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Tiempo de lectura: 17 minutos

Durante el largo viaje mi espalda me dolía. Era un viaje de doce horas en autobús hasta la capital. Yo tenía sentimientos contrariados. Dejaba mi ciudad, mi barrio, mis amigos y sobre todo a Patricia, mi novia de más de un año y medio de relación, pero no tenía otra alternativa. Debía comenzar en menos de una semana mis estudios universitarios en jurisprudencia. Mi hermana Laura, la mayor, quien ya cursaba séptimo semestre de medicina y mi herma Adriana, la menor, quien estaba en cuarto de arquitectura me esperaban en el terminal de buses para reunirme a mi nuevo hogar.

Podía decirse que los tres éramos unos privilegiados de poder tener padres que se permitían mantener a tres hijos estudiando en universidades en la capital. Laura no solo era la mayor y más madura, sino que además era la más estudiosa y seria de los tres. Mi papá le tenía mucha confianza y de alguna manera ella se sentía legitimada para tomar el papel de nuestros padres durante esos años universitarios. Adriana, a pesar de lo tímida, era más juguetona y de carácter festivo. Tenía esa facilidad para hacer amigos sin necesariamente ser extrovertida. Había obviamente más cercanía y afinidad con ella que con Laura por ser yo el menor de los tres.

Mis hermanas vivían en un aparta estudio de una sola alcoba amplia, una cocineta bien equipada y una sala bastante cómoda y amoblada a solo diez minutos a pie del complejo universitario. Mi papá juzgó que debíamos poder caber los tres para no hacerle la tarea más costosa de lo que por sí ya era y que los tres hermanos estuviéramos juntos.

Mis hermanas tenían en su alcoba, un camarote. Arriba dormía Laura y abajo dormía Adriana, pero al sumarme yo a la familia, se adquirió un sofá-cama que se instaló en la sala para que no tuviera yo que dormir en la misma alcoba con las dos mujeres. Se mantenía esa tradición de que yo, por ser el varón, debía mantenerme separado de las niñas.

La primera noche, poco pude dormir, por la novedad del sofá y por todo el trajín emocional que suponía comenzar una nueva etapa crucial de mi vida y tan lejos de mi entorno, a pesar de estar con mis dos hermanas. Ellas, de todos modos, estaban ya hechas y acostumbradas a esa realidad, pero para mí todo era novedoso.

Los días pasaron y poco a poco me fui adaptando y conociendo mejor a mis hermanas que mal o bien desde hacía tiempo ya no vivían en casa. Laura tenía tres años y medio desde que se había venido a estudiar y Adriana ya completaba los dos años en ese proceso. Cuando Laura se vino a hacer su medicina, yo todavía andaba más pendiente de mi Nintendo que de tener novia. Muchos cambios en nuestras personalidades habían sucedido al menos Adriana y yo y no éramos tan consientes de eso.

El morbo por mi hermana Adriana y por extensión, por mi hermana Laura se despertó sorpresivamente una noche cualquiera a pocos días de estar yo allí. Era un jueves a las diez y cuarenta y seis de la noche. Lo recuerdo con esa precisión porque desperté para ir a orinar y el radio reloj de luces rojizas marcaba justo esa hora. Adriana, estaba ya en el baño con la luz encendida y la puerta medio abierta a punto de salir con su toalla envuelta desde sus pechos hasta un poco encima de las rodillas como era habitual en ella

Olvidó aplicarse una crema de cuerpo y sencillamente dejó la toalla a un lado quedando completamente desnuda. Tal vez pensaría que yo dormía profundamente, se sintió segura y no tuvo el cuidado de cerrar completamente la puerta, pero yo me había levantado a esperar sin ruido en la penumbra a que ella saliera. Entonces no pude evitar mirar más por descuido que por intención la piel desnuda a través de la rendija de la puerta medio abierta por la que se escapaba un haz de luz nítido. Pensé en tornar mi mirada hacia otro lado, pero al saberme protegido por la oscuridad, tenía la certeza de que yo la podía verla, pero ella difícilmente a mí. Así que le di rienda suelta al morbo que se apoderó de mi curiosidad y contemplé atónito sus senos grandes de aureolas rosadas y pude divisar sus nalgas tersas y blancas. Me deleité la vista por un par de minutos y cuando vi que se había terminado de aplicar la crema y tomó su toalla, me metí sigilosamente a mi cama para que ella no sospechara que yo la estaba espiando.

