La señora Elda, pelirroja de 35 años, inconforme con su apariencia desde muy pequeña por las burlas que los niños hacían por el color de su cabello, acostumbrada a vestir de la manera menos llamativa posible, siempre con ropas holgadas o de colores opacos, todo con el fin de que nadie se sintiera con deseo de voltear hacia donde ella estaba.
Por lo mismo, su vida amorosa tenía el mismo color gris de sus ropas, se casó más por obligación que por deseo, con un tipo que no tenía la mínima idea de cómo satisfacer a una mujer (al menos la de su casa).
La vida de la señora Elda se reducía a las labores de la casa y por las tardes a actividades de beneficio, mismas que realizaba en la iglesia de su barrio.
Ahí fue donde pudo encontrar amistad con otras mujeres, todas mayores a ella, que habían encontrado en las obras de caridad una razón para sobre llevar su vida.
Esta ocasión tocaba recolectar dinero para hacer obras de caridad con la gente pobre que vivía en la zona, de tal suerte que en su grupo de caridad se habían organizado ya en grupos de dos mujeres para cubrir un área más grande y tratar de recolectar más.
Llego ese viernes por la tarde a la Iglesia, para verse con la acompañante de esa misión, para tristemente darse cuenta que su compañera no había asistido, por tener labores extraordinarias que hacer en casa.
Así que partieron todas las parejas, cada una en diferentes direcciones según la zona que les habían asignado a cada una de ellas, quedando sola la señora Elda, preguntándose a sí misma que haría el resto de la tarde.
Si regreso a casa, estaré aburrida, aunque mi marido se encuentra ahí, será como si no estuviera (pensaba), ya acostumbrada a ser ignorada por el marido.
Así que decidió emprender la colecta ella sola, -tal vez me aburriré menos- se decía a sí misma, mientras se enfilaba a las calles que le habían sido asignadas.
Desconectada del mundo de la moda, la señora Elda pensó en ponerse ropa que le fueran más cómodas, sin pensar en el efecto visual que pudieran causar (o no).
Enfundada en unos leggins color gris (obviamente), con una camisa de franela de gran tamaño, que escondía tanto los senos como la cintura de la señora Elda, los cuales bien pudieran ser la envidia de cualquier mujer, solo que por lógica ella no lo sabía.
Se calzó unas zapatillas de plataforma, pero cómodas para caminar, sin saber que esas plataformas hacían que sus pantorrillas lucieran torneadas por la postura que las plataformas le generaban.
Muy pronto llego a la zona que debía cubrir, empezando a tocar puertas, mismas que al ser abiertas, eran indicación de empezar un discurso ya ensayado, de quien era ella, de donde venía, y lo que andaba haciendo.
La tarde transcurrió muy rápida, en algunas casas le daban con gusto, en otras se negaban y en otras no atendían al llamado, era una avenida grande que tenía muchos negocios, por lo que rápidamente noto que era en estos en donde era más fácil que le pudieran dar algo de cooperación.
Después de un par de horas, pensó en dar la vuelta y regresar, satisfecha de lo recolectado hasta el momento, así que tomo camino de vuelta hacia la Iglesia para reportar la cantidad que había recolectado y posteriormente dirigirse a su casa.
Apenas había regresado un par de calles, cuando en una esquina al voltear para cruzar, vio en la boca calle un pequeño negocio a unos cuantos pasos, una desponchadora, como todas con varias llantas en la banqueta, por lo que la señora Elda, se dijo: en los negocios me fue bien, y no me desvió mucho, así que nada puede salir mal…
Llego al negocio y no se veía nadie que estuviera a cargo del local, – buenas tardes- gritó hacia adentro del local, sin recibir respuesta.
Dio unos cuantos pasos hacia adentro, y poco a poco el ambiente se iba llenando de un penetrante olor a caucho, que hacía pesada la respiración de la señora Elda.
-Buenas tardes -repitió el saludo, sin obtener respuesta de nuevo, vio hacia el fondo del local, solamente se apreciaba un reflector que apuntaba hacia la calle, sin permitir ver con claridad si alguien estaba en la parte trasera.
Camino un par de pasos más, llegando casi a la mitad del local, cuando de repente a sus espaldas se escuchó un estruendo, de la cortina metálica al ser cerrada, de inmediato el local se oscureció, ya que el reflector no estaba diseñado para alumbrar una habitación, solamente servía para deslumbrar.
Era el encargado de la desponchadora, Toribio, un hombre que rondaba los 45 años, de aspecto desagradable, ya que sus vestimentas estaban llenas de caucho de las llantas (con su respectivo olor) y aunque es un trabajo que requiere cierta actividad física, no era musculoso, por el contrario acusaba una barriga que sobresalía por encima del cinturón.
