Nota de autor:
Esta es la historia de una lectora que por motivos evidentes cambiaré su nombre. Ella se puso en contacto conmigo y me contó lo que está viviendo y le pedí permiso para escribir su vivencia y ella aceptó siempre que salvaguardara su identidad. Antes de nada quiero agradecerle su confianza y espero saber reflejar lo que ella me ha contado. Para ella sé que no fue fácil intentar describirme sobre todo sus emociones ya que es una mujer muy tímida y que siempre había vivido el sexo como algo muy íntimo y privado.
Su vida era muy normal. Con treinta y cinco años llevaba casada siete cuando ocurrió todo y que como ella me decía, toda su vida dio un vuelco. Se sentía feliz con su marido y eran un matrimonio normal y corriente. Aparte de sus trabajos, los días transcurrían con quedadas con amigos, alguna escapada de fin de semana y en verano algún viaje más largo.
Teresa, así la llamaré, nunca fue una mujer que le gustara vestir demasiado llamativa, quizás por esa timidez que desde joven la hizo tener muy poco contacto con gente del sexo contrario o quizás también por su escaso pecho. Después de mucho intentarlo logró ser capaz de decirme que sus pechos eran como “peras de san Juan”, con esa forma y tamaño y que sus pezones eran desproporcionados y de color rosa oscuro. Preguntada por el resto de su cuerpo para facilitarme escribir su historia, me dijo que su cuerpo era con forma de guitarra y que su culo si que le gustaba. Sobre su aspecto me dijo que era morena y que lleva media melena ondulada y sus ojos son marrones verdosos. Su boca, de labios carnosos, éstos tienen ese color rojizo que no le hace falta pintarlos. Sobre su piel, sus palabras fueron, blanca como la leche aunque en verano logro coger algo de color.
Bien, una vez descrito a Teresa, pasaré a contar su historia.
Como decía, los hechos ocurrieron cuando ella tenía treinta y cinco años y de esto hace dos.
El día que mi marido me dijo que tendríamos que acoger a su padre durante una temporada no me hizo ninguna gracia y no porque ese fuera mala persona sino porque pienso que cada pareja tiene que tener su intimidad. Los motivos de ese traslado eran porque, Gregorio, mi suegro, iba a reformar su piso y era inviable hacer esos trabajos con alguien viviendo allí.
Gregorio, era un hombre muy callado, serio. A sus setenta y tres años llevaba ya años jubilado. Dado su carácter reservado apenas tenía relación conmigo, aunque nunca nos había dado ningún problema. Mi suegro era físicamente muy normal, pelo blanco, un poco alto y con el rostro con las arrugas propias de la edad. No era gordo pero tampoco delgado. Definiría en una sola palabra su carácter como… reservado.
Una vez instalado en casa, la vida transcurría dentro de una normalidad. Gregorio se pasaba horas leyendo en un rincón del salón. Era como parte del mobiliario. Cuando no lo veía en ese rincón, sentado en el sillón, me resultaba extraño. Al anochecer siempre veíamos los tres algún programa de la televisión o poníamos una película.
Al pasar dos semanas desde que había venido, fue cuando comencé a sentir aquella sensación de ser observada más de lo normal por mi suegro. Eran miradas inocentes. Cuando limpiaba el salón sentía que me miraba, de manera disimulada, pero me daba cuenta. Cuando veíamos la televisión, sentía que me miraba las piernas. En casa siempre solía usar pantalones cortos de pijama. Aunque sentía sus miradas, por timidez intentaba hacer que no me daba cuenta.
Nota de autor:
A Teresa le costó mucho confesarme sus emociones. Yo necesitaba saber que sentía para poder plasmar su historia pero, su timidez y pensar que la juzgaría mal, se lo impedían.
Un día logré que se explayara y que se sintiera tranquila y consiguió soltarlo.
Las palabras de Teresa fueron:
“Al principio cuando sentía su mirada me daba mucha vergüenza, luego poco a poco era como si me diera gracia pensar que mi suegro sentía curiosidad por mi cuerpo. Él nunca había vivido en casa con una mujer joven porque mi marido es hijo único y pensaba que quizás era normal que sintiera esa curiosidad”.
