Estaba obsesionado, debo reconocerlo.
Laura estaba tan buena, tenía un cuerpo tan perfectamente voluptuoso y pleno, que de solo pensar en ella ya se me insinuaba una erección. Quería cogérmela a toda costa y de la forma que fuera; esa era la verdad. Pero ella parecía no darse cuenta de que yo la perseguía con la mirada y con todo lo que estuviera a mi alcance para intentar un acercamiento y así poder hablarle y llevarla al terreno de la conquista, que terminaría seguramente cuando nos encamáramos y gozáramos como dos animales.
Muchas veces la había imaginado desnuda metiéndose en mi cama y diciéndome muy suave al oído que deseaba ser mía, y que por favor la hiciera acabar una y otra vez como solo yo era capaz de hacerlo mientras comenzaba a tocarme suavemente la pija y la alistaba para, segundos después, meterla dentro de su boca y chuparla con tanta pasión que yo no era capaz de retener el orgasmo, y explotaba inundándola de semen. La sola idea de vaciarme dentro de ella hacía que me volviera loco, me sacaba de quicio.
Laura era una joven delgada y de carne firme como la roca; sus ojos color miel, su boca y su cuerpo terriblemente sensual que invitaba al placer hacían de ella un animal sexual perfecto. Todos los días, mientras viajaba a mi trabajo en el maldito transporte público que siempre venía repleto, pensaba en ella y la erección aparecía.
Una noche, ya de regreso a casa, estaba más lleno que de costumbre. Viajaba parado y para poder correrme un pequeño lugar tenía que hacer grandes esfuerzos y pedir disculpas por empujar a los demás pasajeros. Llegué casi hasta la mitad y ahí quedé, ya que se había terminado el espacio y era imposible seguir avanzando.
Fue así que justo delante de mí estaba parada una muchacha que intentaba mantener el equilibrio ante los sacudones del ómnibus; evidentemente le resultaba una tarea imposible, ya que el conductor parecía empecinarse en conducir mal y en convertir al vehículo en una coctelera donde todos nos movíamos a su ritmo.
No sé qué ocurrió; realmente no lo sé.
Pero el hecho es que sin poder evitarlo, comencé a frotarme contra su culo ante los reiterados vaivenes, y mi verga despertó, comenzando a agrandarse y a abultar dentro de mis pantalones. Quise hacerme a un lado y evitar que ella se diera cuenta, pero justo en ese momento el micro volvió a sacudirse terriblemente, y le apoyé de pleno el miembro; mi desesperación fue total.
Estuve tentado de disculparme, pero preferí esperar y ver si había notado el bulto: no dijo ni una palabra ni se dio vuelta para increparme.
“Menos mal”, pensé.
Nuevamente ocurrió el percance, y mi pija seguía aumentando de tamaño ante cada roce; la mujer continuaba como si nada. Decidí que intentar moverme era evidenciar la situación, por lo que decidí hacerme el distraído y continuar los frotes pasara lo que pasara; me quedaba la excusa de decirle que no tenía otra opción, dada la cantidad de gente que viajaba.
Repentinamente ella giró la cabeza y me miró con una leve sonrisa.
“Dios mío, ahora me golpea”.
Y en ese instante sentí una suave caricia a la altura de mi bragueta, una cálida mano que recorría mi pene desde la base hasta la punta, como midiéndolo.
Ahora era ella quien buscaba apoyarse fuertemente contra mí, y bamboleaba el culo, aunque de una forma imperceptible para los demás pasajeros; me puse a pensar en Laura, ya que se le parecía bastante, y entonces, lentamente, comencé a masajearle la cola como respuesta a su toqueteo. Bajé un poco la mano hasta llegar a su pierna y descubrí una minifalda. Subí su pollera con mucho cuidado de no ser visto por nadie, metí los dedos por debajo de la bombacha y busqué desesperadamente su vagina, para poder comenzar a excitarla, pero cerró sus piernas de tal forma que me fue imposible efectuar la maniobra.
Allí descubrí un detalle: era una chica gordita.
“Aquí no” me dijo en voz muy baja al darse vuelta y mirarme nuevamente.
Retiré mi mano, la falda volvió a su posición, y yo quedé a la espera de su decisión.
“Bajemos”, me dijo resueltamente.
Como pudimos, y no sin pisotear a varias personas, conseguimos llegar hasta la puerta y por fin bajamos. Era inmensamente bonita, y confirmaba mi impresión de su peso, aunque poseía un cuerpo increíblemente armonioso y llamativo. Sus tetas parecían estar puestas a presión dentro de su corpiño y daban la impresión de no poder permanecer por mucho más tiempo allí dentro; eran los pechos más enormes que había visto en mi vida.
“¿Vivís con alguien?” Preguntó.
“No, vivo solo”.
“Entonces vayamos a tu casa, la mía queda demasiado lejos de aquí”.
Paré un taxi, subimos y fuimos rumbo a mi departamento. En el viaje no pude esperar y toqué su pierna con tanta vehemencia que creí que el taxista estaba viéndonos. Iba de la rodilla hacia arriba y le levantaba la pollera, que dejaba ver unas medias negras y una tanga del mismo color. La muchacha abrió levemente las piernas y guio mi mano hasta su intimidad, pero inmediatamente la sacó y se acomodó en el asiento sin decir una palabra, y pasó el resto del viaje en silencio mirando por la ventanilla.
