Follar se había vuelto una actividad de riesgo extremo. La situación era tan jodidamente crítica, que la Organización Mundial de la Salud exhortó a toda la población a suspender de forma inmediata cualquier tipo de práctica sexual con hombres, sobre todo aquellas que devinieran en coito.
Por supuesto, a pesar de la medida (la cual había sido acogida por todas las naciones), con el pasar de las semanas las cifras de mortalidad masculina, tras alcanzar el orgasmo, eran cada vez más escandalosas. Porque, dime tú, ¿quién puede resistirse ante el delicioso placer que ofrece una buena corrida?
Las víctimas caían como moscas en la dulce miel de un rico coño… O de sus manos, da igual. Pero de que caían, caían.
Ya te digo yo, no sabes cuántos cabrones cayeron extasiados ante mis encantos…
—¡Mierda! Otro inútil que creyó poder aguantársela y me deja a medio camino —dije cierta tarde de calentón mientras me sacudía las nalgas, quitándome los restos de la última corrida que había soltado el galán de Enrico, en paz descanse—. ¿Ahora quién me quita esta arrechera?
Marqué al número de emergencias, alguien debía llevarse el cadáver. Y mientras esperaba, introduje los dedos en mi aún hambrienta vagina y terminé lo que Enrico había dejado inconcluso.
Últimamente, una como mujer tenía que hacer el trabajo que el hombre se negaba a cumplir… Como la vez que tuve una conversación hot con un desconocido por chat:
«¿Qué me harás primero, papi?»
«Te voy a comer el chochito completo, mi amor. Lo haré hasta que no puedas más y te corras en mi cara.»
«Mmm. Delicioso. ¿Y después?»
«Después te besaré ese delicioso culo que tienes y usaré la lengua hasta que te corras de nuevo. Luego nos quedaremos dormidos, acurrucaditos en tus sábanas mojadas.»
«¿No me la meterás? ¿Ni siquiera la puntita? Qué decepción.»
(Amante castigador 69 te ha bloqueado).
Los verdaderos machos, de esos que te follan como una puta hasta quedarse secos, fueron los primeros en caer. Poco a poco iban quedando menos varones y más vírgenes afeminados y maricas.
Pero yo no me pensaba quedar de brazos cruzados, oh no, no, no, no… Yo soy una hembra de infarto, y como toda buena hembra, necesitaba que me cogieran bien rico. Aceptar menos era degradarme al nivel de esas santurronas que se persignan con la biblia en la mano.
Así que decidí poner en marcha mi propio «experimento social», uno que daría esperanza a las féminas insatisfechas y ardientes como yo.
Abrí un sitio web cuyo lema era: «Fóllatelo hasta morir, preciosa, te lo mereces». Y empecé una campaña online para reclutar a varones que no le tuvieran miedo al éxito.
Como había de esperarse, mi primera tentativa de chula fue un fracaso absoluto. Nadie estaba dispuesto a «asumir riesgos».
Así que fui más agresiva: contraté una fotógrafa, una diseñadora, una comunity manager y una editora. ¡Armé un equipo ganador! ¡Mi dream team de chicas talentosas… y cachondas como yo!
Pensé en contratar algunas modelos para la publicidad, pero cambié de parecer: con mi hermosa cara de ninfa y cuerpazo de ninfómana tenía para dar y recibir.
Le pedí a Marina, mi preciosa fotógrafa, menudita pero bien agraciada, que me hiciera una sesión completa.
Me puse varios conjuntitos de lencería, todos super sensuales, que se amoldaban a mi cintura estrechita y destacaban mis caderas prominentes, apretaban mis grandes y jugosas tetas, y dejaban fantasear con mi delicioso coño depilado y hermoso.
Las fotos eran tan calientes y provocativas, que no habría ningún hombre en el mundo (ni siquiera los maricones) que se pudiera resistir a mis encantos de golfa. Se les pondría bien dura y, eventualmente, vendrían a mí, deseosos por caer en la tentación.