Ante mí pregunta de si llegaba a sentir que le gustaban esas miradas tardó en contestarme.
“No sabría decirte si me gustaban. Se que me ponía muy nerviosa cuando iba a limpiar el salón y él estaba allí leyendo o cuando llegaba la noche y sabía que íbamos a estar en el salón los tres viendo la televisión”.
Al leer sus respuesta imaginé su estado emocional y le pedí que me siguiera contando pero que me prometiera no dejar ningún detalle por contar.
Los momentos que coincidía con mi suegro, estuviera o no mi marido presente, me sentía nerviosa. Una extraña sensación se apoderaba de mi cuerpo cuando sentía sus miradas sobre mis piernas e incluso alguna vez también sobre mis pechos. Acaso ese hombre estaba consiguiendo hacerme sentir halagada con sus miradas. Pensaba constantemente.
Aquella noche después de cenar los tres, como siempre me fui a poner el pijama. Algo en mi interior me decía que no me pusiera sujetador. A fin de cuentas mis pequeños pechos apenas se notarían bajo la camiseta. Mi marido y Gregorio me esperaban en el salón mientras elegían una película y se sentaron como siempre, mi marido y yo en un sofá y mi suegro en el otro sofá que hacían una ele.
Viendo la película fue cuando sentí que me miraba a los pechos. Acaso se había dado cuenta que no llevaba sujetador. Mi esposo totalmente concentrado en la pantalla ignoraba lo que estaba pasando. Nerviosa, apenas podía ver la película mientras mi suegro, como fascinado, no quitaba su mirada de “las peras de san juan“.
Y ocurrió lo que jamás me había imaginado que podría pasarme. Mis pechos sintiéndose halagados por aquella atención reaccionaron y creí morirme de la vergüenza cuando sentí que comenzaron a dibujarse en la tela de la camiseta. Sentí que mi suegro se ponía nervioso de ver lo que estaba viendo. Sentí deseos de levantarme y huir pero lo que estaba sintiendo me gustaba. Asegurándome de que mi marido era ajeno a lo que pasaba me deje estar a pesar de que los pezones se notaban totalmente disparados. Mi corazón latía muy agitado, me costaba respirar.
Nota de autor:
Ante mí pregunta de si estaba excitada, su respuesta fue:
“Esa noche me tuve que masturbar mientras mi marido dormía”
Al día siguiente no lograba quitarme de la cabeza lo ocurrido. No entendía porque había sentido eso y pensaba que estaba loca. Si, es verdad que me había halagado su forma de mirarme, pero no podía explicarme porque sus pechos habían reaccionado de esa forma. Durante la comida, por suerte, Gregorio había actuado con normalidad sin apenas mirarme, cosa que agradecí.
Por la noche, evidentemente me puse sujetador y durante la película sentía que el centro de sus miradas eran mis piernas. Me cuesta describir lo que sentí, me contaba nerviosa. Mi cuerpo parecía reprocharme el privarle de las sensaciones del día anterior. Y supongo que mi suegro también me lo reprochaba porque a mitad de película se levantó y dijo que se iba a dormir. No me gustó lo que sentí al verlo irse. Algo dentro de mi me decía que me levantara y fuera a la habitación a quitarme el sujetador. Algo me decía que le dijera que no se fuera, que no estuviera enfadado, que esperara en el salón a que volviera. Pero estaba mi marido ahí, sin prestar atención a mis emociones tan confusas, su única atención estaba en la televisión.
La noche siguiente, después de cambiarme, estuve en la habitación un buen rato debatiéndome, si volver a sentir la tristeza de la noche anterior o la emoción indescriptible de hacía dos noches. Era una locura, lo sabia y no me sentía orgullosa por actuar así pero me moría de ganas por sentir el corazón desbocado. Me quité el sujetador.
Al entrar en el salón ya sentí la mirada de mi suegro en los pechos intentando saber si llevaba sujetador. Aún puedo recordar perfectamente el calor de mis mejillas. Tenía la sensación de por primera vez estar guardando un secreto y es que aquello se había convertido en un secreto entre mi suegro y yo.
