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Fantasía de tres tríos (tercer trío)
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Tiempo de lectura: 12 minutos

Ya habían pasado varios meses de que Rosalía y yo nos tiramos a mi marido. Sin nada que lo relacionara, al terminar de comer, Miguel me dijo que iría a ver a Rosalía, su hermana, pues ya hacía dos semanas que no la visitaba. Es decir, era claro que tenía que atenderla. Yo sólo hice un mohín de resignación.

–No te enojes, volveré temprano… –me dijo abrazándome por atrás y sus manos pasearon sobre mis tetas– Quiero cogerte y al mismo tiempo mamarte esto –completó apretándome los pezones.

–Ojalá que también te alcance el amor para darme un bibi de leche –contesté poniéndome seria–. Lo malo es que yo sólo tengo un usuario a quien atender… –expresé pasando mis manos hacia atrás y le apreté el pene sobre el pantalón, que ya lo tenía duro con el franeleo que me daba.

–Es mi hermanita, además, la fortuna de ella será para nuestra hija pues somos su única familia –dijo en plan conciliador.

–¿Lo haces por el dinero? Pensé que, al menos, te gustaba coger con ella –dije en tono de reclamo.

–No, yo también la amo, desde aquellas pajas que me hacía al espiarla bañándose, o vistiéndose. También te amo a ti y agradezco tu comprensión –concluyó y se preparó a partir.

–¡Cómo me gustaría tener otro palo para usar!, aunque yo no lo amara… –dije alejándome de su alcance.

–¿Quieres que le diga a mi amigo Roberto que venga a atenderte? –preguntó refiriéndose a su amigo con quien hicimos el primer trío.

–No es necesario, creo que yo puedo seducir a alguien para que te dé apoyo conmigo…

Se regresó, me dio un rico beso, mientras me sacó una chiche. Al ponerse a mamar me metió los dedos en la panocha, la cual se humedeció de inmediato. “Te entiendo, mi amor. Te prometo que en la noche hablaremos de ello, en tanto, piensa con quién te gustaría que te compartiera”, dijo al dejarme temblando de ganas. Al irse, me sentí falsa e hipócrita después de que me acarició de esa manera. ¡Claro que yo tengo con quien coger!, pensé y no se lo he contado porque… ¿para qué?

Miguel regresó después de medianoche. Yo estaba acostada, desnuda y fingiendo que dormía. Lo escuché llegar, entrar a la alcoba, desvestirse completamente antes de ponerse a mamarme para dormir como él acostumbra.

–¿Me vas a dar mi biberón? Yo también quiero chupar y saborear la lechita –imploré

Miguel se puso de rodillas para poner su verga al alcance de mi boca. De inmediato me calentó el olor a sexo consumado y mamé el pene con sabor a semen y jugos. Chupé y chupé, le acaricié las bolas, le jalé el escroto durante mucho tiempo y sólo se le paró un poco. Quizá, si usara Viagra, nos podía atender a ambas… Miguel se dio cuenta que no lograba hacerlo venir, aunque ya estaba crecido el miembro.

–¡Pinche Rosy, es muy puta!, me dejó seco –decía entre jadeos por los orgasmos que sentía con mis mamadas.

–La próxima vez que vayas con ella, pasa antes a mi cama… –le dije después de soltarlo–. Vamos a dormir.

Al amanecer del día siguiente, sentí en mis labios su falo durísimo. “Querías leche, tómala, mi amor” me dijo mi esposo y yo abrí la boca. Bastaron unas cuantas caricias en el pubis y en los huevos para que me diera una descarga de su riquísimo néctar. “Ahora te va una venida más. ¿por dónde la quieres?” Le abrí las piernas y le di un beso en la boca como respuesta. Miguel paladeó en mi lengua y dientes su lefa cuando recorrió el interior de mi boca con su lengua. En poco tiempo sentí el baño de tibieza en mi interior. Sí, es muy lechudo… pero ahora ha aumentado la producción, hay el doble de estímulo y yo recojo la mayor parte.

–¿Ya sabes a quién vas a seducir? –me preguntó cuando ya había reposado un poco.