Cuando por fin llegamos, la invité a sentarse y beber una copa, lo que aceptó de buen grado. Fui a la cocina a buscar hielo, y cuando volví, la encontré en ropa interior recostada en el sillón. Realmente, y pese a sus kilos de más, poseía un cuerpo voluptuoso y extraordinario; tal como había deducido, tenía las tetas gigantes y perfectamente paradas, y había metido su mano bajo su diminuta tanga para frotarse el sexo e ir preparando el terreno que yo visitaría en unos minutos. Debo decirlo: estaba extasiado con ese panorama, y a esa altura, terriblemente caliente. Su masaje ya comenzaba a acompañarse con lentos movimientos de su pelvis hacia delante y atrás, y para completar la escena, se sacó toda la ropa y volvió a estimularse.
“Sacá la pija, la necesito”, rogó.
No la hice esperar: también yo me desnudé por completo y tomándola de la mano la llevé hasta la cama; ambos nos tiramos en ella y comenzamos a tocarnos desesperadamente, metió su lengua en mi boca y jugueteó unos instantes, mientras con su mano tiraba bien hacia atrás la piel de mi pene y comenzaba a acariciar el glande.
Me acostó boca arriba y se acomodó sobre mí; ahora podía disfrutar por primera vez y en su verdadera dimensión de sus pechos monumentales y sus salientes pezones color cereza. Agarró con sus dos manos la pija y comenzó a hacerme una paja con tal lentitud que creí que iba a morir de placer; grité que había llegado al límite de la exasperación, se la puso en la boca y comenzó una mamada como jamás nadie me la había hecho, era una gloria y mi placer, infinito.
Estaba a punto de acabar, y ella lo notó. Sin decir palabra se acostó y me pidió que le apoyara la pija entre las tetas, lo que hice con urgencia. Era tal mi necesidad de descargar, que empecé a empujar locamente mientras ella apretaba sus melones contra mi miembro para crear mayor superficie de contacto y brindarme más placer. No pude más: largué el primer chorro de semen que fue a parar a su cara, y los siguientes espasmos inundaron sus tetas mientras ambos gemíamos por el orgasmo simultáneo que habíamos logrado. Mientras yo sacudía sobre su vientre mi aparato para drenar las últimas gotas que quedaban, ella se metía la mano llena de semen en la boca, y lo saboreaba con una mueca de lujuria.
Fui al baño a higienizarme, y cuando volví a la cama, la encontré descansando boca abajo. Tenía un culo amplio y parado, con la carne firme y sedosa. Me senté a su lado y comencé a acariciar los cachetes con la mano abierta; ella hizo una mueca de placer, y comenzó a gemir con intensa suavidad. Poco a poco fui entrando en clima y nuevamente se me empinó el palo, por lo que mi excitación aumentó rápidamente, y mis masajes se hicieron más seguidos e intensos. La muchacha también había entrado en clima, y jadeaba sin cesar, pero no se movía. Le separé las piernas y pude ver su vagina casi sin vello púbico y mojada; le separé los cachetes y empecé a lamerle la raya, deteniéndome en el agujero del culo, que ante mis embates, se dilató en una invitación al placer.
Rápidamente busqué la almohada y se la puse debajo del vientre, para que esa preciosa cueva quedara lo más expuesta posible; a esa altura, ella resoplaba como un animal e imploraba que la cogiera y la hiciera acabar. Me planté justo detrás, sostuve la verga, y con la mano la guie por esa preciosa cola hasta que encontró el hoyo; con un leve esfuerzo le metí la cabeza, y esperé porque me pareció escuchar un leve quejido de dolor. Continué, ya desesperado de calentura, y en un loco embate se la pude meter hasta el final.
Ella gritaba y jadeaba; con una mano me tocaba la base del miembro, mientras con la otra se masajeaba el clítoris y se metía los dedos bien adentro pidiendo a gritos que me sacudiera; comencé a bombear dentro de ella en forma tan tremenda como en mi primer polvo.
Sus nalgas golpeaban contra mis huevos y mi pelvis y me hacían calentar más; su caverna estaba deliciosamente lubricada y cálida, y mi pija se regocijaba en ella. Sentí venir el orgasmo, y con movimientos casi bestiales mandé las últimas embestidas, hasta que largué los chorros de leche sin cesar.
Ella continuaba gimiendo y tocándose con desesperación, mientras gritaba que necesitaba mi miembro en su concha, por lo que se puso boca arriba, me acomodó, y guiándome con la mano, se la introdujo hasta el fondo, rodeando mi cintura con sus piernas y efectuando unos movimientos de caderas tan elásticos y violentos como nunca antes había visto en mi vida.
Jamás había sentido tanto goce, el miembro se perdía entre sus deliciosas carnes, y yo le apretaba y chupaba las tetas como si fuera la última vez. No podía más.
“Vaciate en mí, por favor”, gritó con la voz ronca y los ojos dados vuelta del orgasmo descomunal que estaba experimentando; era una máquina de coger y acabar. Finalmente, y luego de una soberano esfuerzo, llegué al clímax nuevamente y eyaculé en ella, quedando un rato con mi miembro dentro, hasta que comenzó a quedar fláccido. Nos besamos y tocamos largamente antes de separarnos.
Encendí un cigarrillo y la abracé: nunca había cogido tan estupendamente como con esa chica extraordinaria. Su gordura había resultado una bendición.
“Ni siquiera nos hemos presentado”, expresé en una pausa del cigarrillo. “Me llamo Nicanor”.
“Y yo, Laura”, contestó dulcemente.
Mi sorpresa fue mayúscula, y una sonrisa se apoderó de mí. ¡Finalmente, y después de todo, me había cogido a Laura!