La película la eligió mi marido. Sentía que tanto a mi suegro como a mí nos daba igual que película pusiera. De nuevo aquella mirada y de nuevo mis pezones clavándose en la camiseta. Si me movía el roce de la camiseta me daba placer en ellos. En varios momentos tuve que cerrar los ojos y morderme los labios para no hacer ningún ruido. De reojo miraba a mi marido. Me daba rabia verlo absorto con su película. Acaso no se daba cuenta que mis pezones estaban mucho más tiesos que con cualquiera de sus mejores caricias? Su padre si que les prestaba atención, él había conseguido que estuvieran así. Esa noche se quedó hasta acabar la película y cuando nos cruzamos en la cocina al recoger el salón antes de ir para cama me dijo.
-Gracias.
No me lo esperaba y no me dio tiempo a decir nada, la verdad que no sabía ni que decirle. Lo único que se me ocurriría sería darle las gracias a él.
Esa noche volví a masturbarme mientras mi marido dormía.
Nota de autor:
Le pregunté que pensaba al masturbarse y su respuesta fue:
“No pensaba nada en concreto, solo necesitaba calmar esa excitación que sentía. Lo que si recuerdo es que me preguntaba si también mi suegro estaría masturbándose.”.
De pronto mis días se volvieron emocionantes solo con la idea de ese momento de la noche. Mis pechos estaban sintiendo algo que nunca en mi vida sintiera: la atención de un hombre, y eso hacía que durante todo el día estuvieran excitados. Por la noche nunca me volví a poner sujetador.
A la hora de limpiar el salón me sentía nerviosa. Me gustaba verlo ahí sentado, enfrascado en la lectura y sentir como me miraba cuando pensaba que yo estaba distraída cuando en realidad lo único que me distraía era eso: su mirada.
Aquella tarde estaba pasando la aspiradora y él leyendo cuando escuché que hablaba.
– Deberías dejar de usar sujetador en casa durante el día.
– Que? – su voz me sobresaltó pues apenas hablaba nada.
– Que deberías dejar de ponerte sujetador en casa – me hablaba sin mirarme, con la vista puesta en su libro – Tus pechos son muy pequeños y no te hace falta.
No sé como me sentí al escuchar esas palabras. Que me dijera que mis pechos eran pequeños me hizo sentir mal. Yo pensaba que le gustaban. Que me dijera que no usara sujetador me gustó. No le llegaba con verme sin él por las noches, que me estaba pidiendo que fuera sin él durante el día. Enojada por su comentario del tamaño de mis pechos y sin saber por qué se lo dije.
– Ya se que son pequeños ¡Pensé que le gustaban – rabiosa seguí pasando la aspiradora.
– Yo no he dicho que me gusten o no. Para eso hace falta verlos y yo nunca te los he visto.
Abrumada por aquella conversación me fui del salón, necesitaba salir de ahí pues me sentía extraña de lo que me había dicho.
Varios días estuve pensando en esas palabras. Una tarde iba a ponerme a limpiar y antes de hacerlo fui a mi habitación y atacada de los nervios me quité el sujetador. Ese día no hizo falta su mirada para que mis pezones despertaran, saber que iba a mirarme sin sujetador mientras limpiaba ya bastó para que estuvieran duros.
Al entrar al salón lo primero que hizo fue mirar hacia mis pechos. El estado de mis pezones delataba mi estado y que le había hecho caso.
– Gracias – de nuevo evitaba mirarme cuando me hablaba.
– No me dé las gracias.
– Por qué te excita que te mire?
– Por qué dice que me excita? – al hacer la pregunta me sentí tonta pues era evidente mi estado.
– Es evidente, tus pezones te delatan. Eres una mujer de pechos sensibles.
– Y usted por qué me mira tanto?
– Me dan curiosidad tus pechos – está vez levantó la cara y me los miró – No me has respondido, por qué te excita que te mire?
– No lo sé, nunca me pasó esto. Creo que mis pechos no están acostumbrados a las miradas. Siento mucha vergüenza por todo esto que hacemos por las noches.
– Que hacemos?
– Usted me mira y yo se lo permito.
– Pero te miro con ropa, si a ti te excita y a mi también, que hay de malo?
