Se cumplían 5 años de aquel sí, de aquel día en que Laura y Diego decidieron casarse. Laura, era abogada, una mujer de 29 años, tez blanca, cabello ondulado de color marrón a la altura de los hombros y grandes ojos marrones. Su esposo Diego, de 35, era un comerciante de piel morena, alto, de cabello desprolijo y abundante barba.
Ambos eran muy extrovertidos, simpáticos y sociables, de una vida sexual tradicional, pero no aburrida.
Laura le compró a Diego los botines de fútbol que tanto deseaba, aquellos de color gris que su marido tanto anhelaba, pero él, pensó en algo menos material, algo que representara para ella algo distinto a lo que hubiera tenido hasta ese entonces, y le obsequió un masaje en un lugar que encontró buscando en internet.
Llegó el día y Laura recibió su obsequio junto con un desayuno y un beso de su atento marido, se fue a trabajar como cualquier otro día y al salir de allí se dirigió al lugar para hacer uso de su regalo. Llegó al lugar en su vehículo, ingresó, se anunció y esperó su turno en el spa. Miró con detalle, era un lugar muy limpio, confortable, de un ambiente relajante.
Llegó su turno y una mujer de cabello rubio evidentemente teñido, ojos marrones y un uniforme blanco no muy pegado al cuerpo, pero lo suficiente para dejar notar su cuerpo, tenía grandes pechos y una estatura y contextura promedio.
Llamó a Laura y la acompañó con amabilidad y simpatía hacia la sala de masajes. Laura entró y notó un clima que no conocía, extremada limpieza en los azulejos blancos, una luz tenue y una música instrumental que sonaba de fondo. Una camilla, una mesa llena de velas y productos propios del rubro y un biombo que le daba privacidad al lugar.
La masajista que se presentó como Eleonora le explicó que usaría velas aromáticas y aceites corporales, por lo que le pidió a Laura que pasara detrás del biombo para quitarse la ropa, le entregó una bata con un perfume que mezclaba lo agradable de una fragancia floral, con la tranquilidad que otorga la limpieza, y un par de toallas que debería utilizar para tapar sus partes íntimas.
La masajista abandonó el lugar para darle intimidad a su clienta, esperó algunos segundos y reingresó al lugar. Laura ya estaba posicionada con su cara hacia abajo y una toalla que cubría desde la cintura hacia dónde termina su cola, como le habían indicado.
Eleonora prendió las velas aromáticas que había prometido y comenzó a realizar su trabajo. Laura, con su pelo recogido y sus manos al costado del cuerpo estaba lista para recibir su masaje.
Eleonora comenzó a colocarse aceite en sus manos y a expandirlos sobre la espalda de Laura, que sentía una sensación cálida y relajante, la masajista tocaba con las yemas de sus dedos pulgares la espalda de Laura que sentía como sus contracturas desaparecían, luego sus brazos y su cuello recibían aquellos mágicos movimientos que parecían hacer desaparecer todos sus problemas. Con la parte superior de su cuerpo cubierto de aceite llegó el turno de sus piernas, desde arriba hacia abajo eloenora desataba nudos y volvía a subir desde los tobillos hacia la parte donde estaba la toalla, justo debajo de su cola. Se repitieron los movimientos al compás de aquella música relajante hasta que la voluptuosa masajista le indicó que se diera vuelta, Laura lo hizo, esta vez tapó con una toalla sus senos y la zona inguinal producto del pudor que le causaba que una desconocida la viera sin ropa, la masajista al notarlo sonrió.
Comenzó a masajear su cuello y colocó piedras tibias sobre su abdomen mientras alternaba entre sus brazos y la parte inferior de su quijada. Salteó la parte cubierta por toallas, bajó a su abdomen, retiró las piedras, pero está vez se las dio a sostener a Laura que a esa altura estaba en estado de transe por la relajación, bajó aún más, pasó de largo la parte donde la segunda toalla tapaba sus partes íntimas y llegó a sus piernas que también masajeó con mucho aceite y suavidad.
En un determinado momento levantó una de las rodillas de Laura para hacer su trabajo sobre la zona de los aductores, primero en una de sus piernas y luego pasó a la otra, Laura estaba tranquila, confiada y se movía tal cual le indica sin hablar su masajista.
Con el cuerpo de su clienta cubierto en aceite, la masajista comenzó a subir cada vez más por sus piernas, las yemas de sus dedos índice y pulgar corrían cada vez más la toalla que cubría a Laura que abrió sus ojos como no entendiendo lo que sucedía, Eleonora fue más allá y vertió más aceite, esta vez directamente en las piernas de su sorprendida clienta, que dudaba en frenar la situación por sentir un exceso de la masajista o tomarlo como algo característico de la profesión.
