Llevaba más de diez minutos hablando por teléfono con Gisela. La señal del celular no era muy buena, y a cada rato la voz de mi hermana se escuchaba entrecortada. El bamboleo del bote y lo alejado de la costa, hacían más difícil la comunicación entre las dos. En este país, nada funcionaba bien.
—Sí, hermanita, te escucho. No te preocupes, mándame a Ricardo mañana que yo lo espero —Del otro lado del móvil, mi querida hermana se extendía en explicaciones y recomendaciones de cómo debía atender a mi joven sobrino. Mi novio, desde la popa, me hacía señas de todo tipo para que cortara la llamada, decía que le alejaba los peces.
Junio era un mes espectacular para salir de pesca y disfrutar el paisaje de ensueño que ofrecían los islotes del parque nacional. La cava de plástico blanco, estaba llena de pargos y atunes, sin embargo Alex, mi novio, y Jesús su eterno acompañante, nunca estaban satisfechos.
Todos los fines de semana, religiosamente, Alex embarcaba seis u ocho turistas y los llevaba a pescar en las maravillosas aguas del Parque Natural. Claro, esto ocurría en tiempos normales, ahora con la pandemia, hacía varios meses que no percibía ingresos por ese concepto. Los domingos, aprovechaban para salir a pescar y yo los acompañaba para tomar el sol y salir del asfixiante encierro.
Tirada en la proa, sobre una toalla que colocaba encima del pequeño camarote del bote de 35 pies, pasaba horas exponiéndome al sol y viendo las discusiones acaloradas entre mis dos acompañantes, debido al tamaño de sus pescados. Cada hora me zambullía en las cristalinas aguas y volvía a mi rutina bajo el abrasante sol.
Generalmente, llevábamos una caja de cervezas y unos aperitivos para pasar el día. La dosis de sol dominical, era suficiente para mantener mi envidiable bronceado. Disfrutaba mucho de las miradas furtivas de Jesús cada vez que Alex se entretenía con sus capturas. Eso me gustaba. Ya, a las cinco de la tarde, regresamos a tierra firme a reposar del cansancio acumulado en la deliciosa pero agotadora jornada.
Alex, me dejó en el apartamento. Me di una relajante ducha fría y me tumbé en la cama a descansar una hora para reparar mi agotado cuerpo. Ya entrada la noche, me preparé una ensalada y me senté a organizar mi agenda para el inusual lunes que me esperaba. En mi móvil anoté:
-Llamar al señor del gas
-Buscar veinte litros de gasolina en la estación de servicio
-Salir a comprar alimentos y bebidas.
-A las 3:00 pm, buscar a mi sobrino al terminal de pasajeros.
-Cambiar 150 dólares.
Como ven, una agenda nada normal. Ah, me olvidaba:
-Llenar el depósito de agua a las 6:00 am.
-Recorrer varías farmacias para comprarle medicinas a mamá y enviárselas a Caracas.
Vivir en este país es un desastre, sobrevivir en esta pandemia, casi imposible.
“Por suerte”, vivo en una pequeña ciudad que es considerada una Burbuja. Es un territorio aislado y relativamente blindado, hasta ahora, de la inefable peste roja.
Bueno, no los fastidio más con mis carencias, aunque agregaría que vivo relativamente bien, gracias a la remesa que me envía mi papá desde Canadá. Mi padre, trabajó hace treinta y tantos años en las petroleras y se casó con mi vieja, con quien tuvo dos hijas: Mi hermana Gisela de treinta y ocho y yo de treinta y dos. Se marchó a su tierra luego de separarse de mi madre, pero gracias a Dios me ha metido la mano en esta larga cuarentena.
Desde hace cuatro meses no produzco un centavo. Me dedico a administrar dos restaurantes y se podrán imaginar cómo está ese negocio hoy día.
Luego de comer, caí rendida.
Temprano en la mañana, llené el depósito de agua y me di una ducha para salir a guerrear. Aprovechaba esa hora con el vital líquido y me relajaba por varios minutos bajo el agua tibia. Me gustaba tocarme. Acariciaba todo mi cuerpo con el suave jabón de almendras y Romero que nunca faltaba en mi tocador. Me consideraba una mujer ardiente pero fiel. Llevaba 6 años de novia con Alex y se puede decir que felizmente. Era un bohemio empedernido que no tenía entre sus prioridades el matrimonio.
A veces me preguntaba si disfrutaba el sexo como yo. Cumplía con sus obligaciones, pero últimamente lo sentía distante y con poco fuego en su relación conmigo. En el último año, nuestros encuentros eran cada vez menos frecuentes y yo sentía que no se entregaba como otrora. Muchas veces, luego de estar con él, recurría a mi consolador para aplacar mis fuegos internos. Hasta me cuestiono yo misma: ¿Será que soy insaciable? Todos los días lo utilizo para vivir mis frecuentes e insólitas fantasías. He adquirido varios modelos de diferentes tamaños, por eso creo, que tal vez, el problema no sea Alex sino yo, pero gracias a mis aparatos nunca había sentido la necesidad de buscar el placer fuera de nuestra relación.
A mis treinta y dos años, soy la envidia de mis amigas. No soy, lo que se pueda llamar una belleza, pero mi cuerpo hace suspirar a todo el que me ve en la playa con mis diminutos bikinis. Me encanta ser auscultada por las miradas de hombres y mujeres. Siento un insano placer al ser desnudada por la vista de quienes me miran. Soy una mujer alta con piernas largas y caderas pronunciadas. Mi abdomen está bien conservado por los arduos trabajos en el gym. Mis senos son de tamaño normal, pero bien erguidos y bronceados como todo mi cuerpo. Mi piel hace tiempo que dejó de ser blanca. Mis amigas me dicen que tengo un parecido a Katerinne Fullop. Yo no me creo nada de eso, pero si sé que estoy bien buena, como dicen por acá.
