entender pero debería darme igual. Escribe mi historia. Tienes mi permiso.”

Continuará.

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