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Gonzalo (capítulo doce)
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Me fui para la capital por unos días, aunque podía quedarme en casa de amigos, no llegué a ir a casa de ninguno porque en la parada misma conocí a Gonzalo, un tipo de ya cierta edad, canoso. Llamaba la atención su pelo y bigote canoso, su pancita y el paquete que se le marcaba. Gonzalo trabajaba en el hotel Habana Libre, el antiguo Hilton, y vivía en El Vedado no lejos de su trabajo. Pasó por la parada donde yo esperaba y se quedó mirándome, se acercó y a bocajarro me disparó que quería conocerme. Yo quedé desarmado por la desfachatez con que se me había plantado al lado, en pleno día y rodeado de gente. Nos fuimos caminando para alejarnos de la parada.

– ¡Mira, te voy a ser sincero! Te vi y se ha puesto dura, tienes unos labios ricos para morderlos y verlos como me mamas la pinga.

– ¿Sí?

– Nene, y viendo las nalgas que tienes…, me vuelvo loco contigo.

Mientras hablaba se mordía el labio inferior, el paquete de verdad se le notaba más abultado.

– Mira, tengo que hacer unas diligencias ahora aquí cerca, después tengo que ir aquí mismo también a casa de unos amigos que están de viaje, tengo que regar las plantas…y bueno, pues podemos echar un palito allí. ¿Qué te parece?

– Bien, ¿te espero?

– ¡Sí, nene, espera que esto es rápido y ahora más!

Se fue y me quedé por allí esperando, y tengo que reconocer que apareció más rápido de lo que esperaba. Llegó tirándome por encima del hombro el brazo.

– ¡Ya ves, chico, he sido rápido!

– ¡Ajá, ya lo veo!

– ¡Y con las ganas que tengo de darte pinga, bah…ni me demoré!

Nos fuimos caminando hasta la casa de los amigos, por el camino sólo hacía decirme piropos y recalcar lo que quería hacer conmigo. Al parecer hablar así lo motivaba o iba calentando porque tuvimos que detenernos para que él se arreglara el rabo parado porque de todas maneras era de día e íbamos por la calle. La casa no estaba lejos de 23 y L, bajando hacía el mar, subimos los cuatro pisos por la escalera y llegamos al apartamento. Entrando me abrazo besándome con pasión, su respiración se aceleró, jadeaba y se le veía muy excitado. Se recostó a la puerta mientras presionaba mis hombros para que bajara. A buen entendedor, pocas palabras o casi ninguna, me arrodillé delante de él para abrirle su pantalón, bajárselo junto con el calzoncillo y que quedara delante de mí su flamante pinga de color oscuro.

– ¿Te gusta?- yo asentí mientras le besaba el glande, él dejó escapar un suspiro. – ¡Es toda tuya, cométela, sácame toda la leche!

Tengo que reconocer que no estuve mucho tiempo mamando, porque se vino enseguida quizá por las ganas que tenía o el atraso o por la mamada que le daba, yo que conocía ya lo que esperaba de mí, me zampé su semen y mientras echaba leche yo mamaba y chupaba más. Sus gemidos decían del goce que le daba. Cuando terminó de gemir y la rigidez de sus músculos se relajó, me quedé quieto con su pinga en mi boca mirándolo desde abajo. Esto le gustó mucho, se le veía la cara de complacencia que tenía.

– ¡Cojones, macho, me la has dejado sin una gota y te la has tragado sin chistar! ¿Sabes? Me gusta verte así, atragantado con mi pinga y mirándome…, esto me lo vas a tener que hacer a diario, nene. – me hizo levantar, me besó. – ¿Sabes que te ahora te voy a dar pinga?

En respuesta comencé a bajarme los pantalones, los calzoncillos y a volverme para inclinarme. Él ensalivó su pinga y yo mi culo, puso la cabeza y de un empujón metió toda su pinga.

– ¡Vaya, qué abierto lo tienes, así de cantidad que te habrán singado!

