Esta es la historia de un nacimiento. El nacimiento de una mujer, en cuerpo y carne de hombre. Es la historia de un descubrimiento, el de una flor fértil brotando de una rama seca. Es la historia de cómo quema por dentro la llama de la lujuria hasta que ya no queda nada de lo que una vez fue un cuerpo con vida.
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Aquello ocurrió en un día de verano. Eran las 4 de la tarde, en un barrio residencial a las afueras de la ciudad. Los edificios habían sido construidos hace 50 años por orden del gobierno local para dar alojamiento a los trabajadores del polígono industrial creado para dar impulso a la economía de la ciudad y explotar los yacimientos mineros de la zona, razón por la cual la mayor parte de sus habitantes eran obreros que trabajaban en canteras y empresas de procesado del metal. Eran edificios de baja altura, de apenas tres o cuatro plantas, y de aspecto ennegrecido por la alta contaminación de la zona dada su cercanía a las áreas de explotación. En mitad de aquel remoto y solitario lugar, donde apenas habitaban jóvenes, nada rompía el silencio salvo el sonido de una cigarra, y un sol de justicia calentaba el ambiente haciendo el salir a la calle una labor casi imposible.
De pronto, en mitad de aquel remanso de inquietud y sequedad, unos gritos de desgarro se escuchaban salir de una de las ventanas del primer piso de uno de los edificios de aquel océano de hormigón. En aquella habitación, una cama, un escritorio con una pequeña lámpara y una silla eran todo lo que llenaba la estancia. Él se encontraba encima de la cama, tumbado boca abajo, completamente desnudo salvo un tanga morado apartado a un lado y sujeto por un cachete, y la cara reposando a presión sobre la almohada. Sobre él, otro hombre, un bulto mucho mayor, dejaba caer todo su peso sobre el cuerpo del joven, con toda su grasa abdominal descansando sobre su espalda. Como un animal, con su pene, no de gran longitud pero gran grosor, penetraba a base de embestidas lentas y fuertes el ano de la otra persona, escuchándose al compás de sus gritos de dolor, los jadeos de la bestia, y el sonido de los testículos chocar contra su culo cada vez que penetraba.
Esta fue su primera vez que aquel joven pudo experimentar lo que significa entregar su cuerpo a un macho, un hombre de los de verdad. Fue la primera vez que pudo sentir en sus carnes el significado de ser una hembra que paga con su dolor el precio de consolar a un hombre. La primera vez que pudo sentir en su ano fluir, el líquido de la vida.
Pero esta historia, hasta ahora contada en tercera persona, tuvo un comienzo distinto y, que tal y como merece esta historia, contaré en primera persona.
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En aquel momento de mi vida, vivía sólo acompañado de mi madre y de mi hermana. Mis padres, hacía ya tiempo que se habían divorciado, y los tres vivíamos en un pequeño apartamento alquilado, en el cual sobrevivíamos a pesar de las muchas dificultades gracias a la pensión que recibíamos hasta que empezásemos a trabajar de mi padre, albañil, y los esfuerzos de mi madre, que trabajaba en una pequeña tienda de alimentación y ultramarinos. Mi madre, había recientemente encontrado una nueva pareja que, a pesar de no vivir con nosotros, era común que pasara algunas noches por casa para tener sus encuentros rutinarios con mi madre.
Aquella mañana de domingo, y no siendo esto la norma, los tres habían salido de casa para realizar la compra semanal, con la cual a veces contribuía el novio de mi madre, casi 20 años mayor que ella. Yo, me negaba a tener con aquel hombre más relación que la estrictamente necesaria, y preferí quedarme en casa viendo la televisión al igual que hacía el resto de los días. Todo era normal, pero en uno de los cortes publicitarios, algo pasó que sería el comienzo de una nueva vida. De pronto, comenzó a emitirse un anuncio de televisión de una famosa marca de lencería mostrando a una chica en ropa interior. Al finalizar el anuncio, una fugaz pregunta me atravesó la cabeza de lado a lado de manera aguda. <<¿Qué se debe sentir vistiendo ropa interior de mujer?>>. Pasó un rato, y cuando por fin me levanté para ir a la cocina a beber algo de agua, el silencio de la casa vacía me inundó por completo. <<¿Y si pruebo a vestir ropa interior de mi hermana?>>. No pude controlarme. Sabía que hacía ya un buen rato desde que me quedé solo en la casa, y que no pasaría mucho tiempo hasta que los demás regresaran. Sin embargo, había dentro de mí algo que me movía. Fue esta la primera vez que sentí el fuego ardiendo en mi interior. Sin poder evitarlo, me dirigí a la habitación de mi hermana, y comencé a abrir sus cajones, en busca de alguna prenda de ropa interior de mujer. Sobre todas, me llamó especialmente la atención un pequeño tanga tipo hilo, de color verde y con una muñeca de Hello Kitty dibujada en el pequeño triangulo de la parte delantera. Nunca imagine que mi hermana, unos años mayor que yo, vestía este tipo de ropa. Automáticamente, comencé a desnudarme, dejando toda la ropa caer sobre el suelo. Quedé completamente desnudo, y con una especie de ansias que nunca había sentido, acompañado por el miedo de que llegara mi familia en cualquier momento y me descubriese, intenté ponerme la prenda de vestir. Ni siquiera era capaz de diferenciar cuál era el lugar correcto por el cual debía introducir las piernas, pero después de un par de intentos, fui capaz de ponérmela. Era demasiado pequeña, y a pesar de que mis piernas eran finas, tuve problemas para poder llevarlo desde el suelo hasta mi cintura, y no podía guardar mi pene y testículos en su interior. Al finalizar, y sin poder evitarlo, tuve una erección, que tuvo como consecuencia que pasara sobre mí la siguiente idea. <<Agáchate>>. Mis piernas se inclinaron, y me puse de cuclillas, sintiendo un placer que aún hoy en día no sé explicar. El sentir del hilo de la tanga apretar y rozar mi ano al agacharme.
