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Explorando su intimidad sin tabú ni prejuicios
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Tiempo de lectura: 2 minutos

Luego de salir de la ducha, se para frente al espejo, deja deslizar la toalla, con infinitas gotas por todo el cuerpo, ¡mira fijamente al espejo la imagen que este proyecta! Observa cada detalle, sonríe observando lo bien que luce, se gusta tal cual está.

Ahí parada le viene a la mente cada recuerdo de esos momentos íntimos, de cómo ha llegado al cielo envuelta en caricias; y como ha bajado al mismísimo infierno en repetidos actos de lujuria desencadenada.

Sonríe satisfecha de recordar esos innumerables episodios, donde se ha sentido plena por completo.

Se siente divina, deseada, por momentos siente que el espejo la observa, la detalla, hasta piensa que la desea.

En ese instante lo visualiza como un cómplice, le habla, le pregunta “¿Me espía cada vez que me paro frente a ti, o cuando estoy durmiendo, quizá en mi intimidad?”. Sonríe, da vueltas para verse de espalda, de lado, de nuevo de frente. Al detallarse bien comienza a sentir que la piel se eriza, siente como su cuerpo va entrando en calor.

Es una de esas noches donde estaba sola con sus deseos, con sus pensamientos.

Busca la ropa íntima más hermosa y sensual de la colección, la coloca sobre la cama, luego unta crema corporal en los pies, va subiendo por las piernas, muslos, ingles, abdomen, senos, cuello, espalda, hasta cubrir todo el cuerpo. Se coloca la prenda escogida; acto seguido se va a la cama.

Pone música agradable, se acuesta boca arriba a mirar el techo, a recordar esos momentos agradables que la hacen viajar a cada escena, cerrando los ojos acaricia sin prisa el vientre, va explorando poco a poco la piel.

La mente va galopando a esos recuerdos donde se sintió amada. Está en un clímax total, sigue acariciando cada pliegue, lentamente la respiración se acelera, luego los gemidos se convierten en el mejor lenguaje para expresar el placer que está sintiendo en ese momento.

Una mano toca con suavidad los senos, dando pequeños pellizcos en los pezones, y la otra se va deslizando hacia abajo, juega en el ombligo, sigue el recorrido, aprieta los muslos, sube de nuevo, acaricia con dos dedos por encima de la tela, luego introduce la mano. Llena de placer muerde el labio inferior, pasa la lengua por ellos.

Se complace con gran deseo, en la mente fantasea momentos llenos de pasión; y así va pasando el tiempo, los segundos se convierten el largos minutos.

La intensidad de las caricias, la llevan a múltiples orgasmos que la dejan satisfecha y agotada de tanto placer; está dichosa de haberse dado el permiso de intimar con sus deseos y consentir sus instintos de mujer.

D A.

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