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Fantasía en tres actos (2)
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Aunque en la oficina todos teníamos nuestro escritorio con computadora y había una sala para reuniones, cuando trabajábamos dos o tres simultáneamente en una tarea común, preferíamos utilizar alguna de las mesas de trabajo, y, como es frecuente entre Mario y yo trabajar en conjunto sobre algunos documentos, preferimos el uso de la mesa, relativamente alejada, aunque no separada de la zona de los escritorios. Allí, Mario se daba gusto acercándose para ver lo que yo tenía escrito, aunque lo que buscaba era ver mi escote, y a mí ponerme de pie y agacharme, supuestamente para señalarle algo, pero en realidad era para mostrarle más de lo que él admiraba. Varias veces me franeleó las tetas en las escaleras, o me besaba en el estacionamiento y me pedía que pasáramos a la segunda prueba.

En otra ocasión, yo estaba ante su escritorio y, agachada frente a él le mostraba algunas notas; claro, mi escote lo invitaba a ver lo que a él le gusta de mí. Noté que su mano derecha estaba oculta bajo la cubierta, pero tuvo que sacarla para tomar la pluma y firmar una autorización que le pedí. Percibí en la mano el olor de su presemen, el cual me prendió y no pude reprimir una pregunta.

–¿Qué estabas haciendo con la mano abajo? Tiene un olor característico de los hombres –precisé.

–¿Qué te imaginas que hacía al ver el movimiento de tus tetas y una pisca de la areola? se me paró y me puse a jugar con el pene, el cual me saqué del pantalón–contestó sin inmutarse; firmó y bajó otra vez la mano pero ahora hizo movimientos ostentosos de estarse masturbando.

–¡Mario, se van a dar cuenta los demás! –le dije en voz baja.

–Pocas veces tengo la oportunidad de verte así y acariciarme lo que provocas –dijo volviendo a sacar la mano, mojada por el presemen y la pasó sobre la mía.

Yo me llevé la mano a la nariz y luego me lamí la zona mojada, mirándolo toda arrecha y lamiéndome imaginando que se trataba de su glande.

–Creo que ya debemos pasar a la segunda prueba. ¿Hoy nos vamos temprano? –le urgí.

–De acuerdo, pero tú también traes auto –me hizo ver que lo podrían reconocer al entrar al motel.

–Vamos a los hoteles que están a la salida de la ciudad, yo dejo el auto en la plaza comercial Perisur y de allí partimos en el tuyo –le dije de inmediato, pues ya lo había pensado antes varias veces para cuando se diera el momento.

Así lo hicimos. Desde que me subí a su auto en el centro comercial, no pude resistir la tentación de acariciarle el pene, antes de que saliéramos del estacionamiento.

–A ver, sácalo como le hiciste en la oficina. Quiero conocerlo –le solicité y me sorprendí de mi petición y el, con muchos esfuerzos se sacó la verga pues ante mi petición ya le había crecido bastante–. Ahora jálatela, como le hiciste allá –le pedí y Mario, volviéndome a sonar irreconocible ante mí misma, y se puso a chaqueteársela.

Yo me lancé con la boca directo a probar el presemen que le goteaba. Mario se recargó en el respaldo y me dejó hacer los mimos que antes hacía su mano. En ese momento se estacionó un auto junto al de él y tuvimos que separarnos. Echó el auto hacia atrás para salir y nos perdimos de las posibles vistas indiscretas.

Nos metimos por la carretera libre a Cuernavaca, yo seguía acariciándole el falo. Tomó la lateral y entramos a un motel llamado Hol-ha. En la caseta Mario pidió una habitación sencilla, la más económica, pues las más caras, con alberca grande, costaban seis veces más.

–Al fin que sólo estaremos un par de horas, pero sí nadaré en tu cuerpo, a ver si no me ahogo en esas tetazas que tienes –me dijo divertido.

