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Estigmas y pétalos (parte 1)
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Tiempo de lectura: 8 minutos

Premisa:

Después de perder su trabajo en el extranjero, Florencio regresa a su tierra natal en busca de un nuevo comienzo. Al encontrarse con un pueblo cambiado, decide compartir un departamento mientras trata de adaptarse a su nueva realidad, enfrentando la nostalgia y la incertidumbre de su futuro. A medida que se adapta a un entorno familiar, pero renovado, la nostalgia, el deseo de conexión y los retos personales lo llevan a replantearse su identidad y lo que realmente busca en su regreso a casa.

Disclaimer de géneros:

Bisexual, erotismo y romance.

El ferri que conseguí estaba lejos de ser lujoso, pero el paisaje lo compensaba, correteando pasaba de un lateral al otro del barco para poder apreciar las regiones más importantes de Rozguay. Por la derecha se apreciaban las amarillas playas con sus palmeras y gaviotas volando, por la izquierda los cerros de arena roja adornados con las hojas de los lapachos. Hace años dejé mi tierra natal para estudiar en el extranjero. Tras graduarme, encontré trabajo en una empresa relativamente grande, pero pronto me di cuenta de que la oficina era un lugar frío y estresante que podía convertirse en una cárcel si no avanzas. Se puede decir, que volví al cálido hogar porque perdí mi puesto de vendedor…

Mientras el ferri avanzaba, pensaba en los viejos conocidos que probablemente ya no recordaban ni mi nombre ni mi cara. Solían llamarme Fler, una combinación de mis nombres Florencio y Oliver. Otros usaban el apodo Flor, pero nunca me gustó, por lo que me molestaban con eso. Por otro lado, la tez de mi piel se encontraba algo más bronceada, me gustaría decir que tal vez había ganado algo de musculatura desde entonces, pero en el fondo sabía que mi escuálida figura no había cambiado mucho.

Sin embargo, no todo es negativo, logre ahorrar una considerable cantidad de dinero, el cual se me hubiera esfumado en poco tiempo de no haber venido.

En mi tiempo de estudiante me había acostumbrado a vivir en departamentos compartiendo gastos con compañeros. Pensaba intentar lo mismo aquí en lo que encontraba con que ganarme la vida, a pesar de no ser una práctica tan habitual, creo que podría ser también una oportunidad de conocer a más personas. En el mejor de los casos, claro está.

Así que una vez llegado, pase por los senderos de empedrados y veredas delgadas, buscando un departamento decente y asequible, no sin antes perder la vista en los atributos del pueblo moreno. Pues hasta en las ciudades los peatones vestían bañadores, mujeres cuyas corpulencias se derramaban de los ceñidos corpiños y tangas, así como hombres con los tornos desnudos exhibiendo orgullosos la robustez de sus cuerpos marcados.

Aquello era algo que había olvidado, o quizás era demasiado joven como para darle importancia. Y ahora… ¿Qué puedo decir? No estoy hecho de piedra.

Realmente el cambio de moneda me salvo de tener que recurrir a un marginal, pero tampoco pude ser demasiado exigente si es que quería un lugar para dormir esa misma noche. Así que en un barrio cerca del centro encontré un complejo de departamentos, el cual estaba cerca de parecerse a un motel barato, publiqué en las redes que buscaba compañeros de cuarto y prácticamente fallecí en la cama.

Al siguiente día, gracias a mi despertador me levanto en una mañana que aún no presenciaba la luz del alba, pues había olvidado cambiar la zona horaria del celular. En lo que solucionaba el error, aproveche para revisar las redes lavándome la cara, sin embargo, nadie me había contactado aún, era entendible no hallar una respuesta tan inmediata. No tenía mucho trabajo de maletas, más allá de ordenar algunas ropas y papeles, por lo que decidí que sería una buena oportunidad para dar un paseo.

Nunca había mantenido una rutina muy atlética, aunque en mi tiempo de estudiante me imaginaba manteniendo una, tras hacerme algo de tiempo libre al terminar la carrera. Me decía a mí mismo que cuando fuera el caso, cada día trotaría un poco, para ponerme en forma. La realidad era que, pasaban los años menos tiempo libre tenía, pero ahora una caminata de vez en cuando no sonaba tan mal, como un comienzo de alejarme de la vida sedentaria.

