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Esta tarde en el hotel
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Tiempo de lectura: 9 minutos

Estaba en mitad de una reunión con uno de mis clientes más importantes cuando noté que el WhatsApp me hacía vibrar el teléfono. Estaba seguro de que era Raúl.

“Esta tarde en el hotel”

Vaya. La tarde se presentaba movida. Creo que todos los que estaban en la mesa de reunión me notaron la sonrisa; soy muy transparente. Llevaba cuatro meses saliendo con Raúl, y cada cita que teníamos resultaba más interesante. Procuré concentrarme en la reunión. Uno de los ingenieros de mi cliente se estaba quejando de que nuestra última versión de software no era muy estable. Miré a nuestro director técnico y me dijo con los ojos que lo dejara en sus manos. El teléfono volvió a vibrar.

“Encontrarás instrucciones sobre la cama”

¿Instrucciones? Un sofoco me subió desde los pies hasta la entrepierna y posteriormente hasta mis mejillas. Noté como me ruborizaba. ¿Me estaban mirando de reojo los demás desde sus sillas o eran imaginaciones mías? Nuestro director técnico estaba dando explicaciones acerca de la calidad del software. Yo hacía esfuerzos por concentrarme en el asunto, pero no podía.

¿Habíamos llegado hasta el punto de que me diera “instrucciones” en un papel sobre la cama del hotel? Mi irritación era solo comparable a la excitación que sentía en mi entrepierna. Raúl había dado muestras de que le gustaban los juegos de dominación. En una de nuestras citas entre risas me había insinuado que le gustaría atarme las manos a la cabecera de la cama para follarme. Era la época de la moda de las “50 Sombras de Grey” y le dejé hacer. La verdad es que disfrutamos como animales. Tuve un orgasmo inolvidable. Ahora parece que quería ir un paso más allá.

“Yo llegaré a las 7 en punto. Estate preparada”

O sea que tenía que estar preparada a las 7 en punto. La palabra “preparada” se repetía en mi cabeza. Como una comida. Como un banquete. Eso es lo que íbamos a hacer, darnos un banquete probablemente –o por lo menos él se iba a dar un banquete. La risa me estallaba por dentro y mis esfuerzos porque no me lo notaran en la mesa de reuniones cada vez eran más inútiles. La reunión acabó y solo pude balbucear unas palabras de despedida. Me miraron con extrañeza. Pasé el resto de la jornada laboral pensando en los conceptos “instrucciones” y “preparada”.

Llegué a casa con tiempo para arreglarme tranquilamente y disfrutarlo. Me depilé el vello púbico cuidadosamente. Tuve que hacer grandes esfuerzos por no masturbarme. Me duché y perfumé adecuadamente. Me puse la ropa que más le gusta: una blusa sin mangas y una falda ajustada por encima de la rodilla. Por debajo llevaba unas medias con liguero, unas pequeñas bragas a juego, y un sujetador muy escotado. Tan escotado que casi dejan los pezones a la vista. En los pies, unos tacones finos clásicos. Estas cosas le gustan a Raúl. El también suele ir bien vestido al estilo clásico. Y no sería la primera vez que estando él en traje, me quita toda la ropa –excepto los tacones por supuesto- sin dejarme que le quite ni la chaqueta. Nos daba morbo estar así. Y a él le gustaba hacerme sentir un poco desvalida e indefensa.

Me senté en la parte de atrás del taxi. Y como siempre que iba con ligueros en un taxi –la verdad es que solo me pongo los ligueros cuando tengo citas amorosas- me acordé de una de las primeras escenas de “Histoire d’O” en la que su amante le sube la falda a la protagonista dentro del taxi hasta que sus muslos quedan al descubierto y su culo en contacto con la piel del asiento. A Raúl le gusta también subirme la falda con la mano al tiempo que me acaricia el muslo, y aprovecha la ocasión igual en un taxi que en un ascensor, aunque nunca ha llegado al punto de que alguien se haya dado cuenta de la maniobra. Lo que no es obstáculo para que nos ponga a cien y corramos a echar un polvo en cuanto podemos.

