Ya bien lavadas, salimos de la ducha y nos secamos. Mientras tanto, no dejamos de besarnos y acariciarnos. Nos vestimos. Yo me pongo de nuevo mi fino conjunto de ropa interior granate y ella otro conjunto sencillo de top y culotte de licra negros, muy combinado con las chanclas. Acto seguido, se pone las gafas y me mira con deseo, pícara y cariñosa. Está tremendamente sexy e imponente, como una gladiadora. Nos miramos con deseo. Entonces se pone detrás de mí y me abraza por la cintura mientras me dice susurrándome al oído:
–Mira lo que te voy a enseñar, cariño mío… Es una sorpresa. Cuando te diga, gírate hacia mí. ¿Sí?
–Claro que sí, amor –le digo, intrigada.
–Aunque… Si quieres, adelante. Si no, rotundamente no. Para nada quisiera hacerte sentir mal ni incómoda.
–De acuerdo –le digo, algo nerviosa.
–Sobre todo, tranquila. No pasa nada –me besa.
Se dirige a otra parte de la casa, concretamente en la planta baja. La verdad es que me tiene muy intrigada. ¿Qué será?
Escucho de nuevo sus firmes y decididos pasos de gladiadora espartana subiendo las escaleras, sus pies con las chanclas negras de cuero y plataforma que he besado, lamido y relamido y me he quedado hasta con ganas de más. A cada paso suyo más cercano, mis latidos se aceleran más y más. Ya llega de nuevo a su cuarto.
–Ya puedes girarte, cariño.
Me volteo. Alucinada me quedo. Lleva un aparato de estos en forma de arnés bien fijo a su grande cintura. Y bastante grande, por cierto.
–¡Guau!! –exclamo boquiabierta, sin saber bien qué decir. ¿Cómo habrá conseguido algo así?
–¿Sí? –me pregunta, con una tierna y pícara sonrisa, con las mejillas sonrojadas y las pupilas dilatadas.
–¡Claro que sí! –le respondo. Estoy que me muero de ganas de esto con una mujer como ella.
–¿Segura? –me pregunta seriamente.
–¡Segurísima!
Entonces, ella se sienta en la cama, me toma bien de la cintura, me da dos palmadas bien fuertes en cada nalga mirándome fogosamente, por lo que doy dos pequeños gritos, me baja lentamente las braguitas y me siento en su falda, de manera que alcance el aparato, que sintiéndolo ya en lo más profundo de mi ser, empiezo a cabalgarla.
Empezamos despacio, con cuidado y muy poco a poco vamos acelerando el ritmo. Lo hacemos en todas las posturas posibles y por todas las estancias de la casa. Ella sentada o agachada y yo en su falda, ella tumbada y yo agachada encima, yo tumbada y ella agachada mientras rodeo sus hombros con mis piernas, ambas tumbadas de lado, ella de pie tomándome en brazos, ella detrás y yo delante estando ambas de pie, en la cama, en la pica del baño, en la escalera y en su respectiva barandilla, en el suelo, en una silla, en el sofá, contra la pared, en la mesa del comedor, en la encimera de la cocina, etc.
Hacemos una vuelta por toda la casa, repitiendo lugares, posturas y todo. No dejamos de besarnos mientras hacemos el amor de esta manera y gimo como nunca antes con sus apasionados embestidas, cada vez más fuertes, rápidas e intensas aunque yendo siempre con cuidado. Me encanta como sus manazas agarran con fuerza, acarician y amasan mi cuerpo entero mientras hacemos el amor sin tregua. No deja de susurrarme al oído entre ardientes gemidos y rugidos lo hermosa y sexy que soy, lo buena que estoy, lo mucho que la excito y lo lesbiana que la hago sentir.
Ambas tenemos varios orgasmos y los sentimos apoderándose de nuestros cuerpos con demasiada intensidad. Es increíble lo satisfecha que me hace sentir y como me hace el amor, como me hace suya, al mismo nivel que podría hacerlo un hombre o, quien sabe, mejor todavía.
¿Gunilda hetero? ¿Cómo que hetero? Repito: ¡Y unos cojones como los del caballo de espartero! Sí, sí, muy hetero y tal pero menuda gladiadora alfa escondía. Más lesbiana que las lesbianas. Por ser su primera vez haciendo el amor de esta manera, es tremendo como me lo hace. Es como que no necesita haber tenido ninguna práctica ni experiencia, lo hace de manera instintiva.
Terminado el tórrido recorrido por toda la casa, nos encontramos de nuevo en su cuarto, en su cama, en la misma postura que hemos empezado, ella sentada y yo en su falda. Tengo mi último orgasmo cabalgándola y gimo más fuerte que nunca. Caigo rendida abrazada a ella y ambas nos tumbamos en la cama para tomar aire. No dejamos de besarnos. Me siento como si me hubieran partido por la mitad. Pero con mucho gusto.