Le pedí a Daniela, mi voluptuosa y tetona diseñadora, que hiciera su magia. Y con Claudia y Lorena, mis esbeltas y culonas princesas del marketing, coordinamos la parte promocional.
Era cuestión de tiempo, estaba convencida… ¿Y qué crees? No me equivoqué: los machos que tanto había deseado llegaron arrastrándose a mis pies.
Definitivamente, en temas de sexo, los hombres piensan con la cabeza equivocada. El proceso de selección fue extenuante: llegaron más de 1000 solicitudes, aunque la gran mayoría, no te voy a mentir, no me impresionaron en lo más mínimo.
Nos tomó varias semanas de selección (digo «nos» porque mis bellas chicas del dream team estaban tan comprometidas como yo con la causa), hasta que conseguimos 36 hombres finalistas que pasaron todos los filtros de calidad (ya sabes, carita linda, buen cuerpo, y sobre todo, una buena verga), porque incluso en tiempos del apocalipsis, yo quería probar lo mejor de lo mejor. Y ofrecerles lo mismo a mis clientas.
Ahora solo tenía que conocerlos en persona. Convocarlos para «la entrevista» y comprobar de qué estaban hechos. ¡Estaba muy excitada! No podía esperar más…
El día tan esperado llegó. Mis 33 machos (pues 3 se habían echado para atrás), dispuestos a dar su servicio a la comunidad, habían llegado. Estaban todos sentados en una hilera de sillones alargados que había instalado formando una «U» en el interior de nuestro «rincón del placer».
¿Que qué era el «rincón del placer?». Se trataba de un enorme salón de eventos super refinado situado en la parte trasera de una villa, a las afueras de la ciudad, ideal para cumplir todas nuestras fantasías, garantizando absoluta intimidad y discreción a nuestras clientas.
Aunque, claro, cuando le hablé a la dueña del lugar acerca de nuestro «emprendimiento», esta entrecerró los ojos y comentó que aquello tenía una terrible pinta de ilegalidad.
Si hay algo que me caracteriza es que puedo ser muy persuasiva: me la llevé a una de las habitaciones, la abrí de piernas, acerqué mi cara a su concha húmeda y peluda, y le di el mejor sexo oral que haya tenido en su puta vida.
Cuando me aparté de su entrepierna con la cara empapada, luego de su tercer orgasmo, le di una buena nalgada que la hizo gritar y le dije:
—Tú me vas a alquilar ese salón, perra, y yo me encargaré de que sigas gozando tanto como ahora.
De modo que el «rincón del placer», redecorado y amoblado como Dios manda, estaba a punto de desvirgarse con su primera sesión de sexo…
—Buenas tardes, mis deliciosos y generosos caballeros lujuriosos, sean bienvenidos —les dije paseándome ante ellos con sensualidad. Llevaba unos enormes tacones rojos, así como una minifalda plisada super cortita que dejaba ver una exquisita tanga roja de encaje. Mis tetas estaban al aire, decoradas apenas con dos pequeñas pezoneras rojas de corazón.
Les fui clavando la mirada uno a uno, ninguno apartaba sus ojos de mi cuerpo.
—Ustedes están aquí porque han asumido su único rol como hombres: ser el objeto sexual más preciado para nosotras las mujeres.
Mis chicas del dream team, de pie detrás de mí, vestidas con la misma sensualidad que yo, soltaron gritos de aprobación. Continué:
—Ya estamos hartas de putos dildos de mierda. Insatisfechas con simples comidas de coño. Y malsanas con esas horribles cogidas, cortas y perezosas… Nosotras queremos meternos una buena verga hasta bien adentro. ¡Y gozarla hasta chorrear por las orejas! —Señalé a uno de mis hombres al azar—. Tú, ¿me recuerdas tu nombre?
—Leandro, bebé.
—¿Tienes lo necesario, Leandro? ¡Busco aguante y control!
—Por supuesto, nena, puedo aguantar hasta ponerte los ojos en blanco.
Me lo quedé mirando un instante y le regalé mi sonrisa más coqueta (que también lo hizo sonreír), me acerqué lentamente hasta él, me puse de rodillas y poco a poquito lo fui desvistiendo.