–Sólo hay dos o tres en mi mente. La verdad, la reduje a dos que alguna vez me lanzaron alguna indirecta. Pero sólo he de escoger a uno para evitar que me lleguen a ver como a una casquivana –le dije mirando hacia el techo, como viendo a los “candidatos”, aunque en mi mente sólo existía Mario para ese propósito.

–Elige al más discreto. Te lo coges y ya que esté enganchado, te lo traes a casa para que te demos amor entre los dos –me dijo, volviendo a su fantasía favorita–. ¡Quiero ver cómo te coge alguien que te guste! y darte mi verga mientras él te revuelca.

–El lunes empiezo el asecho con el primero que se me atraviese, ambos son compañeros de trabajo –le dije.

–Tú puedes ser puta, mi amor, tienes con qué –contestó juntando los pezones de mis tetas y se puso a chuparlos, dándole movimiento trepidante a mis masas con sus manos.

–Principalmente a esto que te gusta tanto se han referido cuando me echan sus piropos –le aclaré acariciándolo del pelo para presionarlo más hacia mi pecho.

Llegó el lunes y a la hora del descanso, aprovechando que todos habían bajado a las máquinas de bocadillos, yo le acariciaba el pene a Mario sobre el pantalón. En ese momento decidí hablarle por teléfono a mi marido para avisarle que tenía una invitación para comer algo, además de platicar mientras tomamos un café o una copa al salir de la oficina, “por lo tanto, no haré de comer”, concluí. “Bueno, me invitaré a comer con Rosalía”, contestó antes de las despedidas mutuas. Todo eso ocurrió, frente a Mario, a quien yo había invitado a comer.

–¿Se enojó? –me preguntó Mario con curiosidad.

–No sé. Me dijo que iría a comer con su hermana. Espero que sea cierto… –le dije mostrando yo una mueca de supuesta desconfianza.

Fuimos a un restaurante de comida rápida y el café nos lo llevamos para platicar en una banca del jardín cercano. Nos absteníamos de mimos para no exponernos a que nos viera algún conocido de Mario.

–¿Qué es lo que me quieres decir? ¿Quieres que ya no nos veamos para hacer el amor? – preguntó algo temeroso, pero confundido por los mimos y manoseos que nos hicimos en la oficina, además del beso que le di antes de que regresaran los compañeros.

–No, es al contrario. Quiero saber si podemos pasar juntos más tiempo, incluso pasar una noche los dos y no sólo vernos de vez en cuando –le aclaré.

Obviamente lo tomé de sorpresa, porque una cosa era cogerse a la puta chichona cuando hubiese oportunidad, y otra era tener que abrir espacios entre la vida familiar, para coger más regularmente. Es decir, establecer una relación más formal de amantes. Además, habría que añadir el servicio que él le daba a su hermana Bertha (casualmente, el mismo tipo de mantenimiento que mi marido le daba a la suya).

–¡Me encantaría!, pero no sé cómo hacerlo sin que se dé cuenta mi esposa –expresó titubeante.

–¿Cómo haces para que no se dé cuenta cuando te coges a tu hermana? –pregunté tratando de ver una posibilidad.

–Mi hermana me tiene contratado, y recibo un sueldo, para darle mantenimiento a los equipos de cómputo, comunicación de voz y video electrónicas al negocio de su hijo y a la casa de mis padres, donde ella vive y “acudo cuando ella me necesita” –explicó.

–¡Qué cosas! ¿Eso lo inventaron como coartada para coger? –pregunté asombrándome de la idea.

–¡Es real! Mi profesión es la de ingeniero en electrónica con especialidad en comunicaciones. No se requiere tanto tiempo, aunque sí hay imprevistos que requieren soluciones rápidas.

–¿Aceptarías otro trabajo similar para atenderme a mí? –pregunté zalameramente.

–¡Con gusto!, pero hay un problema real: mi esposa es quien lleva la contabilidad de mis ingresos… –dijo con tristeza–, y se daría cuenta que es ficticio el trabajo al no haber contrato ni ingresos.

–El jueves, avísale a tu mujer que irás a hablar con un posible cliente –de inmediato, maquiné una idea con el fin de tirármelo la tarde de ese día– ¿Cuánto cuesta mensualmente el mantenimiento anual a una residencia que usa 10 cámaras de seguridad, más los etcéteras que se usan en una vivienda?

