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Hazme gozar, tenerte en mi cama, sentirte dentro de mí
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Tiempo de lectura: 11 minutos

Una pequeña escapada a la sierra de Madrid para relajarme y descansar del estrés del trabajo resultó una deliciosa noche de sexo con un extraño.

Me gusta pasear y respirar la paz que los bosques te ofrecen, me gusta perderme los fines de semana para olvidarme de la vorágine, del estrés que acumulamos durante la semana, a veces sola y a veces acompañada, esta historia relata las horas de aquel fin de semana, el cual empezó con un encuentro agradable mientras cenaba y terminó a pesar de las circunstancias mejor de lo que esperaba.

Había pasado una semana bastante estresante en el trabajo, teniendo que solucionar los problemas de última hora de la exposición en el museo donde trabajo, siempre a contrarreloj cuando parece que los problemas te buscan, ese fin de semana además daba la casualidad de que mi novio estaba de viaje y no me apetecía quedarme sola, así que decidí cansada de paseos por la playa y gente que me conocía, hacer una escapada a Madrid y perderme por una zona que realmente me enamoró cuando la conocí, un pueblo pequeño enclavado en la sierra de Madrid, un pueblo a pocos kilómetros del puerto de Navacerrada y del que coge su nombre.

El viernes por la tarde a primera hora salía de Valencia en coche con una pequeña maleta, lo justo para pasar dos días y a las pocas horas de salir ya estaba respirando la paz que esta zona a menos de una hora de la gran urbe te ofrece, dejé mis maletas en aquel pequeño hotel y salí a pasear por el pueblo a pesar del frío invernal, me senté a cenar en uno de sus muchos restaurantes y allí fue la primera vez que le vi y la primera vez que nuestras miradas se cruzaron, la primera vez que sentí como su mirada atravesaba mi cuerpo de punta a punta haciéndome el amor, me hacía recordar una sensación que hacía tiempo que no me pasaba.

Él un hombre alto de 1,80 más o menos, de unos 36 años y complexión normal, pelo corto, ojos marrones y con una perilla estilo vikingo que le quedaba realmente bien, un hombre guapo con una mirada intensa, casado ya que no pude dejar de observar cómo lucía su anillo en el dedo, vestía informal, pero muy elegante, realmente era un hombre muy atractivo, que no paró de desnudarme con su mirada toda la cena y he de decir que me gustó como lo hacía, no era de esas miradas lascivas que otros hombres estaban practicando en esos mismos momentos y que me estaban haciendo sentir incómoda, no, la verdad que no, se notaba la suavidad en ellas, me hacían sentir cómoda a pesar de todo.

Nada más terminar de cenar miraba a través del ventanal como empezaba a nevar, realmente había elegido el fin de semana perfecto y cuando levanté la mirada donde él se había sentado su silla estaba vacía, según me dijeron se acababa de ir y no sé porque cayó sobre mí un velo de tristeza, fue como un embrujo, como si quisiera que pasara algo entre aquel hombre y yo a pesar de estar casado, a pesar de que yo tenía novio, empecé a imaginar que en vez de sus ojos fueran sus manos las que me desnudaran y que sus labios me fueran cubriendo de besos, yo con novio, él casado y sin embargo no pensaba más que en estar con él, no pensaba que aquello estuviera mal, sabía que era algo que no estaba a mi alcance así que para que sentirse mal, ¿sentirse mal solo por desear a un hombre?, ¿por mirarle?, por… ¿hablar con él?

Aquella noche bajo el edredón pasó algo más que pensar en él, algo más que solamente mirar o dejar que me desnudara con los ojos o soñando que lo hiciera con sus manos, esa noche con la imagen de aquel hombre de perilla vikinga se hizo un hueco en mi cabeza y mis manos empezaron a recorrer mi cuerpo, el viento ululaba en el exterior con fuerza y la nieve caía copiosamente en las calles mientras que en mi cama mis dedos pellizcaban mis pezones duros y erguidos, mis pechos sentían el paso de las yemas de mis dedos soñando que fueran las de mi amante imaginario, que poco a poco mi vientre sintiera lo mismo y más allá de él por debajo de mis bragas sus dedos hacían una incursión nocturna hacia mi sexo conquistando primero mi clítoris y deslizándose por mis labios humedecidos en busca de la entrada de mi vagina para hacerme gozar y calentarme en aquella noche fría, haciendo que abriera la boca como esperando un beso de mi amante madrileño aunque no sabía si era exactamente de allí o no, aunque poco me importaba.