Nos señalaron el trayecto y entramos en una de las villas. La puerta se cerró y bajamos del auto. Subimos las escaleras y, al instante de entrar nos besamos con mucho deseo. Nos fuimos quitando la ropa el uno al otro besando y lamiendo cada centímetro de piel que quedaba libre. El sofá quedó cubierto con nuestra ropa alternando las prendas de uno sobre la otra. Lo último fueron mis pantaletas que quedaron sobre su trusa. ¡Al fin probaría un hombre distinto al de todos los días! Aún no sabía lo que me esperaba, pero yo me lo quería tirar para vencer todos mis traumas y prejuicios de un solo golpe. Encuerada me acostó en la cama y subiéndose en mí me besó en la boca y puso una mano en cada masa coronada por un pezón hecho piedra. Instintivamente, abrí las piernas y sus huevos resbalaron en mis muslos. Tomé su pene y lo dirigí a mi raja que estaba hecha agua. Mario me penetró de golpe pues el falo resbaló en la hendidura sumamente lubricada y se puso a mamar mientras se movía en el mete y saca.

–¡Así, papacito, ya me estoy viniendo, no pares! –grité y seguramente me escucharon en las villas contiguas.

Mario se movió más rápido y yo sentí muchos orgasmos seguidos, ¡Nunca me había ocurrido! seguí gritando, le dije “¡Mario puto, cógete mucho a esta puta chichona!”, yo estaba al punto del desmayo y no se detuvo hasta que sentí su fuego dentro de mí. Mario gimió y me apretó el pecho con mucha fuerza para lanzar el último chorro de la eyaculación. Sólo escuchábamos retumbar el corazón en nuestros pechos y los ruidos de las bocanadas de aire que tomábamos, así como los resoplidos al expelerlo.

La vista se me nubló por la hiperventilación y me incliné para que su cuerpo cayera a la cama y pudiera yo respirar libremente. Sentí algo de frío cuando se evaporó el sudor que me cubría desde el pecho hasta las piernas. Volteé a ver a Mario para decirle “Gracias, lástima que ya no puedas preñarme porque sería una excelente culminación” y lo vi cubierto de sudor que le escurría en la cara, el pecho y el abdomen, estaba con sus ojos cerrados y seguía respirando sonoramente, pero agarrado de una de mis chiches.

Sentí escurrir desde mi panocha hasta mis nalgas el semen de Mario. Con una mano tomé lo más que pude y me lo metí a la boca. Me supo más rico que el de mi marido, quizá porque ya estaba revuelto con mis jugos.

–¿Cómo te sientes, garañón? –le pregunté a Mario, quien sólo sonrió.

–¿Por qué garañón”? – me preguntó segundos después, sin abrir los ojos y decidí explicárselo con una acción.

–Por todo esto que me diste –le contesté poniéndome con las rodillas a los lados de su cara, dejando que le escurriera en la boca su propia lefa.

Mario se desconcertó al principio, pero cuando abrió bien los ojos y sintió mis bellos en su rostro, acicateado por el olor a sexo consumado se puso a abrevar lo que me escurría y luego me chupó con fruición exagerada, sorbiendo mis labios interiores y el clítoris. No aguanté más y lancé un grito muy agudo al tener sorpresivamente un orgasmo extra.

–¡Puto, me vas a matar de placer! –grité más fuerte al sentir los paseos de su lengua y el vacío que su boca hacía con los pliegues de mi sexo, mientras sus manos me sujetaban de las nalgas para que no me separara. No resistí más placer y me dejé caer de espaldas.

Estuvimos más de quince minutos descansando con los cuerpos encontrados, solamente acariciándonos y dándonos jalones de vellos. Bueno, yo también recibí besos y chupadas en los pies.

Mario sacó del frigobar un par de botellas de Caribe Cooler de durazno, me pasó una y nos sentamos en el sofá, sobre la ropa.

–Por lo visto te gusta hacer el sexo oral, te sale delicioso –le comenté.

–También me gusta recibirlo… –retobó, y caí en cuenta que yo no se lo había hecho–. ¿Se lo haces a tu esposo?

–Sí, y él también a mí, pero tú lo haces mejor. Nunca me había venido tan rápido. ¿A tu esposa le gusta hacerlo?