Cargando en un brazo un six pack de cerveza (probablemente la causante del abdomen) y un caminado que lo acusaba de llevar ya al menos un par de six packs en el estómago, vio la silueta de la señora Elda, la cual al recibir de lleno la iluminación del reflector, haciendo que la holgada camisa se transparentara, dejando ver solo la forma del cuerpo, que sin ser espectacular ni mucho menos, pero se veía una cintura delgada, con unas caderas de buen tamaño, unos muslos torneados y unas pantorrillas que con los zapatos de plataforma lucían de manera espectacular.
De inmediato la señora Elda volteo hacia la salida, repitiendo el saludo – buenas tardes –a lo que esta vez tuvo respuesta:
T: Buenas tardes mamacita, pero que linda mujercita me apareció en mi negocio.
De inmediato la señora Elda repitió el mismo discurso que había dado en todos los lugares en donde había estado recolectando anteriormente, mientras el señor Toribio se acercaba poco a poco a ella, sin dejar de admirar la silueta provocada por la luz del reflector.
T: Así que ahora mandan estos ángeles a hacer las colectas, cada vez tiene mejores ideas la Iglesia.
La señora Elda, visiblemente nerviosa trataba de salir lo más rápido posible de esa situación.
E: Mire señor, estoy de prisa, si no desea colaborar, tengo todavía que recorrer varias calles.
T: Claro que voy a participar en la colecta, en especial por tan hermosa recolectora que me mandaron, pero primero debes tomarte una cerveza conmigo.
La señora Elda abrió los ojos de espanto, -pero yo nunca he tomado- respondió casi a gritos.
T: No te preocupes angelito, esto es casi como un refresco, además ya debes tener sed después de tanto caminar, y sobre todo que es una tarde soleada.
La cabeza de la señora Elda pensaba a mil revoluciones para poder salir de esa situación, tomando la peor de las decisiones.
Le aceptaré la cerveza, no creo que me provoque nada y después de eso saldré corriendo de aquí (pensó para sí misma).
E: Está bien, pero solo tomare una porque debo regresar al templo.
T: Claro que si preciosa –respondió al tiempo que desprendía una cerveza del empaque y se la ofrecía ya abierta-, de la misma manera le ofreció para sentarse una pila de llantas usadas en las que puso un cartón en la parte de arriba.
La señora Elda se sentó en el improvisado asiento que le ofrecieron y empezó a beber sorbos pequeños de la cerveza.
En tanto el señor Toribio recorría con la mirada el cuerpo de la señora Elda, en especial las piernas que lucían por demás espectaculares por la combinación de los leggins y los zapatos de plataforma.
No cesaba de mencionarle lo hermosa que estaba, mientras la señora Elda solo bajaba la mirada, esquivando la del señor Toribio.
Después de una metralla de piropos, donde recibió adulación sobre sus piernas, sus ojos, su boca, su cabello, etc. La señora Elda comenzó a sentir algo extraño que nunca antes había sentido, era una calidez que brotaba desde su entrepierna y subía por todo su cuerpo hasta llegar a la cabeza, manifestándose en forma de sudor, que caía en pequeñas gotas de su cabeza, ya no lograba diferenciar si era el encierro del local, o el olor penetrante del caucho, o la cerveza a la que no estaba acostumbrada o que en verdad las palabras de ese hombre estaban desmoronando su fortaleza moral.
Dentro de esa confusión, la señora Elda cometió el segundo error de la tarde, en su desesperación por salir de ahí, bebió grandes sorbos de la cerveza, para terminar más rápido y poder salir de ahí en menos tiempo.
Lo único que logro fue que su cuerpo manifestara la falta de practica en la ingestión de bebidas alcohólicas, después de varios sorbos termino su cerveza tratando de levantarse de manera rápida de esa pila inestable de llantas, lo que provocó que la señora Elda perdiera el equilibrio, dando tumbos en varias direcciones, hasta que los brazos del señor Toribio la lograron detener.
Trato de lograr la vertical de su cuerpo, pero la distrajo un nuevo problema, las manos del señor Toribio que la había detenido por la espalda se encontraban en los senos de ella, las cuales habían iniciado hace ya unos momentos un movimiento circular de masajeo a los senos redondos de la señora.
A la anterior sensación de calidez en la entrepierna, se unía ahora la sensación de humedad, la señora Elda sentía que de su entrepierna brotaba un manantial de líquido caliente, ya el calor emanado de su vulva la tenía atrapada por completo, giro para ver de frente a su captor y las manos de este dejaron de masajearle los senos para pasar ahora a tomar posesión de sus nalgas.