Al momento de salir, pensé que fue una mala idea, las calles se veían muy diferentes sin la luz del sol, apenas iluminadas por algunos locales con sus luces de neón. Por momentos me perdía en los mismos caminos que había tomado el día anterior, era como si fueran sitios diferentes dependiendo de la hora, los lugares cerrados por el día estaban abiertos por la noche, y viceversa, teniendo que tomarme mi tiempo para identificar detalles que me hicieran de orientación.

Pero en lo que regresaba al complejo el amanecer se asomaba, junto a su calidez, diferentes cantinas se abrían, saludándome al pasar.

Kioscos que al abrir sus rejas me levantaban el pulgar, chatarreros que estacionaban sus carretas en algún semáforo, personas que recalentaban las planchas de sus cocinas para limpiar la grasa, llenando el aire con los aromas del bacalao y chorizos del día anterior. En las paradas de bus, trajeados se posicionaban a la espera, camiones llamados colectivos que con sus mecánicos sonidos orquestaban la banda sonora de la ciudad.

Al pasar por una ruta, note que cierto lateral estaba señalizado con el símbolo de una bicicleta, justo cuando lo entendí, los ciclistas no se hicieron esperar, sintiéndome algo pervertido al no poder evitar que la mirada terminara en sus trabajados cuerpos, sobre todo sus traseros que levantaban ligeramente al esprintar.

Ya tomando el camino de vuelta, gire algunas manzanas para conocer otras partes de la ciudad. Pasando por una suerte de mercado, llena de carpas y mesas improvisadas con cajas. El perfume de la menta e inciensos llenaba el lugar, mientras que artistas callejeros alejaban los chirriantes sonidos del tráfico, gracias a los acordes de guitarras de pocas cuerdas. Cada pequeña parte me llamaba la atención, preguntando los precios de cada cosa, tener un mercado tan cerca desde luego que es conveniente.

Justo cuando estaba a punto de abandonar el mercado, un hombre me silbo, acercándose con su carreta tirada por un caballo.

—¡Amigo! ¿Una banana? Mira, lindo está.— Soltó un hombre al que ya se le asomaban algunas canas a su cabello recortado.

—No-no-no —Armándome de coraje dispuesto a defender el efectivo que me quedaba. —Gracias-gracias-gracias.

—Não sea ña así… —Insistió el sujeto.

El sujeto de piel bronceada, estaba apenas vestido con un vaquero casi hecho harapo y una delgada camisa que empapada de sudor se trasparentaba. Involuntariamente, mi mirada se perdía en su cuerpo, de las recientes arrugas se apreciaba el delineado de sus pectorales, seguido de unos protuberantes abdominales, como un recorrido rocoso.

Me hablaba rascándose la descuidada barba, entremezclando el portugués con el español, dificultándome entenderlo. Para ser justos, tampoco le estaba prestando demasiada atención, su figura contaba una historia de un cuerpo aún más hercúleo que el actual.

—¿você um estrangeiro?

—Não, me mudé recentemente. —Solté desviando la mirada, sintiendo el ardor en el rostro.

—¡Epa! ¿voltar para casa? ¡Tem!-¡Tem!-¡Tem! —Lanzándome una bolsa de frutas.

En cuanto recibí la bolsa, estiro la mano para estrecharla con la mía. Al aceptar el apretón, el hombre golpeo palma con palma y lo envolvió con todas sus fuerzas, fascinado noté las venas sobresalir de entre sus músculos. No tuve tiempo de pagar o decir gracias, cuando ya estaba sacudiendo las riendas del caballo, el cual relinchando se apresuró a seguir tirando del carro.

Supongo que como dicen por ahí, la primera es gratis, pensé en lo que inspeccionaba el contenido de la bolsa, encontrando que lo lleno de todo un poco.

Ya adentrándome a pocas cuadras del complejo, de nuevo fui interrumpido por un nuevo rostro.

—¡Ou nene! —Escuche una melosa voz sacándome de mis reflexiones—¡Compra ña um Pãoqueijo!