Nunca antes tuve un mínimo mal pensamiento con ninguna de ellas, pero no supe bien por qué me picó la curiosidad de verla desnuda ésta vez. Quizás porque ya yo era mayorcito y ahora había otros intereses y malicia sexual que antes no tenía. Fuera por la razón que fuera, lo cierto es que sentí ese impulso indecente una vez que me vi en esa situación de morbo oportuno.

Ella salió con mucho cuidado del baño para no estropear mi sueño. Esperé que entrara a su alcoba y entonces me fui a orinar. Lo hice, pero no podía dejar de pensar en el cuerpo desnudo de mi hermana, en sus senos grandes y su cabellera abundante negra cayendo mojada sobre su espalda. Me reincorporé en mi sofá, pero no podía conciliar el sueño.

Pensaba en Adriana y eso me hacía sentir incómodo. Mi verga se puso dura y al sobarla con mis dedos, una gotita de baba había supurado de mi glande. Fui consciente de golpe lo mucho que me había estimulado ver a Adriana desnudita. La suavidad de mi dedo resbalando grasosamente sobre la punta de mi pene, me estimuló tanto que no pude evitar masturbarme con furia. Intentaba pensar en Patricia, en la última cogida que nos habíamos dado horas antes de que yo tomara en autobús para partir, pero era mi hermana quien se me venía a mi cabeza. Recreaba en mi mente cómo debía ser su vagina que no pude ver en la escena de hacía pocos minutos. ¿La tendría peluda o depilada?, ¿sería rosada como el color de sus pezones?, ¿sería alargada o más bien sería gordita y recogida como la de Patricia?, qué morbo raro para con mi propia hermana. ¡Dios! ¿Para qué engañarme?, lo estaba disfrutando. Me jalé la verga asiduamente. Mojé completamente mi calzoncillo de semen. Tuve que volver al baño para limpiarme y después si dormir tranquilo.

Toda mi perspectiva cambió a partir de ese momento. Empecé a estar más pendiente de cazar situaciones de fisgoneo morboso con ellas. Si bien ambas, por respeto y pudor, se cuidaban de no exponerse desnudas ante mí, tampoco eran tan rígidas como para no tener descuidos que yo aprovechaba, especialmente con Adriana quien pasaba más en el aparta estudio que Laura.

Ellas, acostumbradas a estar solas las dos y a tenerme confianza y verme como el hermanito chico que ya yo no era, a veces prestaban poca atención a taparse o cubrirse del todo cuando estábamos en casa. Así que no era raro que a lo largo de una jornada, Laura saliera en bata de tela delgada y sin sostenes de su alcoba dejando entrever el encanto de sus tetas y hasta el color de sus tangas, también era costumbre que Adriana saliera del baño a medio vestir, con un pantalón puesto, pero en sostenes y su blusa abierta cuando estaba atrasada para llegar a clases. Otras veces Laura se tomaba siestas en mi sofá en falda corta con sus piernas abiertas que dejaban entrever con detalle la moda de sus calzones apretadas los labios de su vagina.

En esa vida de estudiantes fueron pasando los días y semanas. El estudio se me fue haciendo cada vez más arduo, muy distinto al de la época de colegial. A pesar de los azares de nosotros tres en ese aposento estudiantil, no se me había presentado, ni tampoco yo adrede había buscado, otra oportunidad así tan clara de poder ver a alguna de las dos desnuda. La fiebre con mis hermanas se fue apaciguando un poco, a pesar de que de tanto en tanto me masturbaba oliendo los calzones sucios de ambas que muy de vez en cuando dejaban en el cesto de ropas sucias. Laura era más perezosa en ese sentido. Adriana solía lavar sus ropas íntimas mientras se duchaba y salía a colgarlos de inmediato bajo el sol del patio.

