Una noche y una fiesta más. Esta vez de mi pareja, su cumpleaños número 32 marcaba una nueva oportunidad para celebrar. Su casa, con un extenso patio, invitaba a la decoración. Caída la noche, las luces y las botellas empezaban a protagonizar la visión de aquellos hombres perfumados y mujeres escotadas que iban llegando. Mi mujer estaba hermosa, lo admito. En otra oportunidad, hubiese puesto mi vista en ella. Bah que digo otra oportunidad, tal vez algunos años antes, donde el fuego de la pasión aún ardía entre nosotros.
Sin dudas, mis ojos se detenían en cada montaña que se elevaba entre la cintura y las rodillas de sus amigas o bien, en la división que el escote me permitía ver. Siempre me parecieron mágicos los escotes, nos permite ver un poco para que nosotros, probablemente en nuestra intimidad, al compás de una mano que transpira y aprieta, completemos el resto.
Su prima de 22 sin dudas era la que se llevaba todas las miradas. Mariela me había comentado que le gustaba calentar, pero no chupar el mate, frase celebre en mi país que sirve para bautizar a quienes seducen, pero no concretan. Yo no la conocía, pero de inmediato, al verla, supe que era ella. Riendo entre una ronda de hombres, manejándolos como bobos, como un titiritero maneja a su marioneta. Les sacaba de sus tragos, les tocaba el hombro, hasta a uno lo hizo que le vaya a buscar un sándwich a la barra improvisada que estaba por delante de la cocina. Ella era la jefa.
No voy a juzgar a los muchachos. La piba tenía un vestido negro y bien apretado. No tenía mucha teta, pero si las hacía lucir, paraditas y sin corpiño, para que más de uno se pierda tratando de adivinar el tamaño de ese pezón. Su cintura era perfecta, aunque lo mejor estaba debajo. Unas piernas depiladas y gruesas, pero en su justa medida, no perdían la femineidad y te invitaban al combate de la cama. Un poco más arriba, el culo más gordo, redondo y perfecto que haya visto en mi vida. Para peor, el vestido era tan apretado, que ante cualquier movimiento se le marcaba la bombachita. El santo grial que cualquier hombre desearía pasar por su nariz y su boca.
Recuerdo cuando una amiga, después de cogérmela me pregunto: ¿Qué obsesión tienen los tipos con nuestra ropa interior? Me reí y le contesté que ahí están los olores que nos llaman a nuestro instinto animal. El aroma a su flujo y a todo lo que rodea la zona, es la mejor señal para que nuestro amigo se ponga en pie de guardia y penetre, como ellas se lo merecen. Acto seguido me regalo una tanguita que por supuesto aún conservo a escondidas de Mariela y que jamás voy a lavar. De hecho, es como el vino, mientras más pasa el tiempo mejor se pone su sabor.
-Amor, ¿me preparas un trago? –me dijo Mariela mientras se reía con las amigas bailando una canción de reggaetón.
Agarré el vaso y fui directo a la cocina. Para mi fortuna, la prima estaba sola, preparando el mismo coctel que yo.
-Hola, un gusto –me presente– perdón que moleste, pero es que tengo un pedido especial de la cumpleañera.
-¡Hola! –me respondió sonriendo y besándome en la mejilla- Soy Luli, la prima de Maru. ¿Vos sos Sergio?
Su perfume de mujer joven me invadió. Mis defensas inconscientemente empezaban a ceder.
-Si –afirmé.
-Ay! Tenía muchas ganas de conocerte. Maru me hablo mucho de vos.
-Espero que hayan sido cosas buenas.
-De todo me conto jajaja. Las chicas nos contamos todo –sentenció mientras me pasaba el vodka.
-mmmm… que será ese todo.
-Y bueno… yo le cuento de mis chicos y ella de los suyos. ¿Sos contador, no?
-Si.
-¡Yo estoy estudiando! Me falta mucho, pero Maru me paso tu teléfono por si algún día preciso una mano.
-Ah bueno, usted ya tiene mi teléfono, –dije acercándome a su cara.
Ella no se fue para atrás, la pendeja se la bancaba y con mi aliento respirando cerca suyo me dijo:
-Si, tal vez un día precise una clase.
Ahí fue cuando agarro su vaso y se fue al extremo opuesto de la angosta cocina. Yo me quede pensando en lo idiota y fatal que podría ser el coquetear con su prima. Una vez que ella había encontrado lo que buscaba, la vi volver por el mismo pasillo.
Permiso, le dijo a la pareja que estaba unos metros a mi lado. Al pasar por donde estaba yo, también replico la petición, la cedí el paso, pero ella no solo decidió pasar, sino que también, apoyarme todo ese culo en mi pija. El contacto habrá durado tres o cuatros segundos, mucho más de lo que ella necesitaba para salir de ese minúsculo espacio, pero eligió hacer eso.