Las fuertes manos del hombre amasaban el par de nalgas redondas de la señora Elda, la cual ya vencida por completo rodeo con sus brazos el cuello del señor Toribio al tiempo que recibía de él un torrente de besos en el cuello.
De la boca de la señora Elda alcanzaba a salir un casi imperceptible – no, no- tratando como última opción de dar defensa a su cuerpo, sin embargo ya era demasiado tarde, de un rápido movimiento el señor Toribio despojo de su franela a la señora Elda, y con la misma pericia la despojo del sujetador, dejando libres a unas todavía desafiantes tetas blancas, coronadas con un rojizo pezón que a estas alturas se encontraban duros como la roca.
La blancura de la piel de sus tetas era profanada por las manos negras de caucho del señor Toribio, quien brindaba un masaje que ponía erizados los cabellos de la nuca de la señora Elda, pero cuando sintió la lengua de él mamando sus pezones, sintió que algo exploto en su cabeza, estaba completamente perdida disfrutando de esas sensaciones que por alguna razón le habían sido negadas por tanto tiempo.
Apenas logro entreabrir sus ojos la señora Elda solo para darse cuenta que sus manos estaban mesando los cabellos de su atacante, jalando su cabeza para que atacara a ambas tetas, gozando la diferencia de sensaciones que le daba el ser lamida, chupada y mordida por unos labios que parecía tenían la misma desesperación que ella de recibirlos.
Una vez más, el señor Toribio hizo gala de destreza, al despojar de sus leggins a la señora Elda, quien ahora tenía solo sus bragas y los zapatos de plataforma, unas bragas que acusaban ya los estragos de la humedad, con una marca de agua justo en el triángulo de la prenda, de inmediato la proyecto al sitio donde el montón de llantas era más parejo, cayendo pesadamente, pero antes de poder recuperarse sus piernas estaban abiertas sujetadas de los tonillos y con el rostro del señor Toribio entre sus piernas, quien lamia de manera desesperada toda la zona púbica de la señora Elda.
Después de unos cuantos segundos, con un poco de sangre que le llego a la cabeza al señor Toribio, descubrió que era más cómodo despojar a la señora de sus bragas, arrancándolas literalmente, escuchándose e sonido de la tela romper y de manera inmediata un gemido ahogado provocado por la excitación y un poco por la pérdida de aire.
Ya con el camino despejado la lengua del señor Toribio recorrió toda la longitud de los labios de la panocha inexplorada de la señora Elda, la cual experimentaba descargas de placer a las que nunca había estado expuesta, sintiendo de manera magnificada cada una de las pulsaciones que su vagina enviaba al cerebro, conociendo solo hasta ese momento la gran cantidad de terminales nerviosas que poseía su órgano sexual.
De nuevo sus manos se fueron de manera instintiva a la cabeza del señor Toribio, las cuales de manera consciente o inconsciente dirigían los embates de la lengua del hombre a lugares que le generaban más placer que otros.
Rápidamente aquello se convirtió en un festín de saliva y jugos vaginales que mezclados entre si completaban ya un volumen considerable de fluidos que escurrían por los muslos, nalgas y ano de la señora Elda.
Después que la lengua del señor Toribio irrumpió dentro de la vulva de la señora Elda, esta casi no logro contener el grito, sentía deliciosa aquella lengua gruesa que la estaba prácticamente penetrando, lo que provocó que la vagina se dilatara y ante los embates constantes de la lengua comenzó a tener una eyaculación, la más grande hasta ahora experimentada por la señora.
Un grito ahogado de placer acompañado del sonido de grandes goterones de orgasmo que reventaban en el piso se escucharon dentro del taller, provocando que la señora perdiera un poco las fuerzas de sus brazos, soltando la cabeza de su captor.
Hubo una pequeña pausa, la señora Elda respiraba con dificultad, siendo ayudada a reincorporarse, quedando sentada en uno de los montones de llantas, para darse cuenta que tenía frente a su cara el miembro erecto del señor Toribio; ella no era experta en vergas, pero al verla sabía que era de un tamaño inusual, o tal vez por la cercanía pero parecía un monstruo color café que amenazaba con provocar mucho daño.
El señor Toribio tomo el tronco de carne y lo apunto a los labios de la señora Elda ordenándole. –Abre la boca, que quiero que me la chupes con esa boquita de ángel que tienes.