Como no sabía lo que implicaba “estar preparada”, llegué al hotel mucho tiempo antes de las 7:00. Pregunté por nuestra habitación, que él ya había reservado. Siempre vamos a la misma habitación, con una enorme cama de dos por dos metros, una mesita pequeña con 2 cómodos sillones y un magnífico ventanal con vistas al Paseo de la Castellana. En el frigorífico siempre había una botella de champagne. El recepcionista me dio un sobre donde estaba escrito mi nombre, aunque la letra no era de Raúl. Dentro estaba la llave. O sea que él ya había estado allí, probablemente para dejar las “instrucciones”. Ya habíamos utilizado el mismo procedimiento para dejarnos la llave de las habitaciones en otras ocasiones, aunque la letra con mi nombre en el sobre solía ser la letra de Raúl. A veces me preguntaba qué pensarían de nosotros el personal de recepción, aunque estaba seguro de que otras parejas hacían lo mismo.

Cuando entraba en la habitación el corazón me palpitaba a toda velocidad. La cama estaba abierta y la sábana y el edredón se habían retirado hasta los pies de la cama. Sobre la elegante sábana de lino blanco había un sobre y al lado un antifaz de color negro como los que te dan en los aviones en los vuelos transatlánticos para poder conciliar el sueño. Abrí el sobre: eran las “instrucciones”.

“Desnúdate, ponte el antifaz y espera sobre la cama. Cuando se abra la puerta empieza a masturbarte. Cuando estés cerca de llegar al orgasmo, para. No te quites el antifaz.

Raúl”

El corazón me ardía. Esas eran las instrucciones. Quiere que me acaricie para él. Quiere que me ponga sobre la cama y que le haga el espectáculo como en un peep show. Y a ciegas. Sin que pueda mirarle a los ojos o ver el tamaño de su polla. Quiere explorarme desde todos los ángulos mientras yo gimo y me acerco al orgasmo, pero sin llegar. Será cabrón. Todavía faltaban varios minutos para las siete. Notaba como la humedad de mi coño crecía sin control. Me quité toda la ropa y la coloqué en el armario mientras pensaba cómo lo iba a hacer. Cuando faltaban 5 minutos para las 7:00 yo estaba de rodillas encima de la cama sentada sobre mis talones, completamente desnuda y con el antifaz puesto y las manos sobre los muslos.

Con puntualidad inglesa la puerta de la habitación se abrió. Se oyeron pasos, la puerta se cerró y los pasos se movieron hacia la zona de la habitación donde estaban la mesita y los sillones. Oí ruido de ropa, probablemente se estaba quitando el abrigo. Sabía que no debía de decirlo pero no me contuve:

-¿Eres tú Raúl?

Silencio.

Los pasos cesaron y se oyó el ruido que alguien hace cuando se sienta en un sillón. Notaba los latidos del corazón en la garganta. Estaba hiperventilando.

Empecé a acariciarme los muslos con las manos. Desde las rodillas hasta la vulva. Por dentro y por fuera. Me elevé un poco sobre mis talones y acaricié con mis manos mis pantorrillas hasta llegar a los pies. Me acaricié la planta y los dedos de los pies por debajo de mi culo mientras el propio movimiento de los brazos hacia atrás, hacía mi pecho más prominente y mis pezones más visibles. Me giré un poco para estar de frente a donde sabía que estaban los sillones. Al fin y al cabo lo que se espera de una chica de un peep show es que todo se haga bien visible a los ojos del cliente. De esta forma era posible verme desde allí la profundidad de mis muslos y mi pubis depilado.

Fui subiendo con mis manos por mi cintura hasta mis pechos y me los acaricié suavemente. Tenía los pezones de punta. Me sujeté mi pecho izquierdo con mi mano izquierda y metí dos dedos de la mano derecha en mi boca, me los llené de saliva con ella mojé la aureola y me apreté el pezón. Repetí la operación con mi pecho derecho. Varias veces. Los pezones me dolían pero me ayudaban a mantener mi mente en la realidad de la situación. Y sabía que le gustaría. Es lo que se espera de un buen espectáculo porno. Yo llevaba un rato gimiendo, pero me di cuenta de repente, como con un susto. Estaba ya de lleno en mi papel.