Pero todo dio un giro inesperado. Mi hermana Laura cumplía años y Adriana y yo decidimos sorprenderla. Le organizamos una modesta y reducida fiesta sorpresa. Pusimos globos, compramos algo de tragos, hicimos una comida diferente e invitamos secretamente a tres de sus más cercanos amigos a que le cantáramos el happy birthday para comer torta ese jueves por la noche. Nada sofisticado al alcance de un presupuesto estudiantil. Mi hermana Laura se sintió agradecida por ese gesto de hermanos. Le cayó bien porque había estado en un tren estresante de estudio duro por la época de exámenes. Pero yo le tenía una sorpresa que no se la comenté ni a Adriana. Compré unas flores, un ramillete de girasoles porque sabía que le encantan. Lo hice sin otra intención que agradarla. Patricia, mi todavía novia en la distancia, me había enseñado el valor de dar detalles a las mujeres y quise hacerlo con mi hermana mayor en ese día especial. Sin embargo, el arreglo floral llegó un poco retrasado. Solo lo despacharon al día siguiente por la tarde y quien lo recibió fue Adriana porque estaba sola en el aparta estudio.

Yo llegué después ya feliz por ser viernes. Estaba cansado del día. Abrí la puerta y mi hermana Adriana sonriendo me dijo:

– Eres un amor, guao, esas flores están divinas, Laura se va a volver loca cuando las vea.

– ¿Te parecen bonitas?, ¿te gustan también las flores Adri?

– Me vuelvo loca si me regalan flores, y aún más si lo hacen de sorpresa, uf, lindo, lindo – se lanzó, me abrazó y me dio varios besos en la mejilla. Un olor a perfume que emanaba me encantó.

Estaba muy contenta. Parecía que las flores hubieran sido para ella y no para Laura. Se veía emocionada por mi gesto para con nuestra hermana mayor. Yo me sonrojé, no pensaba que era para tanto, pero me resultaba grato producir ese efecto mágico en Adriana.

– Huele rico tu perfume – le dije

– No es perfume Juan, es una crema de cuerpo.

– Ah, es que la sentí en tu mejilla ahora que me besaste.

– Ah entonces lo que te gustó fue el beso, ¿no crees? – me dijo en tono de broma.

– Por supuesto, y mucho Adri. Se sintió rico ese beso y con ese olor a crema uf, ja, ja, ja – le repliqué en broma.

– Bah, lo que pasa es que te hace falta Patry, ¿no? – me preguntó con tono de voz entre la intriga y la seriedad.

– Pues, si, pero eso no tiene que nada que ver con tu beso y el olor rico de tu crema.

– Ay Juan, lo que pasa es que eres un galán, siempre lo has sido. Ni te acuerdas cuando tenías como doce o trece que no te dejabas dar besos ni de Laura, ni de mí je, je. Ahora ya eres todo un hombre.

Se me acercó con gesto cariñoso, me abrazó apercollando con sus brazos mi cabeza y me dio un beso en la mejilla mucho más sentido y caluroso que el anterior, casi erótico a mi parecer. Yo hasta cerré los ojos y el olor a su crema de cuerpo volvió a invadir mis narices. Se despegó de mí, sonriendo con picardía y sarcasmo.

– Bueno, bueno, bueno ya Juan, no te me vayas a confundir y pensar que “esta” hermosura que tienes por hermana es Patricia. No es tan bonita como yo ¿Eh?

– No, ja, ja, tú eres más bonita, pero no le vayas a decir que yo dije eso – le repliqué en tono jocoso.

– ¿En serio te parece que lo soy o lo dices por quedar bien como siempre?, sé que eres un galanteador, pero con migo puedes ser más honesto. Soy tu hermana Juan.

– Adriana, no te hagas la modesta. Tú sabes que eres bien bonita, tienes un color de piel bonito, rosadito, no sé, bien llamativo, ojalá patricia tuviera tu cutis – se lo dije sin poder ocultar mi fascinación cierta fascinación, pues inevitablemente recordé cuando la vi desnuda días antes

– Ay Juan, me haces poner roja. No es para tanto. Pero sí, tienes razón. A mí me encanta mi piel. Me lo dicen a veces.