Luego de hacer mis diligencias y prepararme un rápido y cetogénico almuerzo, descansé un poco y me fui a buscar a mi sobrino a la terminal de pasajeros. Su autobús tenía estipulado llegar a las 2:45 de la tarde.
Mi sobrino Ricardo, un muchachón de 18 años, era el orgullo de la familia. Había sido fichado por un equipo europeo y tenía vuelo para irse en marzo de este año, pero por las causas conocidas, estaba esperando se reabrieran para marcharse. Yo tenía como tres años que no lo veía personalmente, pero su papá me subía sus videos en YouTube, de sus juegos y ahí podía apreciar su buen físico y sus excelentes atributos para el futbol.
Las condiciones estrictas de confinamiento en la capital, le habían impedido entrenarse con comodidad. Mi cuñado estaba preocupado porque estaba ganando peso y decidió enviarlo a donde yo vivo. Aquí existe un centro de alto rendimiento que, gracias a Dios, todavía está operativo a pesar de la pandemia. Aquí estaría conmigo hasta que todo se normalice.
Lo reconocí inmediatamente. Se acercó a mi vehículo con dos bolsos deportivos a reventar. Le di un efusivo abrazo y le abrí el portaequipajes.
—Estás inmenso sobrino! Dios te bendiga! —Le dije.
—¡Hola, tía, tú estás preciosa! —me respondió apretándome fuertemente contra su desarrollado pecho.
En el trayecto al apartamento nos pusimos al día. Ricardo es un joven muy extrovertido y simpático. Platicamos sobre su plan de radicarse en España y de cómo debía intensificar su preparación física para llegar en forma al campamento. Me contó que era defensa central por su habilidad para parar todo lo que llegaba al área y por su nada despreciable altura de 1.90. De verdad, yo no le noté ningún sobrepeso, como decía mi cuñado, pero yo no era muy conocedora de las cualidades físicas que se necesitaban para ese deporte.
Mi apartamento, no es muy grande pero he tenido la suerte de decorarlo a mi gusto. Tenía dos habitaciones, dos baños, un espacioso salón integrado a la cocina, y lo que más me agradaba, un balcón –terraza, en donde tenía una parrillera portátil, una mesa de cuatro puestos y dos sillones en donde me deleitaba con la hermosa vista que dominaba la espectacular bahía. Frente al edificio de 15 pisos, se ubicaba la marina que albergaba decenas de embarcaciones de diferentes esloras. Lanchas deportivas, pequeños yates y motos de agua, descansaban apareadas en el muelle de madera, esperando el regreso del próximo fin de semana. Desde el piso 14, tenía el dominio completo del mar y los distintos islotes que parecían flotar en lontananza.
Lo instalé cómodamente en la habitación destinada para él. Le mostré el baño que utilizaría en sus días en mi casa y le serví un refrescante jugo verde para que se repotenciara. Conversamos un largo rato y luego me sumergí en una conversación telefónica con mi hermana, quien no dejaba de agobiarme con sus instrucciones sobre cómo cuidar a su “pequeño” muchacho. Antes de irme a descansar, le expliqué el engorroso mecanismo para ducharse con el balde de agua ubicado en mi baño. Solo para las duchas vespertinas podría usar el mío, mientras compraba otro balde para colocarlo en su ducha. Lo anoté en mi agenda.
En mi habitación, me puse cómoda con el pijama de algodón azul que me había regalado Alex y me tumbé unos minutos para reponer fuerzas para luego calentar la cena. Ya no prepararía cualquier cosa, como solía suceder, Gisela me encomendó enormemente que el niño comía como un desesperado. Lo necesitaba.
Pocos minutos habían transcurrido y estaba absorta en mis pensamientos, cuando escuché el toc, toc, en la puerta de mi habitación.
—Tía, tía, disculpa. ¿Estás despierta? —Se escuchó del otro lado.
—Sí, sí, pasa —Le dije con voz perezosa.
—Perdona, tía, quiero tomar una ducha, me siento sucio luego del viaje.
—Seguro, Ricardo. Pasa con toda confianza —Agregué.
Mi sobrino caminó lentamente al baño en suite de mi cuarto. Llevaba una toalla sobre su espalda y un diminuto short que permitía ver su abultado instrumento y sus desarrolladas y musculosas piernas. Parecía un gladiador romano. Cerró la puerta del baño y yo proseguí con mi leve descanso sin poder quitarme la imagen de mi sobrino de la cabeza. El ruido del agua que chorreaba desde la taza de plástico que tenía destinada para tal fin, me hacía pensar como era su recorrido por tan espectacular y juvenil cuerpo. Me estaba calentando, cosa que no era muy difícil en mí. Alex no estaba disponible para esta noche, tendría que recurrir a alguno de mis inseparables amigos que guardaba celosamente dentro de mi closet.
Más tarde, calenté una abundante cena para mi sobrino y retorné a mi cuarto a ducharme y prepararme para el nuevo día que se avecinaba. Bajo la incomodidad de la ducha nocturna, las imágenes de mi sobrino me pusieron cachonda. Ya en la cama, acompañado del último consolador que había comprado en Amazon, y el cual prometía un gran desempeño, me sumergí en mi ritual íntimo de auto complacencia.
Fui desenfundando el dildo azabache, cual armamento cuidadosamente guardado en su funda de gamuza. No era muy exagerado, media 8 pulgadas y estaba construido con una silicona de última generación que tenía cuatro velocidades y tres modos de vibración. Dentro de la caja, dos pequeños frascos con aceites aromáticos que facilitaban la penetración y el pequeño control remoto en forma de anillo. No necesitaba de ese aditamento rojizo, las ganas de que Alex me estuviera poseyendo y la imagen vaga de mi sobrino en su diminuto pantaloncillo, me tenían la vagina más que lubricada.
