Qué cosa fea que es la navidad. Y va más allá de no tener a mis padres para que me complazcan en todos mis caprichos. Siempre me pareció una festividad insulsa. Por eso cada año trato de rebuscármelas para pasarla en algún lugar alejado, sola. Este año, no tuve suerte. Caí en una reunión con parientes lejanos, amigos y conocidos de mi prima. Gente alegre y desinteresada, preocupada simplemente en celebrar el nacimiento del niño Jesús.
Lo peor de la navidad, a mi entender, es el calor y la humedad. Además, creo que en la mayoría de las que viví, llovió. Me encanta la lluvia, pero cuando viene en noches de amontonamiento de gente, no me cabe. Este año fue muy molesta, debido a que la idea era pasarla al aire libre, pero el clima nos obligó a encerrarnos en un lugar pequeño y feo. ¿Alguien quiere pensar en el puto Papá Noel con ese traje grueso y horrible? Solo yo pensé en él, al parecer.
En un momento en el que la tormenta había mermado, poco después de la medianoche, todos salieron al patio a contemplar la casi nula actividad de fuegos artificiales. Aproveché para ir a la cocina y empinarme una botella de champagne que alguien había dejado junto al arbolito. Cuando estaba casi por terminarla, apareció él. Su típico traje rojo, la barba y el pelo blanco. Noté sorpresa en su mirada al verme ahí. Pero duró apenas unos segundos, ya que de inmediato dejó su bolsa roja en el piso y avanzó lentamente hacia mí. Me quitó la botella y la apoyó en la mesa. Agarró una de mis manos y la guio hacia su entrepierna. Lo que había ahí me hizo volver a creer en la navidad.
De rodillas, como frente a un objeto sagrado de gran devoción, su pija se veía increíble. Era como contemplar una docena de objetos milagrosos dispuestos solo para mí. La gloria estaba ahí, simplemente tenía que tomarla. Lo hice de manera desesperada, atragantándome desde la primera envestida. La piel suave y tensa adentro de mi boca presagiaba una explosión apocalíptica por la que estaba dispuesta a inmolarme. El rose de sus muslos con mis tetas desnudas encendían un fuego abrazador que aumentaba mi desesperación. Quería comer, chupar, hacer que esa pija desaparezca adentro mío para siempre.
Mi boca ya no me alcanzaba para llegar al placer que necesitaba, por eso opté por poner su pija entre mis tetas y obligarlo a que me las coja. Era grande y gruesa, por lo que se sentía perfecta. La punta me daba suaves y rítmicos golpecitos en el mentón, cosa que me hacía reír. Mientras tanto, llevé una de mis manos hacia mi concha, descubriendo que estaba totalmente empapada. Le pedí por favor que me la chupara. Me senté sobre la mesada de la cocina, separé las piernas y hundí su cabeza en mi bosque encantado. La magia sucedió de inmediato. Una explosión gigante hizo que me sacudiera mientras millares de estrellas se posaban adentro de mis ojos. Su lengua experta llevaba el placer a niveles infinitos, pocas veces conocidos. Si venía del frio Polo Norte, no había ningún indicio, ya que todo entre nuestros cuerpos se incendiaba.
De repente, después de hacerme acabar al menos tres veces solamente con la magia de sus labios, se separó de mí y por primera vez pude contemplarlo en su esplendor. Su cuerpo moreno, atlético y tallado, distaba bastante de la imagen que nos venden del tipo de los regalos. Dudé acerca de todo lo que estaba sucediendo, pero al ver su traje rojo tirado en el suelo junto a mi ropa, volví a la realidad. Bajé de un salto de la mesada y lo llevé al living. De un empujón lo senté en un sillón individual y me senté en su falda, cumpliendo el sueño de todo niño, aunque en un contexto totalmente diferente y +18.
Su pija contra mis muslos era una daga al rojo vivo que necesitaba que me apuñale cuanto antes. Abandoné mi posición inicial y me senté frente a él. Nadie tuvo que hacer nada. Su pija entró directamente en mi concha, como si sus destinos hubiesen estado escritos incluso desde antes del nacimiento del mismísimo Jesucristo. Comencé a cabalgarlo salvajemente desde el primer instante, a pesar de notar que era imposible que esa tremenda pija entrara por completo adentro mía. Dolía, pero me encantaba. Perdí la noción del tiempo y del espacio, hasta que una gran explosión de semen me hizo acudirme por completo hasta perder el sentido.
Voces, risas y ruido de copas chocando entre sí me devolvieron a la realidad. Recostada en el sillón, con la botella de champagne vacía entre las piernas y el estúpido árbol de navidad parpadeando sin sentido, volví a recordar lo mucho que odio la navidad. Fui a reencontrarme con los demás participantes del festejo, los saludé, sonreí falsamente y antes de las doce y media ya estaba en la cama, dispuesta a regalarme la paja navideña de cada año.
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¡Feliz Navidad a todos! Extrañaba mucho escribir, publicar y estar en contacto con ustedes. Por eso, a pesar de mi retiro voluntario, decidí volver por un ratito con este especial de navidad. ¡Ojalá les guste! Gracias por los mensajes de apoyo durante todo este año. Ojalá en 2024 volvamos a encontrarnos más seguido.