La señora Elda jamás había comido una verga en su vida, por lo que desconocía lo que debía hacer, por lo que solamente de manera instintiva abrió la boca que de inmediato fuer llenada por el mástil de carne del señor Toribio; sintió que ese miembro le obstruía la garganta, dejándola sin respirar un momento, por lo que hizo ruidos propios de una persona la ahogarse. El señor Toribio saco su verga de la boca de la señora y le dijo:
-no te cabe mi camote putita, no te preocupes que de aquí te vas a ir hormada a mi medida -introduciendo de nuevo el miembro hasta la garganta.
Esto le genero de nuevo una obstrucción en su garganta, por lo que el señor Toribio opto por una nueva estrategia, en lugar de penetrar la boca de la señora, la tomo de la nuca y la fue acercando para que ella se fuera comiendo poco a poco la estaca de carne, esta vez la sensación que tenía la señora era diferente, iba disfrutando el calor que emanaba la verga, iba sintiendo como crecía dentro de su boca y hasta podía palpar con su lengua las gruesas venas que recorrían toda la longitud de aquel duro camote.
Tardo poco la señora en tomar ritmo, en unos pocos vaivenes se convirtió en una diestra en el arte de mamar vergas, dándose cuenta por los gruñidos de placer del señor Toribio, que eran acompañados de frases como:
-Que rico mamas putita, en verdad naciste para comerte la verga.
Al escuchar la señora dirigió su vista hacia arriba. Buscando el rostro de su captor, como tratando de obtener su aprobación, la miro como mientras fijaba sus ojos en el mientras por su boca desaparecía en su totalidad el camote completo, lo que hizo que la sangre le hirviera aún más.
Le retiro el camote de la boca, para levantarla en peso y colocarla sobre una sucia mesa de trabajo de madera, recostándola de espaldas y tomando de nuevo el control como le gustaba, tomando de los tobillos a la señora abriéndole las piernas para dejar expuesta su vagina, dejándole caer el pesado objeto de carne sobre la rajita.
Empezó a realizar movimientos hacia adelante y atrás, lo que ocasionaba que su verga fuera acariciando la panocha de la señora en toda su longitud, lo que generó que ella volviera al trance de disfrutar al máximo las sensaciones que estaba recibiendo.
Producto del vaivén sobre la panocha de la señora, el camote se hizo más duro, encontrando finalmente la puerta de entrada a la vagina, ocupándola por completo con su verga, lo que provocó una vez más el grito ahogado de la señora.
Ella rodeo su cintura con las piernas, mientras experimentaba la nueva sensación de recibir el rebote de los huevos en sus nalgas, al tiempo que volvía a experimentar la boca del señor Toribio en sus tetas, lo que la elevo a un nuevo nivel de placer, con todas las sensaciones combinadas: el miembro que la penetraba, el choque de los huevos en sus nalgas y la lengua lamiéndole los pezones, hacían que la señora Elda estuviera a un paso de la locura total, jamás había experimentado tal cantidad de placer, ni siquiera había sospechado que existiera.
Había olvidado el modo pasivo, y esta vez en cada embate del miembro del señor Toribio le pedía: -Dame más papito, dame más.
T: Resultaste más puta que las mismas putas
E: Si, soy tu puta, cógeme más por favor
Alentado por sus palabras el señor Toribio arrecio sus embistes, cada vez más frecuentes y cada vez más fuertes, lo que iba acompañados de gemidos cada vez más escandalosos de la señora Elda, hasta que finalmente un nuevo orgasmo la invadió; espasmos recorrían el cuerpo de la señora Elda, la cual se estremecía al tiempo que su vista se nublaba y su cerebro se enfocaba en el interminable manantial de orgasmo que salía de su vagina, hasta dejar un enorme charco en la mesa; ya no podía más con tanto placer, era algo incontrolable por completo, gritando solamente: ya no puedo más papito, ya no puedo más.
Esto fue tomado a mal por el señor Toribio, quien sin terminar aun contesto:
-como que no puedes mas, si todavía te falta que te llene de mecos.
La desensarto y cual si fuera una muñeca de trapo la giro sobre su eje, quedando boca abajo en la mesa, acomodándole las piernas para que el culo se levantara un poco y la ensarto de nuevo, un estoque hasta los huevos, que hicieron que la desfallecida señora Elda, retomara los gritos de placer.
El señor Toribio empezó a embestir el culo de la señora, dejando huellas en su piel del castigo, marcas rojizas en varias partes del cuerpo de la señora Elda eran más que visibles, por el color de piel tan blanco, los gruñidos de esfuerzo del señor Toribio opacaba los débiles gemidos de la señora Elda, quien seguía recibiendo las oleadas de placer, pero no tenía fuerzas para seguir disfrutándolas.