Una nueva vida de ansiedad comenzó desde ese día para mí. Lo que en principio fue una simple inquietud después de ver unos anuncios, se convirtió en un hábito. Aprovechaba cada ocasión que tenía de quedarme sólo para poder acudir al cajón de ropa de mi hermana y vestirme con su ropa, no sólo interior, sino medias, leggins, mallas o faldas. Había descubierto que, por alguna razón, disfrutaba vistiéndome de mujer. No sospeché en ese momento que no sólo mi identidad sexual, sino también mi sexualidad, se verían afectadas por aquella afición mía de vestir ropa interior de mujer. En secreto, y sin que nadie se enterara de ello, comencé a intentar copiar y reproducir todos los comportamientos femeninos que estaban en mi mano, como orinar sentado, ir a la calle con ropa interior de mujer, la cual compraba en secreto a escondidas de mi madre, entrar en baños de mujeres, y un largo etcétera. También llevé a cabo una serie de prácticas, fruto de alguna extraña perversión enfermiza, que me llevaban a realizar actos vergonzosos, y cuyo deseo por realizar no entendía, como aguantar las ganas de orinar hasta no poder más y hacerlo en cuclillas encima con la ropa puesta, y otra serie de perversiones que relataré, si así lo deseáis, en próximos relatos.
Por alguna razón, me sentía bien sintiéndome mujer, y era a través de la perversión que encontraba el camino hacia el mundo femenino, lo cual, inevitablemente, me condujo hasta la masturbación anal.
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Tenía permanentemente en mis pensamientos la intención de introducir algo en mi ano, pero pasó un tiempo hasta que fui capaz de dar este gran paso en mi etapa de conversión hacia una mujer. Téngase en cuenta que, a parte de mi lado femenino, el cual sólo podía sacar a la luz cuando me encontraba sólo en casa y a escondidas de cualquier persona, tenía que seguir manteniendo la farsa en mi vida cotidiana, la cual ponía obstáculos en mi transformación. Durante este tiempo, y utilizando el ordenador de casa cuando nuevamente tenía la oportunidad de estar sólo, comencé a buscar información en internet a cerca de como se debía de masturbar analmente un hombre, y empecé a planear el momento, siendo constantes las escenas que se repetían en mi mente acerca de cómo sería aquel momento. Como no, siempre que lo pensaba, tenía una erección.
Por fin llegó el día en el cual me decidí a llevar a cabo la profanación de mi ano, en mis pensamientos perversos de aquel momento, el momento de follarme el culo. Durante todo el día estuve reuniendo todo aquello que necesitaba para ello, principalmente, algo con lo que poder lubricarme y algo con lo que poder penetrarme. Había pensado en utilizar alguna crema que encontrase por casa, gel de baño, o incluso agua, pero finalmente, opté por utilizar el líquido más viscoso que encontré en casa, aceite de oliva de cocinar, con el cual rellené una pequeña botella que escondí debajo de mi cama para que nadie encontrase. Después de estar todo el día pensando, no puede pensar en nada con lo que poder llevar a cabo la penetración, por lo que opté por aquello que tenía a mano y que no era lo suficientemente grande como para asustarme en aquella primera penetración, lápices y bolígrafos.
CONTINUARÁ…
Siguiente capítulo: Juegos de penetración.
Hasta aquí llega la primera parte de esta historia, que será una larga serie.
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