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Fantasías con la niñera
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Tiempo de lectura: 3 minutos

El siguiente relato ocurrió en mayo de este año. Yo llevaba casado con mi esposa veinte años, y hacía un tiempo en que mi apetito sexual parecía muerto, hasta que conocí a nuestra niñera. Esa noche, mi esposa y yo iríamos a una quedada con nuestros amigos, y nuestros hijos, un niño de siete y una niña de catorce necesitaban a alguien que cuidara de ellos. Normalmente se quedaban los abuelos con ellos, pero esa noche justamente no podían. Y bendita casualidad, porque fue cuando apareció Silvia, dando un poco de sabor a esta vida que cada vez me parecía más insulsa.

Mi esposa se encargó de contactar con ella. Era la hija de unos médicos que vivían a 45 minutos de nuestra casa. El día en que llegó a casa, me quedé prendado de ella. Con sus 19 años, tenía una figura que encandilaba a quien la viera: delgada, piernas bonitas, pechos grandes, culo respingón, piel blanquita… Tenía una larga melena rubia que caía sobre sus hombros, una boca de fresa y ojos azules. Su delicada voz no pudo más que generarme una erección, que intentaba disimular mientras mi esposa le daba indicaciones respecto a nuestros hijos. Nuestros hijos salieron a recibirla, mientras mi esposa y yo nos dirigíamos hacia la puerta mientras les decíamos que los queríamos. No sé si mi esposa se percató de que la miraba, porque con las prisas no estaba muy pendiente. Pero en apenas esos segundos en que la vi quedó clavada como imagen en mi mente.

Estuvimos pasando el rato con nuestros amigos, pero yo estaba como abstraído, sin que nada de lo que comentaran llamara lo más mínimo mi interés. Sólo pensaba en aquella ninfa que en aquellos momentos estaría sentada en mi sofá con mis hijos. En un momento dado fui al baño, me mojé la cara porque sentí que debía despejarme y pensaba “tranquilízate, le sacas treinta años, es una cría, apenas cinco años le separa en edad de tu hija pequeña”, pero mi lado racional me había abandonado, sólo tenía un fuego en mi interior que necesitaba apagar. Salí y le comenté a mi esposa, que estaba algo borracha, si no pensaba que ya era demasiado tarde y que aún tendría que llevar a nuestra niñera a casa. Ella accedió y mientras íbamos en coche mi mente decía “¿crees que habrá llevado a un novio a darse el lote con ella a la casa?”, por un lado, por decencia y en parte también por celos, deseaba que no. Pero imaginarla siendo penetrada por uno o más chicos de su edad me excitaba y me mantenían la polla dura como una asta de bandera.

Al llegar, Silvia estaba tumbada en nuestro sofá, con la faldita algo levantada, mientras nuestros hijos dormían en sus camas. Habían comido lo que mi esposa les había dejado en el frigorífico. Viendo que había dado un buen servicio, mi mujer le dio las gracias y le dio el dinero acordado. Acto seguido, me ofrecí a llevarla hasta su casa. Era mi oportunidad de poder pasar tiempo con aquel regalo de los dioses. Se sentó en el asiento del copiloto, al ponerse el cinturón, se le marcaron los pechos con la presión que este ejercía sobre ella. Dios, sólo de recordarlo se me pone dura.

Desde mi sitio llegaba su olor, como de frutas del bosque, y de nuevo se me puso como una roca, imaginando qué sabor tendría al lamer su piel. No sabía cómo entablar conversación y al final opté por preguntarle si estudiaba y me contestó que sí, que estudiaba filología inglesa. “Y encima es inteligente”, pensé para mis adentros. Deseaba por un momento dejarme llevar por mis más bajos instintos y convertirla en el objeto de todas mis perversiones. Mamar aquellos pechos en punta, frotarme con aquella piel que imaginaba suave, subirle aquella faldita, bajarle las braguitas y penetrarla mientras observaba su rostro mostrando señales de dolor y placer. Pero me contuve.

Finalmente llegamos a su casa, me dio un beso en la mejilla para despedirse y se bajó del coche. Me quedé inclinado viendo cómo se movían aquellas nalgas al alejarse, hasta que finalmente desapareció.

Nunca tuve una amante de esa edad, ni siquiera cuando era joven, y perdí la virginidad casi a los 30. Sentía que me había perdido algo todo ese tiempo y lo intenté recuperar con mi esposa, pero ella también estaba mayor cuando nos acostamos por primera vez, habiendo probado ella ya a otros con la edad de Silvia. Me parecía injusto no haber disfrutado de alguien como esta niñera.

Aquella noche llegué a casa, y en lugar de meterme al baño a masturbarme opté por ir a la cama con mi esposa, me abracé a ella por detrás, e imaginando que era Silvia, le arranqué su braguita y el sujetador, mientras se preguntaba que qué me pasaba y sin mediar apenas palabra la penetré levantando una de sus piernas. Si bien su piel ya no tenía el carácter inmaculado de Silvia, aún se mantenía en forma y con ella en la mente acabé eyaculando mientras gemía de tal manera que acabé desmayado mientras caía rendido en la cama. Al día siguiente hablé con mi esposa y por lo que dijo, pensó que aquella reunión entre amigos me había sentado bien y mi estado de ánimo había hecho que deseara tener sexo con ella después de mucho tiempo sin tocarla. No era exactamente así, pero estaba claro que Silvia había salvado mi matrimonio.

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