Se trataba de una señora de buen ver, acercándose con una gracia casi felina acomodándose el flequillo de su oscura cabellera, pude notar una piel café sobre las hendiduras de su blusa crochet celeste, una piel oscura diferente a la mía o la de alguien bronceado, se trataba de una verdadera nativa. La enorme canasta que llevaba como sombrero la delataban como una panadera callejera, aquel pequeño gesto acentuaba los movimientos de su ancha cadera, asomándose por momentos su torneado muslo en la línea que abría su larga pollera roja.

Cuando la tuve a centímetros quedé embelesado, unas gruesas cejas le daban una mirada profunda, a los parpados caídos con hermosura. Unas mejillas prominentes hacían con la enorme sonrisa que mantenía en todo momento, labios carnosos propios de una naturalidad salvaje.

—¿Você va querer um po?

—¿je? Sí, voy a llevar un… Par… —Atine a sentenciar, intentando desviar la mirada del par de atributos que se derramaban por su pecho como unas hermosas lágrimas.

Avergonzado por mi evidente asombro tanto a su figura como rostro, atine a contestar de reflejo, como si su belleza hubiera funcionado como gancho de ventas.

—¿Vo so cara nova acá? Ñao acuerdo de você, nene. Eu passo todas las mañanas, búscame ña si te falta alguma coisa con que acompanhar el desayuno. —Dijo guiñándome un ojo en lo que se marchaba tras cobrarme.

Tanto la panadera como el frutero, utilizaban aquella combinación de portugués y español, parecido al de Brasil, pero con adicciones españolas, el resultado del mestizaje tras la colonización. Había olvidado aquella forma de hablar, una que sería una herejía al diccionario tanto para Europa como para Sudamérica. Finalmente, subí las escaleras del complejo de departamentos, mis piernas ya notaban un dulce cansancio.

Con una bolsa llena de frutas y otra de panes con queso, los llamados Pãoqueijos, una comida típica de este país. Me sentía como un tonto al soltar algunas monedas por dejarme engatusar, un momento pensaba en ponerme en forma y en otro estoy comprando calorías, pero en el fondo también me llegaron una mezcla de nostalgia y curiosidad por volver a probarlo. Recordé que en el primer año fuera extrañe su sabor tanto como de las amistades, con el tiempo me acostumbre a la gastronomía europea y termine olvidándola.

Como si esto se tratara de evitar que Florencio llegue a su cuarto para descansar, cruzando el pasillo que da con mi puerta, casi tropecé con un hombre que era empujado a fuera y que en calzoncillos se encontraba subiéndose los pantalones.

—¡Anda a la mierda a coger a tu puta madre! ¡Idiota! —Soltó una joven con el pelo teñido de rojo, la cual parecía ser la que lo había empujado.

¿Es que acaso acá nadie lleva ropa?

Fue lo que pensé en lo que veía rebotar los juveniles pechos con cada sobresalto de sus gritos, hipnotizado con el movimiento de sus pezones. Eran pequeños, pero turgentes, con una piel algo porosa igual que su cuerpo delgado, notando ligeramente las costillas y una línea algo marcada que resaltaba su ombligo.

El muchacho del cual apenas me pude fijar, soltó también una serie de insultos antes de marcharse. Chocando hombro con hombro conmigo al hacerlo, tal vez me había quedado observando demasiado a mi vecina.

—¡¿Y vos qué mierda miras?! —Soltó al finalmente notarme.

—Nada-nada… —dije con la cabeza gacha, en lo que llegaba a mi puerta.

Quitándome los zapatos, desabotonándome la camisa, entre en un humor relajante, el paseo había tenido unas cuantas sorpresas, pero había cumplido su función.

Fuera del mapa mental que trazaba con la imaginación para guardarla en la memoria, dispuse de mi computadora portátil, para acceder a los archivos Excel, en los que enlisté los precios de varios productos del mercado que me podrían interesar. Lamentablemente, tuve que volver a recurrir al celular para revisar las redes, una tarea de prioridad será conseguir un modem de internet.

La búsqueda de compañero de cuarto, lo había publicado en redes como Instagram y Twitter, los cuales a pesar de ir cambiando de nombres, siempre los identifico con los originales. No había puesto mi número de celular, ya que me parecía algo demasiado precipitado, me limite a dejar mi correo electrónico, creyendo que eso sería más seguro.