Lejos de ser algo normal en este tipo de prácticas, las intenciones de la blonda mujer se hicieron evidentes cuando sus dedos, llegaron a la vagina de Laura, que intentó detenerla, pero no pudo, la sensación era demasiado reconfortante. Los dedos índice y medio de la masajista recorrían los costados de su vagina, los tocaba con suavidad y la mezcla de aceites naturales con la humedad provocada por la excitación, provocaron que Laura vuelva a cerrar sus ojos y asiente su cabeza nuevamente sobre la camilla. Las piedras, que aún estaban en las manos de Laura soportaron la fuerza descomunal que la excitada clienta aplicaba sobre ellas.
Eleonora al notar la complicidad de Laura retiró la toalla para seguir más cómoda y al mismo tiempo, la toalla que cubría los senos de su clienta también fue quitada para ser remplazada por aceite, y mientras que su mano izquierda rozaba el clítoris de Laura, la derecha masajeaba sus senos, uno por vez, pasando su mano también entre medio de estos, haciendo movimientos circulares sobre sus pechos y presionando sus pezones.
Laura nunca había estado con una mujer, la sensación era distinta, más suave, más delicada y no quiso perderse la oportunidad de probar un beso, así que volvió a levantar su cabeza para probar los labios de aquella masajista que no paraba de tocarla, llegó a su boca, primero besó sus labios, soltó las piedras para tomarle del costado de su cara y luego de probar sus suaves labios sus lenguas empezaron a tocarse dentro y fuera de su boca, la extasiada clienta a esta altura ya entregada al placer de la situación se puso de costado para desprender la ropa de su acompañante, para descubrir esos pechos que tanto llamaban su atención, los tocó con gran satisfacción, los presionó y acarició hasta acercarse aún más para besarlos, la sensación de sus pezones en su lengua, mientras sentía los dedos de Eleonora ya adentro de su vagina, le provocaban placeres desconocidos, así que no se detuvo y suavemente continúo acariciando a Eleonora, bajando por su ombligo hasta llegar a su pantalón, desató aquel nudo que la separaba de su objetivo, y deslizó hacia abajo el elástico que descubriría una diminuta lencería de color negro.
La masajista soltó por un instante el cuerpo de Laura para ayudarle y sacarse la ropa interior y quedar en igualdad de desnudez. Tomó la mano de Laura y con un movimiento sincronizado, mientras subía una de sus piernas a la camilla posó la mano de Laura en su vagina. Ahora ambas se tocaban mientras se miraban a los ojos.
Unos cuantos besos apasionados, de esos que implicaban movimientos de sus lenguas que parecían bailar al compás de una música producida por respiraciones profundas. Aquellos besos húmedos se vieron interrumpidos solamente cuando Eleonora se alejó unos centímetros para separar los muslos de Laura, besar sus pechos, bajar por su panza hasta llegar a una vagina húmeda producto del momento.
Eleonora parecía enseñarle a su clienta que el sexo oral que había recibido hasta el momento, eran solo una gota comparada con el mar de sensaciones que recibía por la naturaleza de los movimientos de los labios y lengua de Eleonora, ella sabía dónde debía estimular casi como si hubiera creado cada una de las terminales nerviosas de empapada mujer, combinaba también el jugueteo de su dedo índice dentro de Laura, con besos sobre su clítoris, mientras que Laura solo podía mirar absorta como la boca de esa mujer dibujaba un laberinto de placer sobre ella.
Eleonora guiaba la situación, era quien tenía la experiencia y fue quien realizó el siguiente movimiento, subió a la camilla y coloco cada una de sus piernas a los costados de la cabeza de Laura, para que ambas tuvieran al alcance de su boca la vagina de su amante, cómo imitando al número o 69.
Laura, que nunca había probado la humedad de otra mujer sintió una novedosa sensación, mientras tomada la cintura de Eleonora y acariciaba sus nalgas con una mano y con la otra recorría la espalda al mismo tiempo que seguía sintiendo los dedos y lengua de Eleonora en su entrepierna.
Casi a punto de estallar, pasaron a la siguiente posición, esta vez, las dos estaban mirándose de frente, la experimentada pero joven masajista, se posicionó de una manera que permitió un encastre perfecto de piernas, que a su vez posibilitó que ambos clítoris quedaran pegados y el resto fue sencillo, movimientos ascendentes y laterales sin dejar de ejercer presión y que dejaron sentir un roce intenso, que acompañado de caricias en los senos de ambas, a esa altura aceitados por los roces, provocaron que las mujeres se tomaran de las manos, entrelazando sus dedos simbolizando la unión para llegar al orgasmo.
Sus caras estaban llenas de una sonrisa pícara y al mismo tiempo de satisfacción que provoca la situación. Un último beso antes de le dio el cierre perfecto al encuentro. Ambas volvieron a vestirse y se despidieron con un cómplice “hasta la próxima”.