–Equivale más o menos a la tercera parte de tu sueldo, pero requeriría de dos o más visitas mensuales para respaldar la información –me dijo con una mirada como si pensara en que se me estaba ocurriendo la idea para mi casa.

–Hecho, haz un contrato con todos los formalismos, para mostrarlo al cliente, aún sin datos del cliente, pero sí con montos y el texto convincente –le solicité a Mario–, y recuerda que el jueves me tienes que convencer como convenciste a tu hermana.

–¿Serás capaz de pagar porque te coja? Eso puedo hacerlo gratis y yo pago el hotel, ¡me gustas! –expresó, tratando de desistirme y resignarse a no tener coartada.

–Yo no puedo pagarte, y sí me gusta cómo me coges, ¡que el cornudo o su familia paguen! –dije, pero más que un gesto de festejo, lanzó uno de enojo.

–¡No me presto para que hagas eso con tu marido! –dijo poniéndose de pie.

–Pero bien que te coges y le chupas las tetas a la mujer de mi marido, tomas el semen que me deja y le dejas tu leche para que se resbale en el atolito que hacemos tú y yo –le conteste con una sonrisa sardónica.

Se puso rojo de ira y se notaba su semblante pleno de contradicciones. Me encantó el talante perturbado que tenía, me hacía ver que yo no sólo “le gustaba”. Ya se habían encendido las tenues luminarias del parque y su luz invitaba al romance. Me puse de pie y lo hice caminar tras unos arbustos donde lo besé metiéndole mi lengua en su boca para enredarla con la suya; me pegué para frotar pubis contra pubis y tetas contra pecho. “También ‘me gustas’ tú”, le dije antes de irnos de allí.

–¡Hola! ¿Cómo te fue en la comida con tu hermana? –le pregunté a Miguel después de besarlo, quien escuchaba música en la sala mientras esperaba mi retorno.

–Bien, sólo comimos y platicamos. Te manda saludos y cuando le comenté que te habían invitado una copa, me sugirió que no me pusiera celoso. “No vayas a resultar tan machín como mi ex. Déjala que tenga sus aventurillas, se nota que te ama”, me dijo ella. ¿Y cómo te fue a ti?

–Igual, sólo comimos, pero sí, hubo toqueteos y un par de besos –dije y fingió una sonrisa–. ¿De verdad te pusiste celoso? o ¿por qué fue la llamada de atención de Rosalía? –y su semblante cambió a uno más apacible ante mi pregunta.

–Te amo –dijo acercándose hacia mí–. Me doy cuenta que es distinto pedirte que alguien conocido te coja junto conmigo a que tú te quieras coger a otro, desconocido para mí –señaló abrazándome y comenzando a desnudarme–. ¡Te amo! –insistió abrazándome, y comenzamos a bailar con la música.

–Mañana te mando su foto para que lo conozcas, no es tan guapo como tú, pero sí es un tipo confiable –le dije bailando y desvistiéndolo. Esa noche cogimos riquísimo.

Al día siguiente, me acerqué al escritorio de Mario. “¿Ya estás bien?”, le pregunté en alusión a su enojo de la noche anterior. “Sí, con el beso que me diste, me desarmaste”, contestó. “¡Perfecto! A ver, una sonrisita” le pedí encuadrándolo con la cámara del móvil. Mario sonrió, tomé la foto y se la envié por WhatsApp a Miguel. “No olvides que el jueves tienes que darme un contrato”, le recordé.

Al regresar a casa, pregunté a Miguel:

–¿Qué te parece la presa que elegí? Se llama Mario, es casado, con hijos, muy formal, pero siempre ha movido los ojos al balanceo de mis tetas.

–Se ve bien, parece de mi edad –me dijo.

Me acerqué a mi marido, lo besé con pasión y le acaricié el pene por encima del pantalón.

–Es mayor que tú por unos años, pero, al parecer, calzan del mismo tamaño –expresé moviéndole el tronco a través de la tela de casimir.

–¡¿Ya te lo tiraste?! –gritó, y noté que su pene dio un respingo.