Su pija estaba tiesa a rabiar. Le planté un besito en la punta, me incorporé y entonces me eché sobre sus piernas a horcajadas. Aparté la tanguita hacia un lado y bajé hasta ensartármela toda. Lo monté como una fiera.
La tenía bien grande y gruesa (como todos los presentes, por supuesto), la sentía hasta el fondo, frotándose con las paredes de mi chorreante vagina.
El galán que estaba sentado a su lado, me agarró una teta y la empezó a acariciar. Me gustó. Lo atraje hacia mí y nos besamos apasionadamente. Mi excitación subía y subía… Aceleré los movimientos encima de Leandro.
—Pónmelos en blanco, cabrón —jadeaba sin parar de moverme—. ¡Ponme los jodidos ojos en blanco!
Entonces Leandro (¡siempre te recordaré, por ser el primero!) me agarró por la cintura, me elevó un poquito, se acomodó lo suficiente para tomar el control, y comenzó a follarme con rapidez. Cada embestida era profunda, deliciosa.
Me puso a gemir como perra en celo, no quería que parara… Y no lo hizo. Continuó dándome bien fuerte durante largos y exquisitos minutos hasta que tuve un maravilloso orgasmo.
—Ufff. La verdad es que sí, Leandro querido, sí que aguantaste hasta ponerme los ojos en blanco. —Me levanté, su pene salió de mí—. Qué rica polla, por Dios… Lástima que nunca nadie la volverá a usar.
De mi vagina brotó el caliente líquido que mi amante me había regalado. Su última ofrenda: yo quedé bien satisfecha, y él, bien muerto.
Mis chicas soltaron un gemido de conmoción.
—Ya saben qué hacer, guapos —dije mientras me terminaba de limpiar el coñito.
Dos fuertes hombrezotes (que no estaban interesados en el sexo, y que había contratado para hacerse cargo de la seguridad) agarraron el cuerpo de Leandro y se lo llevaron por una de las puertas traseras. Ups.
Algunos de mis aspirantes se pusieron de pie de inmediato, sorprendidos, incluso diría que aterrorizados.
—Por favor, caballeros, ¿dejamos el teatro de una vez? ¡Saben perfectamente de qué va todo esto! ¿Han venido a jugar o solo a curiosear? —Les di la espalda, dejándoles ver mi hermoso culo—. A quienes se les hayan encogido las pelotas, ahórrennos el tiempo y lárguense.
Guardé silencio y esperé. Oí algunas voces y pasos tímidos alejándose. Incluso uno de ellos me gritó desde la salida:
—¡Eres una enferma degenerada!
—¡Como no tienes idea! —le respondí. Y se largó. Bye, bye.
Me giré nuevamente, 20 de mis machos seguían en sus asientos, mis chicas los reacomodaron más cerca, ocupando los espacios vacíos.
Todos eran muy complacientes. Sonreí, se merecían un premio.
—Pronto descubrirán que soy una mujer muy, muy agradecida cuando un hombre hace lo que quiero. Y puedo ser extremadamente generosa y sucia a la hora de pagar.
Me acerqué al primer hombre de la hilera, por la izquierda. Me senté sobre él, lo atenacé con mis brazos y le planté un cálido beso en los labios. Jugueteamos con nuestras lenguas un poco y me levanté.
Pasé al siguiente… Mis chicas empezaron a hacer lo mismo desde el otro extremo, turnándose para que no quedara nadie sin su merecido agradecimiento.
Me fui sentando uno a uno en las piernas de mi leales machos, podía sentir su bulto estrechándose contra mi conchita, mientras nos morreábamos de lo lindo.
Aterricé sobre el hombre que me había manoseado la teta mientras me cogía a Leandro, y con voz seductora le dije:
—Mmm. Tú de nuevo. Sí que besas rico, mi amor.
—También sé follar rico, por si te interesa —me respondió y nos comimos la boca con frenesí.
Me aparté de él, con la promesa de comprobar después cuán rico sabía follar. Y continué mi desfile de besos hasta completarlos todos.
