Nota: Este relato contiene moderados toques de fetichismo relacionados con el mundo de los azotes y la expulsión de gases. Algunas personas pueden encontrarlos inapropiados por muy moderados que sean. También el relato contiene descripciones gráficas de prácticas sexuales.
Relato:
Alberto, cuarenta años, fue uno de los primeros en apuntarse a los cursos de formación especializada del gobierno. Las clases teóricas aportaban nociones básicas de psicología y estudio del cuerpo humano. Como curiosidad, mencionar que había una asignatura llamada “culología” y que, como su nombre indica, estaba dedicada a profundizar en el mundo del culo y todo lo que le rodea. Pero sin duda lo más importante del temario era la parte práctica. Se contaba con modelos voluntarios de ambos sexos y los propios estudiantes, con el fin de familiarizarse de primera mano con el procedimiento, participaban en sesiones de iniciación representando el papel de ejecutores y clientes.
Para ponerles en situación, decirles que el país del que les hablo en cuestión, decidió poner en marcha un programa piloto para gestionar lo que denominaron comportamientos antisociales. Este programa cubría varios supuestos y adherirse a él era voluntario. De hecho, el título del mismo, bastante largo, describe con bastante precisión su naturaleza. “Programa alternativo voluntario de reintegración social mediante el uso del castigo corporal”.
Este relato tiene como protagonistas a un hombre y a una mujer. El primero, al que ya hemos presentado, una vez obtenido el título, comenzó a ejercer.
Un jueves nuboso y cálido cumplía justo una semana de trabajo en la oficina 34.
Laura, una chica a punto de cumplir los treinta, vestida con vaqueros de tiro bajo, camiseta holgada y zapatillas de deporte, llegó con diez minutos de antelación al lugar que indicaba el GPS de su móvil y se sentó en la sala de espera. Desde su sitio podía ver un pasillo con varias puertas numeradas. En ese momento, esperando a ser “atendidos”, estaba un grupo de dos chicos con acné y una chica de pelo corto, posiblemente cómplices de un hurto, un hombre bastante delgado que rondaría los cincuenta y una mujer madura de grandes pechos, que masticaba chicle para controlar su ansiedad.
No pasaron ni cinco minutos cuando una de las puertas se abrió y Laura oyó su nombre completo.
La aludida contrajo involuntariamente las nalgas, respiró hondo y tratando de disfrazar sus nervios lo mejor que pudo, se puso en pie con agilidad y caminó hacia la puerta.
-Hola, soy Alberto, entre por favor.
Laura entró en una habitación pequeña muy similar a la consulta de un médico y tomó asiento frente a un escritorio blanco. Alberto ocupó su sitio tras la mesa y tecleó algo en un portátil realmente pequeño. Junto a la pared una camilla y un armario con ruedas. Colgando del techo un fluorescente que emitía luz blanca y al fondo otra puerta. No había ventanas.
-Le comento, esa puerta lleva a la sala donde mis compañeros Marta y Juan le aplicarán el castigo corporal. También dispone de un pequeño baño que puede usar antes.
Laura, después de recorrer con la vista la estancia mientras escuchaba la información, posó la mirada en el hombre que tenía frente a ella.
Le resultaba familiar.
-¿Te conozco? -dijo movida por la curiosidad.
Alberto respondió con franqueza.
-Creo que sí. ¿Eres la vecina del tercero A, calle la Langosta?
Laura tragó saliva y asintió.
-No te preocupes, todo esto es confidencial. Veo que estás aquí porque te manda tu empresa, dos faltas de puntualidad y una falta de disciplina. ¿Quieres comentar algo?
-No. Supongo que es correcto. -se resigno la interrogada.
-Bien, entonces si no le importa levántese, bájese los pantalones y muéstreme el culo.
Laura se puso roja. Todo aquello era humillante pero sabía que no tenía más remedio que obedecer.
A simple vista, el trasero de la chica era apto para la sesión. Pero el funcionario tenía que seguir el protocolo. Tenía a su disposición guantes desechables para practicar un examen más profundo si la ocasión lo requería. No era el caso y se limitó a pedir a la cliente que con ayuda de las manos separase las nalgas. A continuación, con ayuda de una pequeña linterna, proyectó un haz de luz hacia el ano de la joven y le pidió que tosiese.
-Todo bien, puede vestirse. De salud bien, ¿verdad?. En su ficha lo veo todo ok pero tenemos que asegurarnos. En un par de minutos puede entrar, usar el baño si tiene ganas de orinar o tirarse un pedo y a continuación recibirá los azotes, 12 con la vara según veo. Buena suerte y espero no verla por aquí de nuevo.
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-¿Qué tal con Laura? -preguntó Alberto a sus colegas.
Durante el día el trío de funcionarios cambiaba de papel participando en la recepción, la aplicación de los azotes o la ayuda. Al final de la jornada dedicaban unos minutos a comentar incidencias con el fin de aprender y mejorar el procedimiento.