Al alejarse volvió su mirada hacía mí y por lo bajo soltó una risita. Era una mujer fatal, no perdonaba, ni tenía piedad. Ni siquiera con su familia. Ahora entendía a los hombres que antes visualizaba como idiotas. En ese instante y con mi pija gomosa, hubiera dado todo lo que tenía para meterme por debajo de la diminuta falda que dibuja el vestido y quedarme allí, horas y horas…
Volví y le di el trago a mi mujer. Su prima a su lado se reía con el resto de las amigas, mientras juntas bailaban. Se agachaban mientras movían el culo, algunas hasta rebotaban casi en cuclillas al ritmo de los bajos, simulando el movimiento que las mujeres hacen cuando se sientan arriba de nuestro pene erecto. Dios mío, me decía, que época difícil para nacer, que época difícil para ser fiel.
La noche transcurrió con normalidad, baile con mi pareja y sus amigas. Estas, si bien tenían un poco más de códigos, me apoyaban las tetas cada vez que me venían a hablar o bien, dejaban descender mi mano hasta un poco más allá de su cintura. Les gusta, les gusta como a nosotros, pensaba, mientras mi pija confundida y apretada, liberaba liquido pre-seminal.
La noche se presta para hacer y decir lo que en el día no nos animamos. Con la certeza de nuestras miradas, excitaciones y manoseos, la mayoría se iban marchando. Mi mujer (que la había pasado excelente) ahora se encontraba bien borracha, al cuidado de su prima, que vivía más allá de la ciudad.
Nos sentamos los cuatro que quedábamos en ronda. Ella en frente mía cruzadita de piernas. A su lado, una amiga de mi pareja y su novio. Estuvimos conversando y riéndonos. Entre comentarios, veía como Luli, abría cada tanto un poquito las piernas, dejando que vea su bombachita rosa. Yo me hacía el distraído, aunque durante la conversación lo habrá hecho tres o cuatro veces. Nos seducíamos sin hablar y a la vista de todos. Un juego de adultos, un juego de fuego.
Pasado el rato, la pareja se fue y se quedó solo mi prima y bueno, mi mujer que estaba en el cuarto descansando.
-Tranquila, pri. Vos dormí que yo te cuido –le decía Luli mientras le ponía un paño de agua fría en la frente y le apagaba la luz para que descanse.
Yo en la cocina, escuchaba como lentamente le hablaba mientras me acariciaba por encima del jean mi pija gomosa.
-Bueno ya está. Se durmió y mañana prontito va a estar mejor y contenta de como salió su cumple.
-La verdad salió bárbaro. No saque ninguna foto yo, la única cagada.
-No! Yo saque un montón, mira:
Ahí se puso de espaldas y se dejó caer sobre mi hombro para que de frente veamos los dos la pequeña pantalla. Su perfume mezclado con el olor a alcohol me invitaba a hacer todo. De a poco la tome por la cintura, que esta vez, no reposaba de frente, y en consecuencia mi pija aún no hacía contacto con su culo.
-¡Que lindas, luli! Me encantan.
-Si! Mañana se las mando todas. Ahora me voy a pedir el Uber.
-¿Te parece? Mira que si te querés quedar no nos jode. De hecho, Maru ya me había avisado.
-¡No tengo ni pijama!
-¡Pero eso no es molestia! Le saco uno a la gorda y te lo doy. Anda al cuarto y ahora te lo alcanzo.
Ella se fue y yo tranquilo, entré a la habitación de mi mujer. Le di un beso en la frente y se sonrió. Te amo, me confeso. Y yo más le respondí, sosteniendo el pantalón y la remera que le estaba llevando a su familiar. En ese instante me sentí un buen hombre, sentí que había coqueteado hasta el límite, pero ahora tranquilo, dejaría a la chica dormir, y yo volver al lecho con mi mujer.
Estaba borracho, lo admito. Tal vez no tanto, pero la decisión la hubiera tomado también consciente solo que borracho me dio el impulso para hacerlo. En la puerta del cuarto que le había designado me detuve. No toque la puerta, simplemente entré, así sin más.
Aún recuerdo cuando la vi, de tan solo pensarlo se me viene una erección mientras escribo estas palabras. Estaba sentada sobre el borde de la cama. Sin remera, con su cuerpito esbelto y hermoso. Lo único que la cubría era la tanguita rosa que era más chica de lo que imaginaba y el pelito rubio que le llegaba hasta la mitad de la espalda.
-¡Ay, perdón! –Exclamé haciéndome el idiota y cerrando rápido.
Del otro lado escuche una risita, pero nada más. Me quedé unos segundos en silencio esperando la autorización y nada. ¿Puedo pasar? Pregunte al cabo de un minuto.