– Le parece poco que sea la mujer de su hijo? – enseguida me di cuenta que acababa de decir que a él también le excitaba – A usted le excita verme?
– Me excita y me frustra a la vez. Mi deseo sería verlos sin ropa y como tú dices eres la mujer de mi hijo.
– Es que no entiendo porque me pasa esto.
– Mi hijo creo que no te da la suficiente atención, me equivoco?
– Soy feliz con su hijo pero me estoy dando cuenta que hay sensaciones que hacía tiempo que no vivía.
– Por mis miradas?
– Si, hacía tiempo que mi corazón no latía tan agitado.
– Ahora late agitado?
– Mucho, siempre me pasa cuando me mira – Me quedé paralizada al ver cómo extendía su brazo hacia mi y logré dar un paso hacia atrás – que hace?
– Confías en mí?
– Si.
– Acércate, confía en mí.
Volví a dar ese paso para adelante y vi como extendía de nuevo su brazo. No pude mantener los ojos abiertos, los cerré con fuerza. Juro que creí que me daba un infarto cuando sentí que metía la mano por debajo de la camiseta y apoyaba su mano entre mis pechos. Su mano estaba caliente y también temblaba.
– Lo tienes muy acelerado, siempre se pone así
– Ahora mucho más que nunca – sentía mis pezones que iban a explotar de lo duros que estaban.
– Por qué ahora más que nunca
– Porque tiene la mano muy cerca de mis pechos.
– Quieres que la mueva hacía un lado?
– No soy capaz, Gregorio. Estoy que me muero de la vergüenza.
– Lo sé, te conozco hace años y se lo tímida que eres.
Deseaba sentir esa mano en mi pecho. Mi corazón gritaba que le dejara hacerlo. Mis pechos temblaban y me da mucho reparo decirlo pero mi vagina estaba mas mojada que nunca.
– Quieres que la mueva?
– Si – aún no se como fui capaz de hablar pues me temblaba la voz.
Cuando sentí su mano cubrir mi pecho me tapé la boca con la mano, no quería gemir. Sus dedos se cerraron sobre él y mi pezón. Al sentir su caricia me corrí, fue instantáneo, intenso. La vergüenza me hizo salir corriendo del salón llena de culpabilidad. Sabía que acababa de traspasar una línea muy peligrosa. Necesitaba pensar y me encerré en mi habitación. A los pocos minutos escuché a mi suegro irse a su cuarto y cerrar la puerta. Sus gemidos me hicieron saber que se estaba masturbando y yo también lo hice mientras lo escuchaba y recordaba esa caricia bajo la camiseta.
Por la noche puse como excusa que me dolía la cabeza para no tener que estar con mi suegro cerca. En cama pensaba en lo que le había permitido hacerme y me sentía muy confundida. También pensaba en mi marido. Apenas pude dormir en toda la noche pensando que al día siguiente sería inevitable tener que enfrentarme al momento de volver a ver a Gregorio y lo que era más difícil, a sus miradas.
Cuando alguien descubre algo que le gusta demasiado, es muy difícil tener la suficiente fuerza de voluntad para evitar desear volver a vivirlo. Después de lo ocurrido esa tarde en el salón de casa, todos los días tenía en mi cabeza lo que había sentido. En el momento de cambiarme de ropa para estar en casa, cuando me ponía el sujetador sentía que me molestaba como si mis pechos rechazaran su presencia. Había perdido esa emoción durante el día de desear que llegara la noche.
Durante las películas sentía la mirada de mi suegro en mis piernas pero su cara no reflejaba emoción como cuando me miraba sin sujetador. A mitad de película se levantaba y se iba a dormir decepcionado dejándome con sensación de vacío.
Me sentía fatal esos días. Mi suegro me había hecho sentir el momento más intenso de mi vida y yo le estaba correspondiendo con actitud muy distante. Me sentía culpable de su estado de tristeza, egoísta con él. Sabia que estaba a mi alcance que eso cambiara y una tarde armándome de valor guardé el sujetador en el cajón donde estaba mi ropa interior y aparecí en el salón a limpiar sin él puesto. No se describir la emoción de su rostro al verme. Emoción que me transmitió a los pechos y estos volvieron a reaccionar de manera muy evidente.