Me giré sobre mí misma y me puse a cuatro patas. Empezaba el segundo acto. Agaché los hombros hasta que casi tocaban las sábanas y me pasé una mano entre los muslos, tocándome el ano con el dedo anular, que todavía estaba mojado de saliva. Recorrí todo lo despacio que pude el espacio entre mi ano y mi clítoris. Metí el dedo en mi vagina y lo saqué completamente mojado. Era evidente que la artista estaba disfrutando del espectáculo tanto como el público. Repetí la escena y un espasmo sacudió mis piernas. El orgasmo estaba a la vista.

No se oía el más mínimo ruido en la habitación. Ni un suspiro, ni una respiración. Me tumbé sobre la sábana mirando hacia el techo. En todo momento cuando me movía procuraba seguir las normas del espectáculo. Movimientos sexy. El pie siempre estirado y de punta. Separé las piernas de forma que mis pies apuntaban a las esquinas de la cama y mi vulva quedaba visible. Con mi mano izquierda me acariciaba los pechos y con mi mano derecha el clítoris. Me apretaba los pezones hasta que no podía soportar el dolor. Me costaba mantener las piernas abiertas, mi coño me decía que las cerrara para facilitar el orgasmo que se avecinaba. “Cuando estés cerca de llegar al orgasmo, para”. Las palabras las tenía grabadas mi cabeza. Tenía las piernas abiertas y en tensión, duras como piedras, con los pies estirados y apuntando al infinito, los dedos de mi mano derecha en mi clítoris y aquello iba a acabar si no hacía algo pronto.

Dejé de acariciarme y puse las manos sobre mi cabeza, tocando el cabecero de la cama. Un dolor salía de mi clítoris hacia todas las partes de mi cuerpo protestando por ese orgasmo interrumpido. Junté mis piernas y una sensación dulce subió por ellas. Mi vagina estaba chorreando, esperando que alguien acabara el trabajo.

Pasaron unos segundos interminables. Yo seguía frotando una pierna contra la otra para consolarme del orgasmo interruptus con las puntas de los pies siempre apuntando hacia delante y las manos encima de mi cabeza. Por fin se oyó algo de ruido desde el sillón. Unos pasos se acercaban hacia mí con parsimonia. Me agarraron de un brazo y me obligaron a ponerme de rodillas de nuevo sobre mis talones, pero esta vez estaba dando la espalda a la mano que me sujetaba. Me cogió las dos muñecas y me las juntó en mi espalda, atándolas con algo que parecía como el cinturón de un albornoz. Cuando terminó, tiró de ellas hacia arriba obligándome a inclinar mi torso hacia delante hasta que mi cara se apoyó en la cama, dejando mi culo completamente expuesto. De nuevo no pude resistirme:

-¿Eres tú Raúl?

Silencio. Me dejó en esa posición y los pasos se alejaron unos segundos. Oí ruido como que buscaba algo en una cartera y los pasos se acercaron de nuevo. Me levantó la cara apoyando su mano en mi frente y me colocó una bola en la boca que ató con una cinta por detrás de mi cabeza. Según parece había hablado demasiado. Volvió a empujar mi cara hacia la cama y mi saliva empezó rápidamente a desbordarse por los lados de mi mordaza y a mojar la sábana. Sospechaba lo que iba a pasar después.

Yo estaba de rodillas en el borde de la cama, con mi cabeza agachada hasta la cama y mi cara pegada a la sábana. Mis manos estaban atadas a mi espalda, exhibiendo mi culo, mi vulva y mis muslos a quienquiera que me estuviera viendo, suponía que Raúl. Había estado a punto de llegar al orgasmo pero lo había interrumpido, y ahora estaba deseando que quienquiera que fuese me follara con unos buenos empujones para acabar con esta tortura. Ni siquiera podía suplicarlo pues según parece ya había hablado demasiado y mi boca estaba cerrada con una mordaza para que no pudiera pedir, quejarme ni preguntar nada.

Mis súplicas debieron de llegar a buen puerto, pues después de un breve ruido de ropas, noté como unas manos me separaban los muslos, me levantaban más todavía el culo e inmediatamente después de una única embestida, una polla de importante tamaño entraba en mi coño hasta el fondo haciéndome retorcer de dolor y placer. Yo intentaba cerrar los muslos para favorecer que llegara el orgasmo pero las manos me sujetaban fuertemente los muslos y me lo impedían. Sufrí los empujones con creciente placer mientras notaba como mis pechos se bamboleaban rozando la sábana con mis pezones.