–¿Cuál es tu prisa? Hoy no hubo cogida, pero el jueves no habrá comida en casa… –dije con claridad para que se enterara– Tú me llevarás al trabajo y él me traerá a la casa. ¿Quieres que te mande fotos de su herramienta o video de cómo la usa? –le pregunté al tiempo que le bajé los pantalones y la trusa.

–Como tú quieras… –dijo en voz baja, pero con la cara iluminada viendo cómo le movía el prepucio.

–Bueno, le preguntaré si me deja tomárselas para tener un recuerdo –señalé ante de meterme a la boca el glande que ya estaba escurriendo presemen.

Cogida en la sala, brindis por mis encantos que emboban a los hombres y a acostarse para seguir en el placer de ser hombre y mujer…

El jueves también me fue bien, tres veces. La primera, ordeñé a Miguel, quien me dio mucha leche. Se mantuvo con la verga parada para echarme dos palos seguidos. El primero fue el clásico despertar, pero cuando me estaba cogiendo le recordé “Hoy no habrá comida” y se le puso más grande que de costumbre, me zangoloteó diciéndome “Llévale mis saludos al sancho” y eyaculó bastante, pero no se salió de mí. Se dio le vuelta para que quedara yo encima, me enderezó un poco y se puso a mamar.

–Con éstas nos embobas a todos, ¡qué bueno que duermo con ellas! –gritó y lo cabalgué.

–¿Estás celoso porque hoy se van a coger a la puta de tu esposa? –pregunté pasando mi mano hacia atrás para tener en ella a sus huevos.

–¡Puta, sí, mi esposa puta! –exclamo junto a un aullido que me calentó el útero cuando soltó otros dos chorros de semen dentro de mí.

Quedamos exhaustos, pero felices. A los pocos minutos nos metimos al baño. Le enjaboné el pito, pues yo quería metérmelo por el ano, pero ya no se le paró. Desayunamos y partimos al trabajo. Me puse una blusa con escote pronunciado, que fue muy celebrado por los compañeros que me lanzaban piropos. Mario veía todo de lejos y sonreía. caminé hasta que llegué a su escritorio.

–¿Trajiste el contrato? –pregunté agachándome un poco.

–¡Qué lindas chiches! –dijo en voz baja, y me extendió unas hojas.

–Al rato, en el receso, te daré una probadita, está fácil sacarlas y guardarlas. –le prometí coquetamente.

En el receso, nos fuimos a la zona acostumbrada, donde no hay cámaras y me mamó. “A la salida habrá más. De todo…” le di mi palabra.

En el hotel, uno cercano al trabajo, me dijo que me tomaría unas fotos. “Bueno, yo también a ti”. Cuando estábamos desnudos, me hizo posar desnuda para él y yo le tomé unas fotos acostado y también una con el celular apuntándome, pero también se le notaba la verga apuntando hacia mí. Le pedí que me enviara la mejor de las que él tomó. Sonó mi WhatsApp, la vi y se la envié a mi marido, junto con la de Mario y el siguiente mensaje “Comenzamos, ya no estoy para nadie más”. Sonó otra vez el celular. Era un video de la verga de Miguel, con una mano femenina haciéndole una paja; el texto fue “Mi amor, te amo puta” y sonreí.

–No quiero que te distraigas, apaguemos los teléfonos. Tenemos mucho que hacernos –reclamó Mario.

–Sí, también qué decirnos –le respondí y me puse a hacer un 69 donde me chupó riquísimo, dándome un tren de orgasmos.

Después, mirándome en in espejo lateral, me senté en su erección viéndome cómo cabalgaba a mi macho. Me volví a venir y, aún bien ensartada, me acosté sobre él para besarlo. Me acarició la espalda y las nalgas mientras yo reposaba.

Nos amamos como nunca pues tomamos fotos y videos usando los muchos espejos de la alcoba. Un video que estuvo muy bien, se lo envié a Miguel. Yo acostada boca arriba abrazando a cuatro extremidades a Mario quien se movía y me mamaba una teta. Encima de la cama había un espejo. Yo acariciaba la cabeza de Mario con la mano izquierda y con la derecha sostenía el teléfono móvil. Al hacer el envío, apagué el aparato. Mario sacó otro video donde con un par de espejos laterales se muestra una infinidad de imágenes de nosotros: Yo en cuatro patas, Mario cogiéndome de perrito (de vaquita, perdón) y mis tetas bailando rítmicamente mientras se escuchan nuestros gemidos y mis gritos por los orgasmos que me sacaba. En realidad, Mario aguantó mucho antes de venirse y con la verga erguida por la pastillita azul que había tomado antes (en el video se ve cómo entra y sale su falo).