En ese momento entró Laura y la conversación no avanzó más. Nos concentramos en ver la tremenda cara de sorpresa de ella al hallar encima de su escritorio, una jarrita de vidrio sencilla con un arreglo floral de girasoles y una tarjetica que leyó ansiosa. Alzó su mirada después de saber que era yo el firmante y se lanzó a darme abrazos y besos. Me hicieron sonrojar mis dos hermanas, pero me sentí un poco contrariado, algo culposo. Me encantaba sentirme complacedor de damas, es una vieja costumbre aprendida o heredada de mi papá. Disfrutaba tenerlas así, cariñosas y en buena relación conmigo, pero al tiempo me daba cargo de consciencia saber que en mi mente rondaban también a malos pensamientos.

Ese mismo viernes Adriana tenía una actividad con unas amigas de estudio. Se iban a apoyar a un equipo de volleyball de su facultad en un torneo universitario y vendría un poco tarde a pesar de la actitud regañona de Laura, la más seria de los tres, que a menudo actuaba como un policía cuidando de sus hermanos menores. Pero en general no había tanto lío con eso. Tanto Adriana como yo, siempre fuimos bastante juiciosos. Como a siete de la noche, Adriana salió a encontrarse con sus amigas y yo me quedé mirando tv en el sofá. Todavía no había tejido suficiente confianza con mis compañeros de facultad como para tener vida social un viernes cualquiera como ese. Laura, por su lado, se enterró de cabeza en sus libros gordos de medicina a estudiar para un examen que tendría el lunes por la mañana. Hice la llamada telefónica rutinaria a mi lejana Patricia y poco faltaba para las once y media de la noche cuando me metí al baño para tomar ducha e irme a dormir.

Estaba en plena ducha, casi todo ya enjabonado, cuando escuché un toc, toc, toc desesperante en la puerta del baño. Cerré bien la llave del agua para estar seguro del sonido que había escuchado. Ya en silencio pleno, no solo escuché nuevamente otro toc, toc, toc, sino también la voz ansiosa de Adriana que me hablaba casi gritando.

– Juan abre por fa, ay, ay, Juan, me hago pipí, por fa, me estoy meando Juan – su voz era verdaderamente insistente.

– Ya voy, ya voy.

Como pude, todo pegajoso de jabón y con cierto aire de fastidio, me cubrí lo más rápidamente mis genitales con mi toalla. Abrí la puerta para salir, pero Adriana entró en embestida con su rostro fruncido y desesperada. Yo intenté salir del baño para que ella pudiera estar en privado, pero al verme ella así mojado y lleno de jabón mientras desabrochaba el botón de su pantalón y lo bajaba me dijo con voz apenada:

– No, no Juan, quédate, métete en tu ducha, yo solo necesito mear y salgo enseguida – me decía al tiempo que medio me empujaba hacia adentro con su mano puesta en mi pecho.

Yo, sencillamente me volví a la cabina de la ducha, cerré bien la puertecilla corrediza de cristal texturado y medio opaco que separaba la ducha del inodoro, volví a colgar la toalla y continué mi faena, aunque estaba un poco incómodo de saber que mi hermana estaba sentada con sus pantalones abajo, justo a mi lado tan solo separada por un cristal delgado. Pero al escuchar el ruido chispeante y continuo del chorrito de su orín caer en agua en la taza, no pude evitar hacerme una imagen morbosa de su vagina. Oír eso, saber que la cuca de Adriana estaba allí encuera, abierta y meando me excitó, pero yo continué como si nada simplemente enjabonando y restregando bien mi cuerpo. Intenté no pensar en esas cochinadas por un instante y para disipar todo eso de mi mente, le metí conversación.

– ¿Y ganaron Adri?

– Si, ganamos, festejaron y me dieron como tres cervezas, por eso me vengo meando uf, que alivio – dijo ya con voz más calmada mientras todavía orinaba.

– Ah, ok, bueno al menos la pasaron bien – le dije al tiempo que yo enjabonaba mis piernas y los pies un poco agachado. Accidentalmente pegué mis nalgas en el cristal opaco.

– Ja, ja, ja, que chistoso, ja, ja.

– ¿Qué cosa Adri, qué es chistoso?

– Ja, ja, hazlo otra vez Juan, ja, ja – me decía sin yo entender nada

– ¿Qué cosa?, ¿qué te causa risa?, qué es lo que quieres que haga de nuevo? – preguntaba yo intrigado.

– Ay, Juan, tus nalgas, ja, ja. Se ven chistosas por el vidrio.

