Después de eso, mi cadera giró. Ya no es que no fuera dueña de mis pensamientos. Es que, tampoco lo era de mi cuerpo. Note la pared, pegada a mi espalda. Pepe, frente a mí. Mirándome muy serio. No me miraba la parte de arriba de mi bikini. Me miraba a los ojos.
Le vi, señalándome con el dedo índice de su mano derecha. A milímetros de mi cara. Estuvo así, unos segundos que me parecieron infinitos.
De repente, su dedo índice apuntó al suelo, a la vez que su boca, me decía:
-De rodillas, puta.
Esa manera de señalarme, después de indicar el suelo. La manera de pedirme que me agachara. En eso pensaba cuando no vi como Pepe tiraba de sus slips.
Su miembro, a milímetros de mi cara. Con esos vellos canos.
-Chúpamela, puta –Me dijo, mirándome a los ojos.
Empecé una mamada a buen ritmo, rápida, alternando garganta profunda con otras más superficiales.
Pepe, con sus manos en la cintura, solo miraba, sin hacer nada. Gruñía, eso sí.
-Joder, fulana, qué ganas tenías, ¿eh?
No respondí, simplemente, le miré. Le sonreí. Seguí un poco más así. Hasta que de repente, Pepe, me dijo:
-Abre la boca, todo lo que puedas
Abrí mi boca y recibí un escupitajo en mi boca. A ese escupitajo le siguieron dos más. En mi boca y en mi cara.
Pero eso, solo fue el principio.
Pepe, adelantó un pie. Luego el otro. Yo estaba atrapada entre la descomunal barriga sudada de Pepe (aun envuelta en su camiseta) y la pared.
-Levanta las manos –Me dijo. Muy serio. Su cara, era puro hielo.
No entendía muy bien por qué quería que levantara las manos. Pensé en diferentes posturas, opciones.
El miembro de Pepe, dentro de mi boca, me sacó de mis pensamientos.
Pepe continuó moviendo su pelvis. Con fuerza. Con violencia, incluso. Mi frente, golpeaba una y otra vez, con un ritmo melódico, su descomunal barriga. Sus testículos golpeaban, al mismo ritmo mi barbilla.
Mi boca, era un juguete. Él marcaba el ritmo. Pasaba de fuertes y duras embestidas a parar por completo, tomar aire y seguir. Cuando paraba, para tomar aire, me escupía.
Os juro que nunca jamás me habían hecho algo así. Como nunca jamás me había corrido mientras me follaban la boca. Sí, me corrí. Lo habéis leído bien. La braguita de mi bikini estaba empapada.
Estuvimos así, unos minutos. No sabría precisar cuántos. Puede que pocos. Puedo que muchos. No lo sé. Yo estaba en la gloria. En el Nirvana.
Cuando Pepe decidió que ya había follado mi boca suficiente tiempo, se apartó un poco de mí, de forma que ya no estaba presionada contra la pared.
-Joder, te has corrido –Reía Pepe, burlón.
-Eso parece –Le dije, esbozando una amplia sonrisa.
-Y una mierda. Una puta, una buena puta no se corre antes que su chulo –Me contestó Pepe, muy serio– Te voy a castigar. Levántate.
Me incorporé. Mi espalda seguía contra la pared. Me di cuenta que Pepe miraba mis pechos de la misma manera que un crío goloso un pastel de nata.
Con un rápido y violento movimiento, Pepe, apartó los triangulitos de la parte de superior de mi bikini, de forma que mis pezones, quedaron al descubierto.
Haciendo una pinza con sus pulgar e índice de cada mano, Pepe, pellizcó mis pezones. Y no sólo eso. Si no que, tiró de ellos, haciéndome daño.
-Joder, qué tetazas tienes. Pareces una puta vaca lechera –Decía Pepe, mientras tiraba de mis pezones. Sus ojos miraban con ansia mis pechos, talla 95.
Después de unos pocos segundos estirando mis pezones, empezó a golpearlos con las palmas de las manos, desde arriba. Es decir, situaba su mano por encima de cada uno de mis pezones y bajaba su mano.
Estuvimos así, un buen rato. Alternando estiramientos en mis pezones con azotes sobre los mismos.
Yo sentía que mis pechos ardían. Me quemaban. Pero me daba igual. Ese trato, me gustaba. Demasiado.