– Bueno, antes de coger la guagua, recibí una buena singada…

– Pues esta va a ser larga, me acabo de venir…

– ¡Demórate lo que te dé la gana, que a mí me gusta!

Mi respuesta fue el disparo de salida, empezó a singarme con fuerza mientras hablaba cosas y más cosas, se agarraba de mi cintura con fuerza, me daba nalgadas, me preguntaba si me gustaba, se detenía y me preguntaba si quería que siguiera. Le cogí el juego enseguida, había que pedirle más y más.

– ¿Quieres que te la eche adentro?

– ¡Sí, coño, sí!

– ¡Pídela, maricón, pídela… que te la doy!

– ¡Dame, dámela papo, lléname de leche, préñame… dámela…!

Terminó con mugidos, yo apuré para hacerme la paja y terminar junto con él, sabiendo que eso le iba a volver loco. Efectivamente que le gustó aquello de que termináramos al mismo tiempo, eso significaba que había química entre los dos.

– ¡Contra, papo, disculpa, te la he cagado un poco! – le dije viendo que la tenía algo sucia.

– ¡Oye, no hay problema, que en el culo hay mierda, sorprendente sería que hubiera otra cosa! Además lo hemos hecho a lo macho sin lavarnos je, je, je…

Mientras él se fue al baño a lavarse, yo me encargué de limpiar mi lechazo en el piso. Después él se puso a regar las plantas, y cuando terminó nos sentamos en la sala. Me contó sobre él, que no tenía pareja desde hacía dos años, dónde vivía, qué hacía. Yo por mi parte igual le conté de mí.

– ¡Vamos a hacer una cosa! Vamos a acostarnos un rato en la cama y hablamos y singamos otra vez…

Primero me fui al baño a lavarme y regresé ya desnudo para acostarme a su lado. Me abrazó con ternura, me besó mientras me acariciaba.

– ¿Me dejas singarte de nuevo?

– Sí, sí, lo estoy esperando…tú sabes que me gusta, soy tuyo.

– Ya lo veo, nene, a ti te gusta que te llenen el culo y a mí llenar culos…lo tenemos clarito.

Fue un sexo muy pasional, despacio, con cariño, de ley. Me miraba a los ojos, me decía cosas suaves, al rato se quedó quieto abrazado a mi espalda.

– No me voy a poder venir ahora tan rápido, pero ya lo sientes, sigue dura…

– Pues déjala donde está…

– ¡Oye, me gustas mucho! ¿Quieres ser mi gente?

– Tú también me gustas mucho, ¿tú gente? Bueno, papo, con lo que me tienes metido adentro, sí…, podemos probar.

Así comenzó aquella relación con Gonzalo, claro que aquella invitación de pronto y así, de aquella manera, no parecía muy seria, tenía yo bastante experiencia para hacerme ilusiones con una promesa motivada por la pasión de un momento. No creía n promesas y mucho menos en esas promesas de la cama. Pero en todo hay una excepción de la regla, Gonzalo era un tipo de ley y nos conocimos en el momento adecuado porque él estaba sólo en ese tiempo al igual que yo. Según me contó había tenido una relación que se había ido a España y por lo tanto él no había querido enredarse de nuevo porque no quería sufrir de nuevo una separación. Cuando salimos de la casa de los amigos de Gonzalo ya era de noche, me invitó a su casa, allá nos fuimos en su carro. Vivía en un apartamento bastante grande en el mismo Vedado, muy bien equipado para las miserias de toda la población.

– ¡Mi amor, vas a tener que traer tus cosas para acá y ocuparte de la casa!

– ¿Será cómodo que yo venga ya a vivir aquí?