Mis jadeos y gemidos hacían de coro a los sonidos y la música helada que llegaba del exterior, unos gemidos calientes que derretirían las miradas lascivas de aquellos hombres sin rostro y que se mezclaban con las de mi amante que ahora en mis sueños acariciaba mi cuerpo, podía sentir sus manos y sus besos, podía sentir el peso de su cuerpo sobre mí, casi notando como su pene golpeaba con suavidad la entrada de mi sexo, abría los ojos y mirando al oscuro techo y le podía ver mover sus caderas hacia delante y hacia atrás, hundiendo su cuerpo sobre el mío en el colchón de aquella enorme cama, viendo mi rostro cambiar cada vez que mis dedos se metían dentro de mi vagina, imaginando que no eran más que sus caricias antes de que me penetrara con su pene, podía verme abrazándole, cubriéndole su espalda desnuda con mis brazos, apretándole sobre mí y arañándole cuando le sentía entrar, nunca antes me había masturbado pensando en un hombre con tanta pasión, sacando mis dedos completamente mojados de mi vagina y llevándomelos a mi boca para saborear el fruto de la victoria pensando solamente en él cuando exploté en un pequeño orgasmo.

Al día siguiente de mañana quizás arrepentida por lo que hice por la noche, antes de nada y todavía con la cara sin lavar llamé a mi novio, realmente sí que me sentía mal por haber pensado en otro hombre y soñar que me hacía el amor y sin embargo después de arreglarme, salí bien pertrechada con ropa invernal para dar una vuelta por el pueblo que durante la noche se había pintado totalmente blanco, un manto blanco cubría sus calles y callejuelas, miraba a diestra y siniestra pensando en que quizás podría encontrarme con aquel hombre, pero no hubo suerte ni por la mañana, ni durante la comida en el mismo restaurante, pero no así por la tarde.

Esa tarde a pesar de estar todo nevado el sol calentaba bastante, el viento había cesado y la sensación era incluso de calor, se había quedado un día realmente hermoso cuando empecé a pasear por una zona boscosa, había más gente paseando por allí, tirándose bolas de nieve o por pequeños terraplenes, recorriendo el bosque o pasando por el camino empedrado y arenoso, se notaba que mucha gente de la ciudad habían decidido subir y disfrutar de la montaña como yo aunque con más suerte que la mía, ya que tuve la mala fortuna de torcerme un tobillo en un mal paso que me hizo caer sobre la tierra nevada, no podía casi andar y estaba sola, el tiempo pasaba y lo que antes era una zona atestada de gente ahora era como si fuera un páramo helado, los árboles blancos y el sol derritiendo la nieve poco a poco, el tiempo pasaba y el sol perdía su fuerza, una pequeña brisa helada movía las copas de los árboles cuando decidí a llamar a emergencias y como si fuera mi caballero andante, como salido de la nada apareció mi amante nocturno por detrás de los árboles por un camino empinado que descendía de la montaña.

Llamándole y haciéndole señas se dirigió a mí corriendo, fue cuando oí su voz cuando me preguntó cómo me encontraba y que me pasaba y tras una breve revisión Roberto, que así se llama, me tocaba el tobillo con cuidado, palpando también el resto de la pierna por si me hubiera hecho más daño, ya no sentía dolor alguno, su presencia anestesiante había hecho que el dolor se fuera al instante y sus manos recorriendo mi pierna junto a su respiración tan cerca de mí hacía que mi corazón se acelerara, podía sentir como la electricidad de aquellas manos me traspasaron y soñaba con que no se quedara por debajo de la rodilla sino que subiera más allá de ella, su voz me embriagaba, desprendía un olor delicioso y no podía dejar de mirar, sus manos, su cara, sus ojos y de sus labios al hablar.