Apenas encendí el consolador, lo coloqué en mi depilada y ansiosa concha y comencé a entregarme en las fantasías más increíbles de mi fértil imaginación. Puse la velocidad al máximo, e introduje con frenesí aquel polímero imponente. Mi juego erótico duró muy poco, esa noche, me sentía más caliente que nunca. Alcancé el orgasmo rápidamente, con la escena impúdica de ser penetrada por Alex y mi sobrino. Quedé extenuada, no hubo tiempo para reprocharme el haber incluido a Ricardo en tan irreal escena.
Desde joven, descubrí que tocarme mis zonas intimas, me producía un placer inimaginable. Con el tiempo, mis fantasías fueron cada vez menos recatadas. La magia de mi imaginación, era capaz de recrear los guiones más osados e inverosímiles que puedan pensar. Mi creatividad sexual era infinita. Sin embargo, esto no desarrolló en mí, alguna conducta promiscua, que me llevara a entregarme al primero que me lo pidiera. En mi actividad sexual me considero bastante reservada y exigente. Suena contradictorio pero mi mente va por un lado y yo por otro. Antes de Alex, tuve solo tres novios que duraron muy poco en la relación. A veces pienso que debía ser más atrevida, darle un poco más de cabida a complacer mis deseos ocultos.
Esa mañana, martes, mi agenda no estaba tan llena como el día anterior. Llevé a Ricardo al Centro de Alto Rendimiento luego de prepararle un suculento desayuno. Seguidamente, fui a comprar unas botellas de vino y algunas cervezas para la velada de la noche. Había convenido con Alex, preparar una paella y tomarnos unas copas, para que conociera a Ricardo, además, tenía unas ganas enormes de follar con mi novio. Tenía anotado comprar un balde para el baño de Ricardo pero a última hora, lo borré de mis planes. Que siguiera utilizando mi ducha para su aseo vespertino.
A las 7:00 pm, se apareció Alex con su inseparable amigo Jesús. No quisiera extenderme en la calentura que agarré al verlo cruzar por la puerta. Lo menos que imaginaba era su presencia esa noche. Mis planes incluían disfrutar una buena cena con el exquisito vino que había comprado, compartir un rato con Ricardo y luego meterme bajo las sábanas con Alex, pero el pendejo no soltaba al llavero de Jesús.
La velada transcurrió sin contratiempos pero mi molestia no fue fácil ocultarla. Todo el mundo para su casa y yo a mi cuarto a consolarme con mis juguetes. ¡Qué inútil se estaba poniendo el bobo de mi novio!
Entre la rabia y la frustración, esa noche, Alex no había protagonizado mi fantasía, el personaje principal había sido otro.
La mañana del miércoles, pasé largo rato en el restaurant principal, supervisando la instalación de un sistema de seguridad, con cámaras de última tecnología, en las partes más vulnerables de las instalaciones. Mi jefe aprovechó estos meses de cierre para hacer correctivos importantes ya que le estaban robando muchos insumos de la cocina y el almacén. El circuito cerrado, imperceptible, podía mostrar todos los ángulos visuales y ser manejado desde la App en los teléfonos asignados. Las cámaras, simulaban lámparas modernas y con una visual de 360 grados, visión nocturna y una resolución y zoom excepcionales. El técnico me entregó el manual y me dio una inducción rápida de cómo manejar el sistema. Muy sencillo, además de nada costoso.
Mientras conversaba con él, una idea loca cruzó por mi cabeza. Le pregunté dónde podía adquirir un par de cámaras de esas y me dijo que en su carro tenía varios kits con esas características. No lo dude, enseguida le pedí me vendiera, con descuento, un kit similar para mi descabellada idea.
Antes del mediodía, ya estaba en casa. El día anterior, habíamos cuadrado con el centro de entrenamiento para incluir en el paquete de Ricardo, el desayuno, el almuerzo y el transporte. Mi cuñado aceptó complacido. Así me libraba de tanto trajín con mi sobrino.
Sin perder tiempo, destapé la caja. Retiré la cinta que cubría la parte trasera de las cámaras y dejé libre su parte adhesiva. Busqué una silla, y con la destreza de quien lo motiva una fechoría, coloqué perfectamente una sobre el techo de su cama y otra encima de la ducha de mi baño. Lamenté no haber comprado una más. Bajé la aplicación en mi móvil y comprobé que funcionaba con precisión.
Es indescriptible la sensación que se siente con la sola idea de espiar a mi sobrino y de verlo en el esplendor de su cuerpo desnudo. Me sorprendí al no sentir culpa alguna ni algún sentimiento de reproche por lo que estaba a punto de hacer. El solo hecho de pensarlo, me producía un enorme placer, que se reflejaba en la ingente cantidad de fluidos que destilaba mi ansioso coño. Total, de imaginármelo a observarlo, no supondría mucha diferencia. En mi patrón de conducta sexual, mientras no sobrepasara la raya de lo material, no constituiría ningún pecado ni nada por el estilo.
Esperé tumbada en mi cama su llegada. La ansiedad me estaba matando. Pasada una hora y en vista que no llegaba, me distraje leyendo y viendo a cada instante las imágenes congeladas de los dos dispositivos. Probaba el zoom, el sonido, el giro, los filtros de luz, todo. Me quedé dormida.
Me desperté, casi una hora y media después. Prendí la tele y enseguida sentí los pasos de Ricardo acercarse a la puerta entreabierta de mi habitación.
—Hola, tía —Me dijo desde el borde de la puerta.
—¿Hola, Ricardo, cuándo llegaste? —le pregunté desde mi posición tirada en la cama.
—Hace un rato, tía. No te quise despertar.
Lamentablemente, llegó ya aseado del complejo. Mi sesión de voyerismo tendría que posponerla para más tarde, al final de la noche cuando se fuera a dormir. No presagiaba mucha emoción, pero serviría para calibrar bien las cámaras y la App.