Yo encontré eso gracioso y por broma, sin atisbo de malicia, la complací pegando más mis nalgas en el cristal.

– Ja, ja que nalgón eres.

Las comencé a no solo pegar en el cristal, sino también a menear haciendo círculos. Adriana no solo sonreía, sino que estaba fascinada viendo las tapas de mi culo aplastarse y dibujarse en el cristal opaco.

– Oh, que sexy, je, je

– Si las mías son sexys, ¿te imaginas las tuyas que si son tremendas de nalgas? – le repliqué

– Ah, no exageres.

Paré de juguetear con mis nalgas para dejar tranquila a mi hermana, abrí la llave de la ducha y me dispuse a quitarme el jabón.

– ¿Se ven bien de allá para acá? – preguntó Adriana, pero yo concentrado en restregar mi cuerpo y de espaldas hacia el cristal, no escuché bien.

– ¿Qué dices Adri?

– ¿Que si se ven bien de allá para acá?

No comprendía bien que quería decirme con esa pregunta, así que me giré hacia el cristal. Me estrellé con una tamaña sorpresa. No podía creer lo que veía. Adriana estaba meneando en círculos su culo desnudo pegado en el cristal desde su lado. Entre la sorpresa y el morbo intenté no apagar el ambiente de broma.

– Adriana, guao, que nalgotas sexy, je, je

– ¿Te parecen?

– Te dije, que si las mías te parecían sexys, ni te imaginas lo supe sexys que se ven tus nalgas.

– Súper sexys dices. Cuidado y se te pone dura.

Yo no podía creer que mi hermana estuviera diciendo semejante cosa. No me lo esperaba como tampoco eso de que estuviera con sus pantalones abajo mostrándome el culo, aunque fuera por broma y a través del cristal opaco que nos separaba. Yo no sabía que decir. Me sentí avergonzado. No estaba acostumbrado a esas bromas y menos con mi hermana. Me di cuenta lo mucho que habíamos cambiado en esos últimos años. No quería decir o hacer nada que la ofendiera, pero tampoco quería que este juego parara. Estaba excitado a pesar de no estar todavía erecto.

– ¿Ay Adriana, y a quien no se le para, mirando semejante culito bonito? – hice lo posible porque mi tono de voz sonara en broma.

– Juan, ¿la tienes parada en serio? – no sabía si su pregunta era genuina o simplemente seguía en tono de broma. No sabía qué podría ofendería mas; si decirle que sí estaba erecto o decirle que no. No lograba precisar bien la intención de su pregunta. Pero ella me facilitó la tarea.

– Muestra, muestra, no te creo. Pon tu cosa en el vidrio – me dijo ante mi asombro.

– Ay, me da vergüenza Adri, no seas pesada.

– Ja, ja, ¿la tienes chiquita verdad? Por eso no quieres – seguía su tono de tomadura de pelo y sarcasmo.

– Nooo, tonta, es que me da vergüenza, Eres una pesada. Si te oye Lau te va a matar.

– Bobo, Laura duerme. Seguramente tienes un pipicito de bebé. ¿Por qué no la pegas en el vidrio?

Me quité el jabón de mi verga, mis huevos y me pelvis para seguir el juego a pesar de que todo esto me comenzaba a hacer sentir incómodo. Pegué mi sexo al vidrio.

– No creo que puedas ver mucho Adriana, anda míralo bien, ahí lo tienes.

– Bobo, si se ve, pero un poquito no más. Compruebo mi teoría. Lo tienes chiquito, ja, ja.

– No seas tonta, es que no lo puedo pegar bien al vidrio como las nalgas y además lo tengo dormido.

– Ah, ¿no, disque a quien no se le para mirando mi culito sexy? ¡Mentiroso!

– Eres una pesada Adri, ¿acaso te lo estoy mirando?

Escuché cuando volvió a bajarse su pantalón que ya se había subido y puso nuevamente su culo pegado al vidrio. Esta vez pegó más estrechamente el y por más tiempo. Ella subía, bajaba, hacía círculos arrastrando sus carnosas nalgas desnudas que pude divisar mejor esta vez. Hasta el detalle de la rayita que divide los glúteos se logró medio entrever a través de la opacidad del cristal. Todo tomó un aire erótico, sexy, atrevido. Qué traviesa era Adriana. Yo solo pude deleitarme sin pronunciar palabra. Ya esto no me parecía tanto una simple broma. Todo había tomado otro matiz. Mi pene inevitablemente cobró volumen y a los pocos segundos ya estaba horizontal, en modo de ataque.