Mi cara se frotaba contra la sábana mojándola con la saliva que salía de entre mis labios y mi mordaza. Así estuvimos unos minutos mientras que yo notaba cómo la excitación de Raúl (o quienquiera que fuese) iba en aumento, hasta que al final, con unos empujones espasmódicos noté como eyaculaba dentro de mí al tiempo que poco a poco reducía las embestidas y terminó sacando su polla, empujándome de lado y dejándome caer de lado en la cama, de forma que ahora yo estaba en posición fetal sobre mi lado izquierdo, con las manos atadas a la espalda, el antifaz, la mordaza y mi entrepierna llena de semen. Yo no había llegado al orgasmo, ya que necesito la estimulación del clítoris para hacerlo, y en la posición que habíamos tenido era imposible.

Noté pasos en dirección al baño de la habitación y después ruido de agua saliendo de un grifo. Se estaba limpiando. Me preguntaba que pasaría ahora conmigo. Al cabo de un rato oí de nuevo pasos acercándose. Me tumbó boca arriba y me abrió las piernas, aunque no me desató las manos, que seguía teniendo atadas debajo de mi espalda. Me puso una toalla húmeda y caliente entre las piernas, con la que me limpió el semen que tenía extendido por la vulva y los muslos. Cada vez que la toalla pasaba por mi clítoris yo reventaba de placer y levantaba la pelvis para que el placer durara más. Al cabo de unos minutos se deshizo de la toalla y empezó a acariciarme los muslos y la vulva con una mano al tiempo que con la otra me acariciaba los pechos. Yo me encorvaba a uno y otro lado para disfrutar más del placer, y cerraba las piernas intentando atrapar su mano entre mis muslos. Al cabo de unos minutos, entre mis gemidos que salían como podían de la mordaza, tuve el orgasmo más intenso y duradero que había tenido en toda mi vida. Mi cuerpo se retorcía de placer mientras una de sus manos me apretaba la vulva y la otra los pezones y los pechos. La saliva se desbordaba de mi mordaza a raudales.

Estuvo acariciándome hasta que me fui calmando, extendiendo las caricias por todo mi cuerpo: las piernas, los pies y la cintura. Así estuvo un buen rato, mientras mi respiración se ralentizaba. Sentía sus manos suaves y cálidas con un inmenso placer. Yo sentía una paz y un bienestar que nunca había tenido en ninguna otra aventura sexual. Finalmente me giró ligeramente sobre la cama, me quitó la atadura de las manos, dejándome tumbada sobre la cama con la mordaza y el antifaz puesto y las manos libres. Oí sus pasos primero en dirección a los sillones, después de una breve pausa en dirección a la puerta. Oí cómo la puerta se abría y después se cerraba. Podría haberme quitado el antifaz rápidamente para asegurarme de que quien salía por la puerta era Raúl, pero no quise hacerlo, preferí respetar sus deseos y guardar aquel recuerdo tal y como él quiso dármelo. Así que cuando ya se había perdido el ruido de sus pasos por el pasillo del hotel me quité la mordaza y el antifaz, me incorporé despacio, me duché, y después de ponerme la excitante ropa que había elegido para mi amante (Raúl o quien hubiera sido) y que él no había visto, salí de la habitación y pedí un taxi en la puerta del hotel.

Al día siguiente no nos llamamos. A los dos días Raúl me llamó.

– ¿Quieres quedar para comer?

Comimos juntos en un restaurante al lado de mi oficina. Tuvimos una conversación trivial. No hablamos de sexo. No mencionamos la cita del otro día. Después de comer nos despedimos porque él tenía que hacer un viaje corto por la tarde.

A los cuatro días (ayer) quedamos en el mismo hotel de La Castellana. Nos vimos en el bar. Subimos juntos a la habitación e hicimos el amor como siempre. Nadie mencionó el antifaz, ni la mordaza, ni la toalla caliente. Estuve escrutando toda la tarde su cara para ver si encontraba alguna sonrisa, rastro de ironía, o cualquier indicio que me confirmara que él había sido la persona que me había follado y llevado a la cota de placer más intenso que había sentido en toda mi vida.

No lo encontré.

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