-¡Si! Ahora sí. –Exclamó también con la justa medida para que no se despierte mi mujer.
Al entrar seguía igual, pero ahora sentada en la cama, con la mano adentro de su bombacha lo que dibujaba una montanita en la zona que más nos vuelve locos.
-Luli… -solo alcancé a decir.
-¿Que? Si ya me viste la tanguita, y ya me apoyaste la pija. ¿No vas a pasar?
-Luli… me encantas –confesé– pero sos la prima de mi mujer.
-Y bueno… mi prima tiene que aprender. Si dice que soy rapidita, puedo llegar a ser rapidita con su marido.
-Pero… no lo dice mal. Aparte ¿Quién te conto?
-La familia es chica –me dijo mientras se acercaba.
Recuerdo en ese momento que me saco el pijama de encima, cerró la puerta y tomo mi mano llevándola hacía su entrepierna. Todo por encima de la bombacha.
-¿Esta mojadita ya? ¿Querés tocar en serio o te vas a quedar en la orilla?
La pendeja tenía el pulso de una profesional. Mi cabeza ya no podía pensar, todo lo dominaba mi pija y mi instinto, una fuerza más allá de mí, me decía que tenía que penetrar a esa hembra. Decidí darle rienda suelta a mi parte más masculina.
-¿En serio querés que te coja bebe? Vení fíjate si te gustan estas dos bolas. –Le agarré su mano y se la puse a la altura de ellas por fuera de mi pantalón.
-Quiero tocarlas –me dijo.
Rápido me saco el pantalón y el calzón, casi que todo junto. Ella extendió su mano para agarrarlas y la frené.
-No, no. Te hiciste la guapa, ahora vas a verlas de cerca bebe –la agarre por su nuca y la hice arrodillar, su boca quedo a la altura de mis huevos peludos.
-Me encanta –me decía mientras jugaba con una y después con la otra, primero con sus manos y después con se lengua.
A todo esto, mi pija estaba que explotaba. No podía más. La puse de pie y le comí la boca. Fue un beso de sexo, lleno de saliva y lengua. Nuestro liquido salía por la comisura, el olor a saliva invadía nuestras narices.
Ahora sí, metí mi mano en su bombacha húmeda. Al tacto se sentía esa viscosidad, acompañada por el roce de pequeñísimos pelitos de concha que me excitaban aún más. Al sentir el roce, recuerdo que me dijo
-Esos me los tocas solo vos –mientras con su mano me jalaba una y otra vez la pija.
La tire contra la cama y la penetre. Deje caer todo el peso de mi cuerpo sobre el suyo.
-Cógeme tranquilo que tomo pastillas –me dijo.
Eso alcanzo para empujar toda la punta de mi verga hasta su interior.
-Me encanta, la siento toda –me susurraba.
-¿Sos mi putita?
-Sos mi dueño -contestó
La bombee tantas veces que no recuerdo, sus pechos erectos, su olor a transpiración y su respiración hicieron un coctel explosivo que me hizo venir al cabo de unos minutos. Un torrente de energía se iba con mis fluidos.
-Avísame cuando acabes –me dijo
-¿No te puedo acabar adentro? –pregunto escéptico
-La quiero en la boquita.
Que puta hermosa, pensé por dentro. Nada me calienta más que una mujer que sabe lo que le gusta y lo expresa.
Saque rápido la pija, ya que tenía la leche en la punta. La agarre de los tobillos y la tire contra mí. Pase mis rodillas por encima de su torso. Mis huevos le colgaban a la altura de su mentón, mientras me pija eyaculaba en una sola dirección. Su lengua.
-Me encantó tu regalito –me dijo después de tragársela.
Nos quedamos en la cama, abrazados y transpirados. Sintiendo nuestra palpitación y acariciándonos. Hacía tiempo no tenía esa sensación, a la que ahora me entregaba sin culpa. Al cabo de unos minutos le di un beso. Le deseé un buen descanso y me fui al baño a higienizarme.
Al día siguiente, mi mujer no estaba a mi lado y de la cocina provenían voces. Ellas dos estaban conversando alegremente. Las salude y me sume a la charla como un tercero. Al cabo de un rato, Luli manifestó que se iba, no sin antes, dejar el pijama en el cuarto.
-Sos un amor –le decía mi mujer mientras veía como lo doblaba para guardarlo.
Al volver se despidió de Maru y también de mí, con un beso en la orilla de mis labios y una rosada de pija sutil pero hermosa.
-Te deje un regalito en tu almohada –me dijo al oído.
Una vez que cerró la puerta, rápido fui ahí argumentando que iba a hacer la cama. Al revisar adentro del cobertor, vi su bombachita rosa. Me la había dejado.
En ella había rastros de flujo y quien sabe, tal vez de orina. Me la pase por la nariz y la boca, me masturbe con ella y la guarde como un tesoro más.