Parecía estar nuevamente hechizada por él, algo irracional me pasaba cada vez que le tenía delante, quería besarle, quería sentir su piel sobre la mía e intuía que a él le pasaba lo mismo que a mí, cada vez que levantaba su mirada, nuestros ojos se encontraban y entrelazaron sin querer soltarse, su mirada a mis pechos a pesar de ir con bastante ropa para luego perderse en mis labios, el silencio del bosque nos envolvía y despacio muy despacio parecía que nuestros labios iban disminuyendo la distancia que los separaba, podíamos notar la excitación el uno del otro, miradas a los ojos y luego a nuestros labios, notaba su mano subiendo por encima de mi rodilla y deteniéndose en mi muslo prácticamente rozando mi vulva, nuestros labios a escasos centímetros y como si fueran potentes imanes nuestros labios se unieron, saboreándonos los dos con pequeños besos, bebiendo de nuestra pasión al notarme penetrada por su lengua.

El sol empezaba a esconderse por detrás de los árboles, el frío una vez más cubría el bosque y nosotros de pie empezábamos a cubrirnos de besos con nuestras lenguas entrelazadas sin casi poder respirar, sus manos recorrían mi cuerpo por encima de la ropa, apretándose contra él y uniendo nuestros sexos sin decirnos apenas nada, algunas personas pasaban justo al lado nuestro sin hacernos apenas caso, sin reparar en dos enamorados que se comían a besos, el sueño hecho realidad, estaba entre sus brazos y me besaba y acariciaba, estaba sumida en una felicidad absoluta cuando Roberto me dio la vuelta y sus manos empezaron a desabrochar mi pantalón, metiéndome su mano helada por debajo de mi braga, no era el frío lo que sentía cuando sus dedos empezaron a recorrer mis labios, era el calor con los que yo le calentaba cada centímetro de sus dedos, enviándole el mensaje de deseo, mis labios y mi vagina tan humedecidos por la excitación le enviaban un mensaje claro.

Roberto apretaba su pene con fuerza por detrás de mí con sus manos sobre mis pechos, mis manos hacia atrás intentando desabrochar su cinturón y entonces sentí como de un tirón mi pantalón y mis bragas bajaban hasta mis rodillas, sentía el aire frío en mi piel, sobre todo cuando se apartó un momento, solo un momento porque enseguida sentí su piel caliente calentar la mía, su pene entre mis muslos rozando mi vagina, si antes estaba excitada ahora más, si antes estaba mojada ahora era un mar de pasión en el interior de mi vagina, el flujo mojaba toda la vagina y de caer al suelo en forma de gotas fundiría la nieve de inmediato como si fuera una gota de lava.

Su glande encontraba con facilidad la entrada rosada de mi vagina, su piel suave se unía a la mía y la humedad de mi interior mojaba su cabeza que poco a poco y hasta el fondo se iba metiendo dentro de mí, llenándome entera con la misma suavidad con la que me miraba, el corazón se me salía del pecho máxime cuando la gente al otro extremo del camino seguía pasando. Roberto me cogía de la cintura y se apretaba contra mí dejando su pene tan dentro que durante unos segundos lo mantenía al abrigo de mi vagina estrecha, mojada y caliente, las penetraciones nos hacían jadear y gemir, mi mano sobre mi boca intentando no hacer ruido alguno, estaba anocheciendo, pero todavía nos podían ver desde el otro lado del camino, de hecho quizás más de uno pudo vernos y oírnos porque cada vez que Roberto entraba dentro de mí era como si de una forma involuntaria mi garganta emitiera unos sonidos imposibles de retener y de acallar.