-Bien, la verdad es que ha sido valiente. -comentó Juan.
-Eso sí, la di unas nalgadas con la mano para calentar la zona, la vara de primeras “muerde” -dijo Marta.
-Y se tiró un pedo. -añadió Juan
-¿Puntual? -preguntó Alberto interesado.
-No, estaba bastante nerviosa y llena de aire. De hecho la invitamos a ir al baño y oímos más de una ventosidad.
-Sí, es importante insistir en que vayan al baño, debería ser obligatorio. -concluyó Marta a modo de resumen.
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El sábado Alberto entró en el portal del edificio de su casa, tratando de recuperar el aliento tras media corriendo. Mientras esperaba el ascensor, apareció Laura.
-Buenos días. -saludo la mujer.
Unos segundos después llegó el ascensor y ambos subieron hasta el tercero.
-Una cosa, ¿puedes venir a mi casa esta tarde? Tengo que preguntarte algo -dijo Laura antes de bajarse.
-Vale, paso a las seis.
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A la hora pactada la vecina de Alberto abrió la puerta. Llevaba puesta ropa sencilla y holgada, usaba gafas y calzaba alpargatas. El invitado llevaba puestos unos pantalones vaqueros y una camiseta informal que le hacía parecer más joven.
Sentados en el sillón de un coqueto saloncito, con unas latas de cerveza sobre una mesilla, iniciaron una conversación. El primero en hablar fue Alberto.
-Y bien, ¿qué querías contarme?
Laura se tomo unos segundos en responder y finalmente dijo.
-Tu vives solo ¿verdad?
El hombre, algo sorprendido por la franqueza de la cuestión, le contó su historia y corroboró que actualmente estaba sin pareja formal.
-oye, lo del otro día… no se lo vas a contar a nadie.
Alberto la tranquilizó incidiendo en la privacidad de todo el proceso.
-Y te habrán contado lo de bueno, lo nerviosa que estaba y que… -comentó Laura ruborizándose violentamente.
-Sí, me lo han dicho. Son cosas que ocurren, estamos preparados para ello. También me dijeron que llevaste el castigo muy bien, eres una chica valiente… y muy atractiva por añadidura.
-Oye, una pregunta… vosotros, bueno… os excita ver eso.
El varón rio nervioso.
-Sí, también es algo que se ve en el curso… obviamente lidiamos con un fuerte componente erótico. Incluso aunque todo se lleve a cabo de manera profesional.
-Estás ahora excitado… -dijo Laura mirándole con una mezcla de curiosidad y deseo.
-Un poco… las chicas traviesas me…
-¿Me besas? -le interrumpió la joven apoyando su mano en el muslo del varón.
Alberto no se hizo de rogar y sujetando el rostro de su vecina con suavidad la besó en la boca.
El ósculo se prolongó durante varios segundos eternos.
Luego se miraron a los ojos.
Luego Laura miró más abajo.
-Está creciendo. ¿Puedo?
Esta vez fueron las mejillas de Alberto las que cogieron color. La mano de la anfitriona se posó en su pene acariciándolo a través de los pantalones.
-Desnúdate. -ordenó la chica mientras se quitaba la camisa y el sujetador dejando al aire dos pechos de lo más apetecibles.
Alberto se bajó los pantalones y apoyándose en una rodilla se inclinó hacia delante y comenzó a chupar los pezones de Laura que respondió al estímulo cerrando los ojos y arqueando la espalda.
Seguidamente, el hombre se puso en pie y la chica, de un tirón, le bajó los calzoncillos dejando a la vista el miembro crecido, duro y palpitante.
-Date la vuelta y déjame verte el culo. -ordenó la chica.
El varón obedeció.
Laura sobó las nalgas del hombre, apartó los cachetes y sacando la lengua lamió la raja de arriba a abajo notando como las piernas de Alberto temblaban ligeramente. Después, se centró en atender la parte delantera introduciendo el aparato reproductor masculino en su boca. El sabor era adictivo.
Poco después, ambos amantes se quitaron la poca ropa que les quedaba. Ella se tumbó boca abajo sobre el sillón, en sus nalgas, apenas perceptibles, una o dos líneas que recordaban el impacto de la vara. Él, arrodillándose, besó los glúteos de la joven por turno y luego, colocando su pene en posición, la penetró por detrás.
El placer, la ola de placer, recorrió los cuerpos de ambos y durante la siguiente media hora se sucedieron las caricias, los gemidos e incluso, por parte de Laura, la idea de tirarse uno… estaba casi segura que si lo hacía su vecino se excitaría un montón. Sin embargo, optó por apretar su esfínter en el último momento y guardar la flatulencia para próximas ocasiones… quizás para cuando se conociesen mejor o tuviesen más confianza. Para la primera sesión todo aquello que estaban haciendo era más que suficientemente.
El orgasmo llegó muy pronto.
Fin