Lo invité a sentarse en la cama para que me contara sobre su día. Charlamos un rato. Para mi sorpresa, y eso me puso cachonda, yo no era la única que metía el ojo, él tampoco desaprovechaba el momento para mirar mis piernas con cierto brillo en sus pupilas. Instintivamente movía su cara de la tele a mis piernas. Aproveché sus furtivas y nerviosas miradas, para mostrarle, descuidadamente, algo más para sus escurridizos ojos. Cruzaba mi pierna y le dejaba ver, sutilmente, parte de mis bronceadas nalgas. Disfruté mucho ese momento. Sentía sus ojos, deseando quedarse más tiempo quemándome mis glúteos que luchaban por quedarse escondidos bajo mi pequeña pijama de algodón. Lo puse nervioso. Me encantó ver su abultamiento y como trataba de disimularlo con sus manos. Estaba completamente mojada.
Ya en la noche, le preparé, la ya habitual cena, y me puse a ordenar la despensa que la tenía echa un desastre. Me tomé par de cervezas mientras conversaba con mi hermana y con Alex. Se disculpó conmigo por lo de la noche anterior y me dijo que no pensaba que me iba a caer tan mal que hubiese invitado a su amigo Jesús. Discutimos un rato y nos despedimos en no muy buenos términos. Deseaba que estuviera aquí conmigo esta noche, pero como casi siempre, tenía una reunión con sus amigotes.
Ya en mi cuarto, conecté la aplicación de las cámaras y me dispuse a observar a mi sobrino. Decepción absoluta. Cuando enfoqué directo sobre su cama, Ricardo estaba profundamente dormido. El entrenamiento fuerte a que era sometido, pasaba factura en su imponente humanidad. Estaba frustrada. Les cuento que no tuve ánimos ni para buscar a mis amigos del closet. Caí rendida hasta la mañana siguiente.
Mi plan tuvo que esperar hasta el sábado. Los fines de semana, el racionamiento del agua no entraba en vigor. Mi mente ya se había adelantado y cambié la cámara que estaba en mi baño y la coloqué sobre la ducha de mi sobrino. Sin el baño obligado en el complejo deportivo, necesariamente tendría que hacerlo en el apartamento. En su baño, con la regadera, como Dios manda.
El juego de querer ver a mi sobrino desnudo, bajo el agua cayendo sobre su cuerpo, había avivado mis sentidos y mi cinismo. Busqué entre mis viejos trapos, un beibidol negro que había comprado hace tiempo y lo tenía en desuso. Era una prenda con encajes rojos y que mostraba con mucha picardía mis atributos. Nada vulgar ni excesivamente imprudente. Tampoco quería causar una mala impresión en mi sobrino. Se trataba de un conjunto de brasier con un blúmer que era cubierto por una túnica transparente, que le daba características de dormilona. Ciertamente, era un pijama, despierta maridos. Me lo puse la noche del viernes para despertar con la prenda, la mañana del sábado.
Quería ser observada por mi sobrino y deseaba con toda mi alma verlo bajo la ducha. En eso consistía mi desquiciado plan. Planifiqué darme la más caliente de mis caricias intimas con esas imágenes libidinosas. Dejé mi puerta a medio abrir y esperaría la mañana para llamarlo y preguntarle cualquier tontería. Puse el despertador, más temprano de lo habitual y estaría pendiente hasta que se parara y antes de que se metiera al baño a ducharse.
Así fue. A las ocho sonó la alarma anunciando con su estruendo, que el plan había comenzado. Me aseé y me senté en la cama a ver la tele y a esperar que mi sobrino se despertara. Ensayé varías posiciones sobre el edredón que atestiguaba mis insólitas fantasías. Quería que se embelesara con mis atributos pero con naturalidad. Nada vulgar ni que no pareciera casual. A las nueve y media, escuche la puerta de su cuarto sonar.
—Buenos días, Ricardo —Le saludé desde mi cama.
Escuché sus pasos acercándose y desde la puerta me respondió:
—Buenos días, tía. ¿Cómo dormiste? —agregó.
—Muy bien, sobrino. Dormí como una leona —Le dije.
Estaba aún somnoliento. Bajo su diminuto short de dormir, se le notaba una polla nada despreciable. Su abdomen, finamente esculpido por el rigor de los ejercicios y sus piernas como dos columnas góticas, parecían sostener el dintel de la puerta.
—Pasa, pasa. ¿Qué quieres desayunar? —Le pregunté cariñosamente.
—Nada, tía, lo que tú quieras —respondió.
Lo invité a sentarse en la cama para que viera el programa que yo estaba viendo. Conociendo su afición a los deportes, le pregunté:
—¿Quieres ver algún programa deportivo?
Con tono ensimismado me respondió:
—Bueno, tía, sí. Si quieres me pones Futbol Español en el 606 de Directv.
Se tumbó en la cama y recostó su espalda emocionado por el programa que iba a ver. Lo que no sabía era que yo tenía otros planes que frustrarían los suyos. Le entregué el control remoto y lo dejé que buscara su canal.
Uno al lado del otro, comenzamos a ver a dos tipos hablando de futbol. Movía mis piernas, me sentaba, me movía de un lado a otro, y así, poco a poco fui desconectándolo de la tele. Hurgaba mi teléfono y ponía en escena mis poses ya ensayadas y que mostraban, con mayor atrevimiento mis atributos. Pillé sus ojos escrutando toda mi humanidad. Me tumbé frente a él, dándole la espalda y lo deje que mirara sin restricciones. Me inclinaba de vez en cuando, para que mis nalgas, sutilmente cubiertas y amenazantes, le apuntaran como un par de melones rozagantes. Aquel juego me tenía más que cachonda. Olvidé el libreto y creo que le estaba mostrando más de lo acordado con mi mente perversa. Sentía mi vagina palpitar al ritmo de mis latidos cardiacos.