—Ahora, mis jugosos caballeros, vamos a ponernos serios. Es importante para nosotras saber si tienen lo que se necesita para este trabajo. ¡Quítense la ropa, abajo pantalones y arriba vergas! Quiero verlas bien firmes, listas para entrar… ¿Chicas? Dense gusto.
Marina, Daniela, Lorena y Claudia dieron un paso al frente y eligieron, cada una, un hombre al azar.
Mi bellas hembras iban vestidas con lencería super sexi, se retiraron la ropa interior y se lanzaron hacia sus presas.
Daniela, la más tetona, las tenía al aire y se las restregó a su galán en la cara. Lorena y Claudia tenían unos culazos de infarto, cuando montaron a sus machos daban unos saltones que hasta a mí me pusieron a vibrar. Marina, por su parte, había agarrado las manos de su hombre y se las llevó atrás: le había pedido que castigara su culito a nalgada limpia mientras la follaba. ¡plas! ¡plas!
Yo estaba disfrutando del show, me limité solo a observar, supervisando a mi personal. Mis chicas subían y bajaban, empalándoselas hasta el fondo. Gemían con pasión…
—Eh, eh, las manos, princesas. No lo olviden.
Mis chicas obedecieron: estiraron sus brazos hasta alcanzar la polla de los hombres sentados a cada costado, y los empezaron masturbar.
El espectáculo continuó durante varios minutos más, hasta que uno de ellos (el que se follaba Marina) pidió que parara. Marina lo ignoró, seguía pajeando a los otros dos mientras saltaba eufórica sobre la verga de él, quien a su vez se dejó llevar…
Entonces avancé aprisa hacia ellos y tiré de Marina con fuerza, haciéndola caer al lustroso piso. La muy puta lanzó un grito de indignación:
—¡Zorra de mierda! ¿Estás loca o qué? —Marina se levantó mostrando sus nalguitas enrojecidas por los machacones que había recibido.
La ignoré y me centré en su macho:
—¡Control! —vociferé—. ¡Si necesitas parar, para! Pide un relevo, pero jamás te dejes llevar por las ganas.
Lo sé, lo sé. ¡Aquello era demasiado injusto! Pobres hombres, imposibilitados de tener un orgasmo porque lo pagaban con sus vidas. Pero esa era la realidad ahora, y yo tenía un negocio que cuidar.
Lorena, Daniela y Claudia se habían detenido, pero volvieron al ruedo. Marina se disponía a buscar otra verga que le diera amor, pero la agarré del brazo:
—Tú te vienes conmigo, putona respondona.
Me la llevé atrás, la metí a una de las amplias habitaciones, me senté al borde de la cama y la obligué a doblegarse ante mí.
—Pe-perdón —dijo, avergonzada—, te juro que no volverá a pasar. Es que yo…
—Cómeme el coño, puta.
Marina guardó silencio. Me agarró la tanga, yo levanté el culo para dejar que me la quitara. Y me empezó a devorar completa. Lamía el clítoris, chupaba los labios, les daba mordisquitos, y metía la lengua en mi vagina.
La tuve así por unos minutos hasta que le aparté la cabeza, dejándola con medio chorro en la boca.
—¿Te vas a comportar? —le dije agarrándola de las tetas y pellizcando sus pezones con fuerza suficiente para hacerla gritar.
—Sí, sí. Seré buena. ¡Au! Te lo juro.
La solté y volvimos al salón principal. Lo que encontramos fue un espectáculo de lo más sabroso: mis tres putitas ansiosas estaban de pie, inclinadas hacia delante, cada quien chupando dos buenas pollas y masturbando otras dos a los lados, mientras otro las penetraba por atrás.
Cinco cabrones para cada una, era una delicia que ansiaba experimentar, pero le concedí el perdón a Marina y permití que se fuera a dar su festín.
