Mi primera noche en una perrera fue para sorpresa de nadie la experiencia más rara de mi vida hasta aquel momento. No fue tan extrema como seguro que estáis pensando al leer estás líneas. El sitio era cálido, la paja confortable, no apestaba tanto como yo creía y los perros estuvieron callados lo suficiente como para permitirme dormir hasta la mañana siguiente.
Me despertaron de buena mañana con sus ladridos al notar que su cuidador venía la comida.
Por mi parte, estaba muerta de vergüenza. Me senté en la jaula tratando de esconder mi cuerpo todo lo posible.
-Buenos días.
Yo no contesté.
-La primera noche e incluso el primer mes es duro, pero lo soportarás.
No, no lo iba a soportar, no tenía la menor intención de soportar nada.
-Mi nieta me ha comentado que ella misma te alimentará y te sacará de paseo esta primera vez.
A esa nieta suya le iba a explicar cuatro o cinco cositas. Aún me dolían los dos azotes que había recibido en mi vientre de su parte.
-Me aseguraron… que podía salir de aquí cuando quisiera, ¿no?
-Sí, así es. Y supongo que estás pensando en salir ahora mismo, ¿Verdad? Salir de aquí, bañarte, vestirte, y volver a tu vida como si nada de esto hubiera pasado. Pero las cosas no funcionan así.
-¿Y cómo funcionan?
-Si quisieras irte de verdad ya estarías fuera.
No respondí nada. Para mí estaba bastante claro que me estaban reteniendo contra mi voluntad.
Mi ama no tardó mucho más en llegar. Llevaba puesto un precioso vestido azul y traía un collar con ella.
-¿Me has echado de menos?
-No.
-Mentirosa.
Abrió la puerta de la jaula porque nunca estuvo cerrada en primer lugar.
-¿Vas a dejarte poner esto por las buenas o por las malas?
Por un momento me imaginé que quería decir mi ama con por las malas… Y me mojé.
Sí, me mojé. Me mojé pensando en que podía pasarme si me resistía a sus deseos.
Y ella lo notó.
-No debes avergonzarte de nada
-¿Cómo no voy a avergonzarme? Mira este sitio, mira donde estoy… Y estoy mojada.
-Es lo más normal para las de tu clase.
-No sé qué clase es esa. Pero es una clase donde yo no quiero estar.
-Bien, lo haremos por las buenas para que no te corras del gusto y lo pongas todo perdido.
Le saqué la lengua.
Una mujer de 27 años hecha y derecha como yo sacándole la lengua a toda una mocosa mientras me ponía el primer collar de perra que iba a llevar en mi vida.
-Muy bien. ¿Has visto qué fácil ha sido?
-Sí, sencillísimo.
Sentir por primera vez el collar en tu cuello es toda una experiencia. Es grande, tosco, cuesta adaptarse a él, y cuando te acostumbras, te sientes desnuda sin él.
-Las reglas son estas. A partir de ahora, solo podrás decir guau y caminar a cuatro patas. ¿Lo entiendes?
-Sí… ¡Ay!… ¡Guau!
Comencé a caminar a cuatro patas al lado de mi ama.
Toda una experiencia. (Y sí, ya sé que me repito y que lo he puesto hace unas líneas, pero es que lo es).
Ahora estoy acostumbrada, claro, pero en ese momento, madre mía.
Tenía la sensación de que me dejaba las rodillas y las manos en cada paso que daba.
Mi ama me llevó hasta un trozo de tierra situado detrás de la casa y me mandó orinar.
Yo, en fin… ¿De verdad pensaba mi ama que iba a mear delante de ella? ¿En esa postura?
La única verdad es que si tenía ganas y…
-No. Son los machos los que levantan la pata. Las perras mean agachadas.
Vale, sí, nunca he tenido perro y no tenía ni la menor idea de que debía hacer. Así que levantar la pierna me pareció algo normal.
Abrí mis piernas un poco para agachar mi vientre y comencé a mear.
Fue una especie de liberación para mi.
-Buena perra.
-Guau.
Se situó detrás de mí y comenzó a manosearme el coño.
Lenta y sabiamente.
Mis sensaciones eran de lo más raras. Por una parte me daba mucha vergüenza que me tocará con lo sucio que lo tenía, a lo que hay que añadir que yo siempre me había considerado una mujer hetero.
Por otra me estaba muriendo de placer con cada roce de mi ama en mí.
-Te gusta, ¿Eh?
-Guau. – Aseguré con alegría.
La muy… de su madre se detuvo dejándome a la mitad.
-No me mires así, si quieres un orgasmo te lo tienes que ganar.
-Guau – protesté.
Desde mi punto de vista, bien merecido me lo tenía.
-Vamos, ven por aquí
Mi ama me condujo hasta el interior de la casa, más concretamente hasta una habitación preparada para hacer cierto tipo de cosas.
-Verás perrita, como está es tu primera vez debo indicarte como funciona todo esto. Ahora tu placer y tu dolor me pertenecen. Pero tampoco es como si pudiera hacer contigo lo que me dé la gana, hay límites. Si hay algún momento en el que verdad pienses que no puedes más, grita… hum… ferrocarril. ¿Todo claro?
-Ferrocarril
-Qué perra más divertida eres. Bien, sube a la mesa.
Cuando me subía a la mesa de tortura, estaba dispuesta a gritar ferrocarril, Atocha, estaciones de tren y todo el recorrido del metro si hiciera falta.
Mi ama me abrió de piernas y me indicó que me agarrara fuertemente a las correas que tenía en la cabecera.
Yo nunca me había encontrado en una situación como está y la verdad es que tenía ansiedad y cierto nerviosismo por ver qué pasaba.
Mi ama descargó el primer azote sobre mi vagina… y para mi absoluta sorpresa no grité.
Soltó sobre mí un par de golpes rápidos más antes de comenzar a sobarla.
Debido a los azotes recibidos la tenía muy sensible.
-Te gusta, ¿Eh?
-Guau.
Sí, me gustaba mucho más de lo que yo creía posible.
Por ser mi primera sesión, no fue demasiado intensa ni salvaje, pero sí que fue una sesión de autodescubrimiento para mi. Mi ama alternaba azotes con tocamientos, alternaba las partes que me azotaba, a veces lo hacía con dureza y la mayor parte de las veces suavemente.
Y yo no supliqué que se parase.
Cuando mi ama me aseguró que mi placer y mi dolor le pertenecían ni tenía ni puñetera idea de qué significaba eso.
No hasta que no descargó el primer golpe sobre mí.
Mi propio placer estaba en entregarme, en dejar que esa chiquilla hiciera conmigo lo que le diera la gana. Eso era algo mío y nunca me lo podía quitar.
Salvo cuando se detenía, claro.
-Ya está bien por hoy.
-Guau, guau, guau – protesté yo.
-Golosa.
Me dio un último golpe más y me corrí de gusto con él…