Me volteé de nuevo hacía él y me recosté paralelo a su espalda. Me tocaba a mí ver a mi sobrino. Desde esa posición logré ver como su polla amenazaba con desgarrar su diminuto short. Creo que se sintió observado porque tapó disimuladamente su entrepierna con la almohada que tenía a su lado. Me imaginé esa descomunal polla y un escalofrío recorrió mi vulnerable cuerpo. Así pasó media hora aproximadamente. Ya alterada por el macabro juego, decidí darme una ducha para calmar la calentura que tenía.
Me paré de la cama y le dije:
—Ya debes tener hambre, sobrino. Tomo un baño y te preparo unas arepas.
—gracias, tía. Está bien, si quieres te ayudo, pero antes me voy a duchar también —Agregó.
Pronunciadas estas palabras, mi sobrino abandonó la habitación con su bulto arremangado pero que no podía esconder la erección que tenía. Todo salía a la perfección. Cerré la puerta y enseguida me aferré al teléfono para ver a Ricardo bajo el agua de su ducha. Ya había descartado que lo vería esa mañana, pero la cachondez de exhibirme y ahora de mirarlo desnudo por el móvil, no tenían precio.
Lo vi perfectamente entrar al baño. La imagen que reflejaba la cámara era nítida y surrealista. Me felicité por ser tan atrevida. Definitivamente, había descubierto, que además de disfrutar ser mirada con deseo por los hombres, existía dentro de mí, un placer mayor que era fisgar a través de una cámara.
Cuando se retiró su prenda, mis ojos no daban crédito a lo que veían. La espada erguida que se asomaba en su entrepierna, era un pollón parecido al más grande de mis consoladores. El móvil temblaba entre mis manos. Con dificultad logré manipular los comandos del zoom para acercar la imagen y ver más de cerca el desarrollado aparato que colgaba de aquellas piernas quemadas por el sol.
Colocó su paño en el aro toallero y se metió cual gigante dorado dentro de la ducha. Mientras el agua caía por su escultural cuerpo, pasé el seguro a la puerta y saqué del closet el primer dildo que encontré. Me tumbé sobre el edredón y me quité la pequeña prenda que cubría mis partes íntimas. El blúmer estaba empapado con mis jugos. Con una mano comencé a frotarme suavemente y con la otra, manipulaba torpemente los comandos del teléfono.
Mi sobrino se extasiaba con el agua y el jabón que cubría todo su cuerpo. Cuando se detuvo en su polla, su mano comenzó a juguetear rítmicamente sin soltarla. Estábamos en una masturbación simultánea, si se puede llamar así. Mi consolador entró en mi vagina sin ningún rechazo. Mi fuente de lubricación, estaba trabajando al máximo. Lo metía y lo sacaba, lo metía y lo sacaba, mientras miraba aquella polla resbaladiza escurrirse entre los dedos de Ricardo.
Me corrí rápidamente. Mi cuerpo se retorcía ante el espectáculo que estaba viendo. Sin dejar descansar mi juguete, seguí penetrándome con más furia. Quería más. No me reconocí. Mi cuerpo temblaba y con él, el móvil que tenía en mi mano cerca de mi ojos. Ricardo aumentaba su ritmo y se empinaba sobre sus pies, presagiando la pronta erupción de su volcán.
Sus nalgas se contrajeron y un torrente de miel lechosa salió expedido de su cañón. “¡Tía, tía, que rico!” Logré escuchar en el celular. Mis oídos no podían creer lo que oían. ¡Dios, mi sobrino se estaba pajeando conmigo! Ese clamor de Ricardo me elevó a niveles nunca antes vividos. Mi cuerpo se sacudió como impulsado por electricidad y luego empuje fuertemente mi dildo hasta donde se colocan las baterías. Me corrí dos veces seguidas mientras presenciaba, temblorosa, a mi sobrino escurriendo su hermosa polla. Caí extasiada.
Lo que les comenté hasta ahora, no había creado en mí ningún sentimiento de culpa en mi consciencia. Lo que podría ocurrir en los próximos días, sino controlaba mis desenfrenadas fantasías, era harina de otro costal.
El sábado terminó de transcurrir con normalidad. Llamé a Alex para cuadrar la salida a pescar el domingo. Lamentablemente, la lancha la había metido a la marina para el mantenimiento de rigor pero no estuvo a tiempo por lo difícil de la situación actual. El muy bobo, ya había cuadrado irse de pesca en otro bote con sus amigos en una jornada para puros hombres, como decían ellos.
No me molesté. Ya se estaban haciendo rutinarios los desplantes de Alex. No soy mujer de achicarme por eso, la mañana del domingo compré unas cervezas, metí en mi maletera dos sillas playeras y me llevé a Ricardo a la playa que estaba ubicada a diez minutos de mi apartamento.
Me puse la más atrevida de mis tangas, una prenda negra con escasa tela que se ajustaba perfectamente a mis contornos. Llegamos cerca de las 11:00 am y alquilamos un toldo frente a la exquisita playa, de aguas color turquesa y arenas blancas como el marfil. Había llevado mi bolso térmico con las cervezas, unas gaseosas y unas tapas frías para picar mientras pasábamos unas cuatro horas bajo el inclemente pero acariciante sol caribeño.
Me tumbé sobre la toalla con mi cerveza a la mano, exponiendo a la vista de todos los bañistas que transitaban, mis dos brillantes glúteos escasamente cubiertos por la tanguita. Comencé Con naturalidad le pedí a Ricardito que me regara el bronceador sobre mi parte trasera, espalda y piernas.