Cada vez más rápido y con más fuerza, pero dejando su pene unos segundos dentro de mí sin sacarla, Roberto empujaba su pene tan fuerte que se metía hasta que sus testículos chocaban contra mi vulva dejándolos allí hasta que se retiraba y nuevamente volver a metérmela con fuerza, entonces noté como algo me inundaba la vagina, como la zona donde estábamos la nieve se fundía del calor que desprendía mi cuerpo, mi vientre empezaba a arder enviando ese calor a todas las zonas de mi cuerpo haciéndome temblar y paralizando todo el cuerpo salvo mi garganta que exhalaba en forma de gritos todo el placer que Roberto me acababa de dar, asustando a unos pobres chicos que pasaban por allí en esos momentos y que se empezaban a reír mirando hacia atrás viendo como un hombre y una mujer hacían el amor en medio de un bosque nevado.

Mis manos hacia atrás cogían sus glúteos apretándolos contra mí, no permitiendo que sacara su pene cuando Roberto empezó a eyacular dentro de mi vagina, el movimiento de los dos se fue ralentizando, pero él seguía todavía con su pene dentro de mi vagina entrando y saliendo, envolviendo su pene con los restos de mi flujo que se adherían a su tronco, hasta que noté como se separaba de mí y me subía con suavidad las bragas y mis pantalones, después de vestirse fue el momento de ver que mi tobillo todavía me dolía y como un caballero me cogió en brazos ayudándome a sentarme en su coche que lo tenía justo al lado.

Quince minutos más tarde después de ver que mi tobillo casi no me dolía, en la habitación de mi hotel con la chimenea encendida y una pequeña lámpara en el otro extremo Roberto y yo nos empezábamos a besar nuevamente mientras que nos íbamos quitando la ropa lentamente, sus labios iban cubriendo la parte de mi piel que poco a poco quedaba desnuda, las yemas de sus dedos subían acariciando mis brazos hasta terminar en mis hombros y quitándome el sostén lentamente mientras me los besaba, los dos desnudos de cintura para arriba uniendo nuestra piel, piel contra piel con mis pechos aplastados contra él y sintiendo las caricias de sus dedos sobre mis pezones, no parábamos de mirarnos, los dos diciéndolo todo simplemente con nuestro silencio acariciándonos, sintiendo cada sensación, sintiendo sus manos sobre mi espalda y las mías sobre la suya, sin besarnos, simplemente mirándonos con nuestros labios casi unidos.

Hipnotizados por la pasión, por aquella escena de película con chimenea encendida y media luz, los dos acariciando nuestros cuerpos con delicadeza, los dos ya desnudos por completo con su pene en mi mano, masajeándolo de arriba abajo, sintiendo la humedad de su lengua en la mía mientras que nos besábamos, sus dedos recorriendo mi vulva, mojándose entre mis labios y electrificando mi cuerpo cuando se paraba en mi clítoris, los dos sumidos en un mar de sexo y pasión desde que nos encontramos en el bosque, cambiando el frío invernal bajo la arboleda a la comodona y caliente habitación del hotel, donde nuestra piel se erizaba por nuestras caricias, donde el sentimiento estaba a flor de piel como si fuéramos dos enamorados, dos recién casados en su luna de miel, aunque quizás sería más acertado decir que la lujuria de un hombre y una mujer que no se conocían de nada desbordaba aquella pequeña habitación con el deseo de entregarse el uno al otro sin importarles más que el sexo en esos momentos, sin importales sus respectivas parejas.

Roberto subiendo y sujetando mi muslo derecho, dejando así que mi vagina se abriera y empecé acercar su pene a mi vulva, con mi mano dirigiendo las subidas y bajadas entre mis labios, abriéndolos y metiendo su pene entre ellos, desde mi clítoris hasta la entrada de mi vagina, metiendo un poco su glande en mi interior, los dos nos mirábamos fijamente y reíamos cuando Roberto empujaba con su cadera su pene metiéndose en mi vagina, haciéndome jadear al sentirla dentro y riéndome con él cuando nuevamente con mi mano se la sacaba y volvía a recorrer mi sexo con su pene envuelto en mi flujo.

