Jorge no podía esperar el momento para ver todas las fotografías que había hurtado del ordenador de su hija, pero sabía que tenía que ser muy cuidadoso. Mayte no solía revisar su usuario en el ordenador, pero no quería delatarse. Le intrigaba, sobre todo, los videos de hombres mayores que encontró y supuso que en determinado momento, ella estaría dispuesta a acostarse con él. Jamás vio algún indicio de su parte ni se imaginó que podía tener sexo con ella, hasta que entró al equipo de volibol y la vio con el uniforme puesto por primera vez.
Abrió la carpeta y de inmediato se concentró en las imágenes. No supo en que momento se había convertido en una mujer tan atractiva, inclusive más que su madre, que también tenía lo suyo. Mayte tenía caderas generosas y cintura delgada, una característica de las mujeres de su familia, y sus pechos no eran tan grandes con los de su hija. A su corta edad, fácilmente era unas 2 tallas más que ella, cosa que comprobó mientras veía cada imagen detenidamente, casi saboreando los pliegues y formas naturales de su cuerpo.
No había nada obsceno o que rayara propiamente en la pornografía. Solo era ella, algunas veces en topless, o mostrando sus nalgas escondidas en “cacheteros” o pequeños pantys. Aquellas prendas ajustadas despertaron en él un deseo que rayaba en lo incontrolable y que desconocía hasta ahora. Ni siquiera su esposa le había estimulado la libido tanto como lo hacía su hija, y aunque en ocasiones ella se vestía para él con pequeños conjuntos de encaje o babydolls, no era lo mismo. Necesitaba hacerla suya. Se masturbó frente a la pantalla y no tardó mucho en correrse.
Cerca de las 6 de la tarde llegaron su hija y su madre. Mayte tenía un compromiso con su abuela, por lo que los dejaría solos hasta la noche; Jorge tuvo una erección que le costó disimular.
Después de comer, Victoria le pidió que le untara nuevamente el ungüento, cosa que había olvidado hasta ahora. Se había rehusado a que su madre lo hiciera porque él sabía cómo, y después de despedir a Mayte, fue a su habitación. Al igual que el día anterior, Victoria se acostó en la cama separando las piernas. Llevaba una camiseta y shorts muy holgados que dibujaban sus formas perfectamente; Jorge vio su cuerpo y de inmediato comenzó a tener una erección. Aquel momento era casi perfecto para tener intimidad, y en su mente solo estaba la idea de hacerla suya tan frenéticamente como lo hacía con su madre. Tomó bastante ungüento mientras su hija lo miraba expectante y comenzó a frotar delicadamente su muslo. Al sentir sus manos en su piel, cerró los ojos y se relajó por completo, disfrutando aquel masaje que, más que curativo, se sentía prohibido. Los ojos de su padre recorrían su cuerpo y ponía especial atención en sus pechos, que caían relajadamente a sus costados y que se movían discretamente con el movimiento de sus manos.
Nuevamente, comenzó a llevar las manos más allá de los límites del propio masaje y notó como la respiración de su hija empezó a hacerse mas pausada y profunda. Lentamente, ella misma se fue levantando el short de tal manera que el muslo quedó totalmente expuesto y Jorge se petrificó: no llevaba ropa interior.
La tela marcó perfectamente su entrepierna, dibujando la forma de su vagina totalmente depilada. No se veía un solo vello y la piel de la zona era más clara que el resto de su cuerpo. Aquello era una insinuación casi descarada a su padre, quien no supo como reaccionar, y solo atinó a seguir moviendo las manos sin quitare la vista de la vulva; ella continuaba con los ojos cerrados como si no supiera lo que estaba pasando. Conforme iba subiendo, fue metiendo los dedos debajo de la tela del short cada vez más, hasta casi llegar a su vientre, y luego baja nuevamente hasta llegar a la rodilla. Jorge sentía el pene punzarle en los pantalones y quería tocarse, o mejor aún, tomar la mano de su hija y dirigirla hasta su bragueta, pero no se atrevía. Aquello que pensaba era horrible y lo sabía, pero no podía apartar la imagen de su hija tocándose, y quería ser él quien le propiciara placer. Fue llevando el masaje a los costados, rozando nuevamente su entrepierna con los nudillos, sintiendo la calidez que emanaba su vagina cada vez que se acercaba.
Se fue inclinando más sobre ella hasta casi poder oler su piel. Victoria, al igual que su padre, se estaba excitando con su tacto, que estas alturas, ya era lascivo. Sabía lo que estaba pasando, pero era tan placentero y excitante que no quería darse cuenta que se estaban desdibujando los límites de su relación y ella lo estaba propiciando.
Nuevamente sus manos alcanzaron su entrepierna y su hija se mordió ligeramente el labio inferior. Jorge reconoció aquel gesto y de inmediato supo que su hija estaba excitada. Abrió bien las manos hasta tocar con las puntas de los dedos parte de su vulva y Victoria suspiró. Agitaba ligeramente las piernas cuando la tocaba tan cerca e instintivamente movía sus caderas. Jorge no pudo contenerse más y, cegado por el instinto, metió la mano por debajo de la tela hasta llegar a su vagina. Victoria dio un respingo pero no hizo nada, y solo dejó escapar un ligero jadeo. Inmediatamente se le endurecieron los pezones y su padre lo notó, así que concentró el masaje ahora en la vulva con la mano completamente extendida. Los jadeos se convirtieron en ligeros gemidos conforme presionaba con más fuerza su húmeda entrepierna. Victoria abrió completamente las piernas y se inclinó para ver a su padre, que no despegaba los ojos de la blancura de su piel. Ya sin ataduras, le metió dos dedos y acarició con el pulgar el pequeño clítoris que se asomaba entre sus labios, arrancándole un agudo gemido.
