La mano de Valentina colocó con cierta dificultad aquel juguete que taponearía su ano. Era una pieza de plástico cuyo lado romo entraba en el recto, y del otro extremo dejaba al exterior un corazón adiamantado. Este era un pequeño detalle de erotismo que la hermosa mujer pensaba regalarle al marido en ese día tan especial, el día de los enamorados.
Para tal celebración se había comprado un vestuario apropiado que ya vestía. Era una lencería roja que incluía medias, brasier y ligueros, además de un baby doll prácticamente transparente.
Luego de la difícil introducción del detalle anal Valentina dio los últimos toques a su maquillaje frente al espejo del baño. Toda ella era hermosa, una joven mujer que muchos desearían.
Tras salir del baño fue hacía la cama donde su marido aún dormía. Le dio unos ligeros golpecillos en la mejilla para avivarlo.
El hombre despertó y ambos se besaron, sin embargo, cuando la mujer le hizo mención de la fecha en cuestión, se hizo evidente que el hombre ni se acordaba; y por supuesto no le guardaba ningún obsequio ni detalle. Fue entonces que ella se molestó.
El hombre inmediatamente se defendió arguyendo que había estado muy ocupado por el trabajo y por los hijos. Ella, no obstante, se enojó, tanto que lo echó de la cama y de la habitación. Su frustración era absoluta.
Como se quedó sola en la recámara la mujer sublimó aquella frustración de una manera peculiar: se desprendió del baby doll, sostén y las pantaletas y luego de subirse en la cama sobre sus rodillas comenzó a dedearse.
Posteriormente se colocó boca abajo simulando que estaba encima de un intangible amante y así continuó dándose placer a sí misma. Su pelvis subía y bajaba inquieta como lo hubiera hecho con su marido al copular, y el tapón anal seguía ahí bien colocado como el moño de un precioso regalo que aún no se ha abierto.
Por su parte el marido quiso reconciliarse con su esposa y la idea que le vino a la mente fue comprarle el tradicional ramo de rosas rojas y una caja de chocolates.
No le fue difícil hallar tales elementos en un día así, conque pronto regresó a casa y a su habitación.
Muy seguro de sí ingresó a la recámara, sin embargo, nada más entró… el hombre se impactó al ver que un joven (quien no rebasaría los veinte años) penetraba a su esposa.
La mujer, con el pecho sobre el colchón, y una pierna sobre éste y la otra colgando hacia el piso, dejando su pelvis a la orilla de la cama, se le abría al muchacho quien la penetraba analmente, con la pasión propia de su edad. Era evidente que ella gozaba.
Lo que se había perdido el marido, además de aquella rica penetración anal que le hubiese propinado a su esposa, fue que, al quedarse masturbándose sola, Valentina había tenido un espectador.
Desde la ventana un joven vecino la había visto, mientras se masturbaba a su vez. No era la primera ocasión, siendo tan hermosa, Valentina era objeto de sus miradas. Sólo que ahora había tenido la fortuna de admirarla mientras se daba placer a sí misma, y con un juguete sexual metido evidentemente en su ano.
El chico, no perdiendo la oportunidad, tocó el vidrio y se hizo presente ante la dama. Valentina, al principio se espantó y se incomodó del mirón, no obstante, llegaron a entenderse al ver que ambos sufrían de la misma ansiedad.
Tan bien se cayeron entre sí que ella le regaló su juguete anal (ese que estaba pensado para el marido), y aún mejor, le dio la oportunidad de llenar el dilatado vacío que le había dejado.