El relato, a continuación, es cien por ciento real, soy heterosexual, pero contaré por primera vez parte de mis recuerdos, por medio de los cuales revelo confesiones y fantasías.
Amigo es una palabra que encierra un contenido muy especial. El amigo está en esos momentos en que lo necesitamos, muchas veces no sabemos cómo él sabe estar (tal vez él tampoco lo sabe). También amigo significa reciprocidad, ausencia total de interés, y tantas otras cosas nobles. Aunque no es ése el tema concreto que quiero relatar. Sólo fue una referencia para decir que a Artemio no lo consideré nunca “amigo”, a pesar de que nos conocíamos desde mucho tiempo atrás, éramos conocidos pero nunca se dio, entre nosotros, esa intimidad espiritual que referí al principio.
-¿Silvano? -escuché una voz a mis espaldas, era Artemio
-Hola Artemio, ¡tanto tiempo! -contesté. Hacía fácilmente 15 o 20 años que no veía a Artemio, y la última vez fue solo un saludo a la distancia, de auto a auto, en una estación de servicio de donde yo salía luego de cargar combustible. La verdad es que el trato más o menos frecuente se limitaba a las ocasiones en que compartíamos una tarde de futbol en el potrero del barrio, en mi adolescencia, él es dos años mayor que yo.
Dije que no hubo, no hay, intimidad espiritual para considerar a Artemio un amigo. Pero sí hubo una “casi intimidad” en mi temprana juventud. Éramos jóvenes (yo tenía 18 años), y estábamos, junto a otros dos “amigos del futbol”, en un terreno cercano a mi casa, donde solíamos juntarnos a charlar y “pasar el tiempo” en las horas en las que era imposible “armar” picaditos de fútbol, por el intenso calor de la siesta. Los otros dos “amigos” (Diego y Adrián), se despidieron diciendo que nos juntaríamos más tarde para jugar un partido de fútbol y quedamos solo Artemio y yo.
Sin tema para hablar estaba por irme a mi casa cuando, de repente, Artemio me dice: -“¿tienes honda?” (se refería a si tenía una gomera, como le dicen en otras partes); -“No”, le contesté; -“¿Quieres esta?”, me dijo mostrándome una linda gomera; -“Si, pero no tengo plata para pagarte”, le dije, -“Te la regalo pero solo te voy a pedir algo a cambio”, me dijo, -“¿Qué cosa?”, pregunté, y ahí me largó de una… -“que me prestes el culo, estoy recaliente, necesito culearte”.
Eso era algo que no podía concebir como posible; mi educación no me lo permitía, pero, quizás por simples prejuicios, el principal motivo de mi negativa a recibir “el regalo” que Artemio me ofrecía, fue que no admitiría ser objeto de burla por parte de mis “amigos” (ya que, con certeza, Artemio me expondría como trofeo). Aunque he de confesar que obtener esa linda honda, en un momento, me tentó. Quizás esto último lo percibió Artemio, y sea lo que explique la insistencia con que intentó doblegar mi voluntad para que le entregue mi culito virgen.
Sí, mi culito era virgen, aunque en otras circunstancias, a escondidas, varias veces habíamos jugado, con dos primos de mi misma edad, a culearnos. Era un jueguito que nos gustaba mucho a todos, y que a mí en particular me gustaba en las “dos direcciones”: culear y ser culeado (no sé si a mis primos les gustaba como a mí, o solo disfrutaban de culear, y lo otro era el precio que debían pagar, me inclino a pensar que era esto último).
En la realidad todo se limitaba a roces del pito en la entrada del culito del otro (nunca pude hacer entrar mi pito, aunque uno de mis primos, recuerdo que en una o dos ocasiones, me lo metió un poquito (sin llegar a desvirgarme), quizás un centímetro o milímetros más o menos (y también recuerdo que eso me asustó un poco, pero me gustó mucho). Creo que en esa época de mi vida se origina, no solo que sienta erógena a mi zona anal, sino también el tremendo placer que me provoca el olor a culo (a menudo me paso los dedos y la mano y disfruto oliendo ese aroma tan particular).
Pero hago una aclaración, no confundamos el olor a culo con el olor a caca; el olor del culo se origina en los fluidos naturales que de él emanan, es algo así como la lubricación natural del ano, ese es el aroma que, para mí, es un afrodisíaco como lo es el olor natural de la concha o panocha de una mujer. Pero el olor de la caca no me excita.
Recuerdo que, en una ocasión, quizás una de las últimas en que disfruté del placer de “culear” en mi juventud, nos encontrábamos uno de mis primos y yo (en el campo donde ellos vivían y yo iba de visita los veranos), y le propuse: -“vamos a culear”, pero mi primo se negó, que no tenía ganas; de nada valía mi insistencia, él continuaba negándose, hasta que se me ocurrió decirle: -“yo no te voy a culear, solamente vos a mí” (es que en realidad lo que más deseaba era sentirme culeado, no me inquietaba “ponerla”, sino “que me la pongan”); a esto mi primo me miró y, de inmediato, lo aceptó.
A continuación se nos ocurrió trasladarnos hasta un maizal, dentro de la finca, cuya altura nos permitiría permanecer ocultos a las miradas desde la casa. Una vez allí, me bajé los pantalones y el calzoncillo y me agaché para recibir el pito de mi primo (este era el menor de mis dos primos, no el que había logrado avanzar mínimamente de los roces). Él apoyó su pito en la entrada de mi culito y estuvimos jugando un rato largo (tampoco ahí fui penetrado realmente, pero sí recuerdo cuanto me gustaban esos juegos).
Vuelvo a Artemio; sí Artemio fue muy insistente, no se resignaba a que yo le negase mi culito, evidentemente él estaba muy caliente y, en un momento en que decidí rechazar con mayor firmeza ser cogido por él, me levanté y me estaba yendo del lugar, cuando él pegó un salto y se abalanzó sobre mí, abrazándome desde atrás y apoyando en mi culo su pito duro (lo pude sentir).
Tal vez fueron mis prejuicios o mi educación (o más probablemente el temor a que se burlasen de mí si llegaba a aflojar), lo que me hizo reaccionar con todas mis fuerzas para apartarlo de mí, y retirarme. Pero cada vez que recuerdo ese incidente, percibo muy fuerte la sensación de su pito duro apoyado en mi culito.