Sacamos unas bebidas del mini bar y descansamos, mientras nos transferíamos las respectivas imágenes. La de pose de vaquita se la mandé a Miguel y apagué el teléfono otra vez. Debo aclarar que cuando había vuelto a prender el teléfono, sonaron varios mensajes, los cuales vi.

–¿Es algo importante? –me preguntó Mario mientras yo los veía.

–No, sólo besos y saludos. Al parecer está celoso de que me hayas vuelto a invitar a tomar una copa –dije.

–¿Tu marido sabe que estás conmigo? –preguntó Mario con temor.

–¡Claro!, y ha de imaginarse, con sobrada razón dónde estamos tomando la copa… –le contesté y se quedó asombrado–. En la mañana le recordé que hoy tampoco habría comida y a cambio recibí una famosísima cogida “Me lo saludas”, me dijo al venirse –Mario sonrió, pero su semblante cambió, desconcertado, cuando le pregunté–: ¿Te gustó el saludo de mi cornudo?

–Sí, sabías deliciosa… –dijo después de recordar el 69 con que iniciamos.

Platicamos un poco del contrato y le dije que pensaba preguntarle a mi cuñada si le importaban tus servicios, pero eso será hasta el sábado, el lunes te platico.

–¿Nos bañamos? me preguntó Mario.

–Báñate tú, después de darme un chorrito más de amor. Serán tus saludos a mi marido… –le dije acostándome bocarriba con las piernas abiertas.

–¡Puta…! –me dijo amorosamente cuando se subió en mí.

–¡Puto…! –le contesté cerrando las piernas para apresar sus testículos al penetrarme.

El Viagra seguía en funciones. Me sacó varios orgasmos y me llenó la vagina de amor con su despedida. Mientras él se bañó yo me puse a mensajear con mi marido. Le envié una foto con mis vellos alborotados y brillantes con los residuos de las venidas. “También te mandaron saludos” y le gustaron los tuyos, iniciamos con un 69 que me sacó seis o más orgasmos seguidos, no los conté”. “¡Qué puta eres, mi chichona!”, contestó. “Al rato, ya que termine de bañarse, me lleva a la casa, ¿quieres que pase?”

–¡Sí, a lo mejor te damos una repasada entre los dos! –contestó.

–No, eso aún no lo acordamos, además él está en desventaja ahorita –escribí–

–Yo también estoy usado –respondió.

–Adiós, ya terminó, nos vemos en media hora dije y terminé la comunicación.

Al legar a casa, vi que el automóvil de Rosalía se retiraba. “Pasas”, le pregunté a Mario. “No sé si deba, tu esposo puede molestarse”, me objetó. “¡Que se moleste!”, dije y lo obligué a bajarse.

Miguel estaba lavando los trastos que usaron en la comida y suspendió su acción para recibirnos. Hice las presentaciones de rigor.

–Mario, además de ser compañero de trabajo, se dedica a dar mantenimiento electrónico de seguridad y de comunicación en voz e imagen a negocios y residencias –expliqué– hoy platicamos sobre eso y le pedí una evaluación.

–Sí, seguro que te la hizo… –contestó Miguel con tono neutro.

–No, sólo platicamos un poco de ese negocio, pero para eso lo traje, para que conociera el lugar y supiera cuáles son nuestras necesidades –dije en tono alegre y cambié el rumbo de la plática–. ¿Hiciste de comer? ¿Por eso lavabas trastos?

–No, mi hermana y yo pedimos que nos trajeran de la cocina cercana. No permití que ella los lavara, esa es mi tarea –contestó–. ¿Gustas una copa?

–Sí, exactamente ese es mi papel en casa. Por ello recibo comida y cama –externó Mario al sentarse, aceptando también el ofrecimiento que hizo mi marido.

–Pues aquí, ambas cosas son buenas, ya te tocará también probar la comida –le dijo mi marido con muy mala leche y Mario se cohibió un poco y pidió permiso de pasar al sanitario.