Las frías gotas del líquido aceitoso me erizaron la piel. Las manos temblorosas de mi sobrino, recorrían tímidamente cada centímetro de mi cuerpo. Apenas si sentía sus dedos. Lo animé a imprimirle más presión para que el aceite de coco penetrara en mi dermis, o por lo menos eso le inventé. Me imaginaba lo que estaría pasando por su mente y como estaría su polla en este momento.
Al llegar al final de mi espalda, se quedó paralizado por unos segundos.
—Ponme en las piernas, por favor —Le dije.
Enseguida reanudó su manoseo cada vez menos taimado. Cuando llegó a mis tobillos, abrí levemente las piernas, invitándolo a que retornara por la parte interna de mis piernas. Así lo hizo. Su fuerte mano se entretuvo juguetona a la altura de mis rodillas, como pidiendo permiso para seguir subiendo hasta mi entre pierna. El lenguaje corporal no falla. Abrí un poco más mis piernas en señal inequívoca de querer ser manoseada más arriba. Entendió el código instintivo de los animales y subió peligrosamente hasta pocos centímetros de mi humedecida concha.
Estuve a punto de levantar mis nalgas para que conquistara su victoria bien ganada. Por momentos me olvidé que estaba tirada sobre una toalla ante las miradas de los bañistas.
—Gracias, Ricardo —Le dije.
No sé hasta donde sería capaz de llegar mi sobrino ante el ataque despiadado que le había montado. Me sentí remordida. Si el muchacho metía su mano en mi coño, habría sido culpa mía. De eso no tengo dudas.
Pasé dos horas, tomándome las cervezas y aprovechando el sol. Mi sobrino estuvo sentado a mi lado como perro fiel cuidando a su amo.
—Vamos a bañarnos —le dije.
Saltó como disparado por dos resortes y me extendió su mano para ayudarme a parar. Nos metimos en las aguas tranquilas como una piscina y él comenzó a nadar como el muchacho que era. Así estuvimos algún rato, nadando y jugueteando. No había mucha gente. Yo me colgaba a su espalda y lo conminaba a nadar conmigo encima. Le gustaba el juego y a mí también. Para mala suerte mía, o tal vez no tan mala, pisé un saliente de coral y sentí un dolor terrible en la planta de mi pie.
—¡Ay, ay, pisé algo filoso! —Grité.
—¡Para ver, tía, donde!
—Aquí, aquí —Le dije mostrándole mi talón que se resentía del dolor causado por el coral. Me sujetó por la espalda y revisó sutilmente mi pie. El dolor fue muy intenso, pero gracias a Dios, no tuve rotura y se fue mitigando rápidamente. Me colgué de su cuello, fingiendo un dolor mayor y cerré mis ojos.
Mi sobrino me sostuvo cariñosamente y yo me pegué como una babosa a su huésped. Lo abracé de frente contra su abdomen de hierro, exclamando dolor cada instante que lo apretaba contra mí.
—¿Te duele mucho, tía?
—Sí, sí, me duele. Ay, ay…
A medida que lo apretaba, fui sintiendo como su polla se endurecía e intentaba atravesar mi pelvis. Se puso muy nervioso y se desbordaba en palabras de aliento por mi dolor. Allí permanecí unos minutos, paralizada por aquel revolver que intentaba asesinarme. Tuve que controlarme para no sumergirme y meterme ese pollón dentro de mi boca. Frotándome de esa manera pecaminosa, y fingidamente natural y casual, logré esconder mis gritos de placer orgásmicos, con el ya desaparecido dolor de mi pie.
Salí del agua apresuradamente, tratando de que Ricardo se quedara un poco más de tiempo para que su erección pudiera disimularla. Me di por desentendida, mientras comencé a recoger mis cosas para regresar al apartamento.
Llegamos directamente a sacarnos el agua salada. Mientras mi sobrino se metió a ducharse, yo me quedé organizando las cosas que había traído de la playa. No había querido observarlo, estaba cavilando profundamente sobre lo ocurrido los últimos días. Aquello me estaba volviendo loca. El encierro obligado y mis fantasías eróticas con mi sobrino me tenían los nervios de punta. Disfrutaba mucho todo aquello, pero mis necesidades carnales estaban necesitando ser complacidas, más allá de los escarceos juguetones con Ricardo. Alex, cada día más distante y menos interesado en cogerme como yo exigía. Estaba al borde de cometer una locura. No, ni pensarlo.
Con mi tanga y el pareo que la cubría, me dirigí a mi cuarto a desprenderme de la arenilla y el agua salada impregnada en mi cuerpo. No había traspasado la puerta cuando escuché un golpe seco y un quejido de dolor proveniente del baño donde estaba mi sobrino duchándose.
Corrí hasta la puerta del baño y toqué la misma preguntándole alarmada:
—Qué pasó, sobrino, qué pasó?
—Ay, tía, ay… Nada, nada, solo fue un resbalón —me respondió del otro lado de la puerta. Sus alaridos seguían escuchándose, a pesar de que me decía que no era nada.
—¡Cómo que nada! Voy a pasar para ver que te sucedió. —Estaba asustada. Si le pasaba algo grave a mi sobrino, eso podría afectar su plan de entrenamientos y eso me haría meter en problemas con mi cuñado. ¡Qué sé yo! No tuve nada que ver con su accidente pero me sentía responsable por lo que pudiera ocurrirle.— Voy a pasar a ver que te pasó —Le dije.
—No, tía, no… ay, no es necesario —me respondió aun adolorido.
Hice caso omiso a su negativa y moví lentamente la manilla de la puerta para que el escuchara y se cubriera sus partes íntimas.
Cuando abrí la puerta, mi sobrino estaba tirado en el piso de la ducha, tapándose su polla con una pequeña toalla de secar la cara y sus manos agarrándose con dolor su pantorrilla.
—Ay, tía me duele mucho, me golpee la espinilla con el borde del piso.