– Gracias.
Solo pude mirarlo sin contestar porque en realidad deseaba darle las gracias yo a él por haberme vuelto a agitar el corazón. Deseaba darle las gracias por haber tenido paciencia y sobre todo que entendiera mi timidez. Me sentía viva de nuevo y mis pechos si pudieran hablar sabía que me pedirían que no tuviera miedo y los dejara sentir.
Todavía me pregunto cómo fui capaz de dar el paso de decírselo.
– De verdad siente tanta curiosidad por ver mis pechos?
Supongo que no se esperaba esa pregunta y se quedó unos segundos pensando.
– Muchísima curiosidad y desde el día que tuve tu pecho en mi mano, mucha mas.
– Gregorio, voy a ir a mi habitación. Dejaré la puerta abierta pero prométame que no entrará.
– Te lo prometo.
El temblor de mis piernas hizo que me costara llegar a mi habitación. Dejé la puerta abierta y me quité la camiseta antes de tumbarme sobre la cama. Pude escuchar sus pasos acercarse, caminaba despacio, supongo que por los nervios de no saber que se iba a encontrar. En el momento que llegó a la puerta pude sentir su mirada sobre mis pechos desnudos y comencé a temblar de nervios, emoción, miedo. El silencio de la casa me permitía escuchar su respiración agitada.
– Son como “peras de san juan”. Son preciosos.
– Gracias – le dije tímidamente con voz temblorosa desde la cama.
Después de unos minutos en los que a pesar de tener los ojos cerrados podía sentir aquella mirada en mis pechos escuché de nuevo su voz.
– Gracias… – de nuevo ese silencio quizás valorando lo que decir – … yo también iré a mi habitación. No sé si sientes la misma curiosidad por mi cuerpo que yo por el tuyo. Dejaré la puerta abierta por si es así.
Lo sentí alejarse con pasos lentos.
Aquello que acababa de decirme me dejó descolocada. Yo no sentía esa curiosidad por su cuerpo. Abrí los ojos y me sentí abandonada al girar la cara hacia la puerta y verla abierta sin él allí mirándome. Mi mirada buscó mis pechos y me dio vergüenza ver mis pezones tan de punta, estirados apuntando al techo. Gregorio los acababa de ver así. Escuché su respiración, estaba suspirando. Luego un gemido que me hizo apretar las piernas por la sensación que me produjo en mi vagina.
Saber que ese hombre, mi suegro, se estaba masturbando pensando en mi, me produjo una sensación de desasosiego. Acerqué mi mano a uno de pechos y casi con miedo estiré el dedo índice para tocar mi pezón. Era un placer indescriptible tocármelos cuando estaban así. Me imaginé que ese dedo era el de Gregorio.
Me puse nerviosa al sentir que no sentía curiosidad por su cuerpo pero si por saber cómo de excitado se sentía al verme. De nuevo sus gemidos entraban en la habitación. Mi cabeza diciéndome que no hiciera nada de lo que pudiera arrepentirme, mi cuerpo pidiéndome sentirse vivo, mis pechos extrañando su mirada y mi vagina llorando desconsolada como jamás la había sentido.
Sabia que no estaba haciendo lo correcto pero me levanté de la cama y lentamente me acerqué a la puerta de su habitación. Al verla abierta mi corazón comenzó a latir de manera descontrolada. Sus gemidos eran más nítidos. Gemidos graves que entraban por mis oídos para recorrer mi cuerpo y desplazarse a mi vagina. Asomé mi cabeza con timidez y me tuve que sujetar a la puerta por la debilidad de mis piernas.
Me impactó la imagen de mi suegro tumbado en la cama. Tenía la camiseta remangada dejando su barriga desnuda. Miré su sexo y como lo movía con desesperación. El único pene que había visto en mi vida era el de mi marido y lo primero que pensé que mi marido lo tenía más grande. El de mi suegro era, eso sí, más grueso y de un color más oscuro. Nunca había visto a mi marido masturbarse y esa imagen provocaba en mi una extraña sensación de no poder apartar la vista de la mano dándose placer.