Esos 20 machos intercambiaban lugares, conocían sus ritmos y entendían sus límites. ¡Me llenaba de satisfacción saber que podía confiar en mi nuevo equipo! Pero yo necesitaba que me llenaran de algo más…
Y como si lo invocara mentalmente, el hombre que había prometido follarme rico cruzó una mirada con la mía. Le guiñé el ojo y me retiré con pasos seductores, directo a una de las habitaciones. Por supuesto, él me siguió…
Apenas entré, me abrazó por detrás y llevó una mano a mi coño, su poderosa verga se pegó contra mi culo, acoplándose justo en la raya. Me moví de arriba abajo, pajeándolo dulcemente y le dije:
—No te vas a correr ahora, ¿o sí?
Un «no» ronco, vigoroso, penetró mi oído. Me besó el cuello y me magreó las tetas, retirando las jodidas pezoneras; aquello me puso muy puta: me giré, me puse en cuclillas, me la metí a la boca y comencé a devorarla entera. ¡Sabía delicioso!
Él me tocaba las tetas, jugaba con ellas, me acariciaba, me deseaba… Así que dejé de mamársela y avancé hacia la cama, quitándome la tanga y la faldita. Me puse en cuatro, tiré de una de mis nalgas, abriéndole el culo, invitándolo a pasar.
Él se puso detrás de mí, frotó con la cabeza palpitante en la entrada de mi vagina. Yo me eché hacia atrás intentando metérmela completa, pero él lo evitó y me dio una fuerte nalgada.
—Shhh. Quieta. Dije que te lo haría rico.
No contesté. Aquello me encendió más.
Continuó restregando su glande en mi vagina, luego se la pasó por mi ano, donde escupió y frotó ejerciendo más presión. Y vuelta a empezar con mi concha…
—¿Cómo te llamas, amorcito? —murmuré entre gemidos.
—Sebastián, pero puedes llamarme «la bestia».
Entonces, sin más dilación (ni dilatación) la bestia ensartó su fierro dentro de mí, me clavó los dedos en la cintura y comenzó a moverse… al inicio lento, como si quisiera memorizar con su polla cada milímetro dentro de mi cavidad… Me gustaba, sí, pero yo quería sexo rudo.
—Vamos, vamos, así no se comporta una bestia.
—¡Lo sabía! —Soltó una carcajada y empezó a acelerar. Ufff, cómo me gustaba ese hombre. Me penetraba hasta el fondo, ¡bien duro, como a mí me gusta! Cada embestida provocaba esos deliciosos golpeteos de pelvis contra culo que me ponían más cachonda.
Me siguió dando fuerte un par de minutos más hasta que se frenó de golpe.
—Gírate —dijo.
Obedecí. Me abrí de piernas, pero él no se movió.
—¿Vas a correrte? —le pregunté con una mezcla de temor y lujuria.
—Aún no —respondió.
Aquel «aún» hizo que mi corazón se acelerara. Y entonces, la bestia se metió, jadeante, en mi interior.
—Me temo que nuestro encuentro acabará en fatalidad —me dijo mientras empujaba con furor—. Eres tan espectacular, que sería un delito no correrme en tu precioso cuerpo.
Me puse en estado de alerta, pero entonces golpeó mis tetas una y otra vez, y se impulsó para besarme. Lo recibí y nos comimos las bocas apasionadamente. ¡Empecé a tener un orgasmo!
—Sigue, sigue… No pares.
Mi macho no paró. Me daba igual su inmolación, yo la quería toda… ¡Toda! Entonces la bestia…, ¡mi bestia! dijo:
—¿Dónde la quieres, mi amor?
Abrí la boca para contestar, pero entonces llegó Daniela con sus increíbles tetas bamboleándose al aire, y anunció que Sofía, la dueña del lugar, me buscaba en la recepción.
—Salvado por la campana, bestia —le dije a mi hombre, que había cesado en sus movimientos, justo a tiempo. Se retiró para dejarme levantar de la cama, me vestí de nuevo y salí de la habitación.
¡La muy putona quería ver! Sofía, mi arrendadora, ansiaba ver esas pijas en acción. Por supuesto, yo sabía que ella anhelaba algo más… Así que le dije:
—Conoces la cuota, princesa. ¿Te gustaría pagar y ser nuestra primera clienta?
¡Ella pareció escandalizada!