– ¿Ya?, ¿Ahora sí?, ¿Se puso duro tu cosita chiquita? – preguntó con su voz sarcástica.

De pura grosería lo comencé a dar golpecitos con mi pene contra el vidrio justo donde ella todavía tenía sus nalgas pegadas. Ella escuchó, pero no comprendía mi gesto porque estaba de espaladas hacia el vidrio.

– ¿Qué haces?

– Voltea y verás – le respondí

– ¡Oh!, lo golpeas contra el vidrio ja, ja. ¿No te duele?

– No, no me duele – tac, tac, tac sonaba.

– No se nota nada así. Tu si me ves mis nalgas y yo no puedo ver lo tuyo.

Me pegué entonces completamente al cristal. Mi verga estaba totalmente erecta aplastada entre mi barriga y el vidrio.

– Bah, esa no es tu cosa. Son tus dedos y me quieres hacer creer que ese es tu pene. ¡Mentiroso!

– Oye tonta, ¿No me crees?, entonces ven y mírala – le dije retándola.

Se lo dije por fastidiarla, pero no pensé que iba a ser capaz de correr la puertecilla que nos separaba. Su mirada se clavó de inmediato en mi zona genital sin pudor alguno. Yo de pura reacción y lleno de sorpresa me cubrí por instinto con mis manos. Sentí una tremenda vergüenza, sobre todo porque mi verga estaba realmente dura.

– A ver, Don vergoncito, ¿por qué no destapas para ver cuál es tu bulla?

– Oye, ¿estás loca?, Cierra la puerta. Laura puede pillarnos y…

– Está dormida. A ver. Tú me viste el culo, y yo no te he visto nada.

– Adriana, no seas pesada, tú también me viste el culo por el vidrio. Yo te mostré primero. Estamos a paz.

– Lo tienes chiquito, eso es lo que pasa.

Su voz me retó. Su actitud pasó de la burla a la soberbia. Eso me fastidió. En un arranque de orgullo, quité mis manos y se la presenté con el gesto más obsceno que pude hacer con mi cadera y dando un leve paso hacía ella.

– Entonces, si tanto me la quieres, ver. Toma, aquí la tienes.

Sus ojos parecieron impasibles mirando mi verga. Me sentí atrevido, demasiado para mi gusto, pero hallé que ella misma me había retado y llevado a hacer semejante grosería. Me miraba sin expresión en su cara. No supe cuantos segundos fueron. Tal vez cuatro o cinco, pero me resultaron eternos. Mi verga se balanceaba hacia arriba y hacia abajo por mi movimiento leve, pero vulgar, de mis caderas. Ella finalmente emitió una leve sonrisa mientras se ajustaba el pantalón nuevamente.

– Juan, en serio. ¿Se te puso así por mi trasero? – su voz adquirió un tono melodramático.

– Adriana, ¿y a quien no?

No me dijo más nada. Cerró ella misma la portezuela y me preguntó si todavía me demoraba en la ducha. Sentí frustración. Tenía vergüenza, excitación y rabia. Me sentí como un juguete de sus caprichos. No supe para qué carajos quería verme la verga.

– No, no me demoro. Solo me voy a quitar el champú y salgo. ¿Por qué lo preguntas?

– Es que en realidad, no solo necesitaba mear, también me venía a duchar.

– Bueno, ven, entra y te duchas. Nadie te lo está impidiendo – le dije intentando retomar un tono de broma.

– ¿Crees que no soy capaz?

– No he dicho nada Adri, no te pongas pesada.

Yo me había volteado para cerrar la llave. Cuando escuché la puerta correrse otra vez, me giré y me hallé con su cuerpo completamente desnudo frente a mí. Nos miramos la cara. Habíamos pasado la línea. Yo le miré sus senos grandes y caídos. Eran los senos más sensuales que hasta ese momento me había topado tan cerca. Su mirada era retadora. Adriana miraba mi pecho, mi pubis y mi verga que recobraba su plena dureza. Yo me atreví a mirar directamente su sexo. Su vello púbico era abundante para sorpresa mía. Pensé que se rasuraba como mi novia Patricia. Pero su triangulo oscuro me pareció tremendamente erótico. No hubo palabras. Ella entró en la cabina. Yo no sabía bien como disponerme, que hacer o que no hacer. ¿Se suponía que debía yo salir de la cabina? Adopté una actitud reactiva a la espera que fuera ella quien tomara las iniciativas.