Jorge estaba ensimismado con la voz de su hija, que al igual que su rostro, se habían transformado por el placer. Apartó la prenda bruscamente con la mano y acercó la cara para darle un fuerte lengüetazo en la vagina. Victoria gimió nuevamente y se llevó las manos a los pechos, que purgaban por salir de la camiseta. Lamía y chupaba su vagina ávidamente al tiempo que movía el dedo dentro de ella. Los jugos de su hija empaparon la sábana y el short y supuso que estaba cerca del orgasmo, por lo que intensificó las lamidas. Ella tocaba su rostro con una mano y con la otra jugaba con sus pezones. “¡Papá!” Exclamó de pronto Victoria casi al borde del orgasmo. Jorge se incorporó exaltado mientras se quitaba la camisa y se colocó nuevamente sobre ella sin para penetrarla con un dedo. Victoria tomó su rosto entre sus manos y lo besó con fuerza, algo que había estado esperando desde hace mucho.
Gemía profusamente sin dejar de besarlo, pues aquel dedo en su interior estaba a punto de darle el orgasmo más intenso que había tenido en meses. Jorge la sintió vibrar con emoción y, ya con la mente en blanco, la trajo hacia él para quitarle la camiseta. Sus pechos cayeron pesadamente y los acarició con ambas manos despacio, pasando los pulgares por sus pezones rosados; Victoria temblaba de excitación mientras buscaba de nuevo los labios de su padre. Cada beso era diferente al anterior, más brusco y húmedo, y eso le fascinó. Esperaba que fueran así y no se decepcionó. Desabrochó su pantalón rápidamente y su padre se separó un momento para terminar de desvestirse. Victoria miraba casi boquiabierta el pene erguido de su padre balancearse a un palmo de su rostro. Quería metérselo a la boca, pero no tenía experiencia, y esperaba que él le dijera cómo hacerlo. Jorge retiró el short y la arrojó bruscamente a la cama, poniéndose sobre ella; su hija lo veía fijamente pidiéndole que lo hiciera con la mirada. Se colocó entre sus piernas y empezó a penetrarla.
Los gemidos que salían de su boca eran la perdición para él, que bombeaba fuertemente sin dejar de besarla y jugar con sus pechos. Victoria rodeó su cintura con las piernas para moverse con más firmeza, olvidando completamente la lesión que la aquejaba. Los labios de su padre iban de su boca a su cuello, dándole pequeños mordiscos que la estimulaban aún más. Dejó caer su cuerpo completamente sobre ella penetrándola despacio, abrazados, disfrutando de cada sensación nueva.
De un solo movimiento, la sujetó de la cintura y se acostó quedando ella encima. Victoria abría más las piernas con cada embestida de su padre y gemía ya sin control. Así la penetración era todavía más placentera pues subía y dejaba caer todo su peso sobre su pene. Las manos de su padre se aferraron a sus nalgas y conducían el fuerte movimiento de sus caderas, cuyo ritmo se aceleraba más y más. Pronto todo acabaría en el estertor del orgasmo que sentían ya muy cerca, por lo que Jorge se incorporó cuando sus gemidos se hicieron más prolongados. Su cabello acariciaba su cara y dejaba una ligera estela de perfume muy dulce. Sentada sobre él, aumentó el ritmo de sus caderas hasta que su voz se cortó por completo y sus gemidos se volvieron jadeos. Su padre bombeó un par de veces más hasta que el interior de su hija se contrajo violentamente, indicándole que estaba llegando al orgasmo. Victoria lanzó un agudo gemido y finalmente se corrió deteniéndose apenas de sus hombros. Jorge no tardó en correrse también, así que sacó el pene de su interior y con la mano se estimuló hasta que terminó, lanzando varios chorros de semen sobre su vientre.
Se quedaron abrazados un momento, disfrutando las últimas sensaciones de aquel orgasmo pecaminoso mientras ambos recuperaban el aliento; sus cuerpos estaban empapados en sudor. Jorge continuaba masajeando sus senos con delicadeza, como si fuera el primer par de pechos que tenía enfrente en toda su vida. Victoria no dijo nada y solo atino a besarlo, abrazándolo con ternura. Ya no había límites ni ataduras, pues aquel coito prohibido los había atrapado en una nueva relación que iba más allá de la infidelidad para ambos y ninguno se arrepentía.
“No te quiero soltar…”. Susurró su hija. Jorge tampoco deseaba hacerlo, pero no sabían en qué momento llegaría su madre. “Vendré a verte” le contestó su padre mientras la recostaba en la cama y le daba un último beso. Recogió su ropa del suelo y salió de su habitación no sin antes ver la cara de su hija que le sonreía con complicidad.
Mayte llegó casi media hora después.
Continúa.