–¡Compórtate mejor con él!, sé amable después de todo, te ayudó hoy… –le dije a mi marido y él me metió la mano bajo la falda llegando a mi panocha al hacer de lado la pantaleta.

–¡Qué rico voy a cenar hoy! –dijo al lamerse los dedos, después de haberlos sacado húmedos y olerlos.

La plática transcurrió con amabilidad y se transformó en algo picante, cosa que aprovechó Miguel para abrazarme y preguntar cómo me porto en la oficina, “pues menciona que la chulean mucho”, dijo al acariciarme el pecho. Mario dijo “Pues sí, si belleza resalta a los ojos de cualquiera”. Mi marido metió la mano en el escote y dijo “Es cierto, es bella, y se duerme uno como bebé a su lado”. A Mario se le hizo un bulto en el pantalón que no pudo ocultar.

“Veo que sí te parece atractiva. ¡Salud por esa franqueza!”, exclamo levantando el brazo y haciendo un movimiento de ojos hacia el pantalón de Mario. Éste, a quien ya se le habían subido los tragos, correspondió al brindis diciendo “Por la envidia de dormir como bebé, asido a unas bellas tetas”. Miguel me sacó una teta y se puso a mamar mientras Mario veía extasiado y cada vez más caliente. “¡Cómo eres díscolo!, compórtate o, al menos, invita a mi amigo…” exclamé yo muy arrecha y algo borracha. Miguel, como respuesta, después de decir “Tienes razón”, me bajó la blusa quedando mis dos chiches al aire y se dirigió a Mario pidiéndole que se uniera: “Para eso tiene dos, acércate”.

Mario se juntó a nosotros y yo acaricié la cabeza de mis machos mamadores. Mi marido me volvió a meter la mano y ya no aguanté.

–Pongámonos cómodos –dije poniéndome de pie para quitarme toda la ropa y ellos siguieron mi ejemplo–. Vamos a otro lado –les dije tomándolos de la mano y los llevé a la recámara.

Lo primero que hizo mi marido fue acostarme boca arriba y me abrió las piernas. “Tú la atiendes con la boca en las chiches y yo tomo el atolito que hicieron”. Mario levantó las cejas, preguntándose cómo sabría mi marido que habíamos cogido. Fue un orgasmo tras otro de mi parte por las mamadas que yo recibía.

Cuando acabó Miguel con las chupadas yo me puse a limpiarle la verga aún con resabios y escamas de la cogida que le dio a su hermana Rosalía. Se le paró bastante y me la metió en un solo envión, resbaló en la panocha que rezumaba jugo con cada caricia que me daban. Miguel veía la escena y se la jalaba con mucha enjundia. “¡Tengo leche para mi hermosa y amada esposa!, gritó Miguel al venirse. “Te toca”, dijo y se levantó para que entrara Mario, quien me dio una rica cogida sacándome gritos. Miguel se acariciaba el pene mientras veía cómo me cogían.

Mario se acomodó en posición de 69 y me dijo “Mámamela para que se ponga más dura, quiero metértela por el culo”. Cuando estuvo a punto, invité a mi marido para que me hicieran sándwich. Con trabajos pudieron venirse un poco, pero yo lo gocé mientras se esforzaron.

Al rato, ya repuestos, Mario entró al baño, se dio un regaderazo, y se fue a la sala, donde estaban sus ropas para vestirse. Cuando regresó a despedirse, le dio la mano a Miguel diciéndole “Mucho gusto en conocerte, espero que nos sigamos viendo”. “Claro que sí” contestó gustoso mi cornudo. A mí me dio un beso en los labios mientras acariciaba mi pecho. “Hasta mañana, chichona hermosa”, dijo y salió de la recámara.

Al oír el ruido de que cerró la puerta exterior, mi marido se puso a chuparme las nalgas, el periné y la pepa. luego se acomodó con la teta en la boca para dormir.

Afortunadamente, convencí a mi cuñada Rosalinda que firmara contrato con Mario. “Qué tal si también me da mantenimiento a mí…” Me gusta, dijo, y sacó las fotos de Mario que yo le había enviado a Miguel, pásame otras, sé que tienes más…

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