– ¿Y Lau? – pregunté

– Ya te dije. Está dormida. No seas tan miedoso – me decía mientras envolvía con agilidad su cabellera en un gran moño sostenido por un peine para no mojar su pelaje.

Abrió la llave. Dejó que el agua cayera en su cuello y resbalara por su cuerpo desnudo. Yo me hice un poco detrás de ella y por fin pude verle el culo jugoso, muy jugoso. Mi verga a menos de un metro completamente parada apuntaba hacia él. Ni sabía qué hacer. Joder. Estaba incómodo entre la excitación y la inmoralidad de estar en esa situación con mi propia hermana. Pero era ella la de las iniciativas, yo al fin de cuenta me estaba duchando y fue ella la que no quiso que yo saliera, y también fue ella quien comenzó con el juego de las nalgas en el vidrio. Me fastidiaba sentir yo culpa como si fuera yo el atrevido, pero era inevitable.

Adriana seguía allí de espaldas dejando que el agua mojara todo su cuerpo. Giró su cara hacia atrás y una mirada erótica miró mi pene duro.

-¿Te gusta mi verga? – ella me la miraba. No me respondió, pero me replicó con otra pregunta.

– ¿Está dura por mi culo?

– Si.

Se balanceó entonces hacia atrás hasta que pegó sus nalgas contra mi cuerpo. Mi verga se conectó justo entre sus nalgas. La atmósfera de broma había terminado. La cosa adquirió otro color. Meneaba sus nalgas sensualmente para que mi verga se arrastrara por sus nalgas. Yo puse mis manos en sus caderas y cualquier atisbo de pudor o moralismo que hubiera ya se había esfumado de la escena.

Se pegó completamente a mí. Su espalda en mi pecho, su culo aplastando mi verga. Ella misma tomó mis brazos y los enrolló en su abdomen. Yo le acaricié su piel y también agarré sus senos grandes.

– Hm, Juan. ¿Sabes porque hago todo esto? – su voz se suavizó y pude detectar en su aliento y en su pronunciación que la cerveza había alterado sus facultades sin necesariamente estar borracha. Prosiguió:

– Juan. Hace rato que no me hacían sentir mujer. Cuando me dijiste que te gustaba el olor de mi cuerpo, de mi crema, ah, hm, me gustó ese gesto, ah, hm, y después ver esa sorpresa tan bonita, las, las, hm, las de las flores, que tuviste con Laura. Ah, ay Juan, hm, ah. No sé Juan. Eres tan lindo. Hm, hm. No he dejado de pensar en eso.

No supe que decir. Pero la excitación era máxima. Mis manos seguían manoseando suavemente la suavidad de sus carnosas tetas y ella meneaba sus caderas pegando su culo en mi pene. Le besé el cuello y eso la derritió. Se giró hacia mí y su boca húmeda buscó la mía. Nos dimos un largo y profundo beso prohibido. Todo fue tan tremendamente rico y erótico. La besé con una intensidad que ni con Patricia había besado. Sus palabras no solo me habían excitado, sino también enternecido. Luego, obscenamente, le agarré el culo con mucha determinación. Puse mis manos en sus nalgas como obligándola a empinarse para ahondar en beso, mi pene se sacudía entre su abdomen y el mío. Mi boca comiendo la suya, su lengua mojando la mía, sus ojos cerrados, los míos también recreando el color de los cerezos.

– Ay Juan, rico, házmelo, lo necesito. Hazme tuya. Hazme el amor.

Nos salimos de la cabina. Ella se sentó en el inodoro y me dio una mamada lenta, rica, sensual, atrevida y fulminándome con sus ojos negros bien abiertos buscando placer en los míos. Su boca era suave, jugueteaba con su lengua sin vacilar. Me agarraba los huevos, los acariciaba disfrutando del sabor de mi pene recién aseado.