– Si te lo digo es porque quiero tenerte aquí en mi casa, en mi cama…

Era muy amable y sensual, me propinaba tantas caricias como antes nadie lo había hecho. Pero parecía bien raro que un hombre así y con esas posibilidades estuviera solo sin pareja. Comimos algo que preparó, muy delicioso, nos recostamos a ver la televisión un rato hasta que comenzó con sus caricias. Me llevó al dormitorio en sus brazos, él podía porque era más alto que yo y más fuerte. Me desnudó entre besos y caricias, me pidió que me quedara boca abajo y abriendo mis nalgas, empezó a lamer mi ojete mientras decía cosas. Yo pensaba que me singaría, pero al rato abriendo una gaveta de la cómoda, sacó un consolador de color negro, bastante grande, largo y grueso, y empezó a tratar de meterlo en mi culo.

– ¡Quédate quieto, te va a gustar!

Yo no me sentía muy cómodo con aquella sorpresa, pero traté de someterme a lo que deseaba, sólo le pedí que usara alguna crema. Me hizo caso, me embarró todo de crema, que por el olor y ardor supuse que era lidocaína y ya así entró, no sin trabajo el consolador.

– ¡Ya lo tienes clavado, nene, ahora gózalo mientras me chupas el pingón!

Se acostó a mi lado poniendo su pinga en mi boca para que la chupara mientras él se entretenía con el consolador y mi ojete. Estuvimos un buen rato así, hasta que él decidió singarme. Sacó aquel consolador, que mirándolo bien era de los grandes, se puso encima de mí y me singó sin decir ni una palabra, en silencio. Cuando se vino, se quedó sobre mí.

– ¡Quiero que seas mi gente!- me besó muchas veces.- Necesito tener pareja, tener mi gente para todo.

– ¿De verdad lo dices?

– ¡Mira cómo te tengo clavado! ¿Lo sientes?

– ¡Sí, papo, sí, siento que me tienes bien clavado!

– Me gusta cómo te me entregas, se ve que te gusta y lo disfrutas a lo grande… no quiero dejarte ir.

Se levantó, fue a la ducha invitando a que lo siguiera, bajo la ducha entre caricias y besos, me hizo prometerle que sería su pareja.

– Mi amor, soy un hombre que necesita tener su gente, estoy cansado de aventuras por ahí, de salir a buscar con quien singar. Necesito tener mi gente en mi casa…

– Bien, pero si recién nos conocimos…, yo no estoy en contra.

– ¿Sabes, mi vida? Me gustas, me gustas físicamente y sexual, me gusta como mamas, me gusta ese culo tragón y caliente que tienes, y lo que más me gusta es…, es que lo gozas mucho. Se ve que lo disfrutas y yo también. Te lo digo en serio… ¿Vamos a intentarlo?

– ¡Sí mi amor!

Nos besamos en la ducha, con pasión. Me volví abriendo mis nalgas, él comprendió rápido lo que le pedía, me penetró suavemente.

– Ahora sí te digo que sí… quiero ser tu gente.

Como respuesta él me abrazó, me besó y me hizo el amor allí, yo contra la pared, y él disfrutando y dándome placer. Al día siguiente se levantó rápido, nos habíamos quedado dormidos de tanto singar por la noche, me dijo que me llamaría desde el trabajo. Así lo hizo, me llamó como a las dos horas.

– ¿Qué haces, mi vida?

– Nada… escucho música.

– Mira, dentro de media horita me doy una escapada…, quiero que estés esperándome encuero en la cama, preparado esperando a tu macho.

– ¡Bien… bien…!

– Ve al cuarto y en la gaveta del medio hay crema para que te pongas… -colgué y fui al dormitorio, abrí la gaveta de la cómoda y quedé algo sorprendido. Estaba llena de consoladores de todos los tamaños y colores. Estaba yo mirando aquello cuando sonó el teléfono de nuevo, cogí el que estaba en la mesilla de noche. Era Gonzalo, su voz sonaba más lasciva que antes.

– ¿Ya lo estás mirando?

– No sé… no sé…

– ¿Con cuál jugarías?

– No sé, hay muchos…

– Mira, coge la crema, ¿la ves?… úntate en el culo.

