Efectivamente, se abrió la puerta que no habíamos oído, vi que cambiaba la expresión de Abel, pero no dijo nada. Me giré, y allí estaba Adán, con una expresión que no supe descifrar en aquel momento. Esperaba que se pusiera a gritarnos, que dijera algo desagradable, que chillara simplemente. Se quedó quieto en el umbral, algo le brilló en la mirada, algo cambió en su cara, en sus labios. Era una sonrisa, era una expresión que hacía mucho no le veía.
—No sé qué decir, pero… ¿Hay sitio? Creo que sí, que ese culo amoroso algo quiere.
—Súbete que nos vamos —, dije riendo.
Empezó a desnudarse a toda prisa, mientras Abel y yo le mirábamos algo asombrados e inquietos. Una vez sin ropa, que dejó toda tirada por la habitación, qué poco me gustaba eso antes, y ahora qué poco me importaba se puso a mi lado en la cama y empezó a besarme. Me dejé llevar por la costumbre primero, pero noté que algo había cambiado. Su fuerza al besarme era renovada, no la acostumbrada por el encuentro cotidiano, era más bien como el recuerdo de la juventud. Me separé de él y le dije, mirándole y sonriéndole:
—Estás animado hoy, Adán.
—Mujer, quiero aprovechar la situación. Ya que se me ofrece, y no creo que tengamos problemas en este encuentro familiar…
Siguió besándome y sus manos se dirigieron a mis pechos, para tirarme de los pezones, acariciarme los pechos que volvieron a sentir como antes, como si no hubiera pasado esa mañana. Abel se acercó por detrás y siguió acariciándome las nalgas, volviendo a separármelas y luego acercó su lengua a mi ano, donde, lentamente, empezó a lamerme, adentrando un poco la lengua, llenándome de saliva.
Yo seguía con Adán, besándolo y moviendo las manos por su pecho, sujetándole las manos para llevarlas a mi coño que le esperaba. Él me sujetó suavemente, como si no quisiera, y orilló con los dedos mi vulva, apretando y aflojando, probando mis movimientos. Yo me dejaba llevar, por el culo y por la vulva los dos hombres de la casa me rendían homenaje, y yo estaba en el séptimo cielo.
Me levanté de la cama, me puse de pie a un lado, y los traje junto a mí. Fuimos girándonos mientras me adoraban, me besaban de pies a cabeza, me acariciaban lentamente, preparando el futuro cuando yo estaba disfrutando del presente como nunca. Adán me empezó a besar los pies, y fue subiendo, besando y lamiéndome pies, pantorrillas, los muslos, y al llegar a ellos me sujetó las nalgas y metió la lengua en mi chocho, buscando más rincones donde lamer. Abel me había besado la nuca, lo que me hizo estremecer, y siguió pasándome los labios en un roce interminable por el cuello, subiendo y bajando, yo le notaba su aliento, que me daba calor y escalofríos, porque se combinaba con Adán en una temperatura que me estaba derritiendo otra vez. Abel luego fue bajando por mi espalda, mientras me acariciaba los pechos, se entretenía en los pezones, que fue a visitar con la punta de la lengua y luego dejó a cargo de los dedos, bajando hasta mis nalgas otra vez. Abel y Adán me lamían despacio, gozando de verme gozar como nunca, yo sujetaba la cabeza de cada uno con una mano, y gemía, pues no tenía necesidad de palabras.
Había cerrado los ojos, y me concentraba solamente en mí y en lo que mis hombres me ofrecían. Creí llegado el momento, y fuimos a la cama. Adán se puso de rodillas, yo me incliné ante él, y empecé a chuparle la polla, que llevaba mucho tiempo erecta como hacía mucho no le pasaba; recorrí su glande, repasé toda la longitud de su pene, volví a meterme el glande en la boca, lamiendo más fuertemente ahora, y sujetándome en sus caderas; Abel se había colocado detrás de mí, y me metió un dedo en el culo, pero no era el momento adecuado, así que después de ofrecerme la promesa para otra ocasión, entró en mí con la decisión acostumbrada, y empezó a moverse y moverme sujetándome por las caderas. Adelante y atrás me movía, facilitándome el movimiento con Adán, todos nos movíamos en una combinación amorosa que fue aumentando sin palabras, hasta que noté que se acercaba el momento.
Apreté más a Adán, le tomé firmemente la polla y aumenté la presión, lo que él notó y en lo que me fue ayudando, a la vez que Abel me sujetaba más fuerte todavía, y empezaba a avanzar frenético; estábamos en una carrera los tres, concentrados en los demás y cada uno en sí mismo, hasta que mis dos machos me derramaron su semilla y yo me corrí un segundo después, con un grito sofocado por la polla de Adán y su semen, que me chorreaba boca afuera, y con unas sacudidas que recogían el ataque de Abel y también me derramaban su jugo otra vez. Así, en esta tensión de orgasmos, estuvimos un momento sin poder hacer otra cosa que aliviarnos, sentir y gozar, olvidándonos de lo que nos rodeaba.
Poco a poco volvimos a nosotros, a la cama donde nos fuimos dejando caer, y nos abrazamos, en una confusión de piernas, brazos, manos. Descansando así, dejamos pasar un poco de tiempo, yo entre ellos, a veces besando a uno u otro, siempre acariciando a los dos. Esto duró un tiempo que no se acabó nunca, pues, no sé cuándo, estando así, abrazada a los dos, noté algo en el aire, abrí los ojos que tenía cerrados, y vi que otros labios se besaban. Adán y Abel habían empezado a besarse con tranquilidad y cariño, y sus manos se encontraron y unieron. Me uní a ellos, ya no en medio, sino a un lado, como una más, mientras ellos se abrazaban y sujetaban como con una costumbre que luego me pareció de tiempo atrás.
Qué más daba, si aquello podía ser el comienzo de otra vida para los tres.