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Tiempo de lectura: 2 minutos

"Imagínate, Adela, ¡se fijó en mis pies!", dijo Teodora; "¿Y qué, qué más?, cuenta", pidió Adela:

"Oiga, señorita"; "Señora"; "Señora, ¿le importaría que les hiciera unas fotos a sus pies".

"Me preguntó si podía fotografiar mis pies en su estudio", dijo Teodora; "Ay, hija, qué de gente rara…", opinó Adela, "¿y fuiste":

"Pase, pase, señora, póngase cómoda, es un estudio pequeño pero…, mire, ahí mismo, en ese puff…, descálcese por favor…, deje, deje, ya guardo yo sus chanclas en este rincón…, ahora doble las rodillas y pise la moqueta, bien, (foto) (foto), separe un pelín los dedos, bien, (foto)"…

"Sí", respondió Teodora: "¿Te pidió que te desnudaras?", preguntó Adela: "No, sólo los pies".

Regresé a mi casa con mi hija después de haber pasado toda la tarde en el parque infantil. La bañé y di de cenar. Luego llegó mi marido. Preparé cena para los dos. Acostamos a la niña y nos quedamos viendo la televisión en el sofá. De vez en cuando mi marido metía una mano bajo mi camisola y me acariciaba los muslos. Yo, de soslayo, veía como la hinchazón en su entrepierna aumentaba de tamaño, lo cual me excitaba. Le dije: "Cariño, vamos a la cama". Hicimos el amor esa noche, como cada noche; aunque en esta ocasión la polla de mi marido no fue suficiente y me tuve que terminar yo. Lo hice cerrando los ojos, oyendo la respiración agitada de mi marido supinamente acostado. Cerré los ojos, y, mientras me pasaba los dedos por encima de la vagina, mientras me pulsaba el clitoris, comencé a imaginarme a mí misma en el estudio del fotógrafo, y le vi el rostro barbudo, casi oculto tras su cámara, me vi desnuda frente a él, frente al cuerpo velludo, casi negro del fotógrafo, y, de pronto, la imagen se volvió cenital, y yo estaba de rodillas y él de pie haciéndome fotos, sólo que su polla estaba dentro de mi boca, (foto), y el resoplaba y yo mamaba, (foto) (foto), y él se vertía, (foto), y yo me relamía, (foto) (foto); y me corrí.

Creo que fue todo un descubrimiento lo de esa noche, es decir, no, no fue un descubrimiento, al fin y al cabo a todos nos gusta que nos inmortalicen, pero sí fue una provechosa variación, pues era el sexo lo que se inmortalizaba, mi sexo: ¿no les gustaría tener a mis nietas una foto de su abuela haciendo una mamada, o, simplemente, follando? Se lo planteé a mi marido. "¿Qué dices, Teodora, hacernos fotos íntimas?, ¿te has vuelto loca?, ¡no, ni hablar!". Empecé a echar de menos al fotógrafo.

En el parque infantil todo era juego y alboroto cuando se presentó la prensa. Había una mujer que movía el móvil como un sable, un hombre tranquilo y un fotógrafo. ¡Un fotógrafo! Me acerqué. La mujer entrevistaba a una de las madres que allí estábamos, el hombre tranquilo miraba a un lado y a otro, el fotógrafo tomaba instantáneas. Me acerqué. "Oye, ¿te gustan mis pies, te gustaría hacerles fotos?", dije; "No, señora, estoy trabajando, no me interesan sus pies, disculpe", dijo el otro.

¡Qué desilusión!

"Teodora, ¿qué haces descalza?", dijo Adela; "No, nada".

Sin embargo, debía sentir ese placer de nuevo. Sí, bien estaba: se lo había imaginado; pero y si…

Esa noche quiso probar a hacerle una mamada a su marido, por ver si se corría ella. Allí, en el sofá, mientras él veía el partido de fútbol. Teodora le abrió la portañuela, le sacó la polla, se inclinó sobre el regazo y chupó, chupó, lamió, salivó, besó, y chupó, chupó… "Aahhh, Teodora". Pero no se corrió.

En el dormitorio, empezaron las carantoñas, empezaron las desnudeces a ser saboreadas y se inició el necesario coito: "Ahh"; Ohh"; "Así, más"; "Ohh". Hizo lo dinámico del acto que Teodora volviese la cabeza hacia la ventana, que viese que la persiana estaba abierta, en todo lo alto, y que, como había olvidado poner los visillos, que estaban secándose en el tendedero, notase el flash que, partiendo del edificio contiguo, atravesaba la noche. Y gritó: "Más, (foto), ahora, (foto), párteme por la mitad, mete, mete, (foto) (foto), tu polla, mete, aahhh, (fotón)". Y se corrió.

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