—¿Pero qué cosas dices? Solo quiero echar un vistazo, sé que tú arriendas, pero… sigo siendo la dueña, ¿no?
—Efectivamente. Eres la dueña de este delicioso lugar, pero esos machos de ahí dentro son míos. De modo que…
Sofía tenía la apariencia de la típica señora de mediana edad, con una actitud mojigata que contrastaba con el deseo oculto y sucio que brillaba en sus ojos… Y esto quedó demostrado cuando media hora después se encontraba en la enorme cama king size, ubicada en el centro del salón, que era la atracción principal. La zona VIP.
Mis chicas, mis chicos y yo estábamos a su disposición. Sofía estaba completamente desnuda, sentada en el colchón, ¡esta vez, la muy zorra tenía rasurado el coño! Bien por ti, Sofía.
Tenía seis pollas bien cerquita de su cara, a una le daba una chupada ocasional, mientras a otra le daba estimulación manual. Luego se lanzaba tímidamente a mamarse otra, mientras con la mano temblorosa pajeaba a la siguiente… ¡Era fatal haciéndolo!, pero una no juzga a sus clientas.
Por supuesto, todos la manoseaban, acariciaban cada parte de su cuerpo; algunos se turnaban ocupándose de su coño, entraban y salían con fuertes arremetidas que la hacían soltar gemidos ahogados, pues es difícil gemir con una polla en la boca… o dos… o tres…
En un momento dado, algunos de mis hombres sintieron ganas de correrse, entonces debían hacerse a un lado para que alguien más tome el testigo… o en este caso el culo de Sofía, que ahora estaba a cuatro patas, lista para que se la metieran por ahí.
—Ya lo he hecho antes —decía, orgullosa, cada vez más desinhibida, más caliente, más puta—. ¡Que alguien me la meta por el culo, ya!
Enseguida un cabrón se colocó detrás de ella, empujó su pija cabezona por aquel asterisco que rápidamente se convirtió en un jodido círculo.
—¡Ohhh! ¡Duele!
—¡Eso se resuelve con una verga en la boca! —grité entre risas.
Sofía aceptó la sugerencia y se volvió a meter una polla bien dura y jugosita entre sus labios carnosos, dándole con todo, deseosa de sacarle toda la leche a su nuevo mejor amigo, eso seguro.
Continuaba tragando vergas y jalándose otras más, mientras le daban por atrás hasta que alguien tuvo la brillante idea de hacerse espacio a empujones, colocándose debajo de ella y así empezar a penetrar su vagina, mientras otro le seguía dando por el culo. ¡El clamor de Sofía fue excitante!
Entonces, Lorena anunció a los cuatro vientos que no podía resistirlo más y se metió a la cama. Pidió a uno de los hombres de la reserva que la empotrara con urgencia.
Aquel comportamiento era muy poco profesional, ya me encargaría personalmente de corregir a esa golfa, pero de momento la dejé divertirse.
—¿Puedo yo también? —preguntó Marina, esta vez con humildad. Me encantó verla así, sumisa ante mí. Le planté un sonoro beso con todo y lengua en su boquita y le di permiso de salir a jugar. Claudia y Daniela la siguieron.
Mis cuatro reinas del placer sí que sabían disfrutar: Daniela lo hacía de misionero; Claudia, de perrito; Lorena, de vaquerita; y Marina, de cucharita, mientras se comía otra pija con la boca. Un espectáculo glorioso del que yo no era partícipe… hasta que uno de mis machos me agarró del culo, invitándome a gozar con ellos.
—Ahora no, mi vida —le contesté—, estoy trabajando… Pero te quiero a ti en primer lugar cuando sea el momento.
Mi hombre me soltó y se unió al festín que se servía en la cama de Sofía.
Mi primera clienta soltaba un grito de éxtasis tras otro, envuelta en el placer que tanto anhelaba. No me quedaba duda: estaba recibiendo exactamente lo que había venido a buscar. Y mientras la observaba, supe que todas las que vinieran después experimentarían lo mismo. Este era solo el comienzo.
(De la imaginación de Yorch).