Transcurridos unos minutos, se quita el aparato y nos abrazamos con fuerza, juntando más y más nuestros cuerpos. En un momento dado, se quita las bragas culotte y me lanza una ardiente mirada cómplice que yo, que hace ya un buen rato que tengo mis braguitas en el suelo, capto al momento. Ambas nos movemos de una manera que terminamos sentadas en la cama fuertemente abrazadas. Abrimos y cruzamos bien nuestras piernas, acercando más y más nuestras empapadas y desnudas intimidades, hasta estar completamente pegadas.
Es entonces cuando nos movemos con gran sensualidad, fuertemente abrazadas, acariciándonos el cabello, las mejillas y el cuello, besándonos sin casi respirar, con mi cabeza bien acomodada entre las tiernas almohadas de sus enormes tetas, que se las beso y se las succiono sin parar por encima y por debajo del top. Empezamos lentamente y nos movemos cada vez con mayor ímpetu, hasta que ambas nos deshacemos en un tremendo orgasmo al mismo tiempo, dejando las sábanas bien húmedas de nuestra pasión, deseo y amor.
Caemos rendidas, realmente exhaustas. Por ser mi primera vez en toda mi vida, ha sido demasiado intensa. Estamos tumbadas de lado, mirándonos a los ojos, acariciándonos el cabello y besándonos.
–Mi Clío. Mi hermosa Clío. Yo… Yo realmente siento cosas por ti. Yo te deseo, te quiero, te amo. Yo quiero estar contigo y te lo quiero demostrar día a día. Nunca antes había sentido por una mujer lo que por ti siento y todo lo que deseo es que confíes en mí, porque jamás se me pasaría por la cabeza jugar con tus sentimientos ni hacerte daño. Eres la persona más bella que he conocido en todos los sentidos, te mereces lo mejor de este mundo y de esta vida y yo estoy dispuesta a dártelo, a desvivirme por ello si hace falta. Estoy dispuesta a hacerte sentir amada de verdad.
–Gunilda, amor mío. Llevo tiempo realmente enamorada de ti. A tu lado me siento diferente. Más sensible, más humana, más persona, más yo. Llegaste mi vida en el momento oportuno, cuando más lo necesitaba, cuando las circunstancias me ahogaban. Has estado a mi lado y me has cuidado en todo momento. Eres mi ángel de la guarda. Me has devuelto las ganas de vivir, de sonreír, de enamorarme sanamente y de verdad. Y esto… Esto no tiene ningún precio.
Durante estas tres semanas sin vernos, he descubierto que mi vida no es la misma sin tu sonrisa, sin tu mirada de ojos cafés, sin tu cabellera castaña, sin tu dulce voz, sin tu aroma, sin el contacto de tus manos con las mías, sin tus abrazos, sin tus besos, sin tu cuerpo junto al mío, sin tu hermosura, sin tu sensualidad. Tu presencia, tu cercanía… Son como el mismo aire que respiro. Te deseo a reventar desde el primer momento que te vi, Gunilda. Eres la más hermosa, exterior e interiormente. Te amo con todas mis fuerzas.
Continuamos besándonos abrazadas.
–Conozco un precioso restaurante allí en el casco antiguo con unas magníficas vistas al mar y al anfiteatro. ¿Vamos a cenar? Yo te invito –me susurra muy tiernamente al oído.
–Perfecto, vamos. Aunque pienso que es mejor pagar mitad y mitad.
Me mira tiernamente regalándome su hermosa sonrisa.
–Descuida, amor. Invito yo –me susurra con gran ternura. Me besa la frente.
Ay, que enamorada estoy de ella. De veras.
Así pues, nos vestimos. Yo con mi vestido granate, mis sandalias negras de plataforma y mi chupa negra de cuero y ella unos pantalones tejanos, una blusa abotonada color turquesa y sus seductoras botas marrones de plataforma y tacón junto con la chupa marrón de cuero. Salimos de su casa, subimos a su coche, ella abriéndome la puerta y por momentos, mientras conduce, poniendo su manaza en mi muslo y yo la mía encima de la suya. Caminamos por la calle tomadas de la mano y cuando me sobresalto con el sonido de algún petardo, sé que ella está conmigo para abrazarme.
La verdad es que me encantan estos gestos de hacerme sentir segura, única. Y todavía más si vienen de una mujer.
Así pues, nos dirigimos al restaurante. Tal y como me ha dicho, es un lugar sencillo y precioso. La cena transcurre de fábula. Así es como tenemos lo que diríamos nuestra primera cita romántica.
Con el transcurso de los días, hablamos y nos vemos con mucha frecuencia, mis viajes a su ciudad se tornan más habituales y aprovechamos bien cada instante juntas. Está más que claro que nuestro vínculo especial ha dado paso a algo romántico, un sentimiento verdadero, de los que pocos quedan ya.
Fin.