Tenía su pierna marcada con una leve hendidura en donde había chocado con el borde filoso. Enseguida me di cuenta que no era nada grave pero si una zona que produce mucho dolor al ser impactada. Le extendí mis manos para ayudarlo a incorporarse desde aquella posición tan incómoda en la que estaba. Hice un gran esfuerzo para tratar de levantar sus 90 kilos del piso, resbaloso aun por el jabón que permanecía en la superficie.
Mi sobrino, con una mano, cubría su polla con el diminuto paño, y con la otra se aferró a mi buscando levantarse completamente del piso. En cuestión de segundos, todo se derrumbó, como dice la canción.
Por un lado resbalándome yo, y por el otro cayendo los dos como un árbol al que lo cortan desde su tallo. Ricardo, instintivamente soltó la pequeña toalla y me sostuvo para evitar que cayera largo a largo sobre las baldosas de la ducha. Lo que a continuación les voy a narrar, lo hago con lujo de detalles porque lo reviví varías veces observando lo que quedó grabado en la cámara que nos apuntaba desde arriba.
Luego de la caída, mi cuerpo quedó atrapado encima de mi sobrino a escasos centímetros de su polla. Previamente, en su primera caída, Ricardo estuvo masturbándose desaforadamente antes de caer. A cada rato, exclamaba mi nombre y sus manotazos se hacían cada vez más acelerados. Cuando estaba a punto de correrse, y con mi nombre escapando de sus labios, se inclinó exageradamente sobre sus tobillos y la mano que lo sostenía de la pared la soltó para exprimir su polla con ambas manos. En ese momento, resbaló y golpeó su pierna con el borde del piso.
Eso había pasado minutos antes. Ahora, ya encima de él, desnudo y empollado, la situación se hizo incomoda. A mí, me dio por reírme pero sin quitarle de encima los ojos sobre su cañón desafiante. Ricardo, buscaba afanosamente la toalla que había volado hacía el área del WC. Mi pierna rozaba se espadón y me quemaba todo el cuerpo. Estuvimos varios segundos en esa posición absurda y fortuita.
—Tía, perdón, tía —me decía todo apenado. Riéndome de aquello le pregunté:
—¿Perdón por qué sobrino, yo fui la culpable de que nos cayéramos?
—No, tía. Me avergüenza que me veas así en estas condiciones —agregó.
¿Cuáles condiciones? —le pregunté haciéndome la desentendida.
—Así, tía, desnudo y así… tú sabes —Dijo eso señalándome su mano cubriendo a duras penas su polla a reventar.
Yo estaba cachondísima. Estar encima de él en esa posición tan extraña y sintiendo su nerviosismo que no lograba bajar su erección, estaban minando las pocas fuerzas que me impedían saltar sobre aquel miembro imponente que amenazaba con echar por tierra el poco freno que me quedaba.
—Déjame pararme, tía —dijo casi en un susurro.
Nos intentamos parar simultáneamente y al hacerlo quedamos abrazados, con mi pequeña tanga como única barrera que me separaba de su bastón. Verlo así, sumado al recuerdo de sus pajas hechas en mi nombre, me alentaron a tomarlo fuertemente por su torso y adherirme a él como una ventosa. Su polla desnuda me apuntaba a quemarropa y eso terminó de flaquear mí ya débil fortaleza.
Instintivamente, el animal que llevaba dentro y con varios días de inanición y sometido a pruebas extremas, afloró irremediablemente de mi interior.
—No sientas pena, Ricardo. Sé que esto le ocurre a los jóvenes cuando están en el baño. Que tengas una erección es completamente normal —Le dije cariñosamente esa frase y mi mano bajó lentamente y se posó sobre su verga que palpitaba como un corazón fuera de sí.
—No sientas pena —repetí.
—Ay, tía, que haces… Me da mucha vergüenza todo esto. —Agregó tembloroso.
Me aferré a su cuello con mi boca y comencé a besarlo tiernamente mientras que con mi mano iniciaba un rítmico movimiento sobre su polla.
—¡Tía, que haces, no, no!
Sus palabras, apenas audibles, alimentaban mi pasión más que amainarla. Sabía que estaba quebrantando no sé qué ley natural, pero mi deseo desbocado por aferrarme a esa polla impetuosa y juvenil, me hizo deshacerme de cualquier resquicio moral que pudiera quedar en mí. Sus manos, hasta ese momento, habían permanecido quietas arropando mi cuello. Tímidamente, sentí como mi sobrino las bajaba lentamente y se posaron sobre mis nalgas. Sentir aquellos dedos tratando de hurgar dentro de mi diminuta tanga, descargó en mí un torrente eléctrico que me recorrió todo el cuerpo.
—Tócame, Ricardo, tócame —Le susurré empinándome sobre mis pies. Sus manos, dóciles a mis encantos y a mi mandato, levantaban torpemente la liguilla que sujetaba mi pequeña prenda. Mientras, seguía masturbándolo con fiereza. Sentía su polla crecer aún más de lo que había visto.
Su mano se posó sobre mi culito húmedo y empezó a juguetear haciendo círculos sobre él.
Mi sobrino estaba jadeando. Nunca imaginó que sus últimas fantasías con su tía hubiesen llegado tan lejos. Se fue soltando lentamente y se estaba transformando en el hombrón que era. Me apretaba con sus fuertes brazos y seguía hurgando en mis partes íntimas sin ninguna pena. Me estremecí cuando uno de sus dedos logró posarse juguetón sobre mi concha babeada de mis jugos.
—¡Llévame a la cama! —Exclamé suplicándole.
Me levantó fácilmente y me colocó suavemente sobre mi cama. La misma cama que había sido testigo de mis últimas caricias en su nombre. Los dos estábamos cumpliendo nuestras fantasías.