Se puso de pie. Nos besamos allí. Este beso tuvo un carácter descontrolado, febril, devorador y apasionado. Nos estábamos comiendo a besos. Su aliento entre cerveza y verga era muy erótico y no podía denotar otra cosa distinta que a sexo. Sexo puro y salvaje.

– Ven Juan, cómeme, cómeme, ah

Se sentó en el borde del mueble del lavamanos. Su espalda desnuda y tersa se reflejaba en el espejo. No se lo esperaba cuando yo me agaché en ese estrello recinto.

– Ay, ¿qué haces?, ah, hm, Juan, ay si, si.

Mi lengua sin previo aviso buscó y rebuscó entre su tupido pelaje, la carnosidad tibia y húmeda de su vagina ya jugosa. Se la lamí sin titubeos. El olor era intensamente penetrante. Debía estar sudada y sucia de los trajines del día. Me encantaba su olor tan fuerte a mujer. Entre más la lamía, mas me daban ganas de pasar mi lengua por su clítoris y hundir más mis narices en su sexo. Sus gemidos se empezaron a subir de tono.

– Adri, cuidado, baja la voz.

– Ay Juan, sigue, sigue, más, más.

Volví a hundir mi lengua buscando hondo en su vagina. El sabor salado y el olor a hembra era tan insoportablemente excitante que no me controlé y le hice un cunnilingus intenso, desesperante, carnívoro. Lo hice hasta cansarme y asegurarme de que mi hermana experimentara un orgasmo salvaje. El goce la hizo temblar hasta el último de sus cabellos.

Contrajo cada musculo, emitió un aullido ahogado que ella misma intentaba controlar para no despertar a nuestra hermana mayor. Me puse de pie con mi boca mojada de sus flujos vaginales. De los ojos de Adriana salían lágrimas de puro orgasmo. Su cuerpo estaba electrificado. Le puse la punta de mi verga en la entrada de su raja sin penetrar. La dejé que recobrara un poco su compostura y gozara su orgasmo con mis caricias en sus tetas.

Cuando recobró algo de calma, simplemente empuje lentamente mi cadera hacia ella mirando su rostro vencido. Sentí un que mi verga resbalaba suavemente dentro de su raja que quemaba mi piel. Yo sentía su cuerpo tan ardiente, tan prohibidamente ardiente que era imposible detenernos. Mis embestidas iban cobrando cada vez más ritmo y el plap plap plap de mi piel contra la suya intensificaban el ambiente de tensión sexual. El martilleo del mueble del lavamanos contra la pared nos delataba si Laura estuviera despierta. Pero ira difícil parar. Ella me azuzaba a seguir. Me besaba o me hundía mi cabeza entre sus senos para que se los chupara sincronizadamente con el meneo de nuestros sexos.

No se lo pregunté. Sabía por instinto y experiencia con Patricia que el riesgo estaba allí latente. Se la saqué para evitar un embarazo. Ella, al sentirlo, mirar mi rostro contraído de placer y verme masturbarme intuyó que el semen no tardaría. Se desmontó rápidamente del mueblecito, se agachó con ternura y fue ella quien controló mi paja en esos últimos segundos. Arropó con sus manos mi verga para agitarla apuntando a su cara. La cantidad de semen fue más de lo que ambos nos esperábamos. El primer pringo la sorprendió un tanto, mojando su frente y su cabellera, los demás cayeron desordenadamente en cualquier parte de su rostro y sus labios. Cuando las erupciones violentas habían cesado. Mi hermana engulló la verga en su boca tibia. El cosquilleo que recorrió mi cuerpo era intenso. Lamía en esa zona de la verga que se vuelve un mar de sensibles nervios después de eyacular. Chupaba y chupaba y los pringos débiles los tragaba viendo a mis ojos.

Después se puso de pie y nos dimos un beso profundo y sellador. Ella se entró en la ducha y yo me vestí para salir del baño y meterme en mi cama disimuladamente. Sentí un alivio tremendo cuando constaté que Laura dormía profundamente en su alcoba. Tuvimos suerte, porque justo cuando Adriana se disponía a salir del baño, la puerta del cuarto se abrió. Era Laura que había despertado casualmente para ir a orinar.

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