Las miradas entre los dos no cesaban, sus caricias en mi espalda interminables, las risas de nuestro juego sexual con mi mano en su pene recorriendo mis labios y dejándola dentro para que él empujase era continuo hasta que tropezamos en la cama y los dos caímos en ella, hundiéndose su pene hasta el fondo de mi vagina, una mezcla entre placer y risas nos invadió, su pene entraba y salía de mi interior arrastrando tras de sí pequeñas gotas de flujo que salían de mi vagina. Roberto empezó a reptar por la cama, subiendo por ella poco a poco mientras que me tenía sentada sobre él recibiendo las pequeñas penetraciones de su pene, hasta que llegó a la cabecera y allí con sus manos en mis caderas me iba moviendo hacia arriba sacando su pene de mi vagina, subiendo por su cuerpo arrastrándolo mi sexo humedecido por su piel y sentándome sobre su boca.

Su boca succionando mis labios vaginales, mi clítoris que recibía el placer de su lengua moviéndose de un lado a otro, luego metiendo su lengua en mi vagina saboreando y bebiendo de mí, me cogía con fuerza mis muslos, sujetándome para que no escapara de sus caricias, haciendo que mis jadeos se alargasen, que mis gemidos volasen por la habitación y que mi cuerpo se estirara de placer, arqueándome hacia atrás y cogiéndome con mis manos los pechos agarrándolos como él haría, sentía tanto placer al tener su boca comiendo mi sexo, sintiéndome penetrada por su lengua continuamente, mordiendo mis labios con los suyos, mi clítoris siendo succionado por su boca, haciéndome temblar con cada lamida, levantando los brazos estirándolos por encima de mi cabeza, bajándolos de golpe agarrando con fuerza las sábanas mientras que movía mis caderas hacia delante y hacia atrás ayudándole a ser comida por él.

Las diez de la noche y las risas, jadeos y gemidos habían pasado a un segundo plano, gritos silenciosos o explosivos salían de mi boca continuamente abierta cuando sentía su pene meterse en mi vagina, navegando por mi interior, rozando su piel contra la mía, dos sexos fundidos en continua fricción el uno contra el otro, Roberto disfrutaba de mi cuerpo así como yo del suyo, sin dejar ni un solo momento de darme placer. Roberto me tenía tumbada con las piernas abiertas, la derecha estirada y la izquierda flexionada la rodilla y abrazada por él, de rodillas en la cama metía y sacaba su pene de mi vagina apretando con fuerza al metérmela y dejándolo dentro de mí durante unos segundos, sintiéndome llena por él, apagando el fuego interior de mi lujuria, hasta que nuevamente la sacaba para volver a penetrarme con fuerza y muy, muy profundo haciéndome en ocasiones inhalar gran cantidad de aire y en ocasiones esa misma cantidad de aire salir en forma de gritos de placer.

Dos cuerpos sudorosos, dos cuerpos bailando juntos, penetrando uno en el cuerpo de otro, sintiendo como ninguno de los dos quería terminar, cambiando las posturas eligiendo la más propicia para terminar en un orgasmo que al final fueron un orgasmo tras otro, explotando en arañazos en su espalda cuando lo tenía encima de mí, mordiendo sus labios mientras nos besábamos cuando lo tenía debajo de mí, o apretando las sábanas mientras gritaba cuando Roberto cubría con su cuerpo mi espalda, besándome el cuello mientras me penetraba por detrás, sintiendo su pene entrar y salir de mi vagina, mi interior que iba a recibir una vez más la explosión de su pene lanzando y llenándome con su semen a la vez que una vez más mi cuerpo sentía un delicioso orgasmo paralizando el cuerpo.

A la mañana siguiente, tarde, muy tarde casi la hora de comer, me encontraba desnuda bajo los edredones, cubierta todavía con restos de nuestra pasión, desnuda y sola. Roberto se había ido mientras yo todavía dormida, pero me había dejado una nota y una rosa hecha con papel sobre la almohada, la nota rezaba.

“Gracias Lara por una noche inolvidable”.

Una infidelidad que realmente busqué desde el momento en que me fijé en él a pesar de saber que estaba casado, anhelando un nuevo encuentro en un futuro para sentir de verdad su cuerpo sobre el mío, su cuerpo dentro de mí a pesar del amor que siento por mi novio.

Una noche que para mí también será inolvidable al igual que este relato.

Un beso.

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