– Bien… ya la veo.

– Hazlo ahora, mi amor, hazlo… y dime que sientes.

Lo obedecí, me unté la crema en el ojete, por dentro y por fuera. Sentía cierto ardor y frescor.

– ¿Qué sientes, mi amor?

– ¿Qué tiene esta crema? Me arde…

– Ahora tienes que meterte algo para que no te arda más… ¿comprendes? Coge cualquiera, el que más te guste y métetelo… dale, quiero escuchar tu respiración cuando te lo metas.

Elegí uno más o menos normal, porque había algunos muy gruesos. Cuando me lo metí solté un suspiro.

– Así me gusta, mi vida, así… ahora acuéstate en la cama boca abajo y espera a tu macho. Ya voy, cuando entre me quito la ropa y te saco el consolador y te meto la mía directo.

Esas fueron sus órdenes y colgó, me quedé algo confundido. Me acosté como me dijo, me sentía algo raro porque tenía aquello dentro y lo más raro, me excitaba. Gonzalo llegó al rato, no demoró mucho, yo no me moví como me había pedido. Entró y vino a mí, acarició mis nalgas, mi culo lleno del consolador, me besó.

– ¡Vamos a gozar! Ya verás…

Me acariciaba, me besaba, abrió de nuevo la cómoda y sacó como unas sogas y empezó a atar mis manos a la cabecera, después mis piernas a la pielera, dejándome bien atado con las piernas abiertas, después me puso una venda en los ojos.

– ¡Oye, oye…!- protesté.

– ¡Confía en mí, mi amor, yo sólo te voy a hacer gozar! Quiero que sientas mucho, vas a sentir lo mejor.

Escuché que se alejó o salió del cuarto, después entró, se subió en la cama y sacando el consolador, metió su pinga. Sentía diferente, todo diferente y privado de ver, me parecía todo muy raro. Cayó sobre mi espalda y cuando me besó la nuca, sentí que tenía barba y Gonzalo no tenía barba. Traté de liberarme, pero me fue imposible.

– Oye, ¿dónde estás? Me está singando otro…

– ¡Ya te dije que íbamos a gozar!… tú, goza y disfruta.

– No fue lo que hablamos…

– Mi vida, son unos amigos que no quieren que los veas… No te pongas malo, goza que pa eso eres maricón.

Fue lo último que me dijo mientras el otro encima de mí no dejaba de singarme. Al rato se vino, lo sentí mugir y caer sobre mí, dio paso a otro que estuvo embistiendo un rato hasta que terminó, después otro y esta vez era Gonzalo.

– Ya ves, mi nene, aquí me tienes para ti…

– Después que dos me han singado…

– ¿No te gustó? Pero si sé que te gustó y mucho… claro, a mí me gusta más cuando ese culito está sin singar, ahora lo tienes singado y abierto, lleno de leche de machos… pero me gustas, sabes que me gustas…

Estuvo singando hasta venirse, yo no dije palabra ni emití un sonido. No me gustaba aquello, y sobre todo que me usara así. Aunque Williams me había usado pero nunca así, maniatado, vendado los ojos y con gente que ni había visto. No me agradaba. Cuando terminó, me dijo.

– No me has dicho nada… ¿no te gustó?

No le respondí, sólo traté de liberarme.

– Bueno, pues no te voy a zafar de ahí… si sigues así sin hablarme, pues ahí te quedas.

– ¿Qué quieres de mí?

– Nada, que seas el de antes…

– Pero ¿tú eres el de antes? No me jodas…

– Sí, lo soy, soy el macho de antes y tengo algunos amigos que quieren disfrutar de tu culo… ¿qué hay de malo en eso? A partir de ahora te voy a usar como me dé la gana, tendrás pinga cada vez que yo quiera…, sabes, te voy a chulear… vas a ser culo y boca.

– No quiero.