Fue en un movimiento del señor Toribio al tomar las nalgas de la señora para apalancarse y poder embestir más fuerte, que sus manos abrieron las nalgas de la señora, dejando al descubierto el tierno botón color durazno de su ano, que de manera inmediata se convirtió en la obsesión de él.
Mira nada más lo que me encontré, que hermoso culo tienes putita, estoy seguro que nunca lo haz usado, hay que estrenarlo. Retiro la verga de la vagina de la señora, junto las piernas de ella para que el culo se levantara más, escupió sobre el ojo del ano y haciendo alarde de destreza se paró sobre la mesa para atacar el botón desde un ángulo diferente.
Apunto su grueso fierro al pequeño orificio y empezó a empujar la cabeza del miembro, mientras que la señora Elda sentía como empezaba a abrirse sus entrañas, lo que lógicamente le genero un tremendo dolor.
E: Ay! Me duele
T: Pues no te resistas, afloja el culito para que te pueda caber toda mi mazacuata
El señor Toribio empujaba con todas sus fuerzas mientras la señora Elda trataba de dominar el dolor para estar mas relajada y no ser lastimada por el garrote invasor.
Poco a poco fue avanzando el miembro oscuro por el túnel rosado, acompañado de quejidos de dolor de la señora Elda y gruñidos de esfuerzo del señor Toribio, hasta que finalmente los huevos rebotaron en la carne de la señora.
T: – No que no putita, ya te lo comiste todo
Permaneció sin moverse unos segundos para que el esfínter de la señora se dilatara y pudiera penetrarla sin oposición, retiro su verga poco a poco, para volverla a ensartar en el delicado culo de la señora, lógicamente arrancándole un grito de dolor.
Se repitió la operación en varias ocasiones, tal que sin darse cuenta, llego un momento que la señora ya no se quejaba, por el contrario, estaba empezando a disfrutar, los quejidos de dolor habían cambiado por gemidos de placer, lo que animaron al señor Toribio a arreciar los embates.
T: ¿Ya te gusto por el culo putita?
E: Si papito, destrózame el culo
Esto último término por encender al señor Toribio quien embistió ya sin reserva, con toda la firme intención de vaciarse dentro de la señora Elda, la cual disfrutaba de cada embate por ese nuevo lugar, en una tarde llena de cosas nuevas.
Al poco tiempo de estar taladrando el señor Toribio empezó a ponerse rígido, disminuyendo el ritmo de los embates, se aferró firmemente a las nalgas de la señora y grito: -¡Te voy a llenar de leche puta! -para de manera inmediata expulsar una gran cantidad de semen dentro del ano de la señora, la cual al sentir el torrente de lava dentro de sí, sintió que ese chorro llegaba prácticamente hasta su cerebro, terminado de vaciar también su apetito sexual recién despertado.
Pasaron solo unos cuantos segundos para que ambos se empezaran a incorporar lentamente, la señora de inmediato busco su franela para ponérsela, sin el sostén, después corrió hacia los leggins para calzárselos sin recordar que sus bragas habían sido destrozadas.
Una vez que estuvo vestida, volteo hacia su atacante, quien ya se encontraba vestido, con los hilachos de las bragas de la señora alrededor de un billete de baja denominación.
T: Ahí está mi aportación a la caridad, para que no te vayas con las manos vacías
La encamino a la puerta, levantando la ruidosa cortina metálica, y al salir la señora, Toribio le dijo al oído:
T: Nunca me había salido tan barato una puta tan buena.
Acto seguido se metió al taller cerrando de nuevo la cortina, mientras la señora Elda se encamino a la avenida de la que nuca debió salirse, camino hacia su casa (ya no quiso llegar a la Iglesia a reportar lo recolectado).
Entro a su domicilio cuando la empezó a invadir un sentimiento de culpa, se vio en el espejo y parecía que se notaba en su piel cada caricia, cada beso, cada mordida que había recibido esa tarde, pero un grito la despertó de sus pensamientos, su esposo: -por fin llegas, dame de cenar.
Se encamino hacia la cocina tratando de disimular lo desarreglado de su vestimenta, calentó la cena y la sirvió, dándose cuenta que el marido ni siquiera la había volteado a ver.
E: Voy a tomar un baño, dijo sin obtener respuesta
Se encamino al cuarto de baño, se desnudó frente al espejo viendo las huellas que había dejado el señor Toribio en ella, mientras pensaba que tal vez debería sentirse mal por haber sido ultrajada, pero no, estaba orgullosa de cada marca que portaba su cuerpo, había despertado a un mundo que no conocía, y tal vez (solo tal vez) era el inicio de una vida llena de aventuras sexuales.