Mi cuerpo se siente pesado, osado con mis dedos palpo mi primer reconocimiento al levantarme. Mis manos escurren como si arena se tratase, al caer aterrizó en una especie de mata.
Un sobresalto agudo me responde, entonces escamosa sensación entre mis dedos. Deslizo para volver a aquellas movedizas arenas, entendiendo ya unas blandas carnes, invitándome a jugar.
Un femenino murmurar intenta evadir torpemente mi cariño, crece mi tubular, aventurándose en una cálida humedad.
El vaivén espumoso acompaña el ritmo de mis caderas, grumos, bombeo en ese gomoso palpitar. Delicias estallan en mis sienes, Codició unos labios que buscando los míos se aventura sobre mi cuello.
Entrelazo mi tentáculo bocal con la suya una vez me encuentra, invadiéndome una salada lujuria entre esos puntiagudos dientes. Unos escamosos brazos rodean mi espalda, siento un eléctrico estrangular por todo mi cuerpo.
—Splash… Splash… Splash
Perversos alaridos llenan nuestros alrededores, sintiendo mis pectorales chocar contra sus blandas protuberancias. Embisto con fuerza aquella gruta palpitante, incitó a no soltar aquel placer desorbitarte.
No entiendo donde estoy ni como acabe aquí, pero sin duda en esta isla me podría quedar a vivir. Los estímulos me obligan a mantener los ojos cerrados, pero me imagino con la mente menguada, los maravillosos colores que aquellas suaves escamas guardan. Los mismos que explotan al sentir mis últimos empujones en tan melosa cavidad, pues atiza golosa las convulsiones que nuestros cuerpos unidos sueltan.
Nos mecemos en un relajante derramar, una vez sanar mis instintos, una vez crecemos, y otra descansar. Entonces, cuando puedo pensar en la gravedad de lo ocurrido, es muy tarde para entenderlo como una pesadilla.
Despierto carraspeando la garganta, sal y arena escupiendo. Tras sulfurar por la molesta y cálida humedad, y procurar mi fatigado cuerpo levantar. Lento pero seguro, entre la mojada arena trepo. El sonido del vaivén espumoso es lo primero que llega a mi oído. Me froto la frente buscando alejar el malestar que hostiga mi mente. La cegadora luz atrasa mis intenciones de abrir los parpados…
Como silla utilizo una roca cercana y en la orilla visualizó los pedazos de nuestra arca. ¿Qué había pasado en aquella tormenta?, no importaba ya, el naufragio era ya un hecho. No habíamos creído los cuentos sobre sirenas en ese entonces, creyéndolo una fábula que buscaba la continencia en los adolescentes.