– Quieres porque para eso eres maricón…

Sentí que me metía un consolador de nuevo, protesté pero no me hizo caso. Lo escuché llamar por teléfono.

-… sí…, mira ven ahora que yo tengo que ir a la oficina, quiero que mantengas esto bajo control… ¡Vamos, Negrón, qué sales ganando!…, sí, sí, claro que puedes darle un poco de leña mientras no mande yo a alguien…

No sabía dónde había caído, aquel tipo tan gentil se había convertido en algo monstruoso. Se fue cuando alguien vino, sentí que se iba, cerraba la puerta. Alguien estaba en la habitación, me acarició las nalgas.

– ¡Quítame esa mierda del culo!

– ¿Te molesta?- tenía una voz ronca.

Sentí que encendía un cigarrillo, olí el humo y sentí que me liberaba sacándome el consolador.

– ¡Cojones, pero lo que tienes es un chocho!- exclamó mientras me tocaba el ojete con los dedos.

– ¿Me vas a singar?

– Bueno, me gustaría… seguro que lo hago, pero lo que más me gusta es que me la mames…

– Y si te la muerdo…

– Por eso te pregunto, papo, tú eliges… mamar o singar… yo prefiero que me la mames, ¿tal vez tú quieres más que te singue ese culo desflecado que tienes?

– Mejor ven, te la mamo…

Se metió entre yo y el espaldar, me puso su pinga delante y me dijo que no me atragantara. Traté de tragarme aquel pingón, pero casi no podía, al rato se incorporó y empezó a singarme por la boca. Me dio una singada tremenda, me hacía tener arqueadas, la baba se me salía de la boca pero no paraba y no paró hasta que se vino en mi garganta. Cuando sacó su pinga, se la lamí, limpiándosela con cariño. Me quitó la venda, la luz casi me cegó, pero lo vi. Era negro, con bigote, gordote y la pinga enorme.

– Me gusta como mamas… habrá que ver cómo singas.

– Bueno, aquí no he singado, me han singado…

– Bueno, si Gonza te tiene aquí es por algo… me dijo que tenías buen culo.

– Me tiene aquí no por mi voluntad… esto no me gusta.

– ¿No te gusta?

– No me gusta esto, estar así amarrado, vendado para que me usen tipos que ni veo…

– Podría comprarte si quieres quedarte conmigo… pero por ahora he venido a cuidarte…

Sonó el teléfono, y casi al rato el timbre de la puerta. Antes de abrir me vendó los ojos.

– Sabes que tengo que hacerlo.

Me quedé quieto en espera del próximo que entró y se montó sobre mí, tenía una pinga pequeña por lo que se le salía a cada instante, por suerte duró la tortura poco. Después cuando se fue el tipo, vino y empezó a liberarme. Ya libre de las ataduras corrí al baño, no podía más, me duché después. Salí a la sala donde estaba aquel negrón.

– ¿Qué…, ya estás de nuevo en forma?

– Uf, estoy molido…, no puedo más.

– ¡Bueno, no te quejes que muchos maricones llorarían lo que has tenido hoy! – me dijo con descaro. – ¡Mira, ven, acuéstate a mi lado!

Muy a pesar de todo, era un tipo dulce. Lo obedecí, me acosté a su lado y me abrazó. Me desperté cuando escuché la voz de Gonzalo que hablaba con mi guardián, éste le decía que había sido mucho lo de hoy, que si no estaba acostumbrado pues la pasaría mal. Se despidieron y Gonzalo vino a la sala, trató de abrazarme pero lo repelí.

– ¡Mira, mi amor! Esto que ha pasado hoy no influye en nada en lo nuestro… yo te sigo queriendo, me gustas un montón…

– ¡Ajá… ya veo… me tienes como una puta aquí!

– Je, je, je, bueno, mi vida, como una puta no… sino como lo que eres: un maricón… – lo miré con odio, él sonreía. – A ver, a todos nos gustan singar, a unos que los singuen y a otros singar, tú tienes un culito de oro y lo mejor, lo disfrutas… mira que he singa´o a maricones, pero como tú, pocos.

