Quizá, a quienes hayan leído mis primeros relatos, esto les parezca repetitivo, pero aquí quiero contar una escena que no había escrito entonces. Yo tenía 22 años, un hijo, que me provocó una severa depresión posparto que se agravó pues me parecía que yo ya no le parecía atractiva a Saúl, mi esposo, quien yo sentía que volcaba todo su amor y atención en nuestro bebé. A mis 23 años, fui con mi hijo, a quien ya lo había destetado, a pasar las vacaciones decembrinas a la ciudad donde vivían mis padres. Allí me reencontré con Roberto.
Desde antes de casarme, Roberto y yo tuvimos una atracción muy fuerte, al grado de que quería que me casara con él. Yo ya estaba comprometida con Saúl y se lo dije. No niego que mientras fui novia de Saúl, tuve otras relaciones similares con otras personas, casi todos compañeros de la Preparatoria, o amigos y vecinos, pero todo sólo quedaba en besos y manoseos.
Esta ocasión, sentí que Roberto me podría dar el cariño que me faltaba, pues así había sido ya. De hecho, meses antes en que también había visitado a mis padres Roberto y yo pasamos muchos ratos de lujuria donde yo le chupaba el pene y tomaba su semen; él también tomaba mi leche, pues aún amamantaba a mi hijo, pero nunca hubo penetración.
A la primera oportunidad que tuvimos, hicimos el amor, siempre con condón. Nos vimos con frecuencia para estar juntos, desnudos y empiernados. En la Noche Buena, toda la familia disfrutamos una rica cena que habíamos preparado entre todos. Le hablé a Saúl, quien había estado en la casa de sus padres y me dijo que se la pasaría el día siguiente en casa. Nos acostamos un poco antes del amanecer. Al día siguiente, me levanté y le pedí a mi hermana que cuidara a mi hijo ya que yo iría a visitar a mi tía abuela a su casa pues ella no se sintió con ganas de ir con nosotros a la cena. Pasé con mi tía, le di la comida que llevaba para que probara lo que habíamos cenado, y desde allí le hablé a Carlos, pidiéndole que me recogiera en la calle de esa casa esto fue a mediados de los años 70, entonces no había teléfonos móviles. Me dijo que en media hora estaría afuera.
Pasada la media hora, me despedí de mi tía y salí. Ya en el auto me dijo que no iríamos a un hotel porque su hermano no estaba en la ciudad y regresaría unos días después, así que tendríamos la casa para nosotros solos.
No voy a repetir aquí qué tal la pasamos, vayan a mis primeros relatos. Les recuerdo que yo controlaba por el método de Billings, o el ritmo y según eso, ese día no era probable que quedara encinta. Por ello nuestras locuras fueron más disfrutables. El asunto es que, después de tantas posiciones y baile desnudos, descansábamos en la sala. Yo aún con el pene de Roberto adentro de la vagina, le dije que llamaría a Saúl. Roberto me pidió que lo hiciera después, porque no quería separarse de mí. “Yo tampoco quiero que te separes, mi amor, estoy muy bien así”, le dije y tomé el teléfono para marcar a mi casa.
Me contestó Saúl y comenzamos a platicar.
–¿Qué tal la pasaron, Nena? –preguntó mi marido.
–Muy bien y ahorita que vinimos a visitar a mi tía Elsy, pedí permiso de hablarte, así que no me puedo tardar. Te hablé para desearte feliz Navidad –le dije.
–Igualmente, mi Nena. ¿Cómo está mi hijo? –preguntó.
–Bien, pero lo dejé con mi hermana en la casa.
–Bueno, ¿la pasas bien?
–Sí esta Navidad es de pura felicidad –dije y me moví sobre el falo de Roberto que se volvió a poner tieso–contesté queriendo colgar para seguir en lo mío.
–Qué bueno que estés feliz, te he extrañado, sobre todo en las noches… ¿Y tú? –preguntó.
–También, en las noches –dije moviéndome más, sintiendo en las piernas y en las nalgas lo mojado del flujo con el semen de Carlos que había escurrido en sus vellos–, pero es una blanca Navidad la que paso aquí –concluí silenciando lo que estaba sintiendo.
–Me da gusto, Nena, sigue gozado a tu familia.
–Sí, gracias, adiós –dije y colgué para besar a Roberto al tiempo que me movía más rápido…