Lo halé por una mano y cayó cuan largo a mi lado. Iba a cumplir paso a paso todas las escenas que cincelaron mi mente noches atrás. La polla que apuntaba hacía el techo fue blanco de mi próxima incursión. Agarré su inmenso cañón y lo fui metiendo lentamente en mi boca. Succionaba rítmicamente y con mi lengua lamia el cabezón que coronaba ese pollón.
Mientras, Ricardo con sus manos retiró desesperado las escasas prendas que cubrían mi espectacular cuerpo. Yo estaba ya poseída por la lujuria y el placer desmedido. Sacando mi boca de su polla, le dije:
—¿Te gusto, sobrino, te gusto?
—Claro, tía… Estás buenísima —respondió.
Me paré sobre el colchón para que me contemplara a plenitud. Giraba sobre mis piernas y le enseñé todo mi cuerpo. Me tumbé sobre él y comenzó a succionar mis pezones con lujuria. Con sus dedos, jugueteaba animoso con mi coño. Metió uno, luego dos y hasta tres dedos en mi concha resbalosa. Sentir aquellos dedos y su lengua lamer mis pezones, me hicieron venir en un orgasmo increíble.
Ya quería todo. Había estado soñando con esa polla dentro de mí.
—¿Quieres metérmela, Ricardo, quieres que tu polla me penetré hasta lo último?
—¡Sí, tía, claro que quiero!
—¿Dime, tú no te has estado pajeando en mi nombre?
Le solté aquella pregunta sin pensarlo. Me salió de adentro.
—Sí, tía, sí. Desde el primer día que te vi. —Respondió fuera de sí.
—Cumple tu sueño, anda, métemela con fuerzas. Cógeme.
—Sí, tía, te voy a coger con todo… Estás buenísima. Me encantan tus tetas y tu culo. Esto parece un sueño —Susurraba.
Agarré su lubricada polla cada vez más imponente y grande y la coloqué desafiante sobre mi coño desesperado. Aquel pollón era dos veces el de Alex. Nunca habría soñado con meterme semejante miembro. Su cabezota respingada comenzó a abrirse camino sobre mi deseosa cueva. Fui ejerciendo presión lentamente, deslizando todo su cañón hasta mis adentros. Era increíble. Esa sensación inefable de ser penetrada por mi sobrino, con ese descomunal pistolón, era primera vez que lo sentía. Me movía desenfrenada, queriendo ser envainada por esa espada de mis deseos. Quedaba bien ajustada en mi apretada vagina. Trataba de succionar con mi músculo del amor, tratando de exprimir sus jugos.
Ricardo estaba aferrado a mi culo. Mientras me ensartaba con su miembro, dejó deslizar un dedo dentro de mi resbaloso orificio anal. A cada embate de su polla, hundía toda su falange hasta adentro. Sentirme penetrada por ambas partes, me electrificaban cada centímetro de mi piel.
—Acábame adentro, sobrino. Échame toda tu leche caliente, yo ya me vengoo…
Ah, ah… Sentí toda su esperma dentro de mí y me corrí como nunca. Quedé desmayada. Ricardo se corrió como un semental. Cuando sacó su polla, quedé sorprendida del tamaño y de lo erguida que seguía. Cuando Alex terminaba, su polla salía medio flácida y pidiendo descanso.
Aquello me reanimó. Su dedo jugueteando y hurgando mi culo, había despertado en mí, unas ganas locas de ser poseída por detrás. Imaginar su pollón, doblegar mi estrecho culito me subieron la temperatura nuevamente.
—Fóllame por detrás, sobrino. Quiero sentir tu polla violándome mi culito. —Le imploré.
—Sí, tía, sí, lo que tú quieras.
Me puse en cuatro y deje que mis nalgas quedaran expuestas a él. Al verlas, sucumbió a sus encantos y metió su lengua en mi trasero. Sentí varios corrientazos recorrer mi cuerpo cada vez que su lengua se introducía en mi culo. Me agarraba con fuerzas mis nalgas. Estaba desesperado ante la tarea que le había encomendado. Sacó su lengua e introdujo su norme dedo medio en mi orificio. Mientras, yo me frotaba incesantemente mi capullo.
—Métela, no esperes más, por favor —Le imploré.
Escupió mi culo y su polla, y colocó la cabeza de su armamento justo en la entrada de mi gruta inexplorada. No sé cómo haría para meterme semejante miembro, las pocas veces que Alex se entusiasmó a cogerme por detrás no tuve problemas, pero con esto…
—Dale, sobrino, poco a poco —Le susurré.
Lentamente, sentí como ese mastodonte iba conquistando espacios dentro de mi apretado culo. Entre el dolor y el placer, me armé de fuerzas y relajé mi esfínter para que entrara más fácilmente. Ya sin vestigios de dolor, sentí cuando su pelvis chocó contra mis nalgas. Lo tenía todo adentro. Me acoplé a sus movimientos y la polla salía hasta la mitad, presumo yo, y volvía a perderse en las profundidades de mi culo. A medida que sucedía esa sodomización, mi dedo aceleraba sus movimientos sobre mi abultado clítoris. Es indescriptible la corrida que tuve. No una, dos, tal vez tres. Los espasmos de mi cuerpo no eran normales. En cada uno de ellos, mi culo se contraía, apretando con furia la polla de mi sobrino. Sentí claramente cuando su torrente me llenó por dentro. Jamás había tenido un encuentro sexual como este. Las piernas me temblaban sin control.
Había dominado a la bestia. Su polla salió derrotada, o victoriosa, de mis entrañas, pero no impetuosa como otrora.
¿Que más les puedo contar? Todavía estamos en cuarentena. Los vuelos ni remotamente dan muestras de abrirse. Ricardo cumpliendo con sus obligaciones deportivas y complaciéndome todas las noches como un verdadero macho. Debo estar preparada para cuando parta. Si me preguntan por Alex, no he querido saber más nada de él. Ah, y mi hermana, llamando todas las noches para saber de su muchachito.
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Alphy Estevens.