–No, sólo cuando está muy caliente ella me chupa, pero sí le gusta que yo se lo haga. Te voy a confesar algo: nunca me he venido en la boca de alguien –dijo y sonreí porque lo entendí como una petición– y tu hermosa boca me gusta para eso… –dijo y me dio un pequeño beso en los labios.

–A ver si lo logramos al rato que vuelvas a cargar baterías y combustible, porque me dejaste la vagina inundada –le contesté regresándole el beso y acaricié sus huevos–. No sé cómo sea el caso de tu matrimonio, pero según lo que me han platicado algunas amigas, a ellas no les gusta mamar verga pues sienten arcadas, y, aunque a veces lo hacen, lo que no soportan es que la pareja se venga en su boca y escupen el semen de inmediato. Por otra parte, algunas me dicen que sus parejas (así, en plural) a veces se tardan más de media hora en venirse así.

–Aunque sea así, me gustaría que lo intentáramos, y en un 69 para que tú también te mantengas en el deseo –expresó.

Platicamos más sobre nuestros cónyuges y las fantasías de ellos. Su esposa Lina me pareció con más limitaciones que yo. Le conté que mi marido fantasea, cuando me coge, que otro me estuviera dando su pene para que se lo mamara, o viceversa. Yo lo ayudo diciéndole que me gustaría estar en medio de un sándwich con él y otro de verga grande y Miguel, mi esposo, se pone más arrecho. Pero ya nada se retoma fuera de esos momentos.

También, alguna vez Miguel me confesó que en su juventud le gustaba esconderse para ver a su hermana cuando ella se bañaba o se cambiaba de ropa, y él se masturbaba, a veces hasta la eyaculación. Cuando me coge y lo siento desganado, le digo “Haz de cuenta que te estás cogiendo a tu hermana, dale más duro”, y entonces se excita mucho, haciéndome venir bastante antes de explotar dentro de mí.

–¿Tú alguna vez has deseado a un familiar? –le pregunté y quedé sorprendido con la respuesta.

–A veces cogemos mi hermana y yo, desde jóvenes, después que la desvirgó su primer novio –dijo sin mayor rubor.

–¿No pensaron en que podrían arrepentirse por un embarazo? –pregunté azorada.

–Si no fuese mi hermana, la pude haber embarazado porque cuando estaba muy caliente intentaba quitarse el condón para sentirme completamente, pero la convencí de que tomara anticonceptivos para que sintiera eso conmigo. Ahora ya no es necesario. Por cierto, a ella tampoco le gusta hacer el oral, Pero, ¡cómo disfruta que yo se lo haga! –dijo cuando ya habíamos terminado las bebidas.

–Pues imagínate que soy tu hermana –le dije y lo tomé de la mano para llevarlo hacia la cama donde nos acomodamos para paladear nuestros sexos.

¡Se vino rapidito! Después de eso salimos pronto para llegar a nuestras casas a la hora acostumbrada. “Ya nos bañaremos en casa”, le dije, pensando en que llegaría antes que mi marido.

–¡Hola, mi amor! –le dije a mi marido, extrañada de verlo temprano en casa–. ¿Por qué llegaste antes? –pregunté.

–Para saber a qué hora llegabas tú –dijo bromeando–. ¿Cómo te fue? –dijo dándome un beso en la mejilla y me separé de inmediato pues temí que yo aún tuviera fragancia de sexo.

–Me fue muy bien, cogí mucho, pero aquí estoy, a tiempo para que no sospeches de mí –dije continuando la broma, aunque era real lo que dije.

–Llegué antes para evitar que hicieras la comida ya que quiero llevarte a un restaurante.

–¿Así como estoy? Déjame arreglar y cambiarme de ropa –supliqué.

–No. Yo quiero ir ya, pues debo regresar al trabajo, insistió.

–¡Ah, ya salió el peine! Pensé que me querías agasajar… Vamos, sólo déjame lavar las manos –pedí para lavarme también la cara y evitar que pudiera descubrirme.

En el restaurante recibió una llamada donde le indicaban que ya no era necesario su regreso al trabajo. Así, nos relajamos, pudimos pedir bebidas de más y calentarnos con caricias bajo la mesa.

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