La cara de mi suegro era de estar sintiendo placer y a su vez lo sentía avergonzado. Gemía y en voz baja escuché que decía mi nombre. Cada vez que me nombraba sentía que necesitaba mi presencia, sentirme cerca.
– Estoy aquí, tranquilo.
Al escucharme detuvo su mano quizás por vergüenza y me miró. Solo podía mirar mi cara asomada, los dos estábamos sonrojados.
– Gracias… No he podido evitar excitarme al ver tus pechos. Teresa yo…
– No diga nada, se lo que le está pasando, yo le entiendo y para mí también es muy vergonzoso esto.
– Desde el otro día no dejo de pensar en lo que sentí al tener mi mano en tu pecho y hoy al verlos puedo decirte que son preciosos.
Aquellas palabras, sentir que mis pechos siempre tan acomplejados le gustaban, me llevó a dar un paso y dejarle que los volviera a ver. La reacción de su pene me hizo estremecer, al verlos se puso totalmente duro como si fuera a explotar. Me excitó mucho ver cómo a pesar de la vergüenza volvía a rodear con sus dedos el tronco y comenzaba a masturbarse otra vez sin dejar de mirarme. Su mirada lo decía todo, sentía que sería feliz si le dejara volver a tocarme un pecho. Recordé lo que había sentido cuando lo había hecho.
– Le gustaría volver a tocarme un pecho?
– Sería maravilloso.
Me acerqué a la cama sin poder dejar de mirar su pene y me senté a su lado. Si yo estaba nerviosa, él lo estaba también y algo me empujó a acariciarle la cara. Esa cara de fascinación de estar viendo mis pechos cerca suyo.
– Me gusta como los mira.
– Son preciosos – su mano temblaba cuando la apoyó de nuevo entre ellos – Puedo moverla?
– Si, por favor – me ruboricé aún más si cabe al haberle dicho ese por favor y ser consciente que había reconocido que me moría de ganas por volver a sentir mi pecho en su mano.
Movió la mano a un lado, esta vez hacía el otro pecho como queriendo que también conociera la sensación de estar dentro de su mano. Lo acarició despacio y comenzó a masturbarse más rápido. Creo que tardé diez segundos en sentir que hacía correrme y él al sentir mi orgasmo comenzó a eyacular ante mis ojos impresionados de estar presenciando eso.
Nota de autor:
Intentando saber que había sentido en ese instante le pregunté si podía describirme sus emociones y Teresa me contestó esto:
“Me cuesta expresar lo que sentía. Me sentía por una parte culpable pensando en mi marido y que su padre me hiciera sentir estas cosas. Después del día del salón cuando le había permitido poner la mano en mi pecho, me había prometido que no podía volver a pasar. Me da vergüenza reconocer que pensaba muchas veces en ese momento. Mi marido nunca me lo había acariciado de esa manera y aunque habían sido solo unos segundos la sensación había sido muy intensa. Es difícil de entender y por eso me sentía tan confundida. Sabía que mi suegro sería feliz si le dejaba ver mis pechos y algo en mi me pedía que se lo permitiera.
Ese día sobre la cama tan excitado por haberlos visto me hizo excitar a mí y me sentía mal al darme cuenta que deseaba volver a sentir su mano y que no sería capaz de cumplir la promesa que me había hecho”.
Le pregunté cómo fue ese momento:
“Cuando me agarró el pecho me sentí estremecer de pies a cabeza y suspiré. No podía apartar la mirada de su pene y como lo movía. Cuando me agarró el pezón y lo movió a los lados fue cuando me vino orgasmo y creo que eso le gustó porque su glande comenzó a expulsar el semen”.
Sentía curiosidad por si le hubiera gustado que pasara algo más y se lo pregunté:
“Hubo un momento que deseé que besara mi pecho y saber que sentiría. También me preguntaba cómo sería que fuera mi mano quien lo masturbara, pero no me atreví a ninguna de las dos cosas por la vergüenza.”.
Continuará.
Linda, rica, excitante historia
El relato trasmite sensación muy ricas y casi reales
Me genero un morbo y un gran deseo de masturbarme y explotar como el.suegro