De repente, Pepe, paró. Levantó la palma de su mano, en dirección a mi mejilla. Pero cuando iba a abofetearme la cara, vi un brillo en sus ojos.
Paró su mano, rozando mi mejilla.
-No –Me dijo, mirándome muy serio– Así no. Merecerías que te diera unas cuantas bofetadas por haberte corrido antes que yo. Pero… no. Voy a hacer otra cosa que sé que, además, te va a gustar –Me dijo Pepe, con una sonrisa socarrona en la boca
-Pe… Perdón, Pepe, Don José –Balbuceé. Por un momento, el dolor se relajaba en mis pezones, liberados. Lo que no se relajaba era mi excitación.
¿Qué era lo que Pepe iba a proponerme?, ¿Cómo iba a castigarme?
Me fije en su rostro. Parecía pensativo. Como si estuviese barajando sesudas alternativas.
Por fin, me dijo:
-Escúchame bien, ramera de mierda, te voy a castigar dándote una follada como la buena perra que eres. Pero antes, mientras que voy a por los jodidos condones que cogí de tu casa –Hizo una pausa– Quiero que vayas hacia el sofá –con su dedo, apuntó hacia el interior del salón. Al sofá donde antes había estado sentado– y quiero que me esperes con el culo en pompa y sin la mierda del bikini ese, con tus tetazas de vaca apoyadas en el brazo del sofá ¿Me has entendido, fulana?
Mi mente trataba de procesar lo que mis oídos acaban de oír. Quería que le esperara, desnuda, frente al sofá. Con mis pechos, apoyados sobre el brazo del mismo.
Si su castigo consistía en humillarme, lo estaba consiguiendo.
-Sí. Está claro. Por supuesto, don José y… perdón –Esbocé una sonrisa. Una sonrisa que casi desapareció de mi rostro cuando Pepe me cogió del cuello, me escupió una vez más y me dijo.
-Pues cumple lo que te he dicho.
A continuación, vi a Pepe caminar por el pasillo y meterse en una habitación. Ni siquiera se volvió a mirarme.
Rápidamente, caminé hacia el sofá. Me puse como me indicó. Mis pechos, apoyados en el brazo del sofá. Era, como si mi espalda fuera una continuación del mismo. Abrí un poco las piernas y esperé.
Pepe, se demoró, a propósito. Tal vez un par de minutos o quizás tres.
Me hacía esperar. Me humillaba. Sí, resultaba humillante para mí esperar en esa posición. Mirando la ventana del salón. De espaldas a Pepe. Con el culo en pompa y mis 95 apoyadas en el brazo del sofá. Pero esa humillación, lejos de enojarme, me gustaba.
Por fin, Pepe, se acercó. Me dio unos cuantos azotes, duros. Secos.
-Menudo culazo tienes, fulana.
-Gracias –Respondí.
-Este coño y este culo, son todo míos, ¿Verdad? –Me dijo. El tono de su voz sonaba neutro.
-Por supuesto, don José –Le respondí, excitada, nerviosa.
-Dímelo. Di, a quien perteneces –Esta vez, su tono era duro.
-A don José –Le respondí. Me di cuenta que mi sexo ya estaba, de nuevo, mojado.
A continuación, Pepe se situó detrás de mí. Noté como su miembro, envuelto en el plástico del condón, se hacía paso en mi sexo.
Ahí, Pepe, empezó una follada, brutal. Sacaba por completo sus trece o catorce centímetros y los volvía a clavar en mi interior. Violento. Rudo. A veces, me cogía del pelo o azotaba mi culo.
Yo, estaba ida. De nuevo, estaba en el cielo. Encantadísima.
Casi no me di cuenta que Pepe decidió cambiar de agujero. Sin avisarme. Empezó a penetrarme el ano. Al principio, costó. Me dolió, pero no me quejé. Luego, la sensación de ardor dio paso al éxtasis.
Estuvimos, no sé. Puede que una hora. Puede que algo más. Durante ese tiempo, Pepe, penetró de forma violenta mi sexo y mi culo. Como quiso. Él ponía el ritmo.
Yo, solo gemía.
El sofá se había ido desplazando a cada empellón de Pepe. Ahora, el brazo contrario a donde yo seguía teniendo mis pechos apoyados, estaba contra la ventana. Solo sé que, desde donde estaba, solo veía la ventana de la casa de Pepe y sus cortinas, algo feas. Recuerdo que casi me corro un par de veces más. Pero, por temor a un nuevo enfado de Pepe, no lo hice. Aunque, mentalmente sí lo había hecho. Tanto, que no deseaba que aquella tarde acabara nunca.