Mientras cargaba la bandeja de entrada del Gmail, me dispuse a registrarme en redes sociales nacionales enfocadas en la búsqueda de trabajo. Me animo al encontrar que tenía unos correos nuevos, en vano, pues la mayoría eran promociones de sitios webs o mensajes de despedidas de mis ex jefes. Había esperado algún interesado en el departamento compartido, pero de todos modos, uno me llamo la atención.

El asunto decía “Notificación de herencia”

Estimado Florencio Oliver Monsivar Rhozmar

Espero que este mensaje lo encuentre oportuno. Me dirijo a usted en calidad de abogado de la familia Monsivar, para informarle sobre una notificación importante relacionada con la herencia de Ernesto Monsivar, quien lamentablemente ha fallecido él en la fecha especificada en correos anteriores.

Debido a su ausencia en el país, los bienes ya han sido administrados con los principales responsables de la familia Monsivar y Rhozmar, sin embargo, eso solo significa que la parte que le corresponde ha sido guardada, aguardando su llegada. Es fundamental que se le comunique información relevante relacionada con la sucesión y la distribución de bienes, por lo que, en conformidad con las leyes correspondientes, debemos proceder con la entrega formal de esta notificación.

Quedo a la espera de su pronta respuesta.

Atentamente Juan Carlos Rodríguez García.

Abogado privado de la familia Monsivar.

Tan solo lo leí entre líneas, pero fue suficiente para pausar los mordiscos a mi desayuno, basado en el pan de queso y frutas. Pues aquello me había causado un nudo en la garganta, no había reparado en mi familia al llegar, no, ni siquiera se me paso por la cabeza tras zarpar del extranjero. Tenía mis razones… Mis padres y yo nunca habíamos sido los más unidos, empezando con que fui criado por mis abuelos.

Don Ernesto… había sido una muy buena figura paternal durante mi adolescencia, una que mostraba la sensibilidad que no encontraba en mis distantes padres. Que hayan vendido los campos de cultivo tras su fallecimiento, sonaba a algo que harían ellos… Pero realmente, quejarme legalmente de eso solo me traería problemas, los mismos de los que me había podido alejar al viajar.

Sintiendo que estaba luchando por un dinero que no me pertenecía, enliste citando al abogado a posibles reuniones, porque después de todo tampoco sentía que mis padres tenían total derecho a las pertenencias de mis abuelos. Recordando como a menudo se avergonzaban de sus orígenes humildes, ahora que ya no están no tienen problemas de sacar provecho de ello, sin embargo, lo que más me causaba pesar, es el que no haber podido estar en su funeral…

Al menos pude estar en el de la abuela, su pérdida fue un duro golpe para mi vida, había estado tan enfocado en mis notas y en las competencias por becas extranjeras, que aquello me encontró de la forma más repentina. El viejo Ernesto derramó un par de lágrimas al ver su ataúd, lleno de flores cortadas del tallo, ser tragado poco a poco por la tierra. Yo, en cambio, para el bochorno de mis padres, rompí en un descontrolado llanto. Había sido la persona más dulce y bondadosa que haya conocido jamás, no solo conmigo sino que con los demás, un título que no se lo arrebato ninguna persona que conocí en fuera del país.

Con una amarga sonrisa, mi abuelo me acompaño durante el camino de regreso, posando su brazo sobre mis hombros en un abrazo. En su arrugado rostro, se apreciaba una amarga sonrisa, entre bromas, me dejo en claro que ella había vivido en la dicha y trabajo digno. Aquello ayudo a calmarme, incluso en esa situación, él estaba más enfocado en mi bienestar que en su propio desahogo.

Aquellas memorias se me cruzaban en la mente en lo que terminaba de redactar la respuesta al correo. Con solo recordarlo, los ojos se me ponían vidriosos, una mezcla de melancolía y culpa, a punto de derramar las primeras lágrimas. Pero antes de que ocurriera, me limpio los ojos con el mismo dedo que apretó el botón de enviar. Pues en esa misma charla con mi abuelo, le había prometido que recordaría los buenos momentos, esos con los que se pueden bromear y sacar alguna sonrisa, que si se ha de llorar a una muerte, ha de ser de la risa.

Sacándome una sonrisa, tan amarga, como la que me dirigió mi abuelo aquel día.

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