– Pero eso no se hace así…

Se acerco a mí, me abrazó, me besó.

– ¡Verdad, lo siento! Debí haberlo hecho de otra manera, pero temí que no quisieras… además, me dijiste, si mal no recuerdo, que singar de cualquier forma era bueno. Yo quiero lo mejor para ti, quiero que si me vas a pegar los tarros, me los pegues delante de mí… ser yo quien te consiga a los machos…

– Ya, ahora soy yo quien quiere pinga y tú, me complaces trayéndomelas…

– Bueno, mi vida, es verdad… cuando nos conocimos, se te iban los ojos para mi pingón, ¿no me lo vas a negar? Bien, a ver, si te até a la cama, fue por una fantasía, después se me ocurrió lo de traer a unos socios, que por cierto quedaron satisfechos. Les has gustado. Claro que debí proponértelo de otra manera…

– ¡Bah, no me jodas, que todo está bien planeado! Hasta tienes a un tipo para que no me vaya.

Se levantó, se quitó la ropa, fue a la cocina, regresó con un tabaco en la boca y se fue al dormitorio.

– ¡Ven acá! Vamos a hablar.

Lo obedecí, cuando entré en el dormitorio y lo vi, se me pasó todo el enfado. Estaba muy rico, parecía un tipo de película. Recostado a la cabecera de la cama, desnudo, fumando y con la pinga a medio parar.

– ¡Ya ves! Te gustó, te gusta mi pinga y tú me gustas… ¿qué más queremos? Ven, ven acá, acuéstate entre mis piernas… – lo obedecí, me acomodé entre sus piernas, apoyé mi cabeza sobre su pinga que se ponía ya dura. – ¡Mi amor, mira cómo me pones! Además a ti te gusta…, te gusta mamar, te gusta que te mamen el culo, te gusta abrir el culo y sentir como te la meten, te gusta dar el culo… ¿qué hay de malo en que recibas lo que tanto deseas?

Como respuesta alcé mi cabeza y engullí su pinga hasta la garganta, lo miré. Él sonreía y daba bocanadas al puro.

– Mírate, mírate, eres maricón…, maricón de los buenos…, hay pocos que lo tengan tan claro como tú. Tú eres ideal, lo que necesito…, sí te chuleé hoy y mañana te voy a chulear de nuevo…, no te voy a amarrar más, estarás libre…, ah…, ¡Cojones, qué rico mamas! – Me hizo incorporarme y me besó con pasión. – Sé que has singa´o hoy mucho, no te voy a obligar a nada, haz lo que quieras para que me venga.

El muy hideputa me gustaba, me daba morbo, me llegaba, sabía lo que hacía y cómo barajarme a mí. Yo en silencio me puse en cuclillas sobre su pinga y me senté despacio hasta sentir los pelos de su pubis en mis nalgas. Él me sonrió, me besó.

– ¡Cojones, qué culo tienes! ¡Y mira que te han dado hoy caña y lo tienes rico!…

Yo lo hice callar con mi mano, empecé a hacer cuclillas sobre él, mientras él gemía, murmuraba, me besaba o me miraba simplemente. Al rato con un movimiento brusco pero seguro, me hizo girar y caer debajo de él. Empezó a singarme con fuerza.

– ¡Así es mejor! Yo soy el activo aquí, el macho…

– ¡Dame, dame pinga…

– ¡Así me gusta, mi amor! Así me gusta que me pidas…, aquí tienes, aquí tienes pinga pa´rato.

Cambiamos de posición como un torbellino, hasta que se vino, después abrió mis piernas y empezó a lamer mi culo mientras yo me masturbaba. Cuando me vine, recogió mi semen a lengüetadas y en un beso me dio mi propia leche. Dormimos bien, abrazados y sin mencionar más aquello que había pasado.

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