Finalmente, oí rugir a Pepe.
-Me voy a correr, trágatela joder –He dicho rugir, porque fue eso lo que acompañó a esas palabras.
Me puse de rodillas, sintiendo el peso del lateral del sofá, como antes había sentido la pared. El miembro de Pepe, entero, de golpe en mi boca. Y ese líquido, caliente, espeso, bajando directamente por mi garganta.
Esta vez, era yo misma la que me demoraba en sacar su miembro de la boca. Tragando, chupando, volviendo a tragar.
Si me llegan a contar que tragaría el semen de un hombre de 67 años y que, además, lo disfrutaría, ni lo creería. Y ahí estaba yo. Mientras Pepe, sonreía, triunfal. Sus manos, en jarras.
-Joder, fulana… qué follada –Decía, entre jadeos.
Yo le miraba a los ojos, de rodillas, con la espalda, aún, apoyada contra el sofá. Sonreía.
-¿Ha disfrutado don José? –Le dije, agrandando mi sonrisa, mirándole a los ojos.
-Sí y tú, más –su mano derecha, sujetaba mis mejillas– ¿A que sí, fulana?
Asentí. Estaba encantada. Aunque, las siguientes palabras de Pepe, casi me borran la sonrisa de la boca.
-Bien, pues ahora, vas a hacerme la comida. Me apetecen –Su cara, hizo una mueca, como si estuviera pensando– macarrones.
Aquello, ya era el colmo. Pepe, no solo me follaba. Por donde quería. Si no que además, tenía que hacerle la comida.
Me incorporé. Iba a decir algo, cuando vi como él se daba la vuelta, poniéndose de espaldas y encendía la tele.
-Cuando estén listos, me llamas. Ah, en la nevera hay un bote de tomate abierto, pónselo. Y queso rallado. –Después de esto, se volvió hacia mí, pero únicamente, para mover el sofá y dejarlo, más o menos, donde estaba antes.
Me fui a la cocina, furiosa, a la vez que excitada. Mucho. Más de lo que estaba dispuesta a admitir.
La comida, transcurrió sin más. Los dos comimos en la cocina. Desnudos. Nuestra conversación giró en conocernos un poco más. Personalmente. Casi sin querer, le conté a Pepe mi vida.
La tarde, pasaba. Se habían hecho casi las 20 de la tarde.
Yo ahora continuaba con mi bikini. Pepe, con sus slips y una camiseta.
Seguíamos hablando, ahora, en el salón de su casa. Sentados en ese mismo sofá donde antes…
De repente, Pepe miró un reloj de agujas, analógico, que estaba en una repisa encima del televisor.
-Coño, las 20:00.
-¿Qué pasa a las 20:00? –Pregunté, curiosa
-Ya lo verás. –Pepe, se levantó– Quiero que te vayas. A tu casa
-¿Qué me vaya? –De repente, me sentí pequeña. No quería irme. Estaba encantada.
-Sí, pero volverás –Pepe, reía, malicioso.
-¿Cómo? –No entendía nada. Estaba extrañada con todo aquello. Pero algo me decía que Pepe, de nuevo, estaba jugando conmigo, porque su sonrisa, se volvió muy seria.
-Escúchame bien, fulana. Ya sabes que no me gusta repetir las cosas. –Hizo una pausa. Cuando se aseguró que mis ojos estaban clavados en los suyos y que yo le prestaba toda la atención, continuó– Quiero que vayas a tu casa y que cojas la faldita y la blusa aquella con la que nos conocimos. Pero no quiero que te la pongas. La traes… en una bolsa. O como te salga del coño. Pero la traes, ¿entendido?
-S… sí, pero, ¿Para qué?, no te gusta mi bik… –Pepe, no me dejó terminar.
Os juro, que no lo vi venir. Su mano, directa a mi mejilla, dándome un buen bofetón. Si no me apoyo en el sofá, me habría ido al suelo.
-Que no protestes. Obedeces. Y… una cosa –Ahora, volvía a sonreír. Ligeramente. Esa sonrisa de cerdo que tanto me pone.
Suspiré, mirándole a los ojos. De nuevo, el escalofrío recorriendo mi espalda.
-Siii? –Dije, con un hilillo de voz, tragando saliva. Su sonrisa malévola, me hacía sentir puntadas en mi sexo.
-Esta noche va a pasar algo que puede que no olvides jamás. Quiero saber, quiero que me asegures que eres una puta a mi servicio. Quiero que me lo digas. ¡¡¡Dilo!!! –Esto último, lo dijo gritándome.
-Sí, soy una puta, a tu servicio… don… don José –Dije, casi temerosa. Sin saber qué auguraba para mí.
-Bien, porque esta noche, vas a ser una puta. Ahora, vete.
No podía. Os juro, que no podía. No podía mantener la serenidad. Estaba en casa, poniendo en una bolsa de cartón, de esa que entregan en las tiendas de ropa buena, mini falda negra y la blusa.
“Vas a ser una puta”. ¿Qué había querido decir con eso? Pensé en que iba a serlo. En que estaba más que dispuesta a serlo. Y si iba serlo necesitaba unos buenos tacones. Me puse los zapatos de tacón más altos que tengo.
Conduje, rápida, de vuelta a casa de Pepe. Tampoco me costó encontrar aparcamiento esta vez.
Nerviosa, subí al piso de Pepe. Mi corazón quería salirse del pecho.
Llevaba un vestido. De tirantes. Algo ligero. Rápido. Después de la petición de Pepe (de llevar la mini y la blusa) sabía que el resto de mi atuendo no importaba. Pero necesitaba algo “ponible” para salir a la calle.
Llamé al timbre. Esta vez Pepe me abrió la puerta vestido con un pantalón elegante y una camisa blanca desabotonada en el cuello, por donde salían varios matojos de pelo cano.
-Qué elegante –Dije, cuando Pepe cerró la puerta.
-Veo que has traído lo que te dije –dijo, señalando con la mirada, mi bolsa de cartón.
-Por supuesto, don José –le respondí con mi mejor sonrisa. Desde que había llegado a mi casa, estaba deseando saber qué depararía la noche.
Como leyéndome el pensamiento, Pepe, me dijo
-Ya te dije que esta noche, vas a ser una puta. Una puta muy puta –Dijo, riendo. Mientras reía, miraba un reloj de pulsera– Debe estar al caer, hay que darse prisa
Eran las 21:30.
-¿Prisa?, ¿por qué?, ¿Para qué? –Dije, curiosa. Muy curiosa.
-Fulana –Me dijo Pepe, muy serio.– He pedido una pizza. El repartidor no debe tardar mucho. Cuando venga, quiero que le recibas vestida únicamente con una camisa mía. Abierta, por supuesto.
Yo le miraba a los ojos, tratando de procesar todo aquello. O sea, ¿Iba a tener que follarme al repartidor?, ¿Una camisa de Pepe?, entonces, ¿Por qué me había hecho volver a mi casa a por la mini y la blusa?
-¿Me voy a tener que follar al pizzero? –Le dije, mientras mi curiosidad me corroía por dentro.
-Ya te gustaría, fulana, pero no. Eso, es solo, el aperitivo –Me dijo, riéndose. Acercó su boca a mi oído, para añadir– Quiero que le abras la puerta con mi camisa, abierta, que tus pechos se entrevean. Le saludas, educada, seductora, le zorreas solo un poquito y cuando haya que pagar, me llamas.
De nuevo, el escalofrío. Pero esta vez, no subía por mi espalda. Iba directo a mi entrepierna.
Me desnudé por completo mientras Pepe, miraba. Pero no era una mirada de lujuria. Si no una especie de escrutinio. De examen. De hecho, solo se acercó a mí para colocar los dos lados de la camisa a la suficiente distancia como para que no se vieran del todo mis 95, pero si se viera bastante.
Justo en ese momento, apareció el repartidor.
Abrí la puerta. El chico, joven, aún con el casco puesto, me miró. Primero a los ojos, luego, a mis pechos. Yo me moría de la excitación. Sonreí, seductora, llevando una de mis manos, al cuello de la camisa. Le pregunté el precio, me di la vuelta, para que viera la parte baja de mis nalgas. Y llamé a don José.
Pepe vino inmediatamente. Sin mirarme volvió a preguntar el precio. Cuando le dio el dinero, le dijo al repartidor:
-Es puta, pero tiene hambre. Y no de polla, precisamente.
Después de aquello, y aún con la puerta abierta y el repartidor en la puerta, me dio un azote. Sonoro. Y le cerró la puerta en el momento en que el repartidor me volvía a desnudar con la mirada.
Toda aquella situación casi me provoca una humedad en mi sexo. Pepe, como leyéndome la mente, de nuevo, dijo:
-No veas como te miraba los melones –Reía. A carcajadas
-Ufff –Respondí
-¿Te ha gustado, fulana? –Seguía riendo.
-Mucho –Le dije. Y era cierto– ¿Esto era lo que me decías cuando dijiste que iba a ser puta? –Le pregunté, más curiosa que excitada.
-Oh no… esto, es solo el principio. –Pepe ponía la pizza en la mesa de la cocina.– Ah, un par de cosas –Me dijo, sin mirarme.
-Tu dirás –Le respondí– Mi corazón se aceleró. La excitación aumentaba.
-Quítate el anillo, no lo vas a necesitar. –Me miró a los ojos, mientras engullía un trozo de pizza– Esta noche, vamos a ir de nuevo a la disco. Quiero que conozcas a alguien –me miró de nuevo– Y que seas muy –Hizo una pausa. Terminó su trocito de pizza y, cogiendo uno nuevo, sin mirarme, añadió– “cariñosa”.
Casi me atraganto con el pequeño trocito de pizza. ¿Qué pretendía Pepe?, ¿Había dicho que iba a conocer a alguien? ¿Y que tenía que ser muy “cariñosa”?
Mi mente daba vueltas. Y vueltas. Apenas probé la pizza. Pepe, se la acabó casi entera.
Intenté preguntarle algo más. Pero no obtenía respuestas. Me empecé a poner la minifalda y la blusa. Debajo, mantuve la lencería que llevaba puesta.
-No, sin ropa interior. –Me dijo, mientras sonreía con esa sonrisa maliciosa que tanto me pone.
El roce de mis pechos en la tela de la blusa aumentó, más aún, mi excitación. Pepe, me miraba, satisfecho.
-Así vestida, sin nada debajo, pareces una auténtica fulana.
-Gracias –Su comentario, lejos de disgustarme, me halagaba.
-Recuerda, quiero que esta noche seas muy “cariñosa” y –hizo una pausa– extremadamente puta –Dijo, mientras yo me subía, casi literalmente, encima de mis tacones.
Al oírle decir aquello, no pude evitarlo. De nuevo, ese chispazo de excitación.
De camino a la calle, al coche de Pepe, empecé, nerviosa, excitadísima, un interrogatorio.
¿Quién era esa persona para la que debía mostrarme muy cariñosa?, ¿A qué se refería Pepe cuando dijo “extremadamente puta?
Pese a mi interrogatorio, Pepe no dijo ni palabra. Solo sonreía.
El camino hacia la discoteca donde había conocido a Pepe, se me hizo cortísimo. Miré el reloj en el desvencijado coche de Pepe. Eran cerca de las 22:30.
Nada más apagar el motor del coche, Pepe, se giró a mirarme. Muy serio, me dijo:
-Escúchame, fulana. Pase lo que pase, no hablarás ni dirás nada, hasta que yo te lo ordene, ¿Entendido?
Asentí. Iba a abrir la puerta del coche, cuando Pepe, sujetó mi brazo, ahora, con esa sonrisa de pervertido me miró a los ojos:
-Querías emociones fuertes, ¿Verdad, putita casada? Yo te prometí esas emociones siempre y cuando seas mi obediente putita. Esta noche, si me obedeces, vas a vivir algo, que ni imaginas.
Después de decir eso, abrió su puerta y bajó del coche. Sin mirarme.
Tragué saliva. ¿Qué iba a suceder esa noche? No tenía ni idea. Solo sabía que quería esas emociones fuertes. Y si el coste era obedecer a Pepe, era un coste que estaba dispuesta a asumir. Muy dispuesta.
Si queréis saber como continua, escribidme algún comentario.
Cristi es un placer leerte, estoy completamente enganchado con tu relatos, no puedo esperar a enterarme que sorpresa te tenía don Jose, un abrazo
Un placer volverte a leer, cada relato es un estímulo a la imaginación.
En el